I. ENSAYO SOBRE LA SUBSUNCIÓN
PARTE 2ª: LA BÚSQUEDA MARXIANA DE LA CATEGORÍA
EN LOS TEXTOS ECONÓMICOS
La preocupación e interés por la subsunción en el marxismo contemporáneo bebe y se alimenta del Inédito, donde aparece la preocupación genuinamente ontológica de Marx por establecer la relación entre los procesos de trabajo y valorización. Pero sin duda en los últimos tiempos se ha ido extendiendo más allá de su lugar de nacimiento, al resto de textos económicos, especialmente a los diversos manuscritos, y mucho más allá de su inicial circunscripción a esa particular relación entre trabajo y valor en el interior del proceso de trabajo. Incluso la reflexión sobre la subsunción ha volado más allá de su expansión por el recinto de la producción en sentido estricto, donde ya Marx la expandiera en sus diversos textos. Ha desbordado esos límites y ha penetrado en nuevos territorios del pensamiento, invadiendo la totalidad de la esfera de la producción en general, extendiendo su presencia por el mundo de la circulación, apropiándose de todo el campo económico. Y, manteniendo esa tendencia, en las últimas décadas el pasado siglo ha roto todos los diques, ha desbordado los límites y se ha expandido a la totalidad social, a todos los ámbitos de la vida y del conocimiento, mundo del arte y el derecho al universo de lo simbólico, del subconsciente al mundo digital, como nos revela la sobreabundante bibliografía sobre el tema. Ha ido más allá, tanto más allá, que gráficamente podríamos decir que se ha ido más allá de Marx.
En todo caso, con su incontrolado crecimiento la subsunción ha mutado su destino, y por tanto su concepto. Esa expansión imperialista, tan del gusto de nuestra época anticolonialista, ya no cabalga sobre la esperanza de que esta categoría ayude a proporcionar respuestas nuevas a los nuevos problemas en las nuevas formas y relaciones capitalistas; ni tampoco sobre la voluntad de que esclarezca los viejos problemas teóricos por resolver; tal ambiciosa y excesiva expectativa sería comprensible y disculpable. Por el contrario, la subsunción ha abandonado la originaria perspectiva teórica donde apareció, como productora de conceptos con que elaborar el conocimiento, y ha pasado a ser, en horas veinticuatro, la respuesta, la gran respuesta.
Así de fácil: hoy en día todo lo que es mal, especialmente el mal sociocultural, tiene su causa inmediata y directa en la subsunción. La subsunción ha pasado a ser la determinación crítica de la esencia del capitalismo actual, desplazando a la explotación e incluso a la opresión; tanto es así, que hoy se usa como caracterización de la nueva fase del capitalismo, como elemento de definición del capitalismo actual, obsoleto ya su modo de aparición imperialista. De la crisis del sujeto histórico a la globalización, del hundimiento de las organizaciones y formas subjetivas de clase (partidos obreros, sindicatos…) al trabajo inmaterial, todo tiene su explicación, su respuesta, en la subsunción; todas esas formas del mal son expresiones o metamorfosis de la subsunción; basta nombrarla para poner en escena la descripción abigarrada del presente. Lo que ayer era la enajenación, hoy ha pasado a ser la subsunción; la dominación cultural e ideológica hoy se llama subsunción real, o subsunción global, total, absoluta. Si ayer el maquiavelismo nombraba el mal universal y absoluto, el mal total, hoy ese cargo se lo disputa con éxito la subsunción; hasta los fantasmas de Lacan hoy son reescritos como prolíficas figuras de la subsunción. Basta invocarla para que el mundo capitalista se ilumine, se nos vuelva trasparente; detectada la subsunción en cualquier lugar, de lo íntimo a lo global, se tiene el diagnóstico. Como todo nuevo saber, poderoso por fetichizado, suministra el diagnóstico, la terapia y el juicio; y con ello el (no) pensamiento filosófico contemporáneo logra su función oculta e inconfesable, la de hacer innecesario el pensar.
Nosotros aquí no volamos tan alto; nuestra pretensión es seguir de cerca la búsqueda marxiana de una categoría que, aparte de revolucionar buena parte de su ontología, especialmente de la contradicción, permita pensar las relaciones esenciales que se establecen en las formaciones sociales capitalistas, comprenderlas para así saber sufrirlas, resistirlas y enfrentarlas.
Podríamos haber invertido el orden de exposición de estas dos partes del ensayo; podíamos haber hecho primero el recorrido bastante exhaustivo por los textos marxianos que ahora nos proponemos llevar a cabo y luego la construcción del concepto; pero, en realidad, hay que hacer una y otra vez ambos caminos, sirviéndonos del anterior para el siguiente. Además, aquí nos interesa seguir de cerca la búsqueda marxiana de la categoría, y dicha búsqueda es tanto menos ciega cuanto más se haya ido reelaborando el concepto. Para probarlo, pongamos ya inicio a esta segunda parte; o, mejor, sigamos con la reflexión donde la dejamos, en aquel ajuste de cuenta de Marx con Hegel en el territorio político de la subsunción, a punto de iniciar tu desplazamiento hacia sus lecturas de la ciencia económica, donde la subsunción tendrá su lugar más apropiado
5. La subsunción en los manuscritos económicos.
No deja de ser curioso que Marx apenas usara el término “Subsumtion” en sus obras de juventud; ni siquiera en los manuscritos de 1844, donde el capital ya aparece con su potencia de hegemonía. Suele usar “Unterordnung”, expresión más plana, unidireccional, que refiere a una relación de simple subordinación o dominación. Tampoco se prodiga en uso del término en la “Introducción de 1857”, donde de hecho, si mi rastreo es correcto, sólo aparece una vez, al hablar de la distribución, precisamente cuando quiere fijar su relación con la producción.
5.1. Una sola vez, pero muy significativa, muy útil para ir desarrollando el concepto; importante porque está analizando la distribución, una fase que la economía suele considerar secundaria, pues es el momento final, el reparto del producto, cuando en la abstracción se acaba un ciclo y comienza otro ex novo. Frente a la consideración habitual de la distribución como un proceso separado y distante de la producción, Marx la piensa como un momento de la misma, indisolublemente ligada a ella por el vínculo de la subsunción. A simple vista, nos dice, aparece como mera distribución de los objetos producidos, como un reparto con criterio propio, subjetivo, ajeno a las determinaciones de la producción: “Según la concepción más superficial, la distribución aparece como distribución de los productos, y de tal modo como más alejada de la producción y más independiente de ella” [1]. Pero, bien mirado, no es así; la relación es más y más potente, mucho más, nos advierte Marx. La distribución no es sólo reparto del producto, sino que tiene escondidas otras formas poderosamente determinantes. Dice Marx que la distribución
“antes de ser distribución de los productos, ella es: 1] distribución de los instrumentos de producción; 2] distribución de los miembros de la sociedad entre las distintas ramas de la producción -lo cual es una definición más amplia de la misma relación” [2].
Antes de ser reparto de lo producido es reparto nada menos que de los medios de producción; y también reparto de la población trabajadora en las unidades y fases, y de la población general de la sociedad en ramas de trabajo. La distribución se presenta así en la base de la división social del trabajo y como elemento determinante en la reproducción de los medios de producción y de la fuerza de trabajo. Con lo cual la distribución deja de ser un momento secundario y final, algo así como el despido de los convidados a la reunión, la disolución de la labor común que deja paso a la vida privada, para ser presentada como una fase de primer orden del proceso productivo, actuando al final y al principio, antes y después de la producción, condicionando ésta tanto como es condicionada por ella.
Marx subraya especialmente el momento en que aparece anterior a la producción, determinándola fuertemente, pues como “distribución de los medios de producción” determina nada menos que las relaciones de propiedad; y como distribución de los individuos, de la fuerza de trabajo, entre las distintas ramas, está determinando las relaciones técnicas en su totalidad. De ahí que no se le pueda discutir su acierto al decir que, así pensada, la distribución se nos ofrece en “una definición más amplia que la misma relación de producción”; así pensada no es un momento separado y marginal de la producción, sino que está en su origen y su fin, está presente en todo el sistema. Al determinar las relaciones técnicas y las relaciones sociales, está en la base de la “subsunción de los individuos a determinadas relaciones de producción”. Marx puede concluir su reflexión diciendo, de forma rotunda, que la distribución en sentido usual es un fenómeno secundario, una figura marginal de lo que guarda en su seno la categoría desarrollada de la distribución.
Hay, pues, dos usos, dos conceptos del término, y Marx subraya el más extenso y profundo, el de mayor contenido: “la distribución de los productos es manifiestamente sólo un resultado de esta distribución que se halla incluida en el proceso mismo de producción y determina la articulación de la producción” [3]. Habitualmente se habla de la distribución superficial, como momento final del ciclo, del reparto del botín entre los participantes; pero la mirada crítica del economista no ha de quedarse en los límites del ciclo productivo, con origen y fin, sino que ha de aparcar el proceso reproductivo en su repetición, donde el final de un ciclo es principio del siguiente, o mejor, donde no hay ni final ni principio; y desde esa mirada se observa que donde la distribución muestra su potencia, su efecto global, no es como momento de reparto del producto, sino en sus otras formas y funciones, por ejemplo, cuando nos aparece como distribución de la propiedad y distribución de los medios de producción, o como distribución de la fuerza de trabajo entre las distintas ramas y niveles técnicos. Es aquí donde la distribución se nos revela como elemento de la forma subsuntiva general, la forma capital, y ella misma como una forma subjuntiva particular. Y esto debemos tenerlo muy presente, pues si la forma capital es la forma subjuntiva por excelencia en el capitalismo, precisamente por su carácter general y abstracto no tiene cuerpo propio, tal que usa siempre el de otras formas subsuntivas más concretas, y este caso de la distribución es una clara ilustración. La forma de distribución, por tanto, forma parte de la forma capital, es su expresión en un nivel más concreto, y por tanto más material.
5.2. En el manuscrito de 1857-8, que en cierto modo privatizó y se apropió del título genérico, Grundrisse, reaparece con algo más de frecuencia el uso de la subsunción, aunque no de forma constante, sin llegar a formar parte de la construcción teórica del texto. Son apariciones esporádicas, con usos diversos, a veces bastante tópicos, que, si bien apuntan a romper con el uso descriptivo de la categoría, no logran -con frecuencia ni se lo proponen- una reelaboración del concepto. En todo caso considero que aunque en los Grundrisse la subsunción aún no aparece como un concepto potente, con nuevas y explícitas pretensiones ontológicas o hermenéuticas, cada vez se va extendiendo su aplicación a más y más relaciones capitalistas, con lo cual va desarrollando y enriqueciendo sus usos, su semántica, y se va revelando como la forma dominante entre las múltiples relaciones.
De todos modos, como digo, su uso aún es escaso y bastante convencional, aparece en usos de transición. En el primer volumen, un uso de apenas una veintena de veces en el extenso texto de la edición, la mitad de ellas de forma tópica y meramente descriptiva, nos ilustran de esta idea que acabo de exponer; por un lado, de la escasa relevancia teórica de su presencia, y, por otro, de esa expansión a un número creciente de relaciones internas al capital que va propiciando su desarrollo.
Con toda la provisionalidad que exigen las lecturas no exhaustivas, me parece correcto afirmar que, junto al limitado o escaso potencial teórico que aún concede Marx al concepto de subsunción, cada vez nos deja ver más claramente su necesidad del mismo, al ir mostrando la mayor y diversa presencia de su uso entre los diversos elementos del modo de producción capitalista [4]. Le sirve, según la ocasión, para indicar la hegemonía general del capital sobre los elementos de la producción, o la subordinación de estos: “Así, encontraremos más adelante que bajo el capital se subsumen muchos [elementos] que, de acuerdo con su concepto, no parecen entrar dentro de él” [5]; o para señalar la sumisión de la mercancía (valor de cambio particular) al dinero (valor de cambio universal): “El valor de cambio particular, la mercancía, es expresada, subsumida, puesta bajo el carácter determinado del valor de cambio devenido autónomo, o sea el dinero” [6]. Y no faltan, ni mucho menos, las referencias a la subsunción del dinero bajo el capital, como puede observarse en la siguiente cita, donde el concepto se usa para definir el dinero-capital, la figura excelsa del dinero en el capitalismo, que acabará marginalizando las otras, presentándolo como una forma de subsunción:
“De tal modo, resulta claro incluso para los economistas que el dinero no es algo tangible, sino que la misma cosa puede ser subsumida ya bajo la determinación del capital, ya bajo otra determinación contrapuesta, y que de acuerdo con esto es o no es capital. Es, entonces, manifiestamente una relación y sólo puede ser una relación de producción”[7].
En el segundo volumen de los Grundrisse sigue la misma tónica de uso escaso y disperso del término, incluso de uso contingente, sustituible por cualquier otro con significado de subordinación o dominación. Por tanto, tampoco hay variaciones en la función que le asigna, usando el térmico para describir diversos contextos, como la hegemonía de las relaciones de producción sobre los demás elementos de la producción:
“El tosco materialismo de los economistas, que les hace considerar tanto las relaciones sociales de la producción humana como las determinaciones que las cosas reciben en cuanto subsumidas bajo estas relaciones, como si fueran propiedades naturales de las cosas, es un idealismo usualmente grosero, un fetichismo, sí, que atribuye a las cosas relaciones sociales como determinaciones inmanentes a ellas, y de esta suerte las mistifica” [8].
Nótese que la subsunción ejerce su determinación sobre lo subsumido; es una metamorfosis de aquella función del universal que ponía la esencia y la verdad del particular subsumido. El dinero medio de intercambio, subsumido bajo determinada forma, deviene dinero-capital; el objeto de trabajo, subsumido bajo determinada forma, deviene valor de cambio. Las cosas subsumidas, pues, son metamorfoseadas en su función, pasan a una función nueva, pasan a ser otra cosa. Es decir, la subsunción determina el modo de ser concreto de las cosas subsumidas.
Una pregunta pertinente sería: ¿pierden las realidades subsumidas su ser anterior al ser determinadas en la subsunción? Hay momentos en que, al acentuar este efecto de la subsunción, Marx induce a verlo así; pero, como iremos poniendo de relieve a lo largo de este texto, no hay transubstanciación posible, como gustaba decir a Marx; fetichismo, sí, pero milagros, pocos. Tendremos que precisar más y mejor la diferencia entre el modo de ser y la función, para responder esta pregunta. De momento nos basta con dejar las cosas así: la subsunción afecta de forma inmediata a la función. Y precisamente aquí, en el reconocimiento de que “el cambio de función” (o su duplicación de funciones, como veremos) de una u otra forma afectará al modo de ser, nos permite comprender mejor que toda subsunción va acompañada de una resistencia.
En líneas generales, como digo, el uso del término sigue siendo bastante convencional en la segunda parte de lis Grundrisse, si bien con la originalidad de haberlo desplazado a las relaciones económicas, entre los objetos y los sujetos de la producción. Y, claro está, este desplazamiento no es en sí trivial, ni resultará inocente. La expansión del uso para definir más y más relaciones irá ampliando su extensión y densidad semántica; y el mismo proceso le llevará, tarde o temprano, a aplicarlo en lugares privilegiados, donde el concepto ganará densidad y originalidad teórica. Es el caso, por ejemplo, del uso de la subsunción para explicar las relaciones del trabajo en el momento de la gran máquina, Aquí, en este lugar teórico, ante la necesidad de explicar las nuevas relaciones que aparecen entre los trabajadores y la máquina-instrumento, entre la fuerza de trabajo y el saber, el concepto de subsunción se revelará necesario y apropiado para expresar ese nuevo momento del capital. El concepto se enriquece y muestra contenidos antes ausentes, como el de la reversibilidad de la hegemonía en la subsunción; ahora es el trabajo vivo, la fuerza de trabajo, la que queda subsumida en la máquina; la destreza y el saber del trabajador, bajo las que subsumía el uso de sus herramientas simples, ahora se ha traspasado a la máquina. y el trabajador deviene un momento orgánico en una cadena de movimiento mecánico. Se ha invertido la hegemonía, ahora es la máquina quien pone el ritmo y la forma. Marx nos señala que, en el momento de la maquinaria, se ha invertido la relación de dominio entre el trabajo y el instrumento en el seno del proceso productivo: antes el trabajo dominaba la herramienta, el saber residía en el obrero; ahora, ante el instrumento-máquina, los obreros son puntos en una red, nódulos en una gran máquina.
La “gran máquina”, la forma máquina, no es el mismo concepto que el “instrumento-máquina”. En rigor, para Marx la máquina como forma es anterior a la aparición histórica de la máquina instrumento; con la división del trabajo y la cooperación en la manufactura, y aún antes, ya aparece la forma máquina, los trabajadores ordenados, secuenciados, moviéndose de forma rítmica sincopada… En esa máquina, que aglutinaba y controlaba a obreros y herramientas, éstas eran piezas inertes y ciegas que movían los cuerpos de los trabajadores, motores del proceso; el saber y el movimiento estaban en la fuerza de trabajo, y por tanto está ponía el sentido y destino de esa máquina humana. El trabajador controlaba y dominaba el instrumento; y el trabajador colectivo controlaba, dominaba y dirigía la totalidad del proceso productivo; técnicamente, la producción estaba subsumida en el trabajo. Pero con la llegada de la máquina instrumento, las relaciones técnicas se descontrolan, subvierten e invierten. La máquina instrumento deviene origen y fuente del movimiento y del saber, pasando a subsumir bajo su forma técnica el proceso; el trabajador ahora es un elemento cada vez más mecánico y subordinado, cada vez más movido y sometido al ritmo de la máquina. La producción toma así la forma gran- máquina, que subsume trabajo y maquinaria, pero imponiendo ésta como hegemónica. Sin solución de continuidad se ha pasado de un orden de subsunción a otro, sin punto cero, sin momento de indeterminación. Y sin que haya cambiado la forma general de la dominación, la hegemonía de la forma capital, que simplemente ha “provocado”, o ha pasado a expresar, una revolución en su interior.
En esa nueva forma, la de la gran máquina automotriz, el trabajo y los trabajadores quedan subsumidos en una unidad que los transciende y se les impone; hasta la vida y el saber han cambiado su residencia, ya no habitan en el obrero sino en la máquina, no hay ya obreros vivos sino maquinaria activa, un todopoderoso organismo:
“El proceso de producción ha cesado de ser proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, sólo como órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos presentes en los muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva (activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo” [9].
Subsunción del trabajo vivo, de la fuerza de trabajo y del trabajador, en la máquina, que a estas alturas de su evolución ha de precisar y redefinir como subsunción del trabajo vivo en el trabajo muerto, verdadero nombre oculto de la máquina, que no es nada sino “trabajo objetivado”
“En la maquinaria el trabajo objetivado se enfrenta materialmente al trabajo vivo como poder que lo domina y como subsunción activa del segundo bajo el primero, no por la apropiación del trabajo vivo, sino en el mismo proceso real de producción” [10].
Y subsunción del trabajo en la ciencia, en el saber, que ahora no está en él, sino en la máquina, deviniendo sí superfluo
“En la maquinaria, la ciencia se le presenta al obrero como algo ajeno y externo, y el trabajo vivo aparece subsumido bajo el objetivado, que opera de manera autónoma. El obrero se presenta como superfluo en la medida en que su acción no está condicionada por la necesidad [del capital]” [11].
A veces es la ciencia, incorporada a la máquina, la que pone la hegemonía sobre la totalidad de la producción.
“El pleno desarrollo del capital, pues, tan sólo tiene lugar -o el capital tan sólo ha puesto el modo de producción a él adecuado- cuando el medio de trabajo está determinado no sólo formalmente como capital fixe, sino superado en su forma inmediata y el capital fixe se presenta frente al trabajo, dentro del proceso de producción, en calidad de máquina; el proceso entero de producción, empero, no aparece como subsumido bajo la habilidad directa del obrero, sino como aplicación tecnológica de la ciencia. Darle a la producción un carácter científico es, por ende, la tendencia del capital, y se reduce el trabajo a mero momento de ese proceso” [12].
Como puede apreciarse en estas citas, Marx va extendiendo el uso del concepto a cada vez más diversas relaciones entre los elementos de la producción. Y, a medida que se extiende, se enriquece y se revela como instrumento teórico eficiente, progresivamente necesario. Es cierto, o así me lo parece, que Marx sigue usándolo muy ligado a la idea de subordinación-dominación, sin insistir en que ninguna de las dos funciones que han de estar presentes entre las determinaciones de la subsunción como categoría desarrollada. Una, que ya he citado en diversas ocasiones, la resistencia por parte de lo subsumido; la otra, aludida pero no explícitamente mencionada, y que viene a ser el envés de la anterior, la conveniencia de la subsunción para lo subsumido.
En la lectura de los Grundrisse, como acabo de mostrar, en ningún caso aparece explícitamente la resistencia de lo subsumido; al contrario, se acentúa el efecto de dominio de la forma subsuntiva, sea ésta el dinero, el capital, la máquina o la ciencia, pero sólo para resaltar su dominación o la correspondiente sumisión o subordinación del trabajo y del obrero, nunca para hacer constar la resistencia de éstos, su autonomía latente bajo la subsunción. Por otro lado, tampoco aparece explicitada que la función global de la subsunción no sólo es “buena” o “conveniente” para el elemento estructuralmente dominante (para la “clase dominante”, si se prefiere), en tanto reproduce su hegemonía; sino que es “buena” o “conveniente” para la totalidad, en tanto que procura su reproducción, y, lo que puede ser más controvertido, “buena” o “conveniente” para lo subsumido, los elementos sociales dominados, en definitiva, los trabajadores.
Tal vez debiéramos decir, en este último caso, en vez de “buena” o “conveniente” algo así como “soportable” o “aceptable”. No entraré aquí en estas matizaciones; lo que realmente me importa es la coherencia, y el concepto coherente de subsunción ha de soportar que la “forma subsuntiva” de la totalidad no sea exterior, importada e impuesta por conquista, sino que en su momento originario ha de surgir de la propia estructura social de sus múltiples contradicciones y luchas internas, como una manera de instaurar una totalidad con equilibro; inestable, pero en equilibrio; cambiante, pero siempre reinstalándose gracias a sus catalizadores. Y así hasta que su elasticidad no dé para más, hasta que el modo de producción llegue a su final, y con su desaparición arrastre la faz de la formación social que articuló.
Pues bien, para conseguir que la forma general que subsume la totalidad se genere de forma inmanente, aunque sea como el Universo desde su Big-Bang particular, se ha de pensar que, aunque sea de forma efímera, la totalidad subsumida, y todos sus elementos, encuentran en su seno formas soportables de sobrevivencia, mecanismos plausibles para satisfacer sus necesidades. Y no me lo invento yo; una vez más, lo dijo Marx y, sobre todo, lo dijo por coherencia teórica y exigencia empírica. Si es cierto que sólo quien tiene que perder sus cadenas está en condiciones de una lucha final, lo ha de ser que mientras el reinado del capital tenga recursos para satisfacer las necesidades humanas seguirá con el viento a favor. Por eso debemos ponderar esta doble determinación de la subsunción: ha de ser conveniente para lo subsumido y ha de contar con su resistencia, que dependerá de la conveniencia que vea en la subsunción.
