LECTURA DE EL CAPITAL
Libro II




LA ROTACIÓN DEL CAPITAL

III. TIEMPO DE PRODUCCIÓN Y TIEMPO DE CIRCULACIÓN


Marx trata “el tiempo de circulación” en el capítulo V de la Sección I del Libro II, y en el VI analiza “los costes de circulación”; posteriormente, en la Sección II, aborda de nuevo “el tiempo de circulación” en el capítulo XIV. Sin duda esta dispersión es fruto de la composición del libro. Los capítulos V y VI de la Sección I proceden básicamente del Manuscrito IV; en cambio el capítulo XIV de la Sección II se construye con el Manuscrito II. Dado que aquí y ahora nos interesa resaltar la unidad de los tiempos del capital, he preferido tratar estos tres capítulos de forma unitaria y como una parte de la rotación del capital, al fin el eje en torno al que se con figuran esos diversos tiempos y sus influencias en la valorización.

Como ya venimos viendo en la lectura de la Sección II, sobre la rotación del capital, nos interesa mucho clarificar los conceptos de los distintos tiempos que intervienen en la misma, establecer bien las distinciones entre ellos para así diferenciar los momentos por los que una otra vez pasa el capital productivo en sus rotaciones. Pero previamente, y dado que el texto de Marx es un tanto abigarrado y susceptible de mejor orden y mayor claridad, trataré de elaborar un esbozo general y muy esquemático del problema que nos ayude a abordarlo, y que iremos ampliando a lo largo de esta entrega.


1. Tiempos vivos y muertos en la producción.

Si nos atenemos a la necesidad objetiva del capital (que no siempre coincide con el interés subjetivo del capitalista), y nos fijamos de momento sólo en los medios de producción, haciendo abstracción de la fuerza de trabajo, conviene distinguir en el análisis, atendiendo a la relación del tiempo con la productividad, dos tipologías, la de los tiempos vivos o productivos, que el capital tiende a maximizar, y la de los tiempos muertos o no-productivos, que pugna por minimizar. Cada una de ellas incluye a su vez dos modalidades, que tratamos seguidamente.

Los dos tiempos vivos refieren respectivamente al valor y al plusvalor: son, pues, el tiempo de producción de valor (en que los medios de trabajo están activos pero no hay presencia de fuerza de trabajo), y el tiempo de producción de plusvalor (en que los medios de trabajo están activos y con presencia de fuerza de trabajo). La distinción es relevante por sus efectos en el capital, pues en el primer caso no se produce valor nuevo, sólo se traspasa al producto el que se consume de los medios de producción, mientras en el segundo caso, además de esta transmisión, se produce o crea valor nuevo, el plusvalor, que posibilita la valorización, origen y destino del capital.

Por tanto, hemos de distinguir dos tipos de tiempos vivos; uno referido a los medios de producción, a su actividad, y otro a la fuerza de trabajo, a su presencia. El tiempo de actividad genuinamente capitalista es aquél en que los medios de producción están activos y la fuerza de trabajo presente. Ése es el tiempo de producción de plusvalor, en el que la fuerza de trabajo coincide en actividad con el de los otros medios de producción, en que al trasvase de valor de los medios consumidos se suma la creación de valor nuevo.

Esa distinción en los tiempos productivos de valor y de plusvalor no sólo tiene efectos evidentes en la vida del capital; también es muy relevante desde el punto de vista de sus efectos en el trabajo y en la jornada de trabajo, pues introduce en ésta, en la actividad laboral, una distinción radical en su forma en base a la presencia o no de fuerza de trabajo en el proceso, y pone esta presencia o ausencia en relación con la producción no de plusvalor, o sea, con la posibilidad o no de ser y sobrevivir del capital.

En lo que respecta a los dos tiempos muertos o no-productivos, distinguiremos a su vez entre tiempo en espera y tiempo perdido o suspendido. En ambos tipos el capital recibe el mismo rotundo efecto, su no valorización; y el alma del capitalista, fenómeno de superficie, se ve afectada de la misma frustración, del sentimiento de pérdida de tiempo. Ahora bien, aunque esos efectos sean sustancialmente similares, pues en ambos se pierde tiempo y productividad, conviene distinguir la naturaleza y función de los tiempos de espera y de suspensión, pues responden a conceptos y realidades bien diferentes. Lo que sí debemos tener muy presente es que, contra la tendencia espontánea a verlos exteriores a la producción y al trabajo, en realidad ambos son interiores al proceso productivo e inciden en el rendimiento del mismo; ambos están dentro, forman parte del tiempo de producción, compartiendo su periodo con el tiempo productivo. En definitiva, hay que considerarlos internos al proceso productivo, habitando y ocupando lugares en la producción y en el trabajo; por eso se tienen en cuenta en el análisis, pues a pesar de todo son tiempos de la producción. Y lo son aunque ambos son literalmente improductivos y prima facie niegan la productividad, van contra, roban su tiempo. La presencia de los mismos implica la ausencia de la actividad laboral; y, como no afectan al tiempo de producción o de trabajo, además de económica y físicamente no productivos son, en realidad, anti-productivo, pues no producen pero impiden que se produzca.

Decimos que, a pesar de estas semejanzas, hay que distinguir sus conceptos. El tiempo en espera es un tiempo que pertenece a la producción concreta, asociado a ella en una especie de simbiosis problemática pero con efectos positivos que compensan su antiproductividad; y, sobre todo, son pérdidas de tiempo inevitables. Contenido en su interior, el tiempo en espera se considera necesario, ya que viene impuesto por los límites biológicos y físicos de los elementos de la producción y por la necesidad de prever cualquier contratiempo que interrumpa el proceso.

Cosa diferente ocurre con el tiempo suspendido o absolutamente perdido; durante este periodo de tiempo tampoco hay actividad, pero esta no productividad antiproductiva no tiene ningún efecto secundario o colateral compensatorio, por lo cual resulta del todo innecesaria objetiva y subjetivamente, para el capital y para el capitalista. Aquí la simbiosis del tiempo en espera deriva en puro parasitismo, apropiación sin compensación ni razón interna al proceso productivo o sus elementos. Si el tiempo en espera habita, ocupa un lugar, en el interior de la actividad laboral y, a pesar de su no productividad es condición de posibilidad de la misma, el tiempo suspendido o perdido habita la jornada negándola, acortándola, fagocitando parasitariamente algunos de sus momentos [1]. En este caso es tiempo no-productivo innecesario, debido a límites ajenos, contingentes y, por tanto, teóricamente corregibles.

