III. LA ÉTICA EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
“El
medio del
que se sirve la naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus
disposiciones
es el antagonismo de las mismas en la sociedad, hasta el extremo de que
éste se
convierte en la causa de un orden legal de aquéllas. Entiendo aquí por
antagonismo la insociable sociabilidad del hombre; es decir, la misma
inclinación a caminar hacia la sociedad está vinculada con una
resistencia
opuesta, que amenaza continuamente con romper esta sociedad. Esta
disposición
reside ostensiblemente en la naturaleza humana. El hombre posee una
propensión
a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre,
es decir,
siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene
una
inclinación mayor a individualizarse (aislarse), pues encuentra
igualmente en
sí mismo la cualidad insociable, que le lleva sólo a desear su sentido
y a
esperar, por ello, resistencia por todas partes, del mismo modo que
sabe que,
por la suya, es propenso a la resistencia contra los demás”. (I. Kant, Idea de una historia universal en sentido
cosmopolita).
Nuestra
reflexión viene
determinada por dos presupuestos o consideraciones filosóficas
generales.
Primero, que la filosofía moral, en la medida en que es filosófica, se
enmarca
en la idea de naturaleza humana, la cual delimita sus posibilidades
teóricas y
prácticas. Segundo, que toda Ética depende fuertemente de la
concepción de la
historia. No entraremos aquí a cuestionar si es la Ética la que
determina a la
Antropología en el orden de las razones, o si ocurre a la inversa [1]
tampoco entramos en si la filosofía
de la historia es
previa o es una construcción ad hoc para hacer pensable el ideal moral [2].
Lo cierto es que toda reflexión ética se sitúa en el
horizonte de una idea de la naturaleza humana y de una idea de la
historia. Por
ejemplo, es obvio que Hobbes basa su reflexión moral en una naturaleza
humana
sin perspectiva histórica alguna; también lo es que Kant pone la
historia como
la condición de posibilidad del devenir moral; y, al mismo tiempo, es
igualmente obvio que la naturaleza humana para Hobbes es ajena a la
historia,
mientras que la kantiana se concibe a la medida de un ser histórico.
Por tanto,
entre la Ética, la Teoría de la naturaleza humana y la Filosofía de la
historia
se dan unas estrechas relaciones de interdeterminación.
Las
anteriores
reflexiones nos abocan a un planteamiento de la Ética en el que tiene
un fuerte
peso la Historia. Por un lado, la propia Historia de las Éticas, las
distintas
creencias morales de los hombres en función de los sistemas sociales y
los
conocimientos científicos; por otro, la Historia en general, y en
particular la
Historia de la Filosofía y de las Ciencias, como manera de comprender
los
hechos humanos (y la Ética es un producto humano); en fin, la
Historia o
genealogía del propio discurso ético, alimentándose de sus producciones
anteriores, reafirmándose y negándose como cualquier obra de la razón
humana;
en fin, porque cualquier propuesta Ética, e incluso cualquier análisis
ético, debe
acomodarse a la regla kantiana según la cual sólo se debe lo que se
puede
hacer, pero con el acento en el "puede". Es decir, que si el filósofo
alemán entendía la regla en términos de "se debe, luego se puede",
deduciendo el deber de forma abstracta y derivando del mismo la
posibilidad de
cumplirlo [3],
nosotros lo entenderemos en términos de "se debe
si, y sólo si, se puede", lo que supone una Ética a escala humana,
definida sobre las posibilidades del hombre como ser social e
histórico. De la
Ética, como de cualquier disciplina filosófica, se puede exigir
autoconciencia:
y ésta sólo la proporciona la conciencia de su historia. Y en esta
historia ya es usual distinguir, por múltiples motivos, tres grandes
momentos: el clásico, el moderno y el contemporáneo; tanto es así que ,
aun sabiendo que la partición tiene mucho de convencional e
instrumental, será la que sigamos en esta reflexión
J.M.Bermudo