Volvamos al texto de Marx. Ya he dicho que, en realidad, la subsunción aparece en el texto mayoritariamente en su uso convencional, como mera descripción de la subordinación-dominación, e incluso a veces de forma un tanto marginal y sustituible, acompañando a alguna valoración o comparación contextual. Unas veces menciona de pasada las carencias de la subsunción capitalista en algún momento determinado:
“La maquinaria no perdería su valor de uso cuando dejara de ser capital. De que la maquinaria sea la forma más adecuada del valor de uso propio del capital fijo, no se desprende, en modo alguno, que la subsunción en la relación social del capital sea la más adecuada y mejor relación” [13].
Otras, para referirse a la subsunción de los elementos naturales, usados como medios de trabajo, bajo su trabajo, en su actividad productiva; o sea, para expresar el mero dominio del hombre sobre los instrumentos naturales de producción:
“El hombre, no bien tiene que producir, está decidido a servirse directamente, como medios de trabajo, de una parte, de los objetos naturales existentes y -como correctamente lo señaló Hegel- los subsume en su actividad, sin ulterior proceso de mediación” [14].
Y, por supuesto, no faltan los usos del término subsunción para referirse a relaciones generales, como la del capital sobre los salarios, medio necesario para la subsunción general de la producción bajo el capital, nos dice Marx:
“Mientras los salarios se regulan a través de tales disposiciones, no se puede decir aún ni que el capital haya subsumido en cuanto capital la producción, ni que el trabajo asalariado haya alcanzado el modo de existencia que le es adecuado” [15].
De ahí que insista en que, a mi parecer, el concepto apenas ha sido desarrollado, y la relación de subsunción se presenta aún en gran medida como una inclusión tópica, donde lo universal ejerce su hegemonía e impone límites y funciones a lo particular subsumido; todo ello, claro está, sin infravalorar la importancia, en sí y para el posterior desarrollo de la categoría, que tiene la expansión del uso del término al campo de la producción y cada vez de forma más variada y extensa.
Lógicamente, siempre hay alguna excepción. Por ejemplo, hay un caso en que aparece apuntado y más o menos implícito cierto desarrollo del concepto; me refiero al momento en que comenta que el desarrollo del patrimonio mercantil puede ser considerado “como desarrollo del valor de cambio y, por lo tanto, de la circulación y de las relaciones monetarias en esa esfera”. De manera un tanto sincrética, y por vía negativa, incide en el concepto de subsunción, pues nos viene a decir que, en un escenario de economía mercantil simple, la acumulación de riqueza puede seguir su camino al margen de las condiciones de vida del trabajador. La existencia económica de éste, curiosamente, no está aún subsumida en el proceso de acumulación de capital; lo que equivale a decir que la vida del obrero corre al margen del capital. Por tanto, podemos pensar que el trabajo no está subsumido (aún) en el capital, sin duda porque éste no es hegemónico (aún). Dice Marx:
“Esta relación por un lado nos indica, sin duda, la autonomización, el apartamiento de las condiciones laborales -que cada vez más proceden de la circulación y de ella dependen con respecto a la existencia económica del trabajador. Por otra parte, esta última aún no está subsumida en el proceso del capital. El modo de producción, por ende, todavía no se modifica esencialmente. Donde esta relación se repite dentro de la economía burguesa es en las ramas poco evolucionadas de la industria, o en aquellas que aún forcejean por salvarse dentro del moderno modo de producción. En ellas subsiste la explotación más odiosa del trabajo, sin que aquí la relación entre el capital y el trabajo porte en sí, de alguna manera, la base del desarrollo de nuevas fuerzas productivas y el germen de formas históricas nuevas. En el modo de producción mismo el capital aún se presenta aquí subsumido materialmente en los trabajadores individuales o en las familias de trabajadores, sea en el taller artesanal o en la agricultura en pequeña escala. Tiene lugar una explotación por el capital, sin el modo de producción del capital” [16].
Escenario muy interesante, que corresponde a una fase en la que el capital aparece “subsumido”. Aún no hay una “forma capital” que subsuma la totalidad de la producción y del sistema social; pero ya hay “capital”, valor que se valoriza. Y este juego entre el “capital” elemento de la producción (con diversas figuras) y la “forma capital”, que no es el capital, sino la organización de la totalidad cuando la producción capitalista ha devenido hegemónica en la producción, cuando ha logrado subordinar a las restantes formas de producción que coexisten en un momento histórico, en definitiva, cuando el capital es el elemento dominante, me parece esencial para la elaboración desarrollada del concepto de subsunción.
En fin, en el tercer volumen de los Grundrisse permanece el uso escaso, disperso y usualmente descriptivo de la subsunción. En el conocido “Cuaderno B” apenas se usa seis o siete veces. Unas veces es para mencionar la subsunción de los sujetos del intercambio en la división del trabajo de forma directa, sin mediaciones: “Otro supuesto del intercambio, supuesto que afecta al movimiento en su conjunto, es que los sujetos del intercambio producen en cuanto subsumidos en la división del trabajo social” [17].
Otras veces se describe esa misma relación de subsunción de los sujetos productores en la división del trabajo, pero por mediación del valor de cambio que producen:
“El supuesto básico de que los sujetos de la circulación han producido valores de cambio, productos que están puestos de manera inmediata bajo el carácter determinado social del valor de cambio, y por tanto que al producir estaban subsumidos bajo una división del trabajo de determinada formación histórica, incluye una serie de supuestos que no derivan de la voluntad del individuo ni de su inmediata condición natural, sino de condiciones y relaciones históricas en virtud de las cuales el individuo ya se encuentra determinado socialmente, por la sociedad; así como este supuesto implica relaciones que se representan en otras relaciones de producción de los individuos, distintas de aquellas relaciones simples en las que se enfrentan en la circulación” [18].
También se usa la subsunción para describir la subordinación de los sujetos a las relaciones económicas:
“En el precio, en la moneda y el dinero, estas relaciones sociales se presentan como relaciones que les son exteriores y bajo las cuales son subsumidos. La negación en una determinación de la mercancía es siempre su realización en la otra” [19].
Tal vez la relación de subsunción más citada refiere a la subordinación de los individuos respecto al dinero, en sus diversas figuras, incluso la más universal y abstracta:
“Es ante todo en el dinero, y precisamente en la forma más abstracta, y por ende la más carente de sentido, la más incomprensible -una forma en la que se ha abolido toda mediación-, en donde se hace visible la transformación de las relaciones sociales recíprocas en una relación social fija, anonadante, que subsume a los individuos” [20].
No faltan alusiones a otras formas de subsunción, ausentes en el capitalismo, de los individuos en la comunidad; alusiones que, si más no, contribuyen a ensanchar el campo de relaciones a que se aplica el concepto, función que no implica de modo inmediato su desarrollo pero que va delimitante el campo semántico que habrá de cubrir, y por tanto su contenido:
“Producen en y para la sociedad, como seres sociales, pero esto a la vez se presenta como mero medio de objetivar su individualidad. Como no están subsumidos en una entidad comunitaria de origen natural, ni, por otra parte, subsumen a ellos, como seres conscientemente colectivos, la entidad comunitaria, ésta debe existir frente a ellos -los sujetos independientes- como un ente que para esos sujetos es como una cosa, igualmente independiente, extrínseco, fortuito. Es ésta precisamente la condición para que esas personas privadas e independientes estén a la vez en una interconexión social” [21].
Texto que revela la división del trabajo, que aparentemente divide fragmenta y separa, como expresión de la genuina forma social, colectiva, en el capitalismo, donde todo empuja a una visión individualista, en fines y funciones, al tiempo que avanza y se extiende la socialización del trabajo a marchas forzadas. O sea, la forma capital usa la socialización técnica como forma de producción reproductiva del capital, como forma subjuntiva de producción de valor,
5.3. En los otros manuscritos posteriores, el tratamiento del concepto es muy semejante pero su uso se intensifica. Efectivamente, desde el borrador de 1961-63 la subsunción está más consolidada en el texto, tanto por su uso, un poco más frecuente, como por aparecer el concepto ya más definido y con pretensiones de fundamentación teórica de nuevas relaciones. En este sentido, lo más relevante es que la subsunción ya aparece considerada por Marx como una forma de inclusión de las particularidades del proceso de trabajo en la forma del proceso de valoración; y esta relación entre estos dos procesos, el de trabajo y el de valorización, cuya representación adecuada parece exigir que se recurra a la categoría de subsunción, es tanto más importante cuanto que es también la última y definitiva determinación del concepto de capital. O sea, el gran objetivo filosófico de Marx en su reflexión económica es producir el concepto acabado de capital (el definitivo, el acabado, que recoge su historia, sus formas y metamorfosis, la complejidad de sus relaciones), se alcanza aquí, en este momento de su obra, y se consigue precisamente en el mismo momento en que ha de echar mano de la nueva categoría, como si ésta fuera imprescindible para la representación de la realidad, para la producción teórica de la misma.
En cierto modo, el proceso de valorización expresa la universalidad abstracta; pero aquí, en su relación de subsunción con el proceso de trabajo, no hace de universal frente al particular; al fin, el proceso de trabajo no es aquí un particular, sino que tiene su propia universalidad. Quiero decir que la relación de subsunción entre ambos procesos no responde ya a la tópica inclusión, subordinada y dependiente, de lo particular en lo universal. Tampoco corresponde a una relación tipo forma-contenido, pues si bien el proceso de trabajo intuitivamente nos aparece con su ostentoso cuerpo material, no deja de tener su forma propia, forma técnica, bien diferenciada; y, por otro lado, si bien los elementos del proceso de valorización son muy abstractos, también tiene su contenido material (el valor) y su forma (valorización por acumulación de plusvalor). No debiera confundirse, por tanto, la relación de subsunción entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto, o entre el valor y el valor de uso, con la propia entre proceso de valorización y proceso de trabajo.
En cualquier caso, lo que de momento me interesa subrayar es que esta relación, aparentemente de subsunción, entre los procesos de valorización y de trabajo ya es ajena tanto a la tópica entre universal y particular como a la convencional entre forma y contenido, en que solía condensarse la subsunción. Ahora las abstracciones tienen existencia real, tienen potencia de subsumir el mundo y la vida; el proceso dominante es una realidad, perversa pero real, que subsume al proceso dominado, lo usa parasitariamente como su cuerpo; ahora la relación de subsunción expresa una realidad encantada y, en clave existencial, ontológicamente invertida.
Ahora bien, en la relación que Marx establece entre ambos procesos se manifiestan las propias carencias de su concepto de subsunción. En rigor entre ambos procesos no hay subsunción; hay contradicción, y en consecuencia hay dominación, lo que nos empuja a caer en la confusión. Si esa relación se identifica con la subsunción nos embarcamos en un concepto de la misma que expresa mal la realidad. Aunque Marx usara el término en ese sentido, y aunque el discurso postmarxista contemporáneo lo haya canonizado, considero conveniente afinar de forma más exigente la categoría, situarla en su lugar propio y distinto del de la contradicción, y fijar su relación con ésta.
Los procesos de trabajo y de valorización cumplen dos fines irrenunciables del capital, a saber, producir valor de uso y producir valor; y ambos fines los carga sobre el cuerpo material de la mercancía, que hace de vagón de transporte de ambos. Aunque al capitalista, subjetivamente, le importe sólo el plusvalor, tal que si pudiera fabricarlo sintético y sin trabajo lo haría con gusto, como representante del capital sabe que objetivamente el plusvalor viaja inseparable y confundido con el valor usando el cuerpo de la mercancía, lo que le hace amar el proceso de trabajo como instrumento (fin instrumental o subordinado) del plusvalor. Por tanto, entre ambos fines hay diferencias y oposiciones, hay lucha y dominación, en definitiva, hay contradicción; existen y se enfrentan en el terreno propio de la contradicción, categoría que expresa esa particular coexistencia parasitaria siempre amenazada de desenlace suicida.
Entre los procesos de producción y de valorización hay contraposiciones, si se quiere, contradicciones. Y ahí, en esa lucha, hay dominador y dominado, hay un término que marca el ritmo del movimiento y otro que resiste como puede; hay subordinación y limitaciones; pero todas estas características no son suficientes para configurar y delimitar una relación de subsunción. La contradicción es conflicto, incerteza, desorden; su función, impuesta por la parte dominante, se concreta en impulsar, en llevar adelante la relación de dominación, en reproducirla; se alimenta de esa lucha y en ella se juega su existencia. Pero, como contradicción real, como conflicto real, su destino es siempre incierto; la relación de poder en su voluntad ciega de reproducirse puede resultar perversa, puede llevar a la inmolación o el suicidio. Controlar y neutralizar ese peligro, posibilitar la dominación intrínseca a la contradicción y aprovechar su fuerza para mover la historia, parece ser la función esencial de la subsunción, nueva relación que concreta la dialéctica y le aporta el sentido, que la contradicción siempre pone en peligro.
Marx introduce la perspectiva de la subsunción sobre esa base material de la contradicción; lo hace específicamente sobre la contradicción entre el proceso de trabajo y el de valorización, cuya oposición amenaza un desenlace inquietante, para conseguir algo así como unas reglas de juego en las que su lucha quede controlada en unos límites que garanticen la reproducción de cada uno de ellos, de los dos procesos, y por lo tanto de la totalidad que definen. En base a esto, la valorización es parte, y no puede ser la forma subsuntiva; esta función le está reservada a la forma capital, guardián de la totalidad, garantía última de la reproducción del capital como misión sagrada del sistema. Y que el proceso de valorización sea, en su confrontación con el de producción, parte de la contradicción, término dominante de la misma, no impide que en otro nivel de análisis haya de ser considerada como la forma hegemónica que subsume una pluralidad de elementos y relaciones del proceso de trabajo contradictorios entre sí, sobre los que ejerce su determinación para que, el conjunto, cumpla la función de valorización del capital.
De nuevo he de insistir, para contestar a las críticas que seguramente surgirán ante esta descripción por parte de quienes piensan desde otras coordenadas, que les gusta autocaracterizar de antimetafísicas, que no estoy postulando que esta forma equilibradora, reproductora, guardián del universo capitalista, sea una esencia errante, preexistente, que espera su hora como el ángel exterminador; todo lo contrario, la entiendo como el resultado concreto y prosaico, inmediato e inmanente, de la lucha por la sobrevivencia de ambos procesos, el del trabajo y el de valorización; o, si se prefiere expresarlo más subjetivamente, por medio de sus representantes personales, lo entiendo como la lucha entre obreros y capitalistas por sobrevivir, defendiendo cada uno la función del trabajo que garantiza su existencia, respectivamente la producción y la valorización. En cualquiera de los dos registros, es la superioridad de la determinación de sobrevivencia, presente en ambos procesos y en ambos sujetos, la que toma la forma de subsunción, es decir, una inclusión de ambos opuestos en una relación que marca entre ellos límites, subordinación y dominio soportables; una nueva relación que mantiene su lucha -pues ésta persiste y no puede acabar, en tanto tiene la forma de la contradicción- en un cierto equilibrio, inestable y móvil, entre el domino de uno y la resistencia del opuesto. En definitiva, una nueva relación que controla y regula la hegemonía del capital en torno al nivel de subordinación que necesita y posibilita la reproducción del capital.
El análisis marxiano, obviamente, no opera con este concepto de subsunción que venimos elaborando; quiero creer que no opera con él porque aún no dispone del mismo, aunque entiendo que apunta en esa dirección. En todo caso, la legitimidad del concepto no procederá de la autoridad de Marx, de haber sido real o virtualmente usado por él; su legitimidad le vendrá de su potencia para explicar la realidad, o sea, de su eficacia para revelar el modo de ser de la realidad, en este caso el proceso de trabajo capitalista. Aun así, en esta reflexión que llevamos a cabo sobre la subsunción pretendemos, además del objetivo teórico de desarrollar su concepto para enriquecer la ontología dialéctica, que potencia su potencia representativa, el objetivo historiográfico de evidenciar que Marx buscaba el concepto y, al buscarlo, apuntaba en esta dirección, empujado entre otras cosas por la voluntad de coherencia con su ontología dialéctica.
En esta segunda perspectiva quiero enfatizar que, si bien en este momento de su evolución intelectual algo ha avanzado en el desarrollo del concepto, como se revela en que ya apenas persisten las raíces etimológicas en el uso del mismo, queda camino por recorrer. Y un camino que no parece llano y directo, sino que a juzgar por el recorrido parece exigir giros, desvíos y pasos atrás que no debieran confundirnos, pues así funciona la producción teórica. Esto se aprecia en un hecho empírico comprobable, a saber, en el uso radical del término “subsunción” para referirse a un aspecto de la contradicción, el del dominio sobre lo subsumido, atento sólo al rostro del elemento más fuerte, el que aparece imponiendo su orden, fijando la ley y la forma. Esto es sin duda extraño a primera vista, pues en lugar de ir consolidando la subsunción como concepto diferenciado, distinto y exterior a la contradicción, a la que incluye y determina, la vacía de substancia y la disuelve en la contradicción. A todas luces parece un retroceso en la marcha hacia el concepto.
Mirémoslo no obstante más de cerca. En el tratamiento marxiano de la subsunción en estos textos económicos la clásica representación de la relación como la mera subordinación de lo particular concreto a lo universal abstracto ha sido desplazada y transformada por otra imagen en que la inclusión, básica en los orígenes del concepto, se ha diluido; esto es evidente. Tanto es así que la subsunción aparece como una mera relación de dominación, disolviéndose la inclusión, tan básica en los orígenes del concepto, y oscureciendo cualquier diferencia substantiva entre lo subsumido y entre esto y la forma subsuntiva. Podríamos describir este desplazamiento con licencia literaria diciendo que la imagen de un escenario interactivo, que acoge y regula la historia de una totalidad en la que se enfrentan los opuestos, ha dado paso a una escena de la lucha sin escenario que la limite, la delimite y la imponga condiciones; en esa escena el proceso de valorización usa y abusa del proceso de trabajo, lo parasita, lo domina y subordina, lo sangra, lo agrede y pervierte. Es una relación exterior, de opuestos irreductibles, unidos en la contradicción; el resultado, la forma resultante, se confunde con el factum de la batalla, con su perfil contingente, incierto, de sucesión de acontecimiento.
Este desplazamiento de la representación ha sido posibilitado por haber vaciado el contenido del concepto de subsunción, reduciéndolo en el uso al del dominio. En rigor el término ha dejado de nombrar una relación de inclusión nueva, a definir y desarrollar, para devenir un mero nombre, nuevo pero simple nombre de lo mismo, otro nombre de la dominación. Subsumir es dominar, esa es la clave de su uso.
Claro está, estas cosas suelen encerrar sus complejidades, que es donde s pueden descifrar los efectos. La subsunción se ha disuelto en la contradicción, ha pasado a expresar el dominio del capital sobre el trabajo, o de la valorización sobre la producción, en definitiva, el dominio del término dominante sobre el débil subsumido. De este modo la relación de subsunción pierde substantividad, se desvanece su función y estamos en el terreno de la contradicción, en la dialéctica clásica. Y así, casi sin darnos cuenta, también aquí caemos en ese “olvido de la diferencia” entre la contradicción y la subsunción, que nos desarma y arrastra a falacias lógicas e ilusiones ontológicas.
De entrada, el efeto más inmediato es la pérdida del concepto, cuya búsqueda y elaboración habíamos descrito ligado a la necesidad de pensar la realidad, de describir sus modos de ser. Reducida a dominio, tendrá el encanto de lo enigmático, pues decir que el trabajo o la vida “están subsumidos” bajo las fauces del capital parece añadir un plus, el del enigma, el de lo incomprendido, a la descripción habitual, “están dominados”, cuyos efectos erosionados por el uso habitual del término se han banalizado. Servirá, pues, para renovar la carga trágica de la crítica, pero a costa de perder eficiencia en el conocimiento y comprensión de la realidad capitalista; y, por tanto, se pagará un precio práctico en impotencia para resistirla y, en la medida en que se pueda, librarnos de ella.
En definitiva, disolver la subsunción en la contradicción es un paso atrás en el proceso lógico de desarrollo del concepto; un paso atrás que tal vez sea necesario para seguir adelante. Si nos fijamos bien, y visto a toro pasado, cuando ya hemos rehecho el camino y podemos comprender sus recodos, ese paso atrás en el fenómeno se visualiza como identificación de la subsunción con la dominación; o sea, se identifica la función de la forma subsuntiva con la función de una de las partes de la contradicción, el capital, pues ambas tienen un fin compartido, son solidarias. En ese “paso atrás” que se da al reducir la subsunción a la dominación que ejerce el capital simplemente se está describiendo el fenómeno del capital; se está tomando consciencia de la parcialidad de la función de la subsunción. Y esta consciencia favorece la determinación del concepto, al menos en dos aspectos. Por un lado, dificulta o impide la tendencia a pensar la subsunción como una forma neutral, de arbitraje, de equidistancia, frente a los términos de la contradicción, reivindicando que la forma capital es parcial, que bajo sus buenos modales es netamente solidaria con el capital en general y con los capitales individuales. Por otro, ayuda a comprender que, aunque su función inmediata es la hegemonía (del capital) ejerce una función mediata en la dominación (del capital). Sin duda esta disolución de la subsunción en la contradicción es un paso atrás, no está en línea con el desarrollo lógico del concepto, que exige su distinción y su exterioridad; pero es el paso obligado para revelarnos que, aun así, aunque el avance lógico exija no olvidar las mediaciones, sino todo lo contrario, tenerlas muy presentes pues su desvelamiento constituye el desarrollo de las mismas, también conviene mantener presente en el concepto el “fin último”, que a veces las mediaciones contribuyen a oscurecerlo.
El “paso atrás” ya nos advierte de que la dirección era la buena, y nos empuja a recorrerla sin salvar o pasar por alto los recodos y cruces que nos exigen respetar todos los momentos del trayecto. Hemos de comprender, pues, que la subsunción es una relación diferente y exterior a la contracción, aunque indisolublemente ligada a ella, como buena aliada. Y esta exterioridad, que aquí he enfatizado pero que en los textos marxianos apenas aparece insinuada y con frecuencia disimulada, -lo que ha permitido que en el presente el post-marxismo llevara a cabo la sustitución definitiva, su identificación con la dominación-, no es nada trivial, es la clave del concepto, Así se explica que la problemática reaparezca, con otros protagonistas en escena, nada más y nada menos que en el Capítulo VI (Inédito), precisamente en el momento de establecerse la paradigmática distinción marxiana, en el seno mismo del concepto de subsunción, entre subsunción formal y real: “formal” implica subordinar, “real” es destrucción-creación de un proceso de trabajo nuevo. Volveremos sobre esto [22].
6. El Capítulo VI Inédito, fuente oracular de la subsunción.
Como ya sabemos, es especialmente en el manuscrito dedicado a los “Resultados del proceso de producción inmediato”, conocido como Capítulo VI (Inédito), donde la subsunción emerge y se instala como tema u objeto de teorización; es aquí donde gana fuerza, como herramienta para la teorización de la producción capitalista, que se pone en marcha con formas nuevas que reclaman nuevas categorías para su representación; y, a algunas de estas categorías, por la importancia de la relación que están llamadas a representar, como es el caso de la subsunción, se les otorgará un lugar de preferencia. No importa que en este texto la conceptualización de la subsunción aún quedara inacabada e insatisfactoria, que sólo aparezca como intento o aproximación, útil para ir aclarando las ideas, pero no para cerrar la categoría; lo importante es que aquí ya aparece tematizada, y sale a escena requerida por un problema teórico esencial, nada más ni nada menos que el cierre definitivo del concepto marxiano de capital, como enseguida veremos. En consecuencia, su limitado desarrollo no quita a la categoría nada de su potencia, pues ya está puesta en relación con la realidad concreta que habrá de representar.