Esbozadas así las semejanzas y diferencias entre ambos tipos de tiempos muertos, que iremos describiendo a lo largo de la reflexión, se comprende la tendencia natural del capital a combatirlos, a minimizarlos y, en el límite, a eliminarlos. Ambos tipos de tiempos muertos, con desigual pasión, serán objetivos a confrontar por el capital; especialmente el segundo, el contingente e innecesario, el más genuinamente vivido como “anticapitalista”.

Como vemos, aunque las anteriores tipologías están basadas fundamentalmente en los medios de trabajo (la presencia o ausencia de actividad laboral en que se basan refieren de forma directa e inmediata a la puesta en marcha o a la paralización de los medios técnicos de producción), en su actividad o no actividad, obtenemos las mismas o muy semejantes si centramos la mirada en la fuerza de trabajo, si nos fijamos en la presencia o ausencia de ésta. En los dos casos nos aparece la necesidad de distinguir diversos tipos de tiempos; y como en cierto modo la fuerza de trabajo es un medio de producción, podemos asimilarla de manera laxa a la tipología anterior.

No obstante, no debemos forzar las semejanzas hasta disolver las diferencias. Por ejemplo, en cuanto a la tipología de los tiempos muertos resulta más complicado sentar la correspondencia entre los basados en los medios de trabajo y los basados en la fuerza de trabajo. Podemos buscar salidas, como la de asimilar el tiempo en espera al tiempo de “formación” o cualificación de la fuerza de trabajo; o a la situación del ejército de reserva. A su vez, podemos equiparar el tiempo perdido por contingencias en los medios de trabajo con el correspondiente al tiempo de ocio de los trabajadores. Pero forzar la identidad suele ser a costa de alejarnos de la realidad, y sólo debemos hacerlo cuando el nivel de abstracción del análisis nos lo permita sin pagar un alto precio en los conceptos. En todo caso, sobre la marcha iremos describiendo las peculiaridades de cada uno, que enriquecerán esta primera aproximación al vocabulario.

Al fin, como digo, esto es sólo una mera aproximación, sin más pretensión que nombrar una diversidad de tiempos constitutivos de la rotación del capital y enunciar algunas distinciones que deberemos profundizar. El esbozo que he hecho es suficiente para sugerir el objetivo de nuestro análisis, a saber, que para el capital todo tiempo “libre”, de mero ocio, que no sea de reposición, de espera técnica, etc., es insoportable e intentará anularlo, aunque sea de forma enmascarada. Sólo así se puede interpretar la forma social y su evolución como determinación “en última instancia” por la exigencia de la valorización. Pasemos ya al análisis de Marx.


2. El capital odia las vacaciones.

El tiempo que importa al capital, pues en el mismo descansa su reproducción, es el tiempo de rotación. Marx llama tiempo de rotación al tiempo real que necesita el capital para hacer su ciclo productivo, pasando por las tres fases, del capital-dinero, del capital-productivo y del capital-mercancía. Es el concepto de tiempo más amplio, en cuyo interior caben diversas tipologías que iremos viendo.

En ese tiempo de rotación, que es como el ciclo lunar del capital se distinguen dos periodos, el tiempo de circulación y el tiempo de producción. Ambos se reparte, como el día y la noche, los momentos de la rotación. Ambos necesarios y sucesivos, ambos inseparable y subsumidos –subordinados y resistentes- en la forma capital, que todo lo ordena a su valorización.

El sentido común basta para comprender que la valorización del capital necesita de ambos tiempos y que, simultáneamente, lucha contra ambos, por reducir sus respectivas magnitudes; y el sentido común basta para comprender que esa lucha tiene unos límites, más allá de los cuales el éxito sería perverso; la infinita aceleración del movimiento del capital, su victoria contra el tiempo (contra los tiempos, con diferentes frentes) sería pírrica y suicida, como lo sería la de los planetas o satélites que se movieran más allá de a velocidad que los sacara de sus órbitas. No obstante, sin llegar a ese límite imposible, hay un amplio trayecto donde caben las mejoras; y en busca de las mismas se mueve el capital.

Ni el tiempo de circulación ni el tiempo de producción significan que en ellos el capital circule o produzca constantemente; en otras palabras, los términos “tiempo de circulación” y “tiempo de producción” sirven para nombrar dos conceptos con significados bien diferenciados: como conceptos físicos refieren al tiempo de una actividad (circular o producir) viva, real, donde no caben “tiempos muertos”, “descansos”; y como conceptos económicos refieren a una acotación contractual, a un espacio de tiempo donde cabe la actividad y la espera, donde tiene lugar la producción y la circulación pero afectadas de agujeros de tiempo no productivos. Es el tiempo económico el que aquí nos preocupa, y respecto al cual los tiempos físicos de la producción y la circulación son meros límites u objetivos imposibles a conquistar.

Como tiempos económicos, el de rotación designa el tiempo de Kronos, marcado con precisión por el reloj, que tarda el capital en pasar por esos dos recorridos de la circulación y la producción; el tiempo del viaje por esos lugares, por esas formas o figuras, incluyendo los tiempos en que, estando allí, el capital no “circula” o no “produce”, está parado, sin movimiento, es y no es capital. Seguramente ese tiempo de inactividad, ese “descanso” del capital (sea en el tiempo de circulación o en el tiempo de producción) es lo que más odia el capitalista; pero, contra esas urgencias del capitalista, hay que analizar si es una mera pérdida de tiempo o es una condición de posibilidad del recorrido; o sea, hay que diferenciar los casos en que el capital los necesita de aquellos en que son prescindibles.