Por otro lado, las carencias del concepto en el Inédito corresponden al modo de exposición en un momento de la investigación; indican, en todo caso, que la investigación no está acabada, que está en desarrollo. El Inédito tiene esa virtud, entre otras, de manifestarnos que Marx ha puesto en marcha la producción de la categoría de la subsunción, que necesita en su teoría del capital. Y aunque en este texto no culmine le trabajo -tal vez por eso, junto a otras circunstancias, segregó el capítulo del proyecto y lo dejó en el cajón, aplazando la crítica de los roedores, esperando mejor momento-, la teorización se había puesto en marcha, y ya continuará en la cabeza aunque entre en pausa la escritura. La investigación seguirá su trabajo silencioso, reelaborando y afinando la categoría, como se aprecia en el uso de la misma en las páginas de El Capital, aunque no siempre le llegue el momento filosóficamente memorable de su aparición en escena en el orden de exposición completo y acabado, en la forma canónica del Maiestas Domini.
En filosofía nos gustan los conceptos publicados en el BOA, el Boletín Oficial de la Academia; sin menospreciar la exhibición, pues ayuda luego en el uso, deberíamos valorar más los conceptos investigados y aún no expuestos, los productos del trabajo (teórico) que aún no han sido etiquetados como mercancías, y que circulan con cierta clandestinidad. Digo esto porque, a pesar de las carencias en el desarrollo de la subsunción tal como aparece en el Inédito, la categoría había avanzado más de lo que su exhibición dejaba ver. En El Capital, en el Libro I, texto revisado en esas fechas, el concepto de subsunción se usa con mucha más intensidad y frecuencia de lo que se menciona; y, sobre todo, se usa con seguridad y funciones nuevas, lo que permite -y nos pide- un nuevo modo de exposición de su teoría; nos pide algo así como lo que decía Althusser, la extracción de la filosofía de su estado práctico en la ciencia, en la teoría del capital. Y algún día tendríamos que hacer este trabajo, largo y sostenido.
Podemos, por tanto, considerar que Marx ya ha incorporado el concepto de subsunción a su ontología, como un componente nuevo, como una determinación más del ser social, junto a la praxis, el materialismo, la historicidad, la contradicción dialéctica, etc.; el concepto está allí más y mejor desarrollado que lo expuesto en el Capítulo VI Inédito, insisto, invitándonos a buscarlo en misiones arqueológicas. Lo cual no impide reconocer que la falta de teorización explícita del concepto nos dificulte su mejor aprovechamiento (pienso, por ejemplo, en su teoría de la fase de acumulación del capital, donde habría tenido gran juego).
Cuando Marx aborda en el manuscrito, de forma directa, la conceptualización de la subsunción lo hace en un momento peculiar de su argumentación y en un marco teórico muy concreto, definido por el problema de la relación entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización. Es para mí, ya lo he dicho, el lugar áureo del libro, donde se decide el concepto marxiano definitivo del capital; y es también un espacio teórico donde nadie nunca había usado el término hasta entonces. Ya he señalado la extensión de su uso a otros importantes lugares, jurídicos, políticos o económicos, para explicar relaciones tan fundamentales como la existente entre la máquina y el trabajo, o entre el dinero-medio de cambio y el dinero-capital, etc. etc.; pero el lugar esencial, paradigmático, es el citado entre los procesos de trabajo y valorización, aunque algunos de los otros sean muy espectaculares. Pasamos, por tanto, a analizarlo sin prisas.
6.1. Marx divide el texto de los “Resultados del proceso inmediato de producción” en tres apartados [23], cada uno de los cuales describe un aspecto de la producción capitalista, que se caracteriza y define desde una función específica; y todas las funciones, en conjunto, quedan incluidas en el concepto, como rostros del mismo. El primero, el más empírico e intuitivo de estos rostros, presenta el capitalismo como producción de mercancías; el segundo, bastante más abstracto, pero con potencia descriptiva, como producción de plusvalor; no como productor de beneficios o ganancias, cosa común a otros modos de producción, sino específicamente producción de plusvalor, y su apropiación por mediación del plustrabajo. En fin, el tercero lo presenta o define como reproducción del capital, como producción y reproducción de las relaciones de producción específicamente capitalistas. O sea, el primero apunta a la materialidad del producto, al fenómeno; el segundo a la esencia abstracta de su función productiva; y el tercero a la función invisible, desplazada, de reproducción de las condiciones que hacen posible la producción. Tres rostros, tres figuras, tres funciones, en un solo proceso real, con un mismo cuerpo material, pero que dan lugar a tres conceptos, correspondientes a tres procesos abstraibles, distinguibles y analizables por separado.
Los tres deberían tenerse en cuenta al tratar de dilucidar el concepto definitivo -si es que los conceptos pueden cerrarse- de subsunción, pero aquí dejaremos de lado el primero, y nos centraremos, de entrada, en el segundo [24], donde directa y sostenidamente, volviendo una y otra vez sobre lo mismo, Marx aborda la construcción del concepto; después abordaremos el tercero, que en rigor culmina la construcción del concepto acabado del capital, cuando éste es visto desde la reproducción y no desde la producción, cuándo al fin se comprende que, para el capital, es más fundamental reproducirse que producirse, tal vez porque el primer proceso es condición de posibilidad y razón suficiente del segundo, y no a la inversa, aunque cueste verlo.
Fijémonos, pues, en la segunda caracterización mencionada del capital, la producción de plusvalor. Es a primera vista la que Marx ha ido buscando a través de los años, en sus estudios preparatorios, a través de conceptos previos que presentaban el capital como producción de mercancías, como trabajo asalariado, como apropiación de plustrabajo, hasta llegar a verlo como producción de plusvalor. De hecho le falta un paso, el tercer rostro, la tercera función señalada, que abordará en el apartado siguiente, cuando exprese que la determinación esencial del capital no es producir plusvalor y acumularlo, no es crecer; lo esencial es “valorizarse”, que es un concepto más sutil, que implica, por ejemplo, que en su lógica sea más determinante la reproducción de las condiciones de su existencia, de las condiciones que hacen posible la producción de valor, que la acumulación lineal y ciega de plusvalor. De modo semejante a como, para el organismo vivo, le es más importante disponer para mañana, para cada mañana, pata cada después, de un poquito de oxígeno para seguir respirando que gozar un presente sin horizonte de plena y exuberante oxigenación; todo ello por esa universal determinación ontológica inmanente de toda realidad a perseverar en el ser.
La idea de capital como valor que se valoriza es, pues, la culminación de la elaboración de la categoría. No obstante, esta categoría incluye las otras determinaciones; el capital no es sólo autovalorización, es también economía mercantil, hegemonía del valor de cambio, dominio del dinero-capital, trabajo asalariado, etc. etc. Que la determinación de la valorización sea la principal, la última, la que cierra la construcción de la categoría, sólo significa eso: que ésta, en el devenir histórico, se ha hecho transparente, se nos ha revelado con todas sus determinaciones, con todos sus contenidos. Y esa transparencia tiene lugar al final, cuando el capital, pasando por sus mil metamorfosis y aventuras, llega a su madurez; si se quiere ver con esperanza, cuando se acerca su fin, cuando no le quedan máscaras de relevo.
De momento partiremos de la idea del capital que enfatiza en el apartado primero de los “Resultados”, como “producción de plusvalor”. Quiero resaltar que aquí, en este texto, la originalidad no está en el enunciado, ya conocido en manuscritos anteriores, del hecho bruto de la producción de plusvalor, sino en la caracterización que hace de ese proceso. El capital produce plusvalor (idea que ya había descrito en extensión), sin duda, pero una nueva clave está en que la producción del plusvalor es un proceso invisible, sin presencia en el fenómeno, inmaterial, sin cuerpo propio; y, por tanto, parasitario de otro proceso que le presta el cuerpo, el proceso de trabajo. Aquí, en la relación entre ambos procesos, el de valorización y el de trabajo, se abre la puerta al concepto acabado de capital, como valor que se valoriza; y aquí, no podía ser de otro modo, reaparece de forma especial la necesidad de una nueva categoría que piense esa relación, que será la subsunción. Curioso y significativo que aparezca como necesaria a la teoría en el momento en que ésta se culmina.
En rigor, es imposible precisar que en el orden temporal fuera exactamente así, que en ese momento se revelara la necesidad de recurrir a la subsunción; lo más correcto es afirmar que, en ese momento, la reflexión marxiana se encontraba con el obstáculo teórico de no contar con la categoría requerida en su construcción lógica del concepto de capital; con laxitud podemos decir que tenía la necesidad de una nueva categoría para expresar las relaciones que permitían describir esa función de autovalorización del capital. Por contingencias, afinidades y analogías que ahora no vienen a cuento, y por tenerla a mano, como venimos resaltando, pues la había ido aplicando cada vez más extensamente en la descripción de las relaciones capitalistas de producción, Marx intentará construir esa nueva categoría a partir del desarrollo del concepto de subsunción, de uso filosófico habitual, redefiniéndolo adecuadamente. Y, como ya se sabe, la necesidad de recurrir, en la producción de conceptos, a una “materia prima”, se cobra su precio; buena parte de los problemas -tanto en Marx como en el discurso marxista actual- en torno a la subsunción proceden del hecho de haber partido de un uso anterior del concepto, condición del pensar humano. La materia prima pone habitualmente límites al producto, a sus usos y propiedades.
Leamos el primer párrafo de “La producción capitalista como producción de plusvalía”. Dice así:
“Hasta tanto el capital sólo se presenta bajo sus formas elementales -en cuanto mercancía o dinero- el capitalista aparece bajo las formas típicas, ya conocidas, de poseedor de mercancías o de poseedor de dinero. Por tal motivo estos últimos, empero, no son capitalistas en sí y para sí, de la misma manera que la mercancía y el dinero no son capital en sí y para sí. Así como la mercancía y el dinero sólo bajo determinadas premisas se transforman en capital, el poseedor de mercancías y el de dinero únicamente bajo esas mismas premisas se convierten en capitalistas” [25].
Así de claro. O sea, el ser no es definido por una esencia que las cosas arrastren en su recorrido y puedan exhibir como credenciales eternas en todos sus momentos; el ser lo recargan las cosas en cada estación, en cada uno de sus lugares de existencia, en las posadas del camino que recorren; el ser de cualquier realidad se construye uniendo y articulando sus modos de ser, que va exhibiendo en cada ocasión en función de los límites del lenguaje en que se deja captar. Y esos modos de ser no los adquiere la cosa como una compra o elección libre y azarosa, sino que se recargan al ser cargadas con la función que la totalidad les asigna; el ser lo reciben las cosas, los entes, del universo donde aparecen, de la totalidad en que están subsumidas; y del vocabulario que les permite expresarse. Recordemos: a la levita no le importa si la usa el sastre, el buhonero o el banquero; la levita se somete indiferente -e impotente- a múltiples usos, vive su existencia en sus diversas figuras; unas veces es mercancía medio de vida del trabajador que la ha producido, otras es signo de estatus, de jerarquía, de reproducción de relaciones sociales, y otras es simple desecho útil en la marginalidad social. Ni siquiera el capitalista, sobre todo ellos, son capitalistas en sí y para sí, de una vez por todas; ninguno tiene naturaleza de capitalista, ni sangre aterciopelada; lo son si están en su lugar, si cumplen su función, si existen como capitalistas y por ser capitalistas. Y, sobre todo, si logran su reproducción; sólo así se merecen a sí mismos.
Si fetichismo es tomar la contingencia por naturaleza, los economistas suelen ser fetichistas. Es el error frecuente de los economistas, dice Marx, que deslumbrados por el hecho de que la mercancía o el dinero deviene con frecuencia capital, concluyen que siempre es capital, que su esencia no es otra que ser capital; como si lo llevaran grabado en la frente. Cometen un doble error (blunder): por un lado, el error de “identificar esas formas elementales del capital -el dinero y la mercancía- en cuanto tales con el capital”; y, por otro, el error de “considerar que el modo de existencia del capital como valor de uso -los medios de trabajo- es capital en cuanto tal”. O sea, el error de ver en los elementos de la producción la naturaleza del capital, con lo cual pueden ver capital en todos los lugares y todos los tiempos, pues en todos ellos hay producción. Ocultan así que el capital nace y se agota en unas específicas relaciones sociales, en unas bien determinadas funciones. Seguirán viajando siempre las mercancías, los medios de trabajo, el dinero, y hasta quién sabe si el valor…, pero no el capital, que se habrá agotado con su último ciclo.
No caer en estos errores es muy importante para cualquier estrategia de alternativa anticapitalista, y en particular la socialista, pues Marx nos está diciendo que los elementos y las relaciones técnicas que intervienen en el proceso productivo qua proceso de trabajo no tienen esencia capitalista hasta que no funcionen en un proceso capitalista de producción, subsumidos al orden del capital; en otras palabras, que no tienen esencia capitalista mientras no intervengan, y en la medida en que lo hagan, en el proceso de valorización, subordinados a éste, a la reproducción del capital, subsumidos en la forma capital. Por tanto, que las mercancías, el dinero, la tecnología, los métodos de trabajo…, conforme a su concepto, son nómadas y apátridas, que carecen de alma, aunque en la existencia real -¡y siempre tienen una existencia real!-, quedan fijados y tutelados por un padre-poder putativo que los somete, les da el apellido y, de paso, pone esencia a su ser.
Pero no es éste el problema que aquí nos preocupa. Lamentablemente no podemos hacer todo el recorrido del capítulo, aunque os aconsejo que hagáis ese camino, y que lo hagáis sin prisas. En el mismo encontraréis una exposición simplificada de esa peculiaridad del capital de, mediante el proceso de trabajo, cuyo fin social es producir valores de uso, subrepticiamente generar valor, intangible, oculto y poderoso como los dioses en sus templos. Encontraréis el desciframiento del enigma de esos cambios de esencia, que algunos prefieren llamar máscaras. Máscaras o esencias, da igual; lo que cuenta es la función, y ésta es, como dice Marx, muy transparente: “Los medios de producción se presentan aquí no sólo como medios para la realización del trabajo, sino, exactamente en el mismo plano, como medios para la explotación del trabajo ajeno" [26]. Una nueva función, que duplica la primera, a la que no pueden renunciar, pero que impone una jerarquía, invierte la hegemonía y hasta recrea el significado de las cosas. Así, lo productivo deja de denotar la función natural del trabajo, la producción de cosas útiles, de valor de uso, la satisfacción de necesidades humanas universales, para devenir nombre de una función social particular, de la producción de valor, de cosas útiles para el capitalista, de la satisfacción de necesidades de una clase particular; se añade al fin natural del trabajo el fin natural del capital, poniendo a éste en el puesto de mando, ejerciendo la hegemonía. Se ha roto la unidad de sentido: los puntos de vista de la sociedad y del capitalista se han escindido, no llaman “producción” al mismo proceso; para uno es riqueza social, para otros es valor capital.
Encontramos aquí descritos algunos efectos de la subsunción, que nos ayudan a rellenar su contenido. Lo subsumido, en este caso el proceso de trabajo, cambia de esencia al asumir otra función que la que tenía o tuvo en su origen: de producir valores de uso sociales a producir valor privado, de reproducir la vida social a reproducir el capital. Cambio de esencia radical, pero no absoluta, no por substitución total, no por negación y aniquilación de la esencia anterior, sino por duplicación, por escisión. Con ese cambio en la función o esencia del proceso de trabajo aparece la contradicción en su seno, la escisión implica la diferencia, y ésta la lucha, entre producción y valorización, que exige una forma de gestionarla, una forma de evitar que se destruyan.
Ya tenemos, pues la resistencia como determinación necesaria; ya tenemos la subordinación, siempre dirigida por el elemento dominante, el que está al servicio del capital, que da nombre y sentido a la totalidad; y ya tenemos la doble necesidad de sobrevivir, del proceso de producción de bienes de vida y del proceso de producción de valor, enfrentados y amenazados en una lucha por la existencia que parece condenada a buscar una forma que permita la subsistencia de ambas; así aparece el horizonte inevitable de la subsunción, que funcionará mientras la forma capital consiga el equilibrio, y que dará paso a otro orden productivo y social cuando no logre gestionar con eficiencia las contradicciones.
6.2. Como digo, no seguiremos todo el recorrido del capítulo, pero, de forma oportunista, nos incorporamos al camino en un recodo importante, a saber, cuando Marx aborda en directo la idea que viene perfilando y que le lleva al sancta sanctorum del misterio del capital; ese momento especial de la liturgia en que “el proceso de trabajo se convierte en el instrumento del proceso de valorización, del proceso de la auto-valorización del capital, que no es otro que el de la creación de plusvalía” [27]. Es decir, cuando ya de forma abierta nos describe que el fin “natural” del proceso de trabajo, que era siempre un fin social, el fin de proporcionar valores de uso, medios de vida, aparece irremisiblemente travestido ya en “instrumento” perverso de su negación; el proceso de trabajo, aunque no se ha vaciado de finalidad propia, pues no puede negar su naturaleza, sí se ha enajenado, se ha subordinado a la realización de otro servicio, el de producir plusvalor para otro amo, ahora privado, el propietario del capital. No se ha negado a sí mismo, pues sigue actuando conforme a su naturaleza, sigue produciendo bienes, pero su esencia de productor se ha escindido, ahora produce bienes de vida y valor, se ha escindido, en gran medida se ha suplantado a sí mismo, ha de vivir una doble vida, una existencia escindida y contradictoria, repartiendo sus lealtades entre lo que tiende naturalmente a ser y lo que es forzado y acepta ser. Y es aquí, en este contexto teórico, como si Marx buscara un concepto para describir y explicar esa subversión del sentido del trabajo, donde por vez primera en el Inédito aparece el término “subsumption”, en latín, como invocando un concepto fuerte, como situando la escena en el interior de un ritual. Y nos dice Marx, en una cita que dividimos en dos partes para el análisis:
“El proceso de trabajo se subsume en el capital (es su propio proceso) y el capitalista se ubica en él como dirigente, conductor; para éste es al mismo tiempo, de manera directa, un proceso de explotación de trabajo ajeno” [28].
O sea, usa “subsunción” para significar la inclusión y subordinación del proceso de trabajo en el proceso de producción capitalista, que en su esencia es proceso de producción de valor, hecho que enfatiza al describir el rol directivo que toma el capitalista en el proceso. La cita habla de que el proceso de trabajo pasa a ser un proceso capitalista (“es su propio proceso”, dice), en cuanto pasa a hacer lo que el capitalista espera de él, en cuanto pasa a producir valor, que es lo que exige el capital, lo que para éste es productivo”. Pero, si afinamos un poco el análisis, el contexto refiere a una relación entre dos procesos, el de trabajo y el de valorización, que supone una subversión del sentido, del ser, del primero, del subsumido; refiere, por tanto, a la aparición de la escisión, de la contradicción, de cierta violencia y, en consecuencia, de una nueva jerarquía, con una nueva hegemonía. ¿Podemos caracterizar ese escenario como subsunción? ¿Responde al concepto? A mi entender sí, en tanto que no se afirma la subsunción del proceso de trabajo en el de valorización; entre éstos hay enfrentamiento, oposición, dominación, pero no subsunción; la subsunción que se atribuye en la cita se predica de la relación entre el proceso de trabajo y el capital. Ciertamente, que Marx use el término “capital” permite cierto equívoco, pues por inercia se tiende a pensarlo como “medio de producción” o incluso por su personificación, en la figura del capitalista; pero si entendemos que Marx usa aquí el término de manera general, para designar el proceso general, o sea, con el significado preciso de forma-capital, se clarifican las cosas. Así podemos distinguir el territorio de la contradicción, donde se enfrentan los dos procesos, el de trabajo y el de valorización, y el de la subsunción, en que dicha contradicción, y sus términos, quedan incluidos en la forma capital, que pone sus límites y subordina la lucha a la condición inexcusable de permitir y hacer posible la reproducción de la totalidad.
Podemos detectar en la cita cierta alusión implícita a la dialéctica, a la contradicción entre dos finalidades (producir bienes de vida y producir valor), a la lucha entre el trabajo y el capital. Esa oposición de finalidades expresa el enfrentamiento de los dos procesos. Es una contraposición como otras posibles en el análisis entre elementos, relaciones o procesos particulares (como entre valor de uso/valor de cambio, entre trabajo concreto/trabajo abstracto, entre fuerzas productivas/relaciones de producción, o entre base/sobreestructuras), conceptos todos ellos más o menos concretos, más o menos extensos; es una relación de subsunción que ya es ajena a la tradicional inclusión de un término más particular en otro más universal, como manifiesta la evidencia de que es más universal el proceso de trabajo, presente en cualquier modo de producción, que el proceso de valorización del capital, exclusivamente capitalista; en fin, es una relación que, aunque Marx no lo explicite de manera suficiente, ya incluye buena parte de los contenidos que definirán la categoría desarrollada.
Quiero poner el máximo énfasis en esta relación de los dos procesos, que es constitutiva y constituyente del modo de producción capitalista; la presencia y desarrollo de ambos mide la presencia y desarrollo del capital. Y quiero poner el énfasis de que la principal carencia teórica marxiana en la elaboración del concepto de subsunción nace, precisamente, en la insuficiente caracterización del proceso de valorización como elemento de la contradicción y el consecuente desplazamiento del uso de ese concepto al terreno de la subsunción. Veámoslo primero en su texto, en la segunda parte anunciada de la cita, que recojo en extenso para que se pueda apreciar bien contextualizada la descripción que nos hace de la relación de subsunción entre ambos procesos, relación básica que dará entrada a todo un amplio abanico de relaciones propias del capitalismo. Marx dice, comentando los cambios en el proceso de trabajo que aparecen en su creciente subsunción bajo el orden del capital:
“El proceso de producción se ha convertido en el proceso del capital mismo, un proceso que se desenvuelve con los factores del proceso laboral en los cuales se ha transformado el dinero del capitalista y que se efectúa, bajo la dirección de éste, con el fin de obtener del dinero más dinero. Cuando el campesino antaño independiente y que producía para sí mismo se vuelve un jornalero que trabaja para un agricultor; cuando la estructuración jerárquica característica del modo de producción corporativo se eclipsa ante la simple antítesis de un capitalista que hace trabajar para sí a los artesanos convertidos en asalariados; cuando el esclavista de otrora emplea como asalariados a sus ex-esclavos, etc., tenemos que procesos de producción determinados socialmente de otro modo se han transformado en el proceso de producción del capital. Con ello entran en escena modificaciones que ya analizamos anteriormente. El campesino ayer independiente cae, como factor del proceso productivo, bajo la sujeción del capitalista que lo dirige, y su ocupación misma depende de un contrato que como poseedor de mercancía (poseedor de fuerza de trabajo) ha estipulado previamente con el capitalista como poseedor de dinero. El esclavo deja de ser un instrumento de producción perteneciente a su empleador. La relación entre maestro y oficial desaparece. El maestro, que antes se distinguía del oficial por su conocimiento del oficio, se le enfrenta ahora tan sólo como poseedor de capital, así como el otro se le contrapone puramente como vendedor de trabajo. Con anterioridad al proceso de producción todos ellos se enfrentaban como poseedores de mercancías y mantenían entre sí únicamente una relación monetaria; dentro del proceso de producción se hacen frente como agentes personificados de los factores que intervienen en ese proceso: el capitalista como "capital" el productor directo como “trabajo”, y su relación está determinada por el trabajo como simple factor del capital que se autovaloriza” [29]
Efectivamente, estamos ante el reino del capital, erigido en sujeto del nuevo modo de producción y que ejerce su hegemonía en las distintas esferas de la formación social que instituye. Comienza diciendo que “el proceso de producción se ha convertido en el proceso del capital mismo”, que bajo la subsunción ha cambiado su ser y su destino; y mientras va describiendo los cambios en las relaciones en ese proceso de subsunción añade con contundencia que “procesos de producción determinados socialmente de otro modo se han transformado en el proceso de producción del capital”. Éste es el nuevo sentido del trabajo, producir el capital; no hay cambio radical posible, la subsunción anula, falsifica o invierte la esencia de las cosas subsumidas. Y es así porque siempre, bajo cualquier forma de subsunción, y no es posible escapar de ellas, los sujetos son meras personificaciones de los factores de la producción; por eso el capitalista como personificación del “capital” y el productor directo como personificación del “trabajo”, en la escena que visibiliza la subsunción al capital quedan irremisiblemente determinados por la función de ésta, a saber conseguir que el trabajo sea nada más y nada menos que el “factor del capital que se autovaloriza”.