Hay que asumir, pues, que el tiempo de producción no significa tiempo de actividad productiva real, que en cada uno de sus momentos el capital no está físicamente produciendo, sino que hay en su seno momentos sin actividad, de tiempo no productivo, se trate simplemente de tiempos de suspensión, tiempos perdidos imprevistos (pausas, esperas, interrupciones, descansos aleatorios…), o se trate de tiempos de suspensión programados, de inactividad prevista (por ejemplo, por las noches, los festivos, las vacaciones, etc.). Y habría que añadir a estos tiempos de inactividad improductiva otros de difícil calificación, pues tanto pueden considerarse actividad improductiva, activos en cuanto que el proceso productivo se continúa en ellos, como inactividad productiva, inactivos en cuanto parecen pasivos, dejando que el proceso siga sobre ellos. Por ejemplo, el tiempo de barbecho, o el tiempo de fermentación del mosto, en los que no hay actividad laboral alguna, no está presente la fuerza de trabajo, y en los que los medios de producción aparecen activos (en cuanto la tierra se recupera para la siguiente cosecha o el mosto sigue su fermentación ajeno al exterior) o inactivos (en tanto las máquinas guardan silencio, las materias primes no se mueven de los almacenes y la fuerza de trabajo está en otros procesos), según el enfoque hermenéutico elegido.

También el tiempo de circulación incluye una diversidad de tipos de tiempo perdido, de los descansos fortuitos a los días festivos, de los meros retrasos imprevisibles a los inevitables tiempos de almacenamiento, e incluso a los tiempos de actividad lenta (por ejemplo, en el transporte). Toda una tipología de tiempos, necesarios o no, superables o no, que habitan dentro del tiempo de rotación del capital y que ponen en juego, y en riesgo, la existencia de éste; toda una diversidad de tiempos que debemos ir diferenciando poco a poco.


2.1. Pues bien, para incluir estas diferencias en los tiempos que registra el análisis Marx necesita nuevos conceptos. Tras establecer que el tiempo de rotación, el realmente importante para el capital, compendio de los demás a los que subsume, se escinde en dos, el tiempo de producción y el de circulación, pasa al análisis de ambos por separado. Comienza por distinguir y definir bien, dentro del tiempo de producción, el tiempo real y efectivo de actividad, lo que llama también tiempo de funcionamiento de las máquinas, es decir, el tiempo en que están en marcha, en actividad, los medios de producción. Nótese que se distingue netamente del tiempo de trabajo propiamente dicho, que supone la presencia del trabajador, al que normalmente incluye, pero cuya presencia no es absolutamente requerida para que las máquinas estén en marcha. El tiempo de funcionamiento, pues, conceptualmente se distingue tanto del tiempo de la jornada de trabajo (tiempo de trabajo contratado) como del tiempo de trabajo efectivo (tiempo de trabajo neto realizado, descontadas las pérdidas de tiempo durante la jornada). Dicho tiempo centra la mirada en la actividad del capital constante, haciendo abstracción de la presencia de la fuerza de trabajo; se refiere sólo al funcionamiento de los medios de producción.

Pues bien, el tiempo de funcionamiento así caracterizado constituye sólo una parte del tiempo económico de producción, en cuyos límites queda incluido; el tiempo de funcionamiento es un tiempo entre otros de los varios que incluye el tiempo de producción, como el citado tiempo de trabajo o como las pausas (descansos, festivos…..) y las esperas (almacenamientos…), entre otros. Por eso Dice Marx:

“El tiempo de producción abarca, naturalmente, el período del proceso de trabajo, y no está abarcado por él. Se recordará, por de pronto, que una parte del capital constante existe en medios de trabajo, como máquinas, edificaciones, etc., que hasta el final de su vida sirven en unos mismos procesos de trabajo constantemente repetidos. La interrupción periódica del proceso de trabajo - por la noche, p. e.- interrumpe, sin duda, la función de esos medios de trabajo, pero no su estancia en el lugar de producción. Pertenecen a éste no sólo mientras funcionan, sino también cuando no funcionan. Por otra parte, el capitalista tiene que mantener dispuesta una determinada reserva de materia prima y materias auxiliares, para que el proceso de producción discurra durante secciones más breves o más largas, a escala previamente determinada, sin depender de los azares del suministro diario del mercado. Esa reserva de materias primas, etc., sólo se consume productivamente de un modo paulatino. Por eso hay una diferencia entre su tiempo de producción y su tiempo funcional. El tiempo de producción de los medios de producción como tales abarca, pues, 1º el tiempo durante el cual funcionan como medios de producción, esto es, sirven en el proceso de producción; 2º las pausas durante las cuales se interrumpe el proceso de producción y, por lo tanto, también la función de los medios de producción incorporados a él; 3º el tiempo durante el cual, aunque se encuentran ya dispuestos como condiciones del proceso y representan ya, por lo tanto, capital productivo, sin embargo, no han entrado todavía en el proceso de producción” [2].

El primer enunciado de la cita nos advierte de que “el tiempo de producción abarca, naturalmente, el período del proceso de trabajo, y no está abarcado por él”, o sea, que el tiempo de producción tiene un periodo más amplio que el proceso de trabajo. Y el de rotación es muchísimo más amplio, pues al menos la parte del capital constante presente como medios de trabajo (máquinas, instalaciones, edificaciones, etc.) tardan años en su rotación, participando a lo largo de su vida activa en “unos mismos procesos de trabajo constantemente repetidos”. Y aunque el proceso de trabajo se interrumpa (noches, festivos…) y cese el funcionamiento de estos medios, no por ello dejan de pertenecer al proceso de producción: “Pertenecen a éste no sólo mientras funcionan, sino también cuando no funcionan”, dice Marx. Por otro lado, el capitalista necesita reservas de materias primas y elementos auxiliares para garantizar la continuidad del proceso “sin depender de los azares del suministro diario del mercado”. O sea, esta reserva de materias primas, en tanto reserva, no está produciendo, pero es imprescindible su existencia en espera para su necesario consumo paulatino.

En consecuencia, en cualquier proceso productivo capitalista siempre hay diferencias entre el tiempo de producción y el tiempo de funcionamiento de los medios de producción. El tiempo de producción siempre incluye necesariamente tres tipos de tiempos: a) el tiempo de funcionamiento efectivo, durante el cual funcionan como medios de producción, esto es, son realmente capital productivo; b) el tiempo de pausas, en que se interrumpe el proceso y, por tanto, los medios de producción dejan de actuar como tales; y c) el tiempo de espera, en que los medios de trabajo aparecen dispuestos como capital productivo, en posición de uso, pero no han entrado todavía en el proceso de producción en que se consumirán paulatinamente.