Pero insistamos un poco más en la estructura de la subsunción del trabajo en el capital. Marx ya había dicho, como recogimos en la cita anterior, que “el proceso de trabajo queda subsumido en el capital”. Dicho así y leído en su literalidad puede generar dudas, como antes he expuesto; dudas sobre todo en cuanto no encaja con precisión en el concepto de subsunción que pretendo elaborar de la mano de Marx, y que prima facie considero conforme con su objetivo. Incluso podría sospecharse que la insistencia en la subsunción de los diversos elementos del proceso de producción en el capital contradice el sentido que intento otorgar al concepto de subsunción. Efectivamente, si la reflexión se limita a presentar la subsunción del trabajo, de sus medios y sus fines, de sus resultados y sus actores, en el capital, formulado en abstracto, y se refuerza con los momentos en que el propio Marx habla de subsunción del proceso de trabajo en el proceso de valorización, podría razonablemente concluirse que, puesto que la valorización es el proceso propiamente capitalista, la subsunción en Marx habría de quedar así formulada: o bien de forma genérica, como relación de inclusión y subordinación de todos los elementos al capital, o bien de forma simbólica o parasdigmática, como relación de inclusión y subordinación del proceso de trabajo al proceso de valorización. En ambos casos, pues, la subsunción se identifica a la contradicción, y su acción efectiva es de dominación directa e inmediata sobre el trabajo, su proceso e instrumentos. Y en ambos casos, por tanto, es contradictorio con lo que he dicho más arriba, a saber, que la subsunción no consiste propiamente en la relación entre los dos procesos, el de trabajo y el de producción de valor, o dos elementos, el trabajo y el capital, sino en la relación dialéctica de ambos, en su contradicción, con la forma capital que los incluye, los controla y limita, los gestiona y dirige; en definitiva, la relación de la contradicción con la forma que ejerce sobre ellos su hegemonía.
Insisto, esa interpretación tiene su apoyo en la literalidad de los textos marxianos y en la insistencia de los mismos en esas expresiones. Desde ese enfoque puede razonablemente objetarse que, aunque sea bajo una deficiente expresión, lo que en rigor quiere decir Marx es que el proceso de trabajo queda subsumido en el proceso de valorización, o al menos en el proceso de creación de valor, si pueden distinguirse. Y he de reconocer que esa posible crítica apunta al corazón de mi tesis, a la exigencia de exterioridad de la subsunción y su distinción de la contradicción. No obstante, considero que mi propuesta también tiene su chance y, desafiando la literalidad, es más coherente con la ontología dialéctica marxiana. Para dilucidar la alternativa hemos de salvar el obstáculo de la determinación del sentido de esa idea marxiana de subsunción del proceso de trabajo en el capital; y, fijado el sentido, decidir si es o no compatible con la tesis de la exterioridad que defiendo, o si es más adecuado a la interpretación literal.
De entrada, quisiera llamar la atención sobre la diferencia entre las dos formulaciones de la objeción crítica mencionada, que he llamado forma general y forma simbólica o paradigmática. La segunda, que subsume el proceso de trabajo en el de valorización, es frontalmente contrapuesta al concepto de subsunción que propongo, al que le es intrínseco la exterioridad respecto a la contradicción; en cambio la primera, que subsume la producción y la vida en el capital, no la considero contradictoria y es un territorio que permite el acercamiento.
La verdad es que, en general, ambas hermenéuticas interpretan el texto un tanto literalmente, y aunque resistieran la prueba de lealtad al pensamiento marxiano, harían que la idea de la subsunción pareciera aún más confusa de lo que ya parece. Pero la confusión no es igualmente densa en una y en otra. La interpretación centrada en la subsunción del proceso de trabajo en el capital es imprecisa, pero sólo es imprecisa, no es contradictoria, como he dicho y enseguida argumentaré mejor; en cambio, hablar de subsunción del proceso de trabajo en el proceso de valorización no sólo es confuso, sino contradictorio con cualquier concepto de subsunción que no vacíe ésta en un término de la contradicción. Por tanto, prefiero asumir la evidente confusión del texto en su afirmación literal de que “el proceso de trabajo se subsume en el capital”, con la explícita matización de “(en su propio proceso)”, entre paréntesis, indicando esa confusión entre el proceso de trabajo y el proceso del capital, manteniendo la confusión, a hacer una tosca interpretación literal del tipo todo está subsumido en el capital, que lo domina todo; o a estirar el sentido del capital con ayuda del paréntesis, y ver en el propio proceso del capital el proceso de valorización, tal que llegaríamos a la forma simbólica de la interpretación, subsumiendo el trabajo y la producción en la valoración.
Como digo, prefiero quedarme con la confusión marxiana en el uso del capital y en la esquemática referencia a su “propio proceso”, y valorarlos como carencias en la expresión, que si algo explicitan son las insuficiencias en el concepto de subsunción que pone en escena, que le impulsarán a seguir buscándolo. Esas insuficiencias, al fin, pueden corregirse, pues al fin se trata de un uso insuficiente e inadecuado por parte de Marx de la diferencia entre capital y forma capital. Confusión, como he dicho y me reitero, comprensible en el recorrido que está haciendo en la producción del concepto, que le exige un cambio de territorio, un salto desde el ámbito de la contradicción al de la subsunción; una carencia expresiva propiciada porque en ambos territorios aparece la jerarquía del capital, la relación de subordinación, en la contradicción como dominio y en la subsunción como hegemonía, y en ambos casos el capital -aquí como término de la contradicción y allá como forma de la subsunción; en un caso como capital individual y en el otro como forma capital; ora momento de la producción, ora de la reproducción- en el puesto de mando. Es al menos comprensible que la confusión pudiera aparecer, y de hecho apareciera, en esos momentos augurales de desarrollo del concepto.
Al fin, con la benevolencia debida en la crítica, podríamos pensar que Marx, al hablar aquí del capital, no se ha situado en la perspectiva abstracta de la producción, sino en la más concreta de la reproducción; y si en la primera, en la producción, el capital aparece como un medio o elemento -aunque sea el más importante, el dominante, que conforma y dirige el proceso-, no ocurre así en la perspectiva de la reproducción, en la cual el capital aparece en todas partes, en el origen y el final, como un proceso de autocreación, como una forma capital. Y ese proceso de autocreación es la manera de concretarse, o simplemente otro nombre, de su proceso de valorización. Por tanto, no lograríamos hacer una corrección de fondo a la cita de Marx, pues, en la perspectiva de la reproducción, donde el capital no es elemento sino proceso, decir que el proceso de trabajo queda subsumido en el capital es algo muy parecido, si no lo mismo, a decir que queda subsumido en el proceso de valorización. Y eso es como decir que la producción de valor domina sobre la producción del valor de uso, lo cual es cierto y obvio, pero todo eso ocurre en el territorio de la contradicción, y ahí no ha lugar la subsunción.
Aunque el uso marxiano del concepto oponga fuerte resistencia, y aunque la interpretación literal tiene su atractivo, como vengo reconociendo, el concepto de subsunción ha de entrar en una ontología consistente, ya elaborada, constituida como dialéctica materialista, histórica y de la praxis. Y aunque, en la perspectiva de la reproducción, afirmar que el proceso de trabajo está subsumido en el proceso de valorización es una expresión más precisa, me parece menos correcta; y es así porque, de facto y de iure, la relación entre ambos no es ni puede ser de subsunción, sino de contraposición, que no excluye sino que funda la subordinación y la dominación, contenidos comunes que ayudan a interpretar la contradicción como subsunción. Y es que siempre volvemos al mismo obstáculo, el de la distinción entre los campos propios de la contradicción y la subsunción, que es una cara del problema del territorio de la dialéctica; necesitamos precisar bien esta diferencia.
6.3. Hay un nivel del análisis en el que los términos “proceso de trabajo” y “proceso de valorización” aparecen enfrentados y disputándose la hegemonía; es la oposición clásica trabajo/capital, el interés social del trabajo en la producción de bienes sociales y el del capital en revalorizarse. Su relación constituye la unidad de opuestos dialéctica; en esa lucha cada uno influye e incluso decide el ser del otro, pero siempre por condicionamiento exterior; en su oposición son exteriores y buscan negarse. No olvidemos que su relación dialéctica es, por un lado, una relación de exterioridad, pues el condicionamiento recíproco se ejerce desde la diferencia; por otro lado, obviamente, en la relación dialéctica el término débil también marca los límites del poderoso, como el siervo los del amo. O sea, el débil, aquí el proceso de trabajo, en tanto necesario para la subsistencia de la relación, y por tanto para la subsistencia del proceso de valorización, del capital, impone la finitud a la dominación; no puede ser aniquilado, ha de poder subsistir, permanecer en el ser (recordemos, resistencia y conveniencia son determinaciones de lo subsumido; recordemos el imperativo práctico, sólo así hay esperanza en la emancipación). En nuestro caso, el débil es el proceso de trabajo, pero le hemos de reconocer capacidad, potencia, para poner límites al fuerte, al proceso de valorización, pues su resistencia es la garantía de la contraposición, de la lucha. Necesitamos hacer algunas precisiones, para seguir avanzando.
Considero muy importante clarificar aquí la distinción entre la relación dialéctica y la relación de subsunción, sobre la necesidad de distinguirlas y precisar sus conexiones; sin esta distinción bien clarificada, con facilidad saltaremos de un nivel a otro, cayendo en confusiones conceptuales que entorpecen el análisis. En tal sentido, conviene poner de relieve que ambos procesos, el proceso de trabajo y el proceso de valorización (o las figuras humanas que los personifican, el trabajador y el capitalista), son términos de una relación dialéctica, no de una relación de subsunción. Es decir, aunque entre ellos aparezcan relaciones de resistencia, subordinación y hegemonía, todas ellas modos (o nombres) diversos de la dominación, expresan la exterioridad entre los términos, tal que la unidad, la totalidad dialéctica que configuran, precisa de una forma que la subsuma, o sea, que la delimite y organice, que marque los límites entre los términos de cada contradicción y entre el juego de sobredeterminaciones entre ellas. No hay, en rigor, subsunción del proceso de trabajo en el proceso de valorización, aunque así lo digamos usualmente; entre ellos hay unidad y contradicción dialécticas y los términos dialécticos no se subsumen entre sí, pues reduciríamos gratuitamente la contradicción a subsunción, dejando ciego el análisis; simplemente se oponen, luchan, se interdeterminan. En realidad, son ambos, y su relación dialéctica, la totalidad contradictoria que constituyen, los que quedan subsumidos bajo una forma dominante; en concreto y como he repetido hasta lo intolerable, ambos procesos, el proceso de trabajo y el proceso de valorización, están subsumidos en la forma-capital, que es la forma subsuntiva general del modo de producción capitalista y la forma principal de la formación social que el capitalismo instituye.
Claro está, si en el uso común se dice que en el capitalismo el proceso de trabajo está subsumido en el proceso de valorización, aparte de no ser grave si se tienen claros los conceptos, debe haber buenas razones. Y en este caso las hay. Una de ellas, tal vez la principal, es que en la relación dialéctica hay siempre un término dominante, que parece imponer inmediatamente su poder. Aquí seria el proceso de valorización el que domina el proceso de trabajo. Domina en la relación dialéctica, no en la relación de subsunción; pero ese dominio en la contradicción hace que tenga primacía en la subsunción. ¿Qué es esta “primacía”? ¿Cómo podemos describirla sin recurrir a nombres o conceptos del territorio de la contradicción? Ya lo iremos viendo; de momento, si se me permite la personificación, la subsunción ama la contradicción, la cuida, la controla y dirige; por tanto, siguiendo con la personificación, ama mantenerla y conservarla, ama reproducir su forma de dominio. En consecuencia, el término concreto que ejerce en la contradicción la función de dominio tiene “primacía” en la subsunción, es favorecido, pero no porque sea preferido, no por su ser en sí, sino por su ser para los oros -y aquí los otros son el nosotros de los capitalistas, que también tienen “nosotros”-. Su primacía le viene de su modo de ser capitalista; si un día pierde esa condición, perderá con ella la primacía en la otra vida. Por eso digo que la subsunción ama el capital, no a los capitalistas; éstos nacen y mueren bajo el palio de la subsunción. Al capital, como a la levita, le es indiferente quien lo saque a paseo; lo suyo es que haya baile, sin importarle los bailarines. Como el estado cuando es Estado, cuando es conforme a su concepto, que cuida celosamente de la propiedad privada sin importarle -qua Estado- quien acceda a ella.
Si la valorización dominara la relación de subsunción, determinándola en su favor, haría innecesaria esta relación, podría prescindirse de la forma capital, del orden del capital; y habría que pensar como posible en suicido del capital en su voracidad inmediatista de valor; si la valorización dominara la subsunción, en fin, subsumir sería equivalente a dominar, y no se trata de eso. El dominio tiene su lugar, sin duda; y la contradicción y el dominio en su seno es fundamental para conocer la realidad capitalista; pero esa realidad se deja ver y pensar mejor desde una dialéctica que incorpora la categoría de subsunción, y esa es la gran cuestión. Por esta razón vengo defendiendo la necesidad de fijar la contradicción como territorio diferenciado de la subsunción, pensar aquella como lugar de la dominación, y ésta de la hegemonía, y considerar siempre como intrínsecas a la subsunción otras determinaciones, como la de resistencia y la de conveniencia, que son como las coordenadas de la función de la subsunción, cuya mirada se centra en la posibilidad de la totalidad. La indistinción, el olvido de la diferencia, la identificación del dominio dialéctico con la hegemonía de la subsunción nos arrastra a la parcialidad, a visiones incompletas y, al fin, erróneas. Hemos de pensar que el proceso de valorización, qua proceso, no es un fin en sí mismo, no es un absoluto, y mucho menos un “sujeto”. Si domina sobre el proceso de trabajo, en el fondo quien gana es el capital, que así se valoriza; pero para que esa dominación sea posible el proceso de trabajo ha de mantenerse, y mantener ciertas condiciones de reproducción, pues al fin el valor no lo produce la valorización como si fuera un proceso natural, un factum absoluto, como el maná bíblico, sino que sale de su cuerpo, del cuerpo común, sin el cual se arroja el niño con el agua de la bañera.
Recordemos la lección de aquel inigualable personaje llamado Claude Henri de Rouvroy, (1760-1825), conde de Saint-Simon. Supongamos, decía, que Francia perdiera sus 50 mejores físicos, sus 50 más cualificados químicos, sus 50 fisiológicos más distinguidos, sus 50 banqueros más ingeniosos, sus 50 comerciantes más avispados, sus 50 más experimentados agricultores, maestros, artesanos y hombres de genio. ¿Qué sería de la France? Un desastre nacional. Supongamos ahora que toda esa gente de ingenio y sabiduría sobrevive, pero en cambio desaparecen en un solo día el hermano del rey, los cardenales y los obispos, los magistrados y oficiales administrativos y militares, los ministros con o sin cartera, los consejeros, los mariscales, prefectos y subprefectos, todos los funcionarios… y los 10.000 terratenientes y rentistas más ricos. ¿Qué sería de la France? Unos días de duelo sentimental, pues algunos de estos 30.000 individuos son buena gente, pero pasaría pronto y la nación no se vería afectada ni política ni económicamente. Saint Simon sabía muy bien la fuente de valorización del capital.
El proceso de valorización es sólo una estrategia del capital, está a su servicio, hasta el punto de que éste lo gestiona con mano fina; a veces el capital gana, sobrevive, se reproduce, modificando y aun moderando o debilitando un poco el proceso de valorización; al fin, como venimos viendo, la valorización ha de cuidar que el trabajo subsista, en ello le va la sobrevivencia. Por tanto, aunque la escena esté ocupada por la lucha entre proceso de trabajo y el proceso de producción, oculto entre bastidores el capital arbitra y dirige la lucha entre ambos. Y así se entiende el sentido de la frase de Marx al decir que el proceso de trabajo queda subsumido en el capital: basta entender aquí “capital” como forma capital, como forma subsuntiva, no como elemento, particular aunque hegemónico, de la producción, ni como proceso de autovalorización en la reproducción.
En rigor, no hubiera sido más claro decir que tanto el proceso de trabajo como el proceso de valorización están subsumidos en el capital; al fin, explicitar que el proceso de valorización está subsumido en el capital es una trivialidad; y, afinando más, tal vez fuera incorrecto, pues lo subsumido, qua subsumido, ha de ser exterior, ajeno, a la forma subsuntiva; y tal cosa no podría decirse del proceso de valorización, intrínseco e inmanente al capital. En consecuencia, me ratifico en la tesis de que lo más correcto es decir que ambos procesos, de trabajo y de valorización, están subsumidos en la forma-capital, forma subsuntiva general que gestiona el principio esencial del modo de producción capitalista, la tendencia a reproducirse del capital. Es la forma-capital la que, al subsumir los procesos de trabajo y de subsunción, subsume también la lucha entre ellos, la carga sobre su espalda; la forma capital subsume la escena y los elementos que en ella participan; y es esa forma, en tanto que dominante, la que decide las condiciones d reproducción del elemento dominante en la estructura dialéctica y la intensidad y el ritmo de su dominio; pero ella misma, como forma social dominante, es la expresión del dominio de los elementos dominantes en la contradicción. El elemento dominante, aquí el proceso de valorización es como el caballero que representaba al señor en el combate, sustituyéndolo en la ordalía. Solía ser el más poderoso, pero su verdadera fuerza no era propia, le venía del cargo, de la representación de su amo.
6.4. Volvamos al texto, a ese momento en que Marx ha formulado la subsunción del proceso de trabajo al capital, para indicar que sobre el primero, tomado como cuerpo, surge otro a sus espaldas, el proceso de valorización, que lo dominará definitivamente. Inmediatamente de esta constatación, en que se centra en la conceptualización de la subsunción, pasa a distinguir en el concepto una tipología, dos formas o figuras de esa relación, en un pasaje de los más citados por la literatura sobre el tema:
“Es esto a lo que denomino subsunción formal del trabajo en el capital. Es la forma general de todo proceso capitalista de producción, pero es a la vez una forma particular respecto al modo de producción específicamente capitalista, desarrollado, ya que la última incluye la primera, pero la primera no incluye necesariamente la segunda” [30].
O sea, la subsunción del proceso de trabajo en el capital, pensado como subordinación del primero al proceso de valorización, no agota la categoría de subsunción, sino que expresa una de sus formas, nada más una, la subsunción formal. Dice que “es la forma general de todo proceso capitalista de producción”; pero dice también que es a la vez “una forma particular respecto al modo de producción específicamente capitalista, desarrollado”; y añade, para darnos trabajo, que “la última incluye la primera, pero la primera no incluye necesariamente la segunda”. Aclaremos estas caracterizaciones.
Si es la “forma general” de todo proceso capitalista de producción, ha de estar siempre presente en el capitalismo; y como Marx distingue dos tipos o momentos en el modo de producción capitalista, uno “específicamente capitalista, desarrollado”, y otro no específico e, inferimos, no desarrollado, o no del todo desarrollado, la subsunción formal en tanto “forma general” ha de estar en los dos, en los dos momentos, o sea, a lo largo de todo el desarrollo del capitalismo. No debemos olvidar esto.
Por otro lado, es una “forma particular”; si es particular, es porque no es la única; por tanto, será particular cuando no sea la única. El contexto permite inferir, pues, que será la única forma de subsunción en el capitalismo no desarrollado y, en cambio, una forma particular cuando haya más, lo que ocurre en el capitalismo desarrollado. En este segundo momento o forma del capitalismo, que lógicamente será su fase madura, consolidada, posterior, que Marx no duda en caracterizar como “modo de producción específicamente capitalista”, o modo capitalista genuino, además de la subsunción formal, o “forma general” de la subsunción, aparecerá otra forma, específica del capitalismo desarrollado, que Marx denominará subsunción real.
De lo dicho hasta aquí se deduce que ambas formas tienen existencias separadas: sea porque sólo se da la subsunción formal o forma general de la subsunción, estando la otra, la subsunción real, ausente (lo que ocurre en la transición al capitalismo, en la primera fase de éste); sea porque, coexistiendo las dos, son formas distintas y tienen funciones bien diferenciadas (lo que se da en el capitalismo consolidado y desarrollado).
Ahora bien, Marx añade que “la última incluye la primera, pero la primera no incluye necesariamente la segunda”. O sea, la subsunción real incluye a la subsunción formal pero no necesariamente a la inversa. Aquí hay algo que chirría un poco. ¿Por qué habla de “inclusión” entre ambas? ¿Cómo la más universal puede estar incluida en la más particular? ¿A qué alude la determinación “necesariamente”? Hay otras muchas, pero contestemos estas tres cuestiones.
No es fácil entender el sentido de una relación de inclusión entre los dos tipos de subsunción. La inclusión implica que la relación subsumida pasa a formar parte del contenido de la forma subsuntiva; y esto aquí no tiene sentido, pues equivaldría a decir que en el capitalismo desarrollado se conserva el pasado precapitalista. Si Marx ha establecido la subsunción formal para poder pensar ese momento del capitalismo en que no hay un proceso de trabajo genuinamente capitalista, sino que al menos en parte se conserva el trabajo de modos de producción anteriores, pero imponiéndoles una subordinación tal que aporten valor al capital, ¿qué sentido tiene esa inclusión que conserva el pasado hasta en el capitalismo desarrollado? Esto no parece convincente.
Tampoco es fácil resolver la segunda cuestión. La subsunción formal, en la caracterización marxiana, es la más universal, y se mantiene a lo largo de la vida del capital. Si apareciera otra forma de subsunción nueva, ¿cómo podría ésta incluir -que supone conservar, pues la subsunción no es como la relación dialéctica, en la cual los términos luchan por negarse- una relación vieja que, además de lo dicho en el párrafo anterior, es más universal que ella?
En fin, hagamos un comentario sobre el “necesariamente”, que en su uso contextual implica dos cosas. Una, que no se cierra la posibilidad, sino que queda abierta, de que la subsunción formal incluya a la real; se afirma que “no necesariamente” será así, pero se induce a creer que puede serlo ocasionalmente, Dos, si esta inclusión, por estar abierta, se caracteriza como no necesaria, indirectamente se está afirmando la necesidad de la otra subsunción, la inversa, de la subsunción formal en el seno de la real. Lo cual es difícil de aceptar, pues no se dice nada respecto a las condiciones que hacen posible y necesaria la inclusión de la subsunción real en la formal, ni se aporta argumento alguno para hacer pensable la inclusión de una en otra.
Por tanto, es muy poco claro este texto en que se hace una primera caracterización de la subsunción formal, en su doble condición de forma general y particular. Como iremos viendo, el concepto necesita una densa y extensa tarea de refinamiento.
Ganemos un poco de altura para ver las cosas con más perspectiva. Tal vez deberíamos considerar la subsunción del proceso de trabajo en el capital como un nuevo contenido de éste; es decir, que el capital ya contiene en el concepto el proceso de valorización (lo que Marx llamaba en aquella cita “su propio proceso”) y ahora se anexiona otro, el proceso de trabajo, que hace suyo y lo subordina al propio. Esa sería la subordinación del fin del primero al del último, incluida la institución de la hegemonía, como subsunción en general, sin tipificación alguna, y no una forma particular de subsunción, la que llama “subsunción formal”. Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre la subsunción ha sido sin distinguir el momento del capitalismo en que nos encontrábamos; por tanto, todo ello refería a la subsunción,
Sobre ese concepto general podemos considerar, con motivos, que conviene enfocar sus posibles diversas concreciones; al fin, lo sabemos, las categorías también tienen vida, también se mueven, se desarrollan, se adaptan. Por tanto, pueden cambiar de contenido, variar su función, metamorfosearse, pero como figuras distintas de una misma categoría. Marx nunca distinguió dos tipos de capital, con dos esencias y definiciones distintas; y la subsunción, que es la relación que reproduce el capital, tampoco necesita esquizofrénicamente escindirse y mantener consigo misma extrañas relaciones psicóticas de inclusión-exclusión.
Podemos asumir que la subsunción formal no es una forma diferente, sino la misma forma de la subsunción determinada por la función que el momento y la fase le adjudican, siempre en el abanico de reproducción del capital, que es su esencia. O sea, la subsunción formal sería la subsunción que corresponde a un capitalismo, incipiente o senil, en la fase de transición al capitalismo o de camino al socialismo; la subsunción en dos momentos en que el capital ha de convivir con cuerpos o elementos extraños en su seno (procesos de trabajo precapitalistas o proto-socialistas, relaciones parafeudales de aparcería en el pasado o economías solidarias o uberizadas del futuro). Como son muchos los elementos extraños al modelo capitalista con los que el capital ha de convivir, la subsunción, que ha de ser siempre hegemonía de la forma capital, habrá de ejercer su acción en diversos frentes y en diversos momentos. Por eso puede ser conveniente distinguir entre varios tipos o dimensiones, según sus funciones específicas, pero no como realidades diferenciadas en esencia. Así, considerando “formal” y “real” dos momentos del desarrollo de la subsunción, tiene sentido decir que la primera se incluye en la segunda, pues al fin entre ellas la diferencia se concreta en las determinaciones que ponen en juego, y éstas suelen incrementarse con el desarrollo del capital.
La verdad es que Marx está a punto de meternos en un buen lío teórico con su distinción de dos tipos de subsunción. Podemos paliarlo en primera instancia pensando la subsunción como una relación con desarrollo escalar, ya que la categoría lo permite; la subsunción se desarrollaría al ritmo del propio desarrollo del capitalismo. Pero al haber caracterizado de “formal” la primera fase, acabará calificando de “real” la otra, y tendremos dos tipos de subsunción, con una diferencia cualitativa en sus respectivos conceptos, y que además se ajustan a dos momentos del capitalismo; y, para rizar el rizo, se acabarán poniendo cada una de ellas con una forma de extracción del plusvalor. Todo un embrollo que nos ha distraído del problema práctico.
¿Por qué la llama “real” y no “material”? El texto invita a pensar que en la primera se subsume la “forma” (no el contenido) y en la segunda la forma y el contenido, o sea, toda su realidad. Pero ¿es pensable una subsunción de la forma sin el contenido? Comencemos por aclarar de qué forma y de qué contenido estamos hablando. El objeto aquí es el proceso de trabajo, y éste, en el vocabulario marxiano, tiene por contenido un cuerpo material constituido por las fuerzas productivas (medios de trabajo); y, por forma, las relaciones de producción. Pero éstas se configuran, por un lado, como forma técnica del proceso y, por otro, una forma social. Con cierta coherencia podemos establecer que, en sí, el proceso de trabajo está constituido por el contenido y la forma técnica; y que ese proceso de trabajo, para sí, está subsumido siempre en una forma social, que ejerce la hegemonía (forma subsuntiva). De esta manera podemos interpretar que, para Marx, la subsunción formal no es un cambio en el ser concreto del proceso de trabajo, en su modo de ser técnico, sino un cambio en su función, un cambio de amo, en el que pasa a estar subsumido en una forma social hegemónica, en nuestro caso la capitalista. En ese cambio se mantienen las fuerzas productivas y las relaciones técnicas de producción, y sólo aparece como nueva la forma subsuntiva, la forma capital. Claro, si se trata de una abstracción analítica, como creo que funciona en Marx, nada que objetar; pero cuando se ontologiza la abstracción, cuando se cosifica una mera figura del análisis, nos enredamos en el Mar de los Sargazos.
El cambio en la subsunción que explica los procesos históricos no se puede reducir a una compra-venta, a mero cambio de propietario de la fábrica que deja intacto el sistema y, simplemente, cambia el número de cuenta corriente adónde va a parar el valor acumulado. El acceso a la hegemonía social de la forma capital es el nombre de un complejo proceso de transformación del proceso de trabajo y de las relaciones técnicas de éste; en rigor, sin estas transformaciones, ¿por qué había de triunfar el capitalismo? ¿Qué le haría deseable? ¿Qué le haría más fuerte? Creo que hay muchas razones para pensar que la subsunción formal tiene valor analítico, pero nada más; que la subsunción es siempre “real” y total (afecta a la forma y el contenido del proceso de trabajo), aunque lógicamente progresiva, creciente. Es inimaginable una estructura gremial dominante al servicio del capital. ¿Qué es eso? Lo pensable y empíricamente -históricamente- constatable es la coexistencia contradictoria en una formación social de dos formas en lucha por la hegemonía, en la que la victoria de la forma capitalista va subordinando y trasformando progresivamente los procesos de trabajo a la nueva forma social triunfante. Pero sin olvidar que esa victoria progresiva es posible, precisamente, por las transformaciones en los procesos de trabajo, en su productividad, que la nueva forma va introduciendo. El capital no irrumpe en la historia según el modelo de los vándalos de Genserico; no llega del exterior y se corona por la fuerza; así no entendemos nada.
6.5. Pero sigamos adelante. Marx nos ofrece algunas descripciones empíricas que nos ilustran el concepto que está tratando de construir. Fijémonos que en todos los casos que menciona el cambio se centra en la aparición de las relaciones asalariadas, tal que “el proceso de producción se ha convertido en el proceso del capital mismo” [31]. Es obvio, el capital va subsumiendo la estructura gremial por vías sutiles, por transformaciones del proceso de trabajo, tanto de su potencia productiva como de sus relaciones técnicas. Fijémonos que al cambio de forma de subsunción sólo se alude de manera muy indirecta; lo que en realidad describe Marx es el cambio en el modo de producción; y, claro está, ello conlleva un cambio en la forma de subsunción, que Marx menciona al decir que “procesos de producción determinados socialmente de otro modo se han transformado en el proceso de producción del capital”. Ese “otro modo” de ser determinados los procesos de producción alude, ni más ni menos, a otra forma de ser subsumidos, anuncia la aparición de una nueva forma de subsunción. Porque -y esto es importante para el concepto de subsunción que estamos elaborando- los procesos de producción, y en particular los de producción de valor de uso, los procesos de trabajo, como hemos dicho, al margen de su forma técnica siempre están subsumidos en una forma social, que es la que caracteriza el modo de producción.
Por otro lado, las descripciones de la anterior cita, aunque vagamente aludan a un cambio en la forma de subsunción, en absoluto la concretan si se refieren a un tipo de subsunción particular, claro y distinguible; y en todo caso, manifiestamente, en modo alguno describe la “subsunción formal” como forma específica y correspondiente a una primera fase del capitalismo, con cualidades y funciones propias. De hecho, como digo, las descripciones refieren a los cambios generales que acompañan a la aparición del capitalismo [32], que en sí mismo tienen orígenes propio, inexplicables desde la subsunción; como ya he dicho, el origen de esos cambios hay que buscarlos siempre en el territorio de la contradicción, en los conflictos que surgen en la lucha por la vida. Al contrario, es a partir de esas contradicciones que surge la necesidad de la subsunción, de una forma de controlar las, limitarlas y dirigirlas que eliminen el riesgo de la indeterminación y del caos siempre activo en su dominio. O sea, si el capital necesita el dominio sobre el trabajo, y por tanto introduce la contradicción en la vida social, para aprovechar la fuerza creadora de esa dialéctica-ya se sabe, la negatividad siempre es creadora, especialmente creadora de valor-, también necesita introducir la subsunción que determine y positive esa fuerza de la contradicción.
Insisto una vez más en que la subsunción, aunque sea exterior a la contradicción, no es meramente transcendente, de importación; no se genera al margen de la contradicción, sino ligada a ésta, a su movimiento, a sus riesgos. La “exterioridad” que tantas veces he remarcado no denota que sea extranjera, que venga de otra parte; denota que, por tener su origen en el proceso de producción social, en la vida de la sociedad, -en concreto, en los conflictos y contradicciones en su seno-, su función está subordinado a la reproducción de ese orden social y productivo. Por ello, aunque su “causa próxima” la encontramos en la contradicción, que determina fuertemente su tipo y sus mecanismos, la subsunción es “exterior” a la contradicción, a cada uno de sus términos, lo que significa que tiene “autonomía”, que su finalidad inmediata no es la que manifiesta la contradicción, sino la regulación de la misma que requiere el orden reproductivo de la totalidad social.
Esto es así hasta el punto de que Marx se siente obligado a precisar que, a pesar de los cambios sociales que se expresan en la aparición del trabajo asalariado, ello no indica que se “haya efectuado a priori una transformación esencial en la forma y manera real del proceso de trabajo, del proceso real de producción” [33]. O sea, sin variar las condiciones técnicas (instrumentales y metodológicas) del trabajo pueden cambiar las relaciones sociales en el mismo, como expresa la aparición y expansión de la relación salarial en el taller artesano y gremial. Lo cual indica que la proletarización del trabajo no tiene su origen en el proceso de producción inmediato (en la fábrica), no es un efecto inmediato de los cambios técnicos en el proceso de trabajo, sino que hay que buscar su aparición en el movimiento del proceso de producción general, a lo largo del ciclo; en el mismo, en la fase de la circulación, encontramos los signos de la proletarización, que hacen su aparición en el mercado de trabajo, en concreto en el contrato laboral. Por tanto, es cierto que la aparición del trabajo asalariado, en tanto forma distinta y bien diferenciada del trabajo, puede pensarse exterior y al margen del trabajo real, del proceso técnico, que en nuestro supuesto no ha variado, manteniéndose el mismo que en el taller artesanal. Y es también cierto que podemos pensar que los trabajadores, en tanto trabajen con los mismos instrumentos, producen lo mismo; que el sastre produce las mismas levitas como artesano y como asalariado. Todo eso es cierto, si bien, como el mismo Marx ha mostrado, podemos y debemos pensarlo así en la abstracción, por exigencias analíticas, pero en cuanto nos acerquemos, y hemos de hacerlo, a la concreción que nos exige la representación de la realidad, habremos de reconocer que esos cambios en las relaciones sociales no son técnicamente inocentes, que afectan y mucho a la producción en cantidad, variedad y calidad; en definitiva, que de hecho esas relaciones sociales asalariadas, base económica de la proletarización, son ellas mismas fuerzas productivas. Veámoslo siguiendo el texto.
Marx nos ofrece, en la siguiente cita, un inicio atractivo de esa pretensión de construir el concepto de subsunción, cuando dice:
“está en la naturaleza del caso que la subsunción del proceso laboral en el capital se opere sobre la base de un proceso de trabajo preexistente, anterior a esta subsunción suya en el capital y configurado sobre la base de diversos procesos de producción anteriores y de otras condiciones de producción; el capital subsume determinado proceso laboral existente, como por ejemplo el trabajo artesanal o el tipo de agricultura correspondiente a la pequeña economía campesina autónoma. Si en estos procesos de trabajo tradicionales que han quedado bajo la dirección del capital se operan modificaciones, las mismas sólo pueden ser consecuencias paulatinas de la previa subsunción de determinados procesos laborales, tradicionales, en el capital. Que el trabajo se haga más intenso o que se prolongue la duración del proceso laboral; que el trabajo se vuelva más continuo y, bajo la mirada interesada del capitalista, más ordenado, etc., no altera en sí y para sí el carácter del proceso real de trabajo, del modo real de trabajo” [34].
Efectivamente, “está en la naturaleza del caso”. No hay creación ex nihilo. Las relaciones capitalistas se sobreponen al proceso de trabajo ya existente, lo subsumen, lo someten a su hegemonía; este es el comienzo, y a partir de aquí se irá extendiendo esa hegemonía al proceso de producción en general, y a totalidad de la formación social. Todo, pues, quedará bajo la dirección del capital (de la forma capital, diríamos nosotros). Pero el cambio no quedará aquí, en la formalidad de la hegemonía; la subsunción inducirá efectos materiales en el proceso de trabajo; cambios que Marx entiende que han de ser variaciones lentas y paulatinas; cambios como trabajo más intenso, más continuo, más ordenado, que según Marx “no alteran en sí y para sí el carácter del proceso real de trabajo”. Y es aquí donde surgen algunas sombras.
El problema está en que Marx reconoce y enfatiza ese “efecto material” en el trabajo producido por la aparición de la relación capitalista (relación salarial) en el seno del trabajo artesanal, pero en cambio considera que tal cambio no afecta al “carácter” del proceso. Por plantearlo de forma más directa: considera que el cambio material no implica ni va acompañado de un cambio técnico. Y esto es un problema de muy difícil solución, sospechoso de ser un pseudoproblema, una hipótesis contradictoria en su descripción, al menos desde una ontología materialista: ¿cómo puede haber cambios materiales en el trabajo manteniéndose los medios técnicos en cantidad y calidad? No es fácil de comprender. Tal vez este supuesto deja de ser contradictorio si excluimos de los medios técnicos, y los tratamos aparte, los factores a los que Marx alude en el ejemplo, aquellos que hacen el trabajo “más intenso, más continuo, más ordenado”. Pedro, como él mismo reconoce en otros momentos, estos factores no materiales también son técnicos, también son fuerzas productivas; el método, la cooperación, la división del trabajo, la máquina, la ciencia… son fuerzas productivas, son medios técnicos. Los cambios “materiales”, sean cuales fueren, van indisolublemente ligados a cambios en los factores de la producción, a cambios en los medios de trabajo, sean éstos “materiales” o “intelectuales”. Por tanto, la hipótesis de la aparición de relaciones capitalistas que subsuman los procesos de trabajo artesanal afectando al trabajo, en especial a su productividad, sobre la base de la continuidad invariable en los medios técnicos en general, es inverosímil, es contraintuitiva.
6.6. Quiero destacar que aquí estamos poniendo en cuestión la caracterización de subsunción formal que hace Marx, basada en dos rasgos, Uno de ellos es meramente “formal”, sin duda útil para dar cuenta de la génesis del capitalismo, apareciendo en terreno enemigo y consiguiente hacer valer sus “relaciones”, tal que se irían fijando, extendiendo y, al final, consiguiendo su hegemonía [35]; el otro rasgo es material, pues se basa en el incremento de la productividad, condición razonable para comprender que unas relaciones triunfen y, sobre todo, para que el capitalismo se desarrolle; pero que tiene el inconveniente de postular ese incremento sin cambio técnico alguno. ¿Por qué se metió Marx en este agujero? Trataremos de aclararlo más adelante.
Lo cierto es que Marx se esfuerza en describir la subsunción formal como una especie de dominio del capital desde la distancia, como cobrando una renta por poner en uso sus mejores relaciones de producción. Como hemos visto, los efectos a los que se refiere se concretan en la intensidad, en la productividad del trabajo (“más intenso, continuo, ordenado”), en el resultado del mismo, pero sin afectar al desarrollo de los instrumentos, sin pasar por el desarrollo de las fuerzas productivas. Y esto es muy complicado de entender. Por un lado, porque la intensidad y los métodos también son fuerzas productivas, son medios de trabajo; por otro, porque incluso aceptando que su referencia se circunscribe a la ausencia de variación en el desarrollo técnico de los instrumentos de trabajo, no es una tesis ni evidente ni intuitiva, sino todo lo contrario. La experiencia nos empuja a asumir que el factum de la aparición y el asentamiento del capitalismo viene de la mano de su potencia productiva, montada sobre su incomparable capacidad de innovar los medios de producción; sin esta característica de sus relaciones no se explicaría su asentamiento y desarrollo, no se explicaría su creciente hegemonía. Y ese “plus” de productividad va indisolublemente ligado al desarrollo de los instrumentos de trabajo, materiales e intelectuales.
Podemos comprender y compartir la pretensión de Marx de diferenciar el funcionamiento de la subsunción en dos momentos distintos del capitalismo, en su origen o transición y en su pleno y exuberante desarrollo; y podemos entender el sentido de sus especiales esfuerzos por describir la función particular de la subsunción en la primera etapa; incluso podemos aceptar que esa descripción de funciones específicas de la subsunción en un momento tienda a aparecer como una modalidad de la misma, e incluso que tienda a cristalizar en una forma específica y diferenciada de subsunción. Quiero decir que, en el límite, podemos entender el interés teórico objetivo de una distinción de esencia entre los dos modelos de subsunción, siempre que se respetaran los límites de la diferencia de esencias, en definitiva, los límites de sus respectivas funciones. Esa tarea puede hacerse, y de entrada me parece útil; creo que responde a la estructura de la realidad (objetivamente hay dos maneras de ejercer la subsunción, la hegemonía, por parte de las relaciones capitalistas sobre las no capitalistas, como veremos); y creo que ofrece a la realidad del mundo del capital un excelente espejo para ser representado, o para dejarse representar. Por tanto, en su momento abordaremos esta cuestión. Lo que no me parece satisfactorio es la ambigüedad con que fija esa tipología, recurriendo a criterios múltiples, sin duda determinados por las funciones variadas que quiere hacer jugar a la tipología, que van desde fijar una periodización del capitalismo a servir de base a los tipos de plusvalor. Estos “excesos”, que le llevan a dejar inconcreta la función de cada forma de subsunción, no justifican la distinción de esencia; para ello es preferible, es más simple y consistente, reducir los dos tipos a una mera diferencia cuantitativa, de intensidad de la dominación; aunque con ello se empobrezca el concepto.
El concepto particular de la “subsunción formal” que nos ofrece Marx, resultante de la descripción funcional, idealmente expresaría algo así como un cambio de dominio sobre el proceso de trabajo, en el que el nuevo amo, el capital, mantiene el funcionamiento técnico de la estructura artesanal preexistente, aunque ahora la pone a su servicio, al servicio de una sociedad capitalista, en vez de al servicio de una sociedad d estatus, como la gremial. Esta relación, totalmente parasitaria, puede entenderse; el capital ha sido y es capaz de reproducirse sobre la espalda del trabajo servil y esclavo; lo complicado es pensar la posibilidad de mantenerse esa situación, al fin de reproducción simple, en la vida del capital. Tal situación tiene sentido en el análisis, en la abstracción, pero en el movimiento real es incomprensible la presencia de la forma capital y la ausencia de desarrollo de las condiciones de trabajo. Por ello, como decía, si bien puedo comprender ese interés en diferenciar la “subsunción formal” como manera de actuar de la forma capital en ciertas condiciones de la producción, y en consecuencia puedo ver su utilidad analítica, me resulta complicado aceptarla como una forma de subsunción clara y distinta, alternativa, substantiva, en tanto no son reales las condiciones de existencia que se postulan, a saber, de un capitalismo en que los medios de producción permanecen invariables, sin desarrollo.
No es fácil pensar esa situación de manera real y concreta. Los efectos materiales de la subsunción del proceso de trabajo existente en el capital se verán de inmediato afectados, y estos efectos no son despreciables. Además, como vengo insistiendo, la nueva forma hegemónica del capital no aparece de la nada, no procede del norte bárbaro, ha sido generada en el modo de producción preexistente. Los elementos, formas y relaciones de producción capitalista han ido apareciendo en el modo de producción que vienen a demoler, y se han ido desarrollando como procesos dispersos y subsumidos en esas formas de producción artesanales y corporativas. El mundo del capital, el trabajo asalariado, ha ido ganando espacio social en contraposición con las formas hegemónicas artesanales y gremiales; y ha dado pasos adelante en la medida en que mostraba su mayor potencia productiva y, al fin, satisfacía mejor las necesidades sociales. Por tanto, cuando en esa dialéctica, en esa lucha, se produce la inversión de hegemonía (la revolución del capital, que también tuvo la suya), es impensable esa “fase” de subsunción formal, que pone al capital como mero parásito que usurpa el lugar de privilegio a otras formas de explotación anteriores y deja las cosas como están. Como “fase”, la subsunción formal se adecúa mejor en esa larga transición del capital en busca de su hegemonía.
Todo me lleva a concluir que no queda bien formulado el concepto substantivo de “subsunción formal”, no logra ser una representación de la hegemonía distinta a la de la subsunción en general; en todo caso no pasaría de ser una adaptación de la subsunción a esa primera fase del capital, en una larga escala en la que éste va afirmando su hegemonía. Tal vez el concepto se clarificaría si la subsunción formal fuera, como su nombre parece sugerir, una hegemonía sobre la forma de la producción, según el “modelo godo” antes mencionado; se respeta o tolera el mundo romano de los gremios y se sobrepone el orden godo del capital. Esta perspectiva abriría un nuevo horizonte, en que la subsunción formal deja de estar especializada en los orígenes, en los comienzos, en la transición, para reinar en el tiempo especializada en las siempre presentes relaciones no capitalistas, sean las residuales del pasado, sean las que anticipan el futuro. De este modo la subsunción formal, sacada de la función cronológica, ganaría entidad, identidad y substancia, ganaría consistencia y especificidad. Deberíamos desarrollar su concepto en esa dirección, que se muestra más adecuada a la realidad tal como se nos va mostrando en la historia.
No es ésta la dirección que toma en Marx, que insiste en la subordinación de la subsunción a la historia, porque aspira a usarla para periodizas ésta. Sin duda alguna, la concreción de la soberanía, del modo de ejercer la dominación, es diferente a lo largo de la historia, y difiere especialmente entre sus momentos originarios y en su posterior consolidación. Es igualmente obvio, como dice Marx, que “el modo de producción específicamente capitalista”, en plenitud de desarrollo y de potencia hegemónica, aparece cuando “revoluciona” el proceso de trabajo, cuando logra instituir un orden productivo propio (o casi propio), en el que todo ha quedado afectado, renovado: “no sólo las relaciones entre los diversos agentes de la producción, sino simultáneamente la índole de ese trabajo y la modalidad real del proceso laboral en su conjunto” [36]. Pero, aún así, a efectos de periodización, no veo la necesidad de distinguir dos tipos opuestos de subsunción; me parece suficiente, y más trasparente, distinguir fases analíticas en una escala de la dominación y la hegemonía. Máxime, cuando se han de reconocer esenciales determinaciones comunes a ambas modalidades.