Estas distinciones, basadas en la actividad/inactividad de los medios de producción, no son suficientes. En ellas se contemplan sólo dos fases del proceso: aquella en que el capital está en la “esfera de la producción” (dominio del capital productivo, que incluye su paso por almacenes y su presencia en la fábrica, sea en activo, sea en descanso…) y aquella en que está en el “proceso de producción” propiamente dicho, es decir, momento del consumo productivo, de la transformación, de la elaboración de los nuevos productos.

Profundizando un poco más, podemos ver que en el mismo periodo del proceso material de producción, en el tiempo cuantitativo de elaboración de los productos, de actividad de la maquinaria, hay momentos diferenciables, cada uno con su tiempo, como acabamos de ver. De estos momentos nos interesa referenciar dos, ambos correspondientes a la actividad de los medios de producción, ambos inseparables de la producción real (dejando aparte los tiempos muertos), pero con funciones en el proceso productivo radicalmente diferenciadas, pues en uno hay creación de valor y en el otro no; es decir, la distinción de ambos momentos se basa en que esté o no presente la fuerza de trabajo. Esa presencia o ausencia sirve para distinguir en la actividad de los medios de producción el tiempo de funcionamiento productivo de valor del tiempo de funcionamiento productivo de plusvalor o tiempo de trabajo propiamente dicho. Marx lo dice así:

“La diferencia considerada hasta ahora es en cada caso diferencia entre el tiempo de estancia del capital productivo en la esfera de la producción y el de estancia en el proceso de producción. Pero el mismo proceso de producción puede determinar interrupciones del proceso de trabajo y, por lo tanto, del tiempo de trabajo, intervalos en los cuales el objeto de trabajo se confía a la acción de procesos físicos, sin más intervención de trabajo humano” [3].

Los tiempos del capital son, al fin, tiempos de presencia del capital en los distintos lugares económico; y entre estos se distingue el lugar llamado “esfera de la producción”, que incluye el circuito completo, producción y circulación, fábrica y mercado, del llamado “proceso de producción”, restringido a la fábrica. Pero incuso en este lugar propiamente productivo que es la fábrica hay momentos de actividad y momentos de paro de los medios de producción; y en los de actividad hay momentos sin o con producción de plusvalor, o sea, momentos de trabajo y momentos de “interrupciones” del proceso de trabajo, en cuyos intervalos se continúa la actividad sin presencia de fuerza de trabajo, tal que “el objeto de trabajo se confía a la acción de procesos físicos, sin más intervención de trabajo humano”. Recordemos al respecto el tiempo de barbecho y el tiempo de fermentación del mosto, antes señalados, en los que, si bien no hay trabajo humano, el objeto de trabajo se mantiene en la producción movido por determinaciones meramente físicas o naturales:

“El proceso de producción y, consiguientemente, la función de los medios de producción, prosiguen en este caso, aunque el proceso de trabajo y, por lo tanto, la función de los medios de producción en cuanto medios de trabajo, están interrumpidos. Así, p. e., el trigo sembrado, el vino que fermenta en la bodega, el material de trabajo de muchas manufacturas -por ejemplo, las tenerías-, que se somete a procesos químicos” [4].

Se interrumpe el proceso de trabajo pero no el de producción, que se continúa por vía natural; los medos de producción dejan de funcionar como medios de trabajo, pero mantienen su función productiva del objeto por vía natural; detienen su función económica pero mantienen su función química. Con lo cual se nos revela que del mismo modo que el proceso de producción es un lugar interior incluido en la esfera de la producción, el proceso de trabajo es otro lugar interno a éste. Un lugar abarcado por el proceso de producción y que no abarca a éste. O sea, que el tiempo de producción es de mayor periodo que el tiempo de trabajo; entre ambos hay una diferencia, cuya magnitud mide el “exceso del tiempo de producción respecto del tiempo de trabajo”:

“Ese exceso se basa siempre en que capital productivo se encuentra latentemente en la esfera de la producción, sin actuar en el proceso de producción mismo, o en que funciona en el proceso de producción, pero sin encontrarse en el proceso de trabajo” [5].

El capital productivo, además de su presencia directa e inmediata en la producción, en forma de medios de producción activos en el proceso de trabajo, tiene otras posibles formas de existencia. Unas veces su presencia es latente, como ocurre en el necesario exceso de la materia prima que va siendo consumida, va entrando en producción, paulatinamente; y otras veces está presente en el proceso de producción, pero sin aparecer en el proceso de trabajo, como el barbecho o a fermentación.


2.2. ¿Por qué Marx insiste en estas distinciones cuyo sentido filosófico no se aprecia a primera vista? Por un motivo crítico muy importante: el de la creación de valor. Para el cálculo del capitalista lo que le importa es la magnitud del tiempo de rotación; a su mirada grosera le basta con el resultado, la ganancia final, que se relaciona con la cantidad de plusvalor, pero también con el tiempo de recuperación del capital adelantado. A Marx, en cambio, le interesa distinguir la diversidad de esos tiempos, su distinta cualidad productiva, su distinta forma de intervención en la producción; y le interesa en especial detectar los distintos momentos de creación de valor y la intensidad productiva en cada uno de ellos. Es conveniente establecer estas distinciones porque los diversos momentos del tiempo de producción, todos imprescindibles, no tienen igual efecto en la creación de valor; pero también es importante fijar las tipologías y establecer los distintos concepto de sus respectivos tiempos porque esa diversidad constituye el mundo del capital, determina sus modos de ser; en definitiva, porque es a su través de esos planos de existencia como podemos conocer sus metamorfosis y, al fin, la vida del capital.