Efectivamente, el mismo Marx reconoce que en ambas formas de subsunción está presente la relación capitalista como “relación coercitiva” orientada a extraer más plustrabajo mediante la prolongación del tiempo de trabajo. Tal vez esté aquí una de las claves del problema del concepto. Dicho al por mayor esa idea es aceptable, pues con rasgos gruesos perfila el sentido: la subsunción tiene como función mantener abierta la fuente del plusvalor, de manera constante. Lo que ocurre es que atribuyendo directamente a la subsunción esa función, aunque se apunte en la buena dirección, no se precisa y sí se difumina su esencia. La creación y extracción del plusvalor, función en la que interviene la totalidad y cada una de sus partes, de manera inmediata y directa es cosa de la lucha de opuestos en el proceso productivo, de la contradicción entre capital y trabajo. Claro, la forma capital participa a grandes rasgos de esa función, colabora en ella, pero a través de múltiples mediaciones. Su función específica, ejercida por la vía de la subsunción, es más fina, mucho más sutil, ya que consiste en garantizar el equilibrio global de la totalidad, condición sine qua non el plusvalor corre el riesgo de perder su hábitat. Y, desde esta función específica, es más fácil comprender que en cada momento del capitalismo, al tiempo que se mantiene la necesidad constante de producción de plusvalor, varían las condiciones y límites en que puede extraerse sin riesgos suicidas. Ahí adquiere la subsunción todo su sentido; ahí sobresale la movilidad o adaptabilidad de la subsunción como determinación fundamental de la dialéctica; y, en fin, ahí deberíamos situar las distinciones analíticas de la forma subsuntiva, su tipología, adecuada para expresar el modo de ser de la vida del capital. Por eso he insistido en mi sospecha de que la formulación marxiana a veces queda poco modulada; el capital, conforme a otros textos de Marx, no tiene como destino ciego la acumulación, sino la valorización, hasta el punto de preferir coyunturalmente destrucciones del capital para subsistir, como se nos revela en las crisis. Por tanto, el concepto de subsunción no debe descansar sobre la acumulación, sino apoyarse más en la valorización, y no ver ésta en su inmediatez, sino en su función de consolidación y reproducción de la totalidad. Si no es así, perderemos buena parte de la utilidad hermenéutica y política del concepto de subsunción, al no ser capaz de arrancarlo y distinguirlo de la dialéctica de la contradicción, que nos lleva inexorablemente a la asistencia espantada de la barbarie del capital.
En cualquier caso, admitamos con Marx que tanto la subsunción formal como la real coinciden o se identifican en sus respectivas determinaciones como vías o modos de extracción del plusvalor. Sobre esa identidad funcional de base Marx establece la diferencia entre ambas, afirmando que la subsunción real tendría “otras maneras de expoliar la plusvalía”. Cierto, el capital va generando dispositivos de valorización, de subsistencia; pero dicha génesis no fija dos figuras de la subsunción, sino una que, conforme a la ontología marxiana, ha de ser producida, histórica y dialéctica; el capital también es realidad, y por tanto movimiento. Es obvio que si el capital sobrevive -y es un hecho que sobrevive- a pesar de las resistencias y contradicciones internas y externas, es gracias a su capacidad de generar dispositivos y estrategias de producir y extraer plusvalor; y que en ese empeño se aprende de la práctica. O sea, la subsunción del proceso de trabajo en el capital es histórica, y la eficiencia de éste para subsistir está siempre en juego. El capital “aprende” a sobrevivir y desarrollarse; y para ello la forma capital se autocorrige y modifica en sus determinaciones concretas. Pero negarle a la subsunción formal, por ser primera fase, algunos de estos mecanismos y dispositivos de generación de plusvalor, insisto, implica cosificar una imagen analítica abstracta de la realidad.
6.7. En algún momento tendremos que valorar detenidamente en qué medida esta distinción de dos modalidades de subsunción es un recurso -y la eficiencia y consistencia de éste- para fijar la diferencia entre plusvalor absoluto y relativo. De momento nos contentaremos con unas breves reflexiones. Marx nos introduce al tema con esta consideración:
“sobre la base de un modo de trabajo preexistente, o sea, de un desarrollo dado de la fuerza productiva del trabajo y de la modalidad laboral correspondiente a esa fuerza productiva, sólo se puede producir plusvalía recurriendo a la prolongación del tiempo de trabajo, es decir bajo la forma de la plusvalía absoluta” [37].
La reflexión parece obvia en primera lectura, pero sólo lo es si entendemos, cosa plausible, que el “desarrollo de las fuerzas productivas” y la “modalidad laboral correspondiente” definen el estado de la producción en un momento dado. Lo que supone que están incluidos en esa descripción todos los factores que influyen en la productividad, sean métodos de trabajo, sean saberes, sean relaciones de producción (que también actúan como fuerza productiva). En este supuesto, la tesis marxiana es obvia: si todos los factores, cual variables de una función, son fijos, el resultado es constante. Y, por definición, fijada la productividad, los cambios en el producto sólo han de venir de factores externos a la producción, impuestos por la coerción: o bien la disminución del tiempo de trabajo necesario en forma de disminución del valor del salario (la otra forma, la interna, por incremento de la productividad, queda excluida en el supuesto), o bien la prolongación de la jornada de trabajo. En rigor, factores coercitivos que, como tales, no caben en el conecto de capital, aunque sobrevivan como las malas hierbas.
Como el primero, el salario, tiene poco juego, dado que Marx lo fija siempre en torno al valor de reproducción (familiar e histórica) de la fuerza de trabajo, que es constante en las condiciones dadas, y como, por otra parte, una variación forzada del mismo que no acabe afectando a la productividad tiene escaso recorrido, la conclusión de Marx es lógica y aceptable: para aumentar el producto, sin variar las condiciones dadas de la producción, sólo queda recurrir a la ampliación de la jornada, que es una determinación exterior al proceso productivo. O sea, en la óptica de su distinción entre las dos formas de plusvalor, la expectativa en el escenario seleccionado queda en manos del plusvalor absoluto.
Ahora bien, no es difícil sospechar que la formulación de la tesis es un tanto dogmática. Para el análisis, Marx ha dibujado un escenario ocupado por un proceso de trabajo preexistente, precapitalista, correspondiente a un escaso desarrollo de las fuerzas productivas, en el que aparece el capital. Y ahí afirma con rotundidez que, en esas condiciones técnicas, sin variarlas, sólo es posible incrementar el plusvalor mediante el aumento de la jornada, o sea, como plusvalor absoluto; o sea, coercitivamente y desde el exterior. Pero, claro está, lo complicado es aceptar las hipótesis. La sospecha surge enseguida, de forma genérica: ¿por qué aparece el capitalismo, por qué se va extendiendo hasta dar el salto y devenir hegemónico, si no es porque se manifiesta como más productivo, como forma más exitosa de organizar la producción para satisfacer las necesidades? Porque aquí no cabe, en Marx no cabe, una forma capital que viene de fuera y, por conquista, modus godus, impone su fuero. Me temo que, en la definición del escenario, en la simplificación y esquematización exigida por el análisis, se han colado supuestos que adulteran el proceso y, con él, el resultado.
Como suele decirse en estos casos, creo que aquí hemos de negar la mayor; y hemos de sustituirla por otra hipótesis más plausible, a saber, que sólo aparecen unas formas productivas cuando se necesitan y son más eficientes que las existentes; sin esta condición, el discurso se vacía de objetividad y se pierde en la noche iluminada del subjetivismo. Y, paradójicamente, en esta ocasión no trato de enmendar a Marx, sino de aplicar sus tesis, las que ha argumentado en otros textos; lo sorprendente es que aquí, en el diseño en torno a la subsunción formal, las haya silenciado, las haya dejado al margen.
Donde aparezca y se desarrolle el capital, y especialmente en el momento de devenir hegemónico, con él aparecen necesariamente dos vías posibles de obtención de plusvalor, dos variables cuantitativas a controlar, la jornada de trabajo y la productividad. Y estas determinaciones no pueden sacrificarse en la abstracción que necesariamente impone el análisis; si en el análisis desaparecen, lo analizado será falseado. Quiero decir que el modo de trabajo y el desarrollo de las fuerzas productivas son inmediatamente afectados por la “irrupción” de la forma capital; tanto más cuanto que esa “irrupción” sólo va siendo posible en la medida en que la forma capital, aunque no sea aún dominante, va desarrollando las fuerzas productivas y las relaciones de trabajo. No es pensable la aparición, consolidación y hegemonía de unas formas productivas si no es sobre la base de su mayor eficiencia efectiva. Y aunque nos cueste ir contra nuestra consciencia espontánea, que tiende a ver el capitalismo desde su forma y efectos actuales, desde su irracionalidad actual, o sea, que tiende a verlo desde el mal social que genera, si queremos comprender la realidad social hemos de ser fieles a esta tesis: en su origen, en su aparición, significaba “desarrollo de las fuerzas productivas”; y este desarrollo, al menos entonces, era progreso, era avance de la lucha de los seres humanos por sobrevivir y vivir con dignidad. Aunque el camino sea largo; aunque fuera en círculo, aunque nos haya llevado a una situación en la que, al menos en la imaginación, hasta las robinsonadas nos parecen un alivio.
En definitiva, me parece razonable pensar que el capital da sus primeras señales de vida subsumido y en contraposición a otra forma social existente, en aquel momento dominante, luchando contra ella por la hegemonía; y, como acabo de subrayar, dicha aparición no es una “irrupción” exterior, sino una generación desde la inmanencia del modo de producción existente; nace de su otro, cuando se ha desarrollado la necesidad y posibilidad de alternativa. Y, he de insistir, cuando aparece ya lo hace como explotación mediante el plusvalor, ya lleva en su infancia las marcas de su madurez; y, en consecuencia, ya se presenta con esas dos vías -y otras que podríamos diseñar- de chupar el plusvalor, que da nombre a los dos tipos canónicos, el absoluto y el relativo. No hay, ni puede haber, un momento en que una de las dos esté ausente de su concepto; estarán más o menos activas y desarrolladas en el fenómeno, protagonizarán más o menos las luchas en torno al plusvalor, pero ambas son intrínsecas al concepto. Por eso me sorprende la insistencia de Marx en reconocer -o su desidia en no rechazarlo- un momento abstracto del capital que vive exclusivamente del plusvalor absoluto, vía la subsunción formal, lo que no se ajusta a los hechos y tampoco al concepto, y que, como veremos, plantea problemas teóricos y prácticos insolubles.
Tal vez la insistencia en las dos formas de subsunción, como dos almas del capital, sólo exprese que este texto del Capítulo VI (Inédito) no estaba listo para su publicación, sino en un momento aún inmaduro de la investigación; en vez de profundizar la crítica en esta dirección, los marxistas, desde la publicación del texto, han preferido darlo por cerrado y acabado, y orientar su segregación de El Capital recurriendo a estrategias de edición, argumentos que como mínimo no son contundentes. Que no estuviera listo el texto para su publicación, por la insuficiente definición del concepto de subsunción, no quiere decir que Marx no hubiera avanzado en la elaboración y posesión del concepto, pues lo cierto es que el mismo aparece usado, y bien usado, “en estado práctico”, a lo largo de El Capital. En la producción de los conceptos, como en las de los productos materiales, su forma subjetiva se adelanta a la objetiva; en la idea los objetos suelen estar ante y mejor perfilados que en su objetivación, en su materialización. Se tarda en conseguir que el producto material se ajuste a su concepto; y se tarda igualmente en conseguir que el producto mental, el concepto expresado en su orden de exposición, contenga toda la riqueza de determinaciones encontradas en el orden de investigación o descubrimiento.
Una cosa es llegar al concepto en la vía de investigación y otra muy diferente hacerlo aparecer (producirlo) en el orden de exposición (y, claro está, otra distinta es usarlo en los diversos contextos). Su aparición en el orden de exposición (si se quiere, su conceptualización, su tematización) requiere una elaboración exhaustiva y consistente que no encontramos acabada en el Inédito; la encontramos iniciada, buscada, ensayada, pero no completa y culminada. Aquí el concepto aún está en juego, en elaboración; de ahí sus vacilaciones. Por ejemplo, las imprecisiones que aparecen al decir que, en un “proceso de trabajo subsumido”, el elemento distintivo desde el principio, incluso en la fase de subsunción formal, es la “escala” [38]. Con lo cual parece reconocer que la subsunción es un proceso escalar, lo que le lleva a decir que en la subsunción la intensidad creciente se aprecia en la medida, por ejemplo, en “la amplitud de los medios de producción adelantados” y en “la cantidad de obreros dirigidos por el mismo patrón”. Si reconoce que la subsunción se aprecia y expresa en la escala, en las magnitudes de los medios de producción, ¿no resulta innecesaria y poco práctica la distinción de esencia entre dos tipos de subsunción? Todas estas imprecisiones refuerzan la sospecha de que el tratamiento del tema en el Inédito es un primer intento lamentablemente abandonado antes de culminar su conceptualización.
6.8. Otro aspecto interesante en las reflexiones de Marx orientadas a la caracterización de la subsunción formal es que, con frecuencia, los ejemplos a que recurre refieren en general a momentos en que el capital aún no es hegemónico; son elementos y relaciones que ya han aparecido, que están activos, pero que no funcionan de forma autónoma, conforme a su esencia, sino subordinados a funciones exteriores al orden del capital que late en su interior. Como dice Marx, son “situaciones en las que el capital ya existe desempeñando determinadas funciones subordinadas”; situaciones propias de un capital aún no dominante, que no “determina la forma social general”, ni el modo de producción aún reinante ni la formación social que articuló a su servicio. O sea, se trata de un capital que sí, que actúa de capital, pues compra trabajo vivo y se apropia de plusvalor, pero que está subsumido en otra forma de producción y en otra formación social a cuyos desarrollos sirve. A todas luces esta situación del capital es equivalente, pero invertida, a la que caracterizaba como subsunción formal, aunque en ella se trataba de elementos de producción viejos subordinados al capital y ahora se trata de elementos del capital, nuevos, del futuro, subsumidos aún en el viejo orden de producción; pero esta equivalencia es útil en nuestro empeño.
Un ejemplo paradigmático de este tipo de situaciones nos lo ofrece la figura del capital usurario, que parece vivir para la consecución de intereses mediante el préstamo, que chupa valor que no crea; pero que, en realidad, si se mira de cerca, esos beneficios del prestamista a reyes, nobles y comerciantes son “otro nombre de la plusvalía”. Marx dice de esta figura del capital parasitario que “medra en parte gracias a la atrofia de este modo de producción” corporativo existente, aún hegemónico; crece hundiendo a quien le alimenta. Es la esencia del inmanentismo dialéctico, la ontología que asiste al nacimiento y desarrollo del capital: nace en un modo de producción que lo alimenta para que lo destruya. ¿Cómo puede ocurrir esto?
Claro, la substancia es ciega, no es genuinamente finalista; luchar por la vida no es una elección, es un impulso, una determinación. ¿Cómo, pues, pensar ese cruel y trágico destino de las formas productivas, y en particular del capital, de subsistir a toda costa? De momento podemos señalar una vía de respuesta, en base a dos postulados. El primer postulado dice que la substancia es la producción; que el modo de producción preexistente, como su nombre indica, no es la substancia; es sólo un modo de la misma, un modo de producción; la substancia es la praxis, en sí indeterminada, que existe siempre en sus modos, siempre determinada. Por lo tanto, el cambio, el proceso, exige sacrificar un modo de producción por otro y para este otro; por las mismas razones por las que un modo nació, por ellas un día será negado. Todo modo de producción nace como medio necesario de vida, como condición de posibilidad de la vida humana; y nace apoyado en una forma nueva del proceso de trabajo, como desarrollo del mismo, progresivamente, subordinado a la reproducción de la existencia humana. Los mismos motivos que justifican su aparición están en la base de su necesaria sustitución, en esa rampa de desarrollo que es la historia de los pueblos; nace cuando al anterior se ha agotado, y sucumbe cuando a su vez se agote. En consecuencia, la substancia es la producción, y ella es coeterna con la humanidad, su condición de posibilidad; los modos son sólo las formas determinadas, finitas y sucesivas, de la existencia de la producción y de la vida humana que sostiene.
El segundo postulado introduce la subjetividad, ayudando a disolver la sospecha de que ese proceso objetivo sea ciego y determinista. Por eso este segundo postulado abre el registro subjetivo y establece la finalidad en el origen: pone el punto de partida en la lucha del hombre con la naturaleza por la vida, que el trabajo es la determinación natural de la vida humana, y que el mismo queda siempre, desde su origen, determinado por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y la forma material del proceso de trabajo, y subsumido en una forma social, por elemental y simple que sea. Este postulado introduce la finalidad en el proceso. Y, al hacerlo, y al ser esta finalidad la reproducción histórica de la vida, convierte a todos los modos de producción, sean cuales fueren, y sea cual fuere su ordenación, en momentos estratégicos del movimiento de la totalidad, instrumentales y finitos.
En base a esto, el proceso histórico no consiste en que un modo de producción, como un sujeto, genere en su seno otro llamado a enterrarlo en una dialéctica trágica, imagen excitante pero difícilmente pensable; consiste en que el ser humano, sometido a la determinación natural de vivir en, de y contra la naturaleza, va buscando y encontrando “modos” de trabajar-vivir; el ser humano, única instancia real con consciencia, única subjetividad, va consiguiendo hábitats a su medida, que un día habrá de cambiar. ¿Cuándo? Cuando los necesite y pueda, cuando las viejas relaciones ya no sirvan para su finalidad; pero no antes, al menos no mucho antes. Así, cuando Marx dice que en la figura del capital usurero “aún no se ha realizado la subsunción formal del trabajo en el capital” [39] sólo enuncia que unos modos de trabajar y vivir nuevos reclaman, como los personajes de Pirandello, su escenario que aún ocupan otros; un escenario para ser lo que son, personajes creados para ser personajes.
Una situación semejante encontramos en su reflexión sobre otra figura subsumida del capital, el “capital comercial”, que anticipa la relación capitalista, y que se configura aún como “fase de transición”. Considera Marx que tampoco aquí estamos ante “una subsunción formal del trabajo en el capital”, ni por tanto en el capitalismo de iure. Esa distinción es básica, pues nos revela que la misma figura del capital comercial tiene funciones distintas en la fase de transición al capitalismo, cuando éste aún está subsumido, que cuando deviene hegemónico, aunque sea en esa primera fase de baja intensidad que Marx llama de “subsunción formal”. Nos alerta también de los problemas a la hora de precisar la forma de subsunción en esas etapas de cambio, en las que lo nuevo aparece y lo viejo sigue siendo hegemónico, en la que van apareciendo lugares y sectores donde la hegemonía ha cambiado mientras en otros no; es decir, etapas de transición discontinuas, no uniformes, confusas, que ponen a prueba los conceptos.
Además, esa situación se manifiesta en la diversidad de la función, se objetiva en las relaciones; por ejemplo, Marx se fija mucho en la relación de asalariado. Y constata que, en estos casos, en las figuras de capital usurero o capital comercial, aunque se esté creando valor y acumulando capital, no aparece nítidas ni cuantitativa ni cualitativamente la relación de asalariado: el productor directo es vendedor de mercancías, no de fuerza de trabajo [40].
7. La subsunción en las “anotaciones complementarias”
Un comentario aparte merece las “anotaciones complementarias”. Su propia existencia nos revela que al menos esta parte del Inédito que aborda la subsunción era sólo un work in progress, al que se añadían desarrollos y matizaciones; y el contenido de este suplemento, que más que “anotaciones” eran añadidos, a ratos reiterativos y en algún momento, si no muy novedosos, al menos ponen énfasis diversos y significativos en aspectos que ayudan a situar la problemática. Pero, sobre todo, el interés de este apartado importado de otros lugares radica en las descripciones que hace Marx del surgimiento del capitalismo en el seno de la producción artesanal y gremial, que a mi entender es una función específica y diferenciada de la subsunción formal, la base más potente para lo que venimos señalando como distinción de esencia.
De todas formas, quiero dejar patente que, si bien estas anotaciones añadidas no aportan gran cosa a la elaboración del concepto, nos sirven para ratificar que está lejos de ser un texto cerrado y para encontrar nuevas pistas -y reforzar otras- de lo que Marx está buscando y no logra exponer con la claridad y distinción deseables. No deja de ser curioso que, consciente de que este tema de la subsunción le ronda en la cabeza, como prueba que haya ha echado mano del mismo en otros momentos, aunque muy de pasada, aquí en el Inédito, donde por fin ha decidido ponerlo como objeto directo del análisis, decida recoger las anteriores notas y añadirlas sin más, sin preocuparse de encuadrarlas en la argumentación y ajustarlas al grado de elaboración del concepto que ya ha alcanzado. Las incluye sin más, como mero añadido de unas “anotaciones” dispersas por otros manuscritos, según él mismo nos cuenta. Lo cual invita a sospechar que también es consciente de que no ha cerrado el concepto de subsunción en el Inédito, que sigue en proceso de investigación, y en gran medida de acumulación de ideas sobre el mismo. Sólo sobre ese supuesto tiene sentido que se añadan unas reflexiones sobre la subsunción dispersas y de escasa conceptualización; sólo su consciencia de que la investigación está lejos de cerrarse justifica que se acumulen ideas anteriores de la misma, como en espera de que llegue el día en que todas ellas deban ser refinadas, seleccionadas, ordenadas adecuadamente, formando parte de una teoría compacta de la subsunción.
En estas anotaciones Marx da vueltas una y otra vez sobre el concepto, buscando cuadrar el orden de exposición adecuado de las ideas; y nos deja ver que ya estaba atrapado en la tarea de diferenciar dos tipos de subsunción que se correspondieran con los dos tipos de plusvalor y que, al mismo tiempo, definieran dos etapas del capitalismo -una que cubriera la transición y los primeros momentos de hegemonía y otra “específicamente capitalista”-, da vueltas sobre el tema sin lograr efectos clarificadores relevantes. Parece como si el enfoque inicial, intuitivo, provisional y espontáneo, se resistiera a ser sustituido y contaminara toda la investigación. Esa intuición inicial, a mi entender, gira en torno a lo que he llamado distinción de esencia entre ambos tipos; y busca fijarla recurriendo a características o determinaciones externas y circunstanciales, en lugar de buscarla en la diferencia específica de su función en la reproducción del capital, en el modo específico de realizarla. De tal manera que la subsunción formal, que subsume la forma del trabajo o la producción anterior, pre capitalista (que yo extendería a las posteriores aspirantes o post-capitalistas, tal que la subsunción formal quedaría definida en general, sin límite espacial o temporal), aparece con una función ajena y distinta a la otra, que Marx llama “real", -que sería preferible llamar “material”, para no romper la simetría y relegar la formal a los márgenes-, en lugar de establecer la diferencia entres ambas en la función particular, en el modo de realizar esencia, que sería idéntica en ambas, pues no puede ser otra que la reproducción del capital.
Esto quiere decir que mientras la subsunción formal subsume la forma técnica del proceso de trabajo, y la somete con su contenido a la nueva forma social capitalista para que funcione en la producción de valor, en la valorización, manteniendo las conducciones del proceso (de modo que así, subordinado, se perpetúa bajo el capitalismo sin evolución relevante, como “artesanía”), por su parte la material o “real" aniquila o prescinde de la forma técnica y del contenido, o desarrolla éstos hasta renovarlos y sustituirlos, de tal modo que la nueva forma capital ahora hegemónica subsume la totalidad del proceso, todos sus elementos, formas y relaciones, tal que los contenidos, los medios de producción material e intelectual, su estructuración y su organización, son ahora lis apropiados para la función de valorización. Tal vez por eso Marx la califica de “subsunción real", porque realmente hegemónica el proceso de trabajo y lo determina para optimizar su función, la valorización del capital. Así acentúa la intensidad del dominio, el triunfo definitivo, ya sin obstáculos, del capital, logrando hacer un mundo a su manera y medida. Pero con ello, con ese justificado énfasis subjetivo, se desequilibra la doble subsunción y se desvía la identidad de fondo de sus respectivas funciones; y obstaculizado el progreso de la construcción de ambos conceptos por la vía de la unidad de esencia y distinción de función (o, si se prefiere, por la vía de la identidad de función general y distinción de función particular [41]), el discurso se ve desplazado hacia la diferencia escalar, de intensidad, que puede mantenerse pero que sirve para lo que sirve.
Creo que Marx sufrió los efectos de esa desviación; osciló en el criterio, la distinción de función se vio corrompida por la interferencia de la distinción cuantitativa, de extensión e intensidad; y aunque vaya acumulando matizaciones y remodelaciones a su matriz cuantitativa, ésta es ágil y se resiste, impidiendo una nueva perspectiva. Esto pasa con frecuencia en el trabajo teórico, cuando un planteamiento objetivado en el papel parece resistirse a ser borrado, forzándonos a insatisfactorias revisiones sucesivas, sin que las representaciones logradas se adecúen a la idea que en el pensamiento se va abriendo paso, exigiendo la búsqueda de otra forma de objetivación. No obstante, esos esfuerzos no exitosos no son estériles, pues el concepto se va abriendo paso en el proceso de investigación, en gran medida por ensayo y error, y sale adelante y acaba determinando el pensamiento incluso cuando no se objetive en una exposición acabada; acaba siendo usado, aunque no haya sido claramente objetivado, adecuadamente definido.
7.1. Si seguimos fielmente la lectura del Inédito, vemos que una vez descrita la subsunción formal en los términos antes expuestos, y antes de pasar a estas “anotaciones”, Marx pasa a tratar, muy brevemente, la subsunción real del trabajo en el capital, como una nueva fase que define el “modo de producción específicamente capitalista”, y cuyos rasgos -una base material tecnológica y científica, con potente división del trabajo y socialización del mismo- se ponen en relación directa con la necesidad y posibilidad de obtención del plusvalor relativo. Pero tras esas breves reflexiones sobre la subsunción real, sobre las que enseguida volveremos, aparecen intercaladas las “anotaciones”, un añadido al análisis de la subsunción formal, escritas en diferido, redactadas en otros momentos y en otros textos, que Marx acumuló a este manuscrito por ser variantes sobre el mismo tema; notas y reflexiones que no integra al orden de argumentación del discurso, sino que simplemente las intercala y acumula, como en espera de una reelaboración posterior; lo que a mi juicio es síntoma de la provisionalidad del texto y da a entender que la exposición del concepto no le parecía la adecuada.
Estos apuntes sobreañadidos quedan, pues, recogidos en un apartado del capítulo con el título “Anotaciones complementarias sobre la subsunción formal del trabajo en el capital”, que aquí analizaré antes de pasar a la subsunción real. Insisto, es realmente un “añadido”, en parte redundante y en parte reiterativo, como si no estuviera satisfecho del resultado obtenido en la distinción de las dos formas de subsunción; y tal vez como si no estuviera satisfecho con el concepto de subsunción que estaba instituyendo. Lo justifica así: “Antes de proseguir con el análisis de la subsunción real del trabajo en el capital, cabe agregar las siguientes anotaciones adicionales, tomadas de mis cuadernos” [42]. Nos da a entender explícitamente que fueron escritas anteriormente, en otros momentos, y que forman parte del proceso multilineal de investigación; pero en ningún momento se ofrecen como cierre del concepto, ni se plantea su mayor o menor coherencia con el relato sobre la subsunción propio del Inédito. Ni siquiera, como he dicho, se intenta encuadrarlo en la argumentación y se reescribe para su coherencia y compacidad con el resto; simplemente se acumulan esa reflexiones, como si fuera consciente de que de momento todo es provisional, todo estás afectado del desorden, provisionalidad e incompletitud de esa fase de producción de conocimiento que llamamos fase de investigación, lejana aún de su metamorfosis en modo de exposición, momento en el que el conocimiento reproduce la realidad en la idea.
La verdad es que el valor teórico inmediato de estas anotaciones es bastante dudoso; sirven más para dar cuenta del forcejeo de Marx con la teoría de la subsunción que para definir la forma final de ésta. No obstante, su lectura y reflexión puede ser provechosa para nuestro objetivo si conseguimos captar ciertas modulaciones y ciertos énfasis que nos ayuden a vislumbrar el concepto de subsunción que busca. Por ejemplo, es significativa su alusión, aunque hecha de paso, a que los dos tipos de subsunción se relacionan con los tipos de coerción, cuyo enunciado abre un camino sugerente y, a mi entender, más útil y apropiado que la diferenciación por los tipos de plusvalor.
El comienzo de estas anotaciones, bastante contundente y con tono dogmático, nos ayuda a ver con claridad que su posición teórica sigue siendo básicamente la expuesta en las páginas anteriores, en especial su defensa de la relación estrecha entre la subsunción y el plusvalor, usando los dos tipos de éste para diferenciar las dos formas de aquella. Dice:
“Denomino subsunción formal del trabajo en el capital a la forma que se funda en el plusvalor absoluto, puesto que sólo se diferencia formalmente de los modos de producción anteriores sobre cuya base surge (o es introducida) directamente, sea porque el productor (producer) actúe corno empleador de sí mismo (self-employing), sea porque el productor directo deba proporcionar plustrabajo a otros. La coerción que se ejerce, id est, el método por el cual se expolia plustrabajo, es de otra índole” [43].
Es tan estrecha la relación entre plusvalor absoluto y subsunción formal que prácticamente identifica ésta con el modo de producción. Dice rotundamente que “se funda en el plusvalor absoluto”, dando a entender que esa subsunción nace y vive para la producción de ese tipo de plusvalor; y la sitúa al nivel de los modos de producción, comparándola con los anteriores, “de cuya base surge”, sin más diferencia con ellos -¡nada más y nada menos!- que una diferencia formal, una diferencia en la forma de apropiarse del producto del trabajo. Y esta diferencia en la forma de apropiación, en un caso del producto del trabajo y en el otro del plusvalor por mediación del plustrabajo, se concreta en una interesante diferencia en el tipo de coerción que en uno y otro caso se emplean. El secreto parece estar en la distinta “índole” de la violencia empleada en el procedimiento o método de explotación.
La definición de la subsunción formal en la cita es manifiestamente insatisfactoria. El fundamento de la misma en el plusvalor absoluto sólo cobra sentido y concreción pensando la subsunción como la organización de la totalidad de la producción para producir plusvalor absoluto, como un modo de producción orientado exclusivamente a ese tipo de plusvalor. Y, a mi entender, ni la subsunción puede identificarse al modo de producción, pues la categoría perdería potencia analítica, no es posible pensar el modo de producción capitalista, o una fase del mismo, como exclusivamente orientado a generar plusvalor absoluto.
La verdad es que me extraña que “funde” la subsunción formal en el plusvalor absoluto, y no en la relación específica entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización. El plusvalor absoluto es, en todo caso, un producto, o una finalidad, un resultado de la especial manera de articularse el proceso de producción capitalista; pero no es un plusvalor propio y exclusivo de una fase del capitalismo, del capitalismo de la “subsunción formal”. No ha habido ni puede haber tal fase; los dos tipos de plusvalor pertenecen al concepto de capital y están presentes en todos y cada uno de sus momentos, inseparables, como dos variables bien correlacionadas; no es posible, fuera de la abstracción analítica, pensar como realidad distinta un capitalismo modo subsunción formal. El capital, conforme a su concepto, incluye los dos tipos de subsunción, es impensable sin ambos. Mo hay dos modos de producción, cada uno basado en un tipo de subsunción. Si queremos buscar la identificación asintótica hemos de hacerlo entre modo de producción y subsunción. Al fin, como dijimos en la Introducción, la subsunción en general es la relación de la forma capital con la estructura social capitalista, con la totalidad de los elementos, procesos y relaciones que constituyen su base material.
Extraña también, y he de insistir de nuevo en lo ya dicho, que llame “formal” a este tipo de subsunción, en base al argumento según el cual el nuevo proceso de trabajo “sólo se diferencia formalmente de los modos de producción anteriores”; en definitiva, que la nueva relación de subsunción no implica innovación técnica alguna, que excluye cambios materiales, variaciones en el contenido. ¿Cómo entender esto? ¿A qué diferencia entre la subsunción formal y los otros modos de producción anteriores alude? Lo cierto es que en momentos como éste Marx acerca en exceso la subsunción al modo de producción, a mero nombre de la realidad capitalista. Podemos verlo cuando dice que la subsunción formal surge o es directamente “introducida” en la base material del modo de producción matriz, en el que han surgido las relaciones capitalistas llamadas a desplazarlo; nos envía al escenario precapitalista en el que han ido apareciendo subsumidos los elementos llamados a constituir la estructura capitalista, donde en algún momento aparecerá la relación capital, y de su mano la subsunción formal. Pues bien, en ese escenario abstracto la subsunción formal resume e identifica la aparición del capital en la producción precapitalista. Aunque con cierta ambigüedad, ya que no quedan bien definidos en esa fase de transición los dos momentos, -tal vez no pueda hacerse empíricamente y de forma exhaustiva-, el precapitalista que subsume el capital naciente y el ya capitalista que progresivamente subordinación y hegemoniza el precapitalismo a la defensiva y en retirada, podemos interpretar que Marx sitúa la escena en lo que podemos llamar fase de transición al capitalismo. Una fase conceptualmente ambigua e indefinida, como dugo, pues parece desdoblarse en dos momentos: el de la aparición del capitalismo en territorio enemigo, en su origen inmanente, en su nacimiento fragmentado y disperso, subsumido en el orden artesanal y corporativo; y, a la vez, el de su especial guerra de liberación y colonización, su travesía desde la sumisión a una creciente independencia y una progresiva hegemonía sobre la totalidad, sobre su antiguo protector.
La verdad es que el concepto de la transición es complejo, y siempre incluye ambigüedades; pero hay que asumirlo, la realidad social es siempre una interminable transición. La idea de Marx, en todo caso, parece inamovible en su afirmación de que en los orígenes del capitalismo hay un momento, dilatado en el tiempo, en el que el capital lucha por la corona; durante ese tiempo de campaña la base material del reino no cambia (cualitativamente) aunque ella misma sea proceso de cambio (cuantitativo) que irá determinando la cualidad y reconocimiento del trono. Y para representar ese lugar y tiempo de salida de la prehistoria del capital Marx recurre a la subsunción, a un tipo de ella, la subsunción formal, reservado el otro, tipo, la subsunción real, para después de la coronación.
Espero que estas metáforas nos ayuden a dar cuerpo a las expresiones marxianas. La subsunción formal puede ser pensada como un cambio político formal en un proceso de conquista, en el que el cuerpo material, el territorio conquistado no cambia en la forma técnica, en sus formas materiales de vida y de trabajo. Se trabaja y se suda igual, pero ahora hay que pagar diezmos y primicias al nuevo señor, que necesita alimentar su creciente imperio. Esta imagen tiene su sentido en el relato histórico, que necesariamente ha de condensar el tiempo vaciándolo de los pequeños acontecimientos. Tras la derrota, todo sigue igual excepto el cambio de casa real, como expresan los nuevos escudos y estandartes, símbolos del cambio formal que no influye en la vida cotidiana de la miserable plebe. Es decir, en la representación literaria, necesariamente abstracta, de mirada distante, el proceso de transición se condensa en un momento, el del “salto cualitativo”, el de la aparición de una nueva forma, el de cambio de forma, fugaz paso del antes al después, proyectadas sobre una base material inmovilizada y detenida en la abstracción; en la representación esquemática del relato histórico la transición necesariamente aparece oscurecida en sus cambios, en sus movimientos imperceptibles pero inexorables. Pasa del antes al después de la derrota, sin relatar que durante la larga campaña se había ido pasando de unas condiciones materiales de vida a otras, silenciando que la derrota misma no era sino el efecto de esos cambios; que el conquistador venía reclamado por los vencidos.
Releamos de nuevo la cita para comprobar si se nos ha vuelto algo más transparente, si encontramos en ella sentidos antes oscurecidos. La subsunción formal, (dejemos en suspenso lo de “fundada en el plusvalor absoluto”), expresa la aparición de un nuevo modo de producción que sólo se diferencia de los anteriores en la forma, sólo ha habido un cambio de forma. Pero esa nueva forma, en la medida en que no corresponde a la forma técnica, a la forma material de los procesos técnicos -cuyos cambios quedan devaluados e irrelevantes en el supuesto analítico- no refiere al proceso de trabajo, ni a la producción de valor de uso. Esa nueva forma de subsunción refiere al valor, más concretamente, al plusvalor; no específicamente al plusvalor absoluto, sino al plusvalor en general, pues la subsunción formal en realidad está indisolublemente ligada a la reproducción del capital. ¿Y cuál es la determinación específica de esta subsunción formal? Marx alude a ello en el párrafo final de la cita, al afirmar que “la coerción que se ejerce, id est, el método por el cual se expolia plustrabajo, es de otra índole”. Esa es la diferencia. La función de la subsunción formal está bien enraizada en el método de apropiación, en el tipo de violencia que pone en juego.
En esta perspectiva, en que el plusvalor ha perdido presencia como referente de la subsunción, cediendo el puesto al tipo de coerción puesto en juego, se inaugura una nueva vía de acceso al concepto de subsunción. En ella, la aparición de la subsunción anuncia la aparición del capitalismo, su hegemonía, que se manifiesta en su capacidad para ejercer la apropiación del plusvalor mediante una coerción “de otra índole”, sin recurrir a la coerción exterior, sin la protección de la determinación política o social. La subsunción formal, por tanto, alude a una relación peculiar en el uso de la coerción, aspecto que no debemos olvidar. Quedémonos, pues, de momento, con esta idea de la subsunción como una determinación de la relación de capital, que denota su capacidad para valorizarse sin coerción exterior; o sea, consiguiendo la subordinación (del proceso de trabajo y de los elementos de la producción en general) [44] y la hegemonía. Así se entiende en parte el motivo por el que Marx, en lugar de hablar de subsunción en general, la acota como subsunción formal. En vez de pensarla desde la relación entre los dos procesos, proceso de trabajo y proceso de valorización, desplaza el escenario a las formas de apropiación de la plusvalía. Y, en esta perspectiva, encuentra que en la fase de transición al capitalismo dicha apropiación se diferencia de la existente en modos anteriores en la sustitución de la coerción por la hegemonía, pero no en los dispositivos de producción de la misma, basados en el tiempo de la jornada de trabajo (plusvalor absoluto); el capitalismo, en su desarrollo, irá generando otro método de producción del plusvalor, el plusvalor relativo, fundado en la productividad; y esto le permite a Marx caracterizar una segunda modalidad de subsunción, la subsunción real. Distinción a mi entender innecesaria: del mismo modo que no se le ocurre distinguir entre dos tipos de capitalismo, el inicial o de transición y el desarrollado o definitivo, sino un mismo modo en un proceso de acumulación constante. En conclusión, que por coherencia: o bien debiera haber mantenido un solo concepto de subsunción, con distinción escalar, en lugar de haber insistido en su diferencia funcional y cuantitativa entre ambos tipos, acercándose sin llegar a proponer una “distinción de esencia”; o bien debiera haber establecido y asumido sin ambigüedad una convincente distinción de esencia.
7.2. Hay un momento en que nos dice de forma enfática los dos rasgos esenciales que caracterizan “la subsunción formal”. Lo hace en un momento en que apunta a un nuevo abordaje a la categoría; no nos ofrece la definición definitiva, pero sí una vía que nos libra de aquel bucle de los tipos de plusvalor y de las fases del capital. Uno de esos dos rasgos, nos dice, consiste en que la dependencia económica que corresponde a la subsunción formal es ajena a cualquier condicionamiento político o social: “no existe ninguna relación política, fijada socialmente, de hegemonía y subordinación” [45]. El otro rasgo señala que el productor directo del capitalismo, en tanto que obrero, está enfrentado a las condiciones de trabajo: “sus condiciones objetivas de trabajo (medios de producción) y condiciones subjetivas de trabajo (medios de subsistencia) se le enfrentan como capital”, nos dice, pues están monopolizadas por el comprador de su fuerza de trabajo [46].
Ambos rasgos parecen no añadir nada nuevo a la elaboración teórica del concepto de subsunción, pero abren perspectivas al análisis. De entrada, implican la no conveniencia de sustantivar la subsunción formal, que al fin es un momento de un proceso gradual, como reconoce al decir que cuanto más claro y completo es ese enfrentamiento, cuanto más absoluta es la propiedad del capital sobre las condiciones de trabajo, más completa es “la subsunción formal del trabajo en el capital, condición y premisa de la subsunción real” [47]; y esa no substantivación es muy importante, pues corrige la extraña insistencia en buscar y fijar la diferencia esencial entre ambas formas una vez se ha puesto la subsunción como “forma” general del capitalismo (tanto forma de producción como de apropiación del plusvalor, y tanta forma de subordinación como de hegemonía, entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización). ¿Por qué no desustantivar y modalizar ambas subsunciones?
En realidad, aunque Marx insiste en estas “anotaciones complementarias” en algunos aspectos interesantes, que apuntan una salida, avanza poco en el concepto. Ello se debe a que mantiene su visión de la subsunción formal como descripción o característica básica del modo de producción, en concreto, como forma de un primer momento del capitalismo sin variación de las fuerzas productivas respecto a la producción precapitalista anterior; y esto es complicado, tanto en lo que respecta la identificación entre modo de producción (una realidad) y subsunción (una relación interna a una realidad social), cuanto en lo referente a la posibilidad de pensar cambios formales sin cambios materiales, cambios en la producción de valor sin cambios en las fuerzas productivas. El mismo texto de Marx muestra cierta inseguridad en la argumentación. Por ejemplo, en un momento en que retoma la caracterización de la subsunción formal desde el referente del tipo de coerción, que a mi entender es una buena vía, y señala que, al tratarse de una relación capitalista (donde hay trabajo asalariado y plusvalor) la coerción es inmanente, deriva de la estructura económica, no es exterior a ella. La descripción es sin duda correcto, ahora bien, este rasgo no es propio de la subsunción formal, aparece también en la subsunción real; en realidad, pertenece manifiestamente al concepto de subsunción en general.
Tampoco se comprende bien su obsesión en la insistencia en que, en la fase de la subsunción formal, en el modo de producción mismo, no hay cambios internos a la producción inmediata: “El proceso laboral, desde el punto de vista tecnológico, se efectúa exactamente como antes, sólo que ahora como proceso laboral subordinado al capital” [48]. Pero es complicado mantener esta tesis cuando reconoce que hay cambios “externos” a esa producción inmediata, que hay cambios en el proceso productivo global; y nada menos que en las relaciones de producción, que subordinan el proceso productivo a una nueva forma, la del capital. Cuando Marx dice que el proceso laboral, desde el punto de vista tecnológico, “se efectúa exactamente como antes”, con el “exactamente”, sin duda excesivo, en realidad vuelve impensable el proceso. ¿Qué razón puede esgrimirse, si se ha renunciado a la violencia goda y si se quiere mantener la ontología de la inmanencia, para el cambio al capitalismo?
Él mismo corrige su énfasis y lo compensa en otros momentos, reconociendo que la aparición de la subsunción formal, expresión de la aparición de la relación capitalista, conlleva cambios profundos en otros lugares de la producción. Lo hace, cosa significativa, cuando desplaza la mirada a la coerción presente en la subsunción; por ejemplo, al señalar que con la subsunción formal aparece “una relación económica de hegemonía y subordinación, puesto que es el capitalista quien consume la capacidad de trabajo, y por tanto la vigila y dirige”. Se reconoce, pues, que esa aparición del capitalista va unida a “una gran continuidad e intensidad del trabajo” y una mayor eficiencia en el uso de medios, para que el producto se mantenga en los límites del “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Estos ejemplos revelan, aunque no se explicite, que la subsunción formal por si misma ya tiene efectos en el proceso de trabajo y en el plusvalor relativo, pues la intensificación en la producción para disminuir el tiempo de trabajo necesario no se confunde con el aumento de la jornada, propio del plusvalor absoluto.
Marx no tiene aquí en cuenta sus propias tesis, como que la forma capitalista es productiva de plusvalor absoluto y relativo desde el origen, incluso en la fase o etapa de la subsunción formal. En definitiva, en el mismo origen del capitalismo ha de aparecer, como determinaciones esenciales de éste, las dos formas de plusvalor; si así no fuera habría dos clases de capitalismo, o tal vez con más rigor, no habría ninguno conforme al concept. Por tanto, la subsunción formal que supuestamente aparece en el origen, si ésta expresa la aparición de una forma capitalista -al fin es la forma capital concreta de ese momento- en un sistema de producción precapitalista, en ella han de estar presente la producción y apropiación de las dos formas de plusvalor, el plusvalor absoluto y del plusvalor relativo. No es posible pensar uno sin el otro; de hecho, son distinciones analíticas y sólo en el análisis, en la abstracción, aparecen distintos y aún enfrentados. Otra cosa es la desigualdad de peso de cada uno de ellos en la acumulación del capital.
A pesar de estas carencias teórica de las “Anotaciones complementarias”, semejantes a las del resto del Inédito, no dejan de tener interés gracias a esos breves y fragmentados momentos en los que Marx parece diseñar otra vía de caracterización, en base a los conceptos de hegemonía y subordinación. Por ejemplo, en el caso paradigmático en que busca apoyo del concepto de subsunción en el tipo de “coerción” que diferencia los modos de producción, y que hace que la subsunción en el capitalismo posea “una forma distinta de la que tenía en los modos de producción anteriores” [49]. En clave marxiana, es la propia estructura económica la que ejerce el impulso y la presión, sin necesidad de determinaciones políticas y sociales exteriores. Coerción inmanente, pero que, al fin, tiene efectos en la producción: acrecienta la continuidad y la intensidad del trabajo, aumenta la producción, propicia las capacidades de trabajo y, sobre todo,
“reduce la relación entre el poseedor de las condiciones de trabajo y el obrero mismo a una simple relación de compraventa o monetaria, eliminando de la relación de explotación las excrecencias patriarcales y políticas o incluso religiosas. Sin duda, la relación de producción misma genera una nueva relación de hegemonía y subordinación” [50].