De lo dicho hasta ahora ya podemos hacernos una primera y provisional idea de los tiempos del capital. Podemos distinguir tres posiciones del capital productivo y considerarlas como tres “lugares” que se incluyen como las muñecas rusas, sin que la magnitud del incluido reste al inclusor (las máquinas siguen funcionando, sumando a su tiempo de funcionamiento, durante el tiempo de trabajo con presencia del trabajador). El más amplio sería la “esfera de la producción”, que vendría a ser el ciclo completo, con todas sus fases, del capital productivo; cubriría el tiempo que va desde que el capitalista saca M (Mp + Ft) del mercado para transmutar su esencia y reinstalarlas en P…P´, y luego hacer el recorrido de la circulación, M´- D´, para al fin, de forma simple o ampliada, reiniciar el ciclo siguiente.

Dentro de esa esfera de la producción, que cubre todo el circuito, la fábrica y el mercado, está incluido el tiempo de funcionamiento del capital productivo como medios de producción, o “proceso de producción” propiamente dicho, que podríamos llamar proceso de elaboración del producto, y que cubre el tiempo empleado en P … P.

En fin, en este proceso de producción, a su vez, se incluye como una parte de su tiempo, el “proceso de trabajo”, momento caracterizado por la presencia de la fuerza de trabajo, que cubre el tiempo en que en sentido estricto se crea el valor.

Pero hay más. En esos tres emblemáticos lugares del tiempo del capital productivo, en esos tres tiempos diferenciados, en todos y cada uno de ellos, hay lo que podríamos llamar “tiempos muertos”, que no restan la magnitud del tiempo de producción aunque sean no productivos, que aumentan el volumen pero no la capacidad; tiempos en consecuencia prescindibles, que la racionalidad capitalista intenta minimizar. Y esos tiempos perdidos, malgastados, se revelan de muy distinta naturaleza de otros tiempos que parecen muertos, pues no son productivos, pero no lo son, pues en rigor forman parte de la producción, exigidos por el proceso técnico; son tiempos en los que el capital está, en estado latente, en stand-by, en espera prolongada. Ya aludí a ellos distinguiendo la simbiosis del parasitismo. Los primeros son objetivamente necesarios al capital, pero no subjetivamente, no al alma inevitablemente egoísta del capitalista qua capitalista, cuya consciencia finita a diferencia de la omnisciencia del demiurgo no reconoce el domingo.

Obviamente, por definición, el tiempo muerto no es productivo; por tanto, durante el mismo el capital no cumple satisfactoriamente su función. Los tiempos muertos son contingentes, exteriores a la lógica del proceso productivo, derivados de anomalías o disfunciones técnicas o metodológicas, también de resistencias sociales, culturales y políticas, que lastran las ganancias del capital. Los tiempos en espera del capital, en cambio, siendo no productivos resultan inevitables y más o menos requeridos como exigencia técnica o logística de la producción. Inevitablemente las diversas formas del capital han de pasar por tiempos de espera, de diversa índole, naturaleza y efectos.

En general, desde un sentido excesivamente laxo del concepto, podríamos tener la tentación de considerarlos como tiempos productivos, en la medida que son necesarios [6]; pero esto nos llevaría a la confusión, pues en rigor estos tiempos de producción mediatamente necesarios son, y así han de ser considerados, tiempos no productivos; conforme al concepto, son tiempos necesarios muertos. Ejemplos de los mismos serían la permanencia de las materias primas o las energías en la forma de stocks en el almacén, o en la forma barbecho, etc [7]. Se corresponde con el capital que está en la esfera de la producción pero aún no en el proceso productivo. Ahora bien, aunque la espera sea necesaria, o en todo caso un límite físico insuperable, para el capital se trata de un tiempo muerto, un tiempo contra el que ha de luchar. Si el capital lucha incluso contra los tiempos de producción de los objetos, enfrentado siempre a la tarea de disminuirlos, con más motivo ha de considerar los tiempos muertos, innecesarios o necesarios, como un objetivo a minimizar. Al fin, como luchamos contra la muerte, con la inconfesable esperanza de ganarle algunos espacios.

Un segundo tipo de estos tiempos en espera, ya comentado, lo constituirán aquellos que incuestionablemente son productivos, pues se está produciendo (transfiriendo) valor. Los llamaremos tiempos necesarios vivos, pues en ellos aparece un producto con valor, aunque éste sea sólo el de los medios de producción consumidos. El trigo plantado, el vino fermentando en la bodega, serían ejemplos intuitivos de este segundo tipo de capital en espera, que en general refiere a una producción sin presencia de fuerza de trabajo. Se correspondería con el capital que está activo, produciendo, tal que el valor está pasando de los medios de producción al producto, sin intervención aparente de la fuerza de trabajo.

Por último, un tercer tipo de tiempo en espera del capital aparecería en el interior del proceso de trabajo, es decir, del proceso productivo capitalista, que requiere la presencia de la fuerza de trabajo. Por ejemplo, los festivos, las noches cuando no hay turnos, son en cierto sentido “tiempos muertos”, pero necesarios, que hay que contar como tiempo de producción. En todos los casos el capital está siempre en forma latente, pero es obvio que económicamente conviene diferenciar unas de otras [8].


2.3. Profundicemos un poco más en el capital instalado en sus inevitables tiempos de espera. Por un lado tenemos un capital productivo latente en stand-by, en espera la entrada en producción, imprescindible para garantizar la fluidez del proceso, que no actúa “ni como formadora de producto ni como formadora de valor”. Es “capital en baldío”, señala Marx. Es el caso del barbecho, o de instalaciones de almacenaje, cuya exterioridad al proceso propiamente productivo es la forma de estar dentro del ciclo productivo, permitiendo que éste sea ininterrumpido. Son exteriores y no participan en la producción, pero forman parte del capital productivo. Podríamos pensarlo así: el capital en baldío, forma del capital latente, está presente, presente en el circuito productivo pero fuera del proceso de trabajo, en otra fase; y, por tanto, pertenece a la esfera de la producción y al proceso de producción. Veámoslo de cerca.

“Las instalaciones, los aparatos, etc., necesarios como contenedores de la reserva productiva (del capital latente) son condiciones del proceso de producción y constituyen, por lo tanto, elementos del capital productivo adelantado. Cumplen su función en calidad de preservadores de los elementos productivos en el estadio previo. En la medida en que en este estadio son necesarios procesos de trabajo, esos procesos encarecen la materia prima, etc., pero son trabajos productivos y forman plusvalía, porque una parte de ese trabajo, como todo otro trabajo asalariado, queda sin pagar” [9].

O sea, en esta forma el capital productivo latente no forma producto ni valor, pues no se consume en el proceso, no participa físicamente en el mismo. Pero sí tiene una función económica en la producción, a saber, la de conservar los elementos productivos del proceso; es, pues, capital productivo latente adelantado. Y si en esa función de contener y proteger los medios de producción estos medios se desgastan, habremos de convenir en que pasan su valor al producto (y revelan su productividad). Y si su propia conservación requiere algunos cuidados, o sea, gasta fuerza de trabajo, hay que contarlos como valor añadido al producto, o sea, hay que tratar el capital latente como materia prima que recibe valor y plusvalía.

En cuanto a la forma de capital latente de edificaciones, máquinas, etc., o sea, medios de trabajo cuya función se interrumpe sólo por “pausas regulares del proceso de producción” (las “irregulares” son pérdidas netas), es obvio que se consumen cediendo su valor, o sea, “añaden valor sin entrar en la formación del producto”. Al ceder valor con su desgaste, se entiende que se ha cedido al producto: “el valor total que esa parte añade al producto está determinado por su duración media”. Es obvio que así sea, pues si pierde valor es porque se desgasta, porque pierde valor de uso. Y lo pierde tanto en su presencia en los momentos de actividad como en los de inactividad: “(cede valor) tanto en el tiempo durante el cual funciona cuanto en el tiempo en el que no funciona” [10].

Por último, el capital constante que continúa en proceso de producción aunque se interrumpa el proceso de trabajo, va transfiriendo su valor al producto. Es el caso de las bodegas, pues en el silencio de sus cavas se está formando el producto, se está traspasando (transfiriendo) el valor de los medios de producción al producto (aparte, claro está, del valor y plusvalor de la fuerza de trabajo que se requiera para su vigilancia y control). Lo importante, dice Marx al respecto, es tener en cuenta que es el propio proceso de trabajo el que determina que los medios de producción actúen, por decirlo así, en solitario:

“El trabajo transfiere siempre al producto el valor de los medios de producción en la medida en que los consume de un modo realmente concorde con los fines, como medios de producción. No afecta nada a esto el que para producir ese efecto el trabajo haya de actuar constantemente sobre el objeto del trabajo a través de los medios de trabajo o no necesite más que dar el primer impulso, colocando a los medios de producción en condiciones por las cuales los medios de producción, sin más colaboración del trabajo, experimentan por sí mismos, a consecuencia de procesos naturales, la alteración deseada” [11].

Se comprende mejor el interés en esclarecer estas diversas formas de presencia del capital productivo latente si tenemos en cuenta que, en rigor, sólo en el proceso de trabajo, -en el trabajo efectivo, con presencia y consumo de fuerza de trabajo-, se produce plusvalor; en los otros momentos del tiempo de producción habrá si acaso transferencia de valor, pero no creación de plusvalía, signo único de la productividad del capital y, en rigor, de la identidad del capital:

“Cualquiera que sea el fundamento del exceso del tiempo de producción respecto del tiempo de trabajo - ya se trate de que los medios de producción constituyan sólo capital productivo latente, o sea, que se encuentren todavía en un estadio previo al real proceso de producción, ya se trate de que, dentro del proceso de producción, su propia función se interrumpa por las pausas del mismo, ya por último, de que el mismo proceso de producción determine interrupciones del proceso de trabajo-, en ninguno de esos casos funcionan los medios de producción como absorbentes de trabajo. Y si no absorben ningún trabajo, tampoco absorben plustrabajo” [12].

Marx no cambiará nunca esta idea; al contrario, se reafirmará en ella. Por ello insiste sin descanso: no hay valorización del capital productivo fuera del momento del tiempo de trabajo; para ser rigurosos, fuera del tiempo de funcionamiento de los medios de producción activados por las fuerzas de trabajo. Por eso establece la regla según la cual, fijado social e históricamente el tiempo de trabajo desde la exterioridad a la economía, la máxima valorización del capital se corresponde con la igual magnitud del tiempo de producción y del tiempo de trabajo:

“Es claro que cuanto más coinciden tiempo de producción y tiempo de trabajo tanto mayores son la productividad y la valorización de un capital productivo dado en un tiempo dado. De ahí la tendencia de la producción capitalista a reducir todo lo posible el exceso del tiempo de producción respecto del tiempo de trabajo” [13].

Ambos tiempos difieren en su periodo, debido a los tiempos muertos propios del tiempo de producción. Por eso éste siempre abarca el tiempo de trabajo, pero no a la inversa. Esa diferencia, ese exceso de tiempo, “es siempre condición del proceso de producción”; o sea, los tiempos muertos cuentan en el tiempo de producción:

“El tiempo de producción es, pues, siempre el tiempo durante el cual el capital produce valores de uso y se valoriza a sí mismo, con lo que funciona como capital productivo, aunque abarque tiempo durante el cual o bien está latente, o bien produce también, pero sin valorizarse” [14].

3. El dulce lastre del tiempo de circulación.

Centremos ahora la reflexión en el tiempo de circulación, tan necesario y tan pesado para el capital como el aire para la paloma, que a un tiempo la permite volar y le dificulta el vuelo. El tiempo de circulación excluye al de producción, y recíprocamente; por tanto, como sólo en el momento productivo se crea plusvalor, conviene al capital pasar rápido por esa fase de circulación. Efectivamente, la circulación es en el fondo un tiempo de interrupción de la producción. Los tiempos de circulación, necesarios o contingentes, van siempre en contra de la productividad y la autovalorización del capital; de hecho son inversamente proporcionales a las magnitudes de las mismas. Por tanto, el tiempo de circulación óptimo ideal es cero, aunque la economía política no quiera verlo así, por fijarse sólo en los efectos superficiales contingentes. Eso es lo que dice Marx, quien afirma que la economía política se fija sólo en lo que aparece, en “el efecto del tiempo de circulación en el proceso de valorización del capital en general”. Y como ese efecto incluye consecuencias positivas, pues es en la circulación donde se realiza el valor, ignora o invisibiliza su contenido negativo, la efectiva ampliación del tiempo de rotación, y por tanto de recuperación del capital adelantado.

Además, nos dice Marx, esa ceguera de la Economía Política no es inocente, sino llena de complicidad; al capital le interesa dar relevancia a la circulación, para ocultar que el valor con el cual se valoriza se crea en la producción, visibilizando sólo que la valorización tiene lugar en la circulación:

“La economía política se aferra sobre todo a esa apariencia porque ella parece facilitar la prueba de que el capital posee una misma fuente de autovalorización, independiente de su proceso de producción y, por lo tanto, de la explotación del trabajo, y que mana en la esfera de la circulación” [15].

Ciertamente, no debemos menospreciar la función de la circulación, esencial a la reproducción del capital; pero tampoco dejarnos engañar por la mala fe del discurso de la Economía Política, o caer en la ingenuidad del mismo, que nos arrastra a ver en la circulación la fuente del capital, siendo precisamente una fase en que está ausente la fuerza de trabajo. Mala fe o ingenuidad, que de todo hay, como dice Marx. Pues a veces la propia ciencia económica “se deja engañar por esa apariencia”. Y nos ofrece diversos ejemplos al respecto.

El primero se refiere al “modo capitalista de calcular el beneficio”, un mecanismo en el que “el fundamento negativo aparece como positivo”. Efectivamente, si tenemos en cuenta capitales presentes en distintas esferas de inversión, tal que entre ellos no haya otra diferencia que la existente entre sus respectivos tiempos de circulación, es obvio que “el tiempo de circulación más largo actúa como fundamento de la elevación del precio, o sea, dicho brevemente, como uno de los motivos de la igualación de los beneficios” [16]. Y esa elevación del precio hace creer que corresponde al crecimiento del valor, lo cual es erróneo, como sabemos; es una de las muchas ilusiones derivadas de ver sólo los efectos de superficie.

Una segunda fuente de la ilusión deriva de que, siendo el tiempo de circulación sólo un momento del tiempo de rotación, se atribuyen al primero funciones del segundo; lo cual es inconsistente, pues la rotación incluye producción y circulación, o sea, precisamente, tiempo de producción de valor y tiempo sin producción de valor; y es una falacia atribuir a éste lo que pertenece a su otro [17].

En fin, una tercera vía de ilusión surge en torno a la acumulación de capital. Sabemos que la mercancía se transforma, precia su metamorfosis en dinero, M´- D´, y por medio de éste, parte en capital variable (salario) y parte de capital constante o medios de producción. En ambas vías y en proporciones objetivamente determinadas se realiza la acumulación del capital. En ambas vías, pero de forma más visible en la parte acumulada en capital variable adicional, el proceso de cambio tiene lugar en la esfera de la circulación, o sea, dentro del tiempo de circulación. “La acumulación correspondiente parece, consiguientemente, debida al tiempo de circulación” [18].

Salvadas estas ilusiones se comprende bien la regla señalada de acercar el tiempo de trabajo al de producción; lo que en el límite significa que tienda a cero, que no exista circulación, que directamente lo recoja en fábrica el consumidor [19]. Ahora bien, que en el concepto el tiempo de circulación óptimo ideal sea cero no quiere decir que no sea necesaria su existencia; sólo significa que dicho tiempo no es productivo de valor (ni mucho menos, claro está, de plusvalor). Determinación que se manifiesta en la lucha del capitalista por disminuir el tiempo de circulación. El tiempo de circulación, ya lo sabemos, tiene dos fases, la M - D y la D - M. Claro, la más problemática parece la primera, pues no depende del capitalista, que en general, salvo posiciones especulativas claras, desearía reducirla a cero. Recorrida ésta, con el dinero en el bolsillo, está más tranquilo; en cierto modo la velocidad de esta segunda fase depende en parte de él, de sus análisis y cálculos, de su valoración de la oportunidad en el mercado. Pero en otra gran parte es ilusorio, pues siempre hay factores que no controla y, dado que no puede parar la producción, no puede pararse, siempre está sometido al ritmo de ésta y a otras contingencias que se le escapan, por ejemplo, la falta de productos en el mercado, dificultades sobrevenidas en la importación, etc..

Insistimos en que aunque el tiempo de circulación no sea productivo este hecho no afecta en nada a su carácter necesario. Aunque en abstracto (aislando los ciclos, sin perspectiva de reproducción) no lo parezca, en la perspectiva de la reproducción, que es la más real, la circulación aun no siendo productiva es tan importante, tan imprescindible para el capital, como la producción. Marx pone todo el énfasis en esta idea al señalar:

“La circulación es en la producción de mercancías tan imprescindible como la producción misma, o sea, que los agentes de la circulación son tan necesarios como los agentes de la producción. El proceso de reproducción incluye ambas funciones del capital y, por lo tanto, también la necesidad de la representación de esas funciones, ya sea por el capitalista mismo, ya sea por trabajadores asalariados agentes suyos. Pero eso no es una razón para confundir los agentes de la circulación con los agentes de la producción, como tampoco lo es para confundir las funciones del capital-mercancía y el capital-dinero con las del capital productivo” [20].

Igualarlas en importancia en la producción capitalista sólo quiere decir eso, que son imprescindibles; pero ello no implica confundir sus respectivas funciones ni sus respectivos agentes, cosa que nos llevaría a la confusión, y a representaciones tópicas muy extendidas pero de fundamento ilusorio, como la idea de que los costos de intermediarios los acaban pagando los consumidores:

“Los agentes de la circulación tienen que ser pagados por los agentes de la producción. Y puesto que los capitalistas que compran y venden unos a otros no crean por ese acto ni producto ni valor, lo mismo ocurre cuando la dimensión de su negocio les capacita y obliga a cargar a otros con esa función. En bastantes negocios los compradores y vendedores se pagan con tantos por ciento del beneficio. El tópico de que los pagan los consumidores no aclara nada las cosas. Los consumidores no pueden pagar más que si ellos mismos, como agentes de la producción, producen un equivalente en mercancías o se lo apropian tomándolo de los agentes de la producción, ya sea sobre la base de un título jurídico (como asociados de esos agentes, etc.), ya sea por servicios personales” [21].

La importancia de la circulación, y los efectos de su tiempo en la rentabilidad del capital, no implica que aporte valor a la mercancía; esto ya lo sabíamos. Pero Marx añade que, contra el tópico de que los gastos y beneficios de los agentes que intervienen en la circulación los “pagan los consumidores”, esto “no aclara nada las cosas”. Los consumidores sólo pueden “pagar” si tienen valor que intercambiar, y este valor o lo han sacado de la producción (como asalariados o capitalistas) o se han apropiado de parte del valor de algún agente de la producción. O sea, la circulación se paga con plusvalía, no puede salir de otro lugar; en la circulación la plusvalía no aumenta o disminuye, sólo se redistribuye.

También dice Marx, comentando los dos momentos de la circulación, que la venta M´- D´ es, subjetivamente y para el capitalista, más importante que la compra D – M (Mp + Fp), porque en aquélla, en la venta, se realiza la plusvalía. En D – M (Mp + Fp), la compra para la renovación y, en su caso, la ampliación, no hay realización de la plusvalía, aunque sea un acto necesario para que el valor capital expresado en D se valorice, pues sólo se valoriza si continua como capital o sea, pasa a M (Mp + Fp). Si se quedara en y saliera del ciclo, se negaría como capital y devendría riqueza. Por tanto, para el capitalista subjetivamente es más importante M´- D´, realización del valor, pero para el capital (y objetivamente para el capitalista) esa realización es efectiva si continúa la rotación. Se comprende la mayor importancia de la realización por ser condición de posibilidad de la reproducción.

Lo cual se refleja, también, como hemos dicho, en el fin de la inseguridad del capitalista y del capital: si no se vende en un tiempo razonable, como mercancía material corre el riesgo de degradarse y perder todo el valor que carga, incluida la plusvalía que oculta. O sea, si el tiempo de esa fase de la circulación sobrepasa ciertos límites, pierde su “valor de uso”, y con ello su “valor de cambio”; por tanto, se pierde el valor-capital que contiene y la plusvalía que arrastra. Marx dice que “el valor de cambio se mantiene sólo por medio de esa renovación constante de su cuerpo”; ese “cuerpo” es el valor de uso de la mercancía, que debe cambiar de forma, travestirse, si no quiere disiparse.

Obviamente, el tiempo de corrupción de los valores de uso es diferente en las distintas mercancías; o sea, la venta M - D puede ser más o menos rápido según la materialidad de los procesos, pero siempre hay un límite, a saber, que el producto no se degrade y pierda su valor de uso:

“La limitación del tiempo de circulación del capital mercancía por la corrupción del cuerpo de la mercancía misma es el límite absoluto de esta parte del tiempo de circulación, del tiempo de circulación que pueden recorrer el capital-mercancía qua capital-mercancía” [22].

Cuanto más estrecho sea ese límite, más local será el recorrido y más corto el tiempo de circulación de esa mercancía.

“Por eso cuanto más perecedera es una mercancía y cuanto más importante es, por su constitución física, el límite absoluto de su tiempo de circulación como mercancía, tanto menos adecuada resulta para ser objeto de la producción capitalista. No puede someterse a ésta más que en lugares muy poblados, o en la medida en que las distancias locales se reducen por el desarrollo de los medios de transporte” [23].

De ahí que el capitalismo se haya extendido en función de su doble capacidad, para acelerar el transporte y para ampliar ese “tiempo absoluto” de corrupción de las mercancías; su éxito se ha basado en buena parte en su capacidad para hacerlas durar sin degradarse.

Para cerrar la reflexión, recordar que el capital, ensimismado y condenado a reproducirse a sí mismo, sin exterioridad que cuidar o proteger, sin valor de uso que cultivar ni consumo social que servir, libre de toda subordinación, de todo vínculo, se nos revela como una batalla suicida contra el tiempo, contra todos los tiempos. Su perfección se daría con el “desplazamiento al rojo” de la velocidad de rotación; con el conglomerado de todos los tiempos, incluido el tiempo de trabajo y el tiempo de producción del objeto trabajo, tendiendo a cero. Si lo pensamos bien, esa perfección se daría con su suicidio. Su fenómeno grosero nos aparece en su tendencia a minimizar el capital variable, el tiempo de trabajo pagado, inexorablemente ligado al tiempo de trabajo no pagado, aunque sea de éste de donde se alimenta. Pero ese problema lo abordaremos a su tiempo.


J.M.Bermudo (2015)


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[1] Esto no implica la ausencia de razones o motivos externos para esas suspensiones; lo que afirmamos es que afecta de forma absolutamente negativa al proceso productivo.

[2] El Capital, Libro II, 121-122. (Citamos de la edición de M. Sacristán; K. Marx-F. Engels, Obras, Vol. 42. Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1980).

[3] Ibid., 122.

[4] Ibid., 122.

[5] Ibid., 122.

[6] Podríamos distinguir, por ejemplo, en el tiempo que pasa la materia prima en el almacén, entre el tiempo de espera necesario, exigido por el ritmo de la producción (distintos en función de determinaciones técnicas y metodológicas), y un “tiempo muerto” de espera, efecto de la ineficiencia del sistema.

[7] Hay que distinguir entre los tiempos muertos los necesarios (stocks exigidos por el ritmo del tiempo de producción y tiempo de circulación) de los innecesarios (tiempos excesivos por anomalías o disfunciones).

[8] La verdad es que el tema es más complejo. Si en el proceso de trabajo en lugar de poner la mirada en los medios de producción la ponemos en la fuerza de trabajo, las noches, los festivos, las vacaciones… deberían ser considerados tiempos de producción “productivos” (reproductivos), pues nos necesarios para la reposición de la fuerza de trabajo.

[9] Ibid., 122.

[10] Ibid., 123.

[11] Ibid., 123.

[12] Ibid., 123-124.

[13] Ibid., 124

[14] Ibid., 124.

[15] Ibid., 124.

[16] Ibid., 126.

[17] Ibid., 126.

[18] Ibid., 126.

[19] Recordemos el efecto ilusorio de slogans de venta como “precios de fábrica”, “directo del fabricante”, que juegan con esa idea de ausencia del tiempo de circulación que encarece el producto sin añadirle valor de uso.

[20] Ibid., 126.

[21] Ibid., 126-127.

[22] Ibid., 127-128.

[23] Ibid., 128.