Marx avanza en la descripción de la producción capitalista, que para desarrollarse ha de irse liberando de las “relaciones formales” y pasar a determinarse por las “relaciones materiales”. Para Marx las relaciones formales suelen remitir a la exterioridad, en concreto, a la sumisión de la producción al orden político, jurídico o cultural, a las “excrecencias patriarcales y políticas o incluso religiosas”; los materiales refieren a las determinaciones internas, técnicas, del proceso productivo. Y ahí entran en juego la cantidad (la acumulación de capital) y la base material (tecnología y ciencia). Cada modo de producción tiene su modelo propio de coerción; en el capitalismo la coerción no es formal, sino material, exigida por la lógica de la producción, la lógica del capital, sin otro fin que su valoración. Nótese que digo la valoración del capital, no el enriquecimiento de los capitalistas, pues, aunque ambos hechos vayan de la mano y sean buenos aliados, esa relación es contingente.
La forma de coerción es, en el fondo, una representación parcial de la subsunción; es la representación desde la perspectiva del capital, erigido analíticamente en sujeto; si adoptáramos la perspectiva de lo subsumido, del trabajo, tendríamos la otra mirada, el otro rostro de la subsunción, que es la resistencia, ahora erigida por el análisis en sujeto. Por tanto, coerción y resistencia son dos abstracciones de la subsunción. Al fin, he insistido en ello, la forma capital, la forma subsuntiva general en el capitalismo, ha de garantizar la reproducción, y lo hace equilibrando coerción y resistencia, reproduciendo el capital y el trabajo; su éxito, su sobrevivencia, vendrá dada por la reproducción de la totalidad.
En esta perspectiva la subsunción se nos aparece como la forma capitalista de coerción global, que mantiene la totalidad frente a las contradicciones que la agitan; si en otros modos de producción esa forma era exterior, eminentemente política, pura dominación, necesaria para mantener la unidad y cohesión amenazada por los conflictos internos, en el capitalismo esa forma es inmanente a la estructura económica, subordinación y hegemonía, generada por los propios conflictos como equilibrio necesario y necesariamente inestable. Por eso decía Marx que un modo de producción no desaparece mientras pueda garantizar la sobrevivencia de la totalidad y cuando lleguen ese momento hay otro orden llamando a la puerta.
Marx, ya lo he dicho, privilegia en su análisis la perspectiva de la coerción, la mirada del capital; y hay buenas razones para ello, especialmente desde su discurso crítico, y en muchos momentos militante. Pero al mantener este enfoque parcial y unilateral en la cuestión de la subsunción, ésta sale desenfocada; su concepto no recoge todo su ser. Intensificar la mirada desde la coerción (en el dominio del capital sobre el trabajo), diluye la visibilidad de la resistencia (la existencia sometida del trabajo y su potencial alternativo); no obstante, el abordaje del problema desde la coerción también nos permite dar relevancia a la cara oculta de la resistencia, cosa que aprovecharé para así incorporarla al concepto de subsunción.
Podemos hacerlo si tenemos en cuenta de que Marx, al fijar la nueva forma de coerción, propia del capitalismo, como material e inmanente a la producción, la presenta como interior al proceso, como relación de hegemonía y subordinación en su seno, perspectiva que aporta mucho más juego para el análisis. Cuando la relación de la hegemonía y la subordinación reemplaza a las formas de coerción exterior anteriores (esclavitud, la servidumbre, el vasallaje, las formas patriarcales de la subordinación, etc.), entiende Marx, a simple vista tan sólo se opera un cambio en su forma. La coerción persiste, es intrínseca al orden productivo y al orden social; pero la forma de la misma se vuelve más flexible y, sobre todo, es inmanente a la producción. Marx llega a decir que, al ser ahora la forma de dominación de naturaleza meramente material, puramente económica, deviene, “formalmente voluntaria”. Efectivamente, formalmente todo se inicia en un contrato de compraventa de la fuerza de trabajo; formalmente se basa en el respeto de la libertad de los individuos; formalmente todo es conforme a la ley, la moralidad y los derechos subjetivos. Pero materialmente es otra cosa, claro. Ese fundamento en un contrato, en una relación formalmente voluntaria, hace que la coerción, que siempre arrastra en sus contenidos connotaciones materiales, de fuerza, de imposición, de dominio, de poderes y privilegios, de cuestiones fácticas, se estilice y pueda aparecer en figuras más ligeras y amables, como la subordinación y la hegemonía. Relaciones más sutiles, con más capacidad de enmascaramiento, capaces de ocultar que, bajo la coerción grosera y ostentosa, propia de formas de producción viejas, habitualmente concretada en prestaciones materiales y serviles, era posible la autonomía, mientras que las nuevas relaciones de dependencias “materiales”, internas, inmanentes, contratadas, libres, liquidan cualquier resto de independencia. Marx lo describe con claridad:
“La relación de la hegemonía y subordinación ocupa en el proceso de producción capitalista inicial el lugar de la antigua autonomía anterior, como por ejemplo entre todos los campesinos independientes, agricultores (selfsustaining peasants, farmers) que sólo tenían que pagar una renta en especies, sea al estado, sea al terrateniente (landlord), y en el caso de la industria subsidiaria -domestico-rural- o en el artesanado independiente. Se registra aquí, pues, la pérdida de la autonomía anterior en el proceso de producción; la relación de hegemonía y subordinación es ella misma producto de la implantación del modo capitalista de producción” [51].
Hegemonía y subordinación, tipo de coerción genuinamente capitalista, liquidan la posibilidad de autonomía de las colectividades; en cambio, bajo la coerción feudal, por ejemplo, con su dominio formal, éstas gozaban de márgenes de independencia. Pero hegemonía y subordinación son, como he dicho, el rostro parcial de la subsunción, mirada desde el capital; si Marx hubiera añadido la otra mirada, como hace en otros contextos, la del trabajo, la de las luchas de clase, habría avanzado en la elaboración del concepto. Y nos hubiera allanado el camino.
Efectivamente, siendo cierto que la hegemonía y la subordinación, como tipo de coerción, pertenecen a la subsunción que impone el capital, no responde a la pregunta de cómo explicar ese cambio de coerción, de cómo aparece esa forma subsuntiva desde la inmanencia. Lógicamente, si lo específico de la coerción capitalista es que no es violenta, no exterior, su origen no puede ser extraño a esa esencia. Marx, como reconoce en otros textos, sabe muy bien que el capital y la relación capitalista se abren paso porque esa forma es más productiva, porque abre mejores condiciones de vida a los productores. En consecuencia, esa doble relación de hegemonía y subordinación, antes que producto del modo de producción capitalista es una determinación del mismo, es su mejor credencial inscrita en su forma de aparición. No lo olvidemos, en el orden lógico todo comienza con un contrato libre y voluntario. La autonomía que sobrevive en el precapitalismo como oasis de libertad en el desierto de la violencia cede su lugar a la hegemonía y la subordinación universal en un territorio económico sin violencia exterior (todo ello en el concepto, claro). Por tanto, dado que éstas no son relaciones políticas, sino económicas, internas a la producción, su aparición, desarrollo e imposición no violenta será en base a su mayor productividad. Y, si es así, recordemos lo ya dicho: en el origen del capitalismo ya hace acto de presencia el plusvalor relativo, el otro rostro de la subsunción.
7.3. Sin duda lo más valioso de estas anotaciones complementarias, como ya he dicho, no son las aportaciones conceptuales a la teorización de la subsunción, sino las descripciones sintetizadas del proceso de cambio económico de las formas gremiales a las capitalistas, del taller profesional a la fábrica. El valor de estos trozos de historia es esencial, pues proporcionan materia prima para elaborar el concepto. Su lectura atenta revela que, en el relato, en “estado práctico”, están muy presente el concepto de subsunción, en un grado de elaboración muy superior al que nos aparece en sus tematizaciones; nos revela que Marx ha avanzado mucho en la producción y uso del concepto, aunque no haya logrado una exposición adecuada del mismo. Lo cual es una buena lección para extraer, a saber, que los conceptos no deben buscarse sólo en los pasajes filosóficos donde son objetos de exposición, donde son explícitamente mencionados, sino allí donde funcionan semiocultos en la producción del saber, donde son realmente usados.
La lectura atenta nos revelará que la elaboración de la categoría de la subsunción avanzaba más en su cabeza que en el manuscrito; incluso parece que añadió estos pasajes, “dispersos en otros manuscritos” suyos, sin sacarles el jugo, sin incluirlos en la reflexión sistemática sobre el concepto que abrió en el Inédito, que poco añadían de forma explícita al concepto, porque en las descripciones -y la categoría de subsunción, no lo olvidemos, era necesaria para describir la historia del capital- aparecía funcionando, produciendo saber, con eficiencia y fecundidad. Tanto es así que, aceptando el reto, intentaré exprimir estos pasajes para ir sacando el concepto que en ellos opera.
Marx se sitúa en la hora antes del alba capitalista: “Estamos aquí ante una relación entre compradores y vendedores”, en el dominio del taller artesanal de una producción gremial. Ya se ha liberado la fuerza de trabajo, hay trabajo asalariado y división técnica del trabajo: “Hay pago de salarios y el maestro, el oficial y el aprendiz se enfrentan entre sí como personas libres” [52]. Parece que el capital espera a la puerta, empujando, ofreciéndose. Pero la base material sigue siendo el taller. Y esto quiere decir que “el factor decisivo de la producción es el manejo más o menos idóneo del instrumento de trabajo”. Y esto, subraya Marx, hace que el trabajo personal autónomo, en que el saber reside en el trabajador y su dominio de la herramienta, sea el eje de esta forma de producción. Porque esta relevancia del trabajo personal autónomo se trasvasa a la del desarrollo profesional del trabajador, “que exige un período de aprendizaje mayor o menor”. La formación procesional determina el resultado, el producto; y todo lo demás, todas las relaciones técnicas y sociales, se montan sobre esta base, sobre el dominio técnico del trabajador. Se es aprendiz, oficial o maestro, según la formación profesional; y se tiene dicha categoría, en una rama del trabajo; la cualificación no otorga valor universal. Se es maestro en una especialidad; y su privilegio está limitado a la misma.
A Marx le interesa mucho distinguir entre esta estructura laboral, donde sin duda hay trabajo salariado, división del trabajo, jerarquía…, de la estructura capitalista, a la que formalmente se parece, donde estos elementos están presentes, pero cumpliendo otros fines; los mismos fenómenos con esencia diferente. Y, en particular, le interesa mostrar que allí, en el escenario del taller gremial, no hay ni capital ni capitalistas, aunque lo parezca:
“Ciertamente, el maestro se halla en posesión aquí de las condiciones de producción, de las herramientas y del material de trabajo (aunque las herramientas pueden también pertenecer al oficial): el producto le pertenece. En cuanto a esto, es un capitalista. Pero no es como capitalista que es maestro. Él mismo es, en primerísimo término, artesano y se supone (is supposed) que es maestro en su oficio. En el proceso mismo de producción actúa como artesano, al igual que sus oficiales, e inicia a sus aprendices en los secretos del oficio. Mantiene con sus aprendices exactamente la misma relación que media entre un profesor y sus alumnos. En consecuencia, su relación con aprendices y oficiales no es la del capitalista en cuanto tal, sino la del maestro en el oficio, quien, en su condición de tal, ocupa en la corporación, y por ende frente a aquéllos, una posición superior, que is supposed se funda sobre su propia maestría en el oficio” [53].
Parece un capitalista, pero no es un capitalista. Lo parece porque es propietario de los medios de producción y del producto; pero no lo es conforme al concepto, pues no es “maestro” por ser propietario, sino propietario por ser maestro. Es antes que nada artesano, y como artesano experto y experimentado llega a ser maestro, y con el fruto de su trabajo logra disponer de los medios de producción y de montar su taller. Es maestro porque es el mejor, “is supposed”, como el profesor respecto a sus alumnos.
Pero su figura es radicalmente diferente a la del capitalista por otras relaciones que se dan en el taller. La más importante es que su “capital” es un “capital vinculado”. Y por capital vinculado ha de entenderse que no es un capital libre, autónomo, hegemónico, sino sometido a límites y determinaciones exteriores al mismo. Limitaciones “tanto en lo que toca a su forma material como al volumen de su valor”, dice Marx. En cuanto a su forma material, no es trabajo objetivado, no es “valor en general”, que pueda adoptar a su antojo diversas figuras, “según se intercambie a discreción por esta o aquella forma del trabajo vivo para apropiarse de plustrabajo”. El maestro ha de ser maestro, llegar a maestro, para poder “colocar dinero en esa rama de trabajo determinada, en su propio oficio”; no se le permite invertir en otra especialidad; es un “capital” ligado a la condición de maestro de su propietario”. No puede montar un taller de otro género, ni contratar oficiales libremente. Ha de contratarlos de esa artesanía y en número limitado: los gremios han de repartir, tienen poder para ello, el trabajo entre los maestros, y lo hacen poniendo límites al volumen de producción.
“Únicamente puede convertir su dinero en capital en su propio oficio, vale decir, empleado no sólo como medio de su trabajo personal, sino también como medio de explotar el trabajo ajeno. Su capital está ligado a determinada forma del valor de uso, y por lo tanto no se enfrenta a sus trabajadores como capital” [54].
En definitiva, su propiedad de los medios de producción no es propiamente capital; en todo caso, no funciona como capital, como valor que se valoriza, libre y móvil, travesti incansable, sin patria ni profesión; el maestro invierte en su profesión, en su taller, para mantenerse en su ser, en su oficio, y culminar su carrera profesional. El taller es como su ciudad, fuera de esta sería un meteco y fuera de aquél un intruso o un amateur. Para Marx esta relación es muy importante: es capitalista, si puede llamarse así, porque es maestro y para seguir siendo maestro.
Por otro lado, el maestro no tiene la libertad del capitalista; el capital genuino no tiene límite exterior, o aspira a ello; el maestro tiene controlados incluso los métodos de trabajo. Sí, cuenta si experiencia, pero también normalizados por la corporación, que los aprueba en función del valor de uso, de las necesidades sociales. También la calidad está normalizada por la corporación, y los precios
“La forma limitada que impide a su peculio funcionar como capital se manifiesta además en que de hecho se ha fijado un máximo para el volumen que puede alcanzar el valor de su capital. No puede tener más que cierto número de oficiales, ya que el gremio debe asegurar a todos los maestros una parte alícuota de los beneficios de la profesión” [55].
Al fin, la producción artesanal está subsumida en una forma que no es capitalista sino corporativa; una forma que garantiza la reproducción de la corporación, y no la valorización del capital; en ella prima lo corporativo, no lo individual [56]. Tanto es así que estaba reglamentado incluso el número de maestros en cada gremio, estaba controlado el intrusismo [57]. En definitiva, allí no regían las reglas del capital sino las de la corporación; por eso la subsunción tenía como objetivo la perpetuación del estatus social. No dominaba la lógica del valor de cambio, ni el enriquecimiento individual en cuanto tal, sino la lógica apropiada para la reproducción de una sociedad no igualitaria y cerrada [58].
Vista la diferencia entre una producción artesanal y otra capitalista, y fijada la tesis según la cual ambas tienden a su reproducción y que la subsunción es la forma que orienta las contradicciones de las mismas a ese fin general, Marx nos conduce al momento más apasionante de esa historia, el momento del paso de una a otra, o sea, el momento de aparición del capitalismo en el seno de la producción artesanal gremial. Si se quiere, el momento de “transformación formal del taller artesanal en empresa capitalista”. Nótese que dice “formal”, pues éste es su empeño, describir el cambio sobre el supuesto, nada intuitivo, de uniformidad u homogeneidad material; sólo así aportaría argumentos para un concepto substantivo de la subsunción formal. Y de ahí su importancia para nosotros.
La entrada que nos hace Marx simplemente ratifica la posición metodológica que acabo de señalar, centrada en considerar que el cambio es formal, nada material:
“La simple transformación formal del taller artesanal en empresa capitalista -en la cual al comienzo el proceso tecnológico todavía se mantiene igual- consiste en la supresión de todas esas limitaciones, con lo cual también se modifica la relación de hegemonía y subordinación” [59].
El cambio en el tipo de coerción es evidente: se suprimen las determinaciones exteriores, políticas, sociales o culturales, sobre el proceso de trabajo y sobre la producción en general, y se deja su orden en manos de la lógica interna. Aunque dice que así “se modifica la relación de hegemonía y subordinación”, debería entenderse, para mayor contraste, que se modifica el tipo de coerción transcendente, consistente en la dominación, apareciendo uno nuevo, inmanente, caracterizado por la subordinación y la hegemonía. En su literalidad podría pensarse que también en el taller gremial rigen la subordinación y la hegemonía, lo cual no se ajusta a la idea de Marx y, en todo caso, acercaría en exceso los dos modos de producción; prefiero interpretarlo en un escenario de mayor radicalidad del cambio.
Ha cambiado el tipo de coerción y se mantiene uniforme, idéntico a sí mismo, el “proceso tecnológico”. Y vuelvo a plantear nuestra pregunta, para recordarnos el sentido de esta reflexión: ¿qué obliga entonces al cambio? Si el proceso es inmanente, si el cambio no puede venir de determinaciones exteriores, ni tampoco del desarrollo de las fuerzas productivas, como cabría esperar, ¿cómo pensar ese cambio?
Imaginemos el cambio hecho. Un cambio radical, pues “el maestro ahora ya no es capitalista por ser maestro, sino maestro por ser capitalista”. Han desaparecido todas las barreras a su producción derivadas de los controles y límites impuestos a capital. Ahora “el capital (dinero) puede intercambiarse a voluntad por cualquier tipo de trabajo y, en consecuencia, de condiciones de trabajo”. Ya puede ser propietario de los medios de producción cualquiera, porque ser capitalista no deriva de ser maestro, sino a la inversa. En el nuevo escenario capitalista, “el maestro incluso puede dejar de ser artesano”. En la jerarquía de la división del trabajo, el saber, el dominar las herramientas, ya no cuenta, o poco. Ya puede ser capitalista “formalmente” cualquiera; antes les estaba prohibido a los comerciantes crear talleres; ahora los crean quienes tengan dinero, y los comerciantes suelen tenerlo [60].
Estos cambios llegan al centro mismo de la producción, al proceso de trabajo y sus condiciones. El artesano trabajaba para vivir él mismo y su familia; el obrero trabaja para el capitalista, y la voluntad y necesidad de explotación de éste es infinita [61]. Además, el trabajador asalariado, libre, es mucho más productivo que el siervo, pues también tiene sus expectativas de mejor vida.
“La conciencia (o más bien la ilusión) de una determinación personal libre, de la libertad, así como el sentimiento (feeling) (conciencia) de responsabilidad (responsibility) anejo a aquélla, hacen de éste un trabajador mucho mejor que aquél” [62].
El trabajador libre tiene competitividad, la coerción directa que obligaba al siervo ha sido sustituida por la lógica del capital, que fuerza al trabajador a vender su fuerza de trabajo en el mercado, y para estar seguro de ello ha de producir más y mejor que los otros. Por tanto, el capitalista y su infinita voluntad-necesidad de valorización y el trabajador libre sometido a la lógica del mercado de trabajo, rompen con la producción anterior subordinada y limitada a la reproducción de una sociedad de estatus.
El cambio aparece bien descrito; tan bien, que nos muestra dos formas de producción y dos formas de sociedad distantes, en el límite antagónicas. Lo cual nos lleva a radicalizar la pregunta: ¿cómo es pensable tal cambio desde la inmanencia? ¿Cómo puede aparecer en la subsunción de la sociedad gremial la hegemonía del capital? ¿No sería más razonable un concepto de subsunción donde tuviera presencia y actividad la resistencia de lo subsumido? ¿No sería más razonable pensar las contradicciones como contenido de la subsunción y encontrar en ellas los “sujetos” resistentes sobre los que pensar la trasformación? ¿No sería más intuitivo pensar la subsunción como la hegemonía de una forma de organización de la formación social generada desde las luchas y contradicciones como “pacto”, siempre en equilibrio y siempre móvil, siempre parcial y siempre subordinado, pero que todas las partes asumen en tanto, y sólo en tanto, les sirva para la subsistencia? Porque, al fin, ¿no es esa la idea de Marx expuesta en sus obras? [63].
Y, por otro lado, ¿es pensable esa transformación en el seno el taller sin que la misma fuera acompañada, como Marx señala en numerosas ocasiones, de mejoras sensibles en la productividad y, a su través, de las condiciones de vida de los trabajadores? ¿No es esa perspectiva la que está señalando al decir que el trabajador asalariado libre es más productivo que el siervo, o que el oficial del taller, tanto por su necesidad interna de vender mejor su fuerza de trabajo como por su expectativa ideal de mejorar sus condiciones de vida, posibles en el capitalismo y compatibles con su sed de valorización?
Creo, por tanto, que la mejor manera de desarrollar el concepto de subsunción es incluyendo en su contenido dos determinaciones: la resistencia y la conveniencia. Resistencia a la subsunción por lo que tiene de subordinación, intrínseco por el hecho de que lo subsumido son las contradicciones, y en éstas siempre hay desigualdad y dominio; y conveniencia o aceptación por lo que la subsunción tiene de hegemonía, que no anula la desigualdad, pero posibilita la coexistencia de la diferencia, que equivale al reconocimiento global de lo subsumido como parte productiva de la totalidad.
8. La subsunción real.
Marx había dejado claro en el Capítulo III de El Capital, en cuyo proyecto se incluía este Inédito [64] que “la producción de plusvalía relativa”, exigida por la misma lógica del capital, “modifica toda la forma real del modo de producción y surge (incluso desde el punto de vista tecnológico) un modo de producción específicamente capitalista” [65]. De este modo queda bien distinguido el modo de producción de su “forma real”, es decir, de la forma capital plenamente desarrollada, que es a la vez organización de los elementos de la producción, -el complejo sistema de relaciones que constituye la estructura o forma estructural-, y control, limitación y gestión de las contradicciones que hacen posible la reproducción del capital. Perfilando así el concepto, dirá que sobre esa base material se desarrollan nuevas relaciones de producción, tanto técnicas (“entre los diversos agentes de la producción”) como sociales (“entre el capitalista y los asalariados). Una nueva base material, montada sobre el desarrollo de los factores de la producción, abre paso a una nueva estructura y a nuevas o renovadas formas de valorización. En ese escenario de desarrollo continuo, pues, los dos tipos de plusvalor siempre están presentes, aunque con intensidad relativa, según lo exija y permita la estructura, el juego de las contradicciones de la misma; en ese curso continuo se irá estableciendo progresivamente el tipo de coerción genuinamente capitalista; en ese desarrollo se puede, y analíticamente se necesita, distinguir fases o etapas, especialmente dos, una de conquista, afianzamiento y consolidación y otra de reinado, dominio y esplendor; en fin, en ese movimiento estarán presentes, con desigual función e intensidad, ambas relativas a su destino común de reproducción del capital, los dos tipos de subsunción, cuyo fin inmediato es reproducir las condiciones de posibilidad de la valorización. Estos diversos planos permiten analizar diversas dimensiones del proceso del capital, sin duda relacionados y dependientes; pero hemos de distinguir sus conceptos, así como los usado en cada plano, para que la realidad capitalista exprese mejor y con más detalles y variantes sus distintos modos de ser.
Y, obviamente, en el análisis hemos de tener presente que cuando más concreto, cuantas más determinaciones entren en juego, mayor el riesgo de mistificaciones. Es obvio que la producción de plusvalía relativa es más y más posible a medida que el capitalismo desarrolla y extiende su base tecnológica; es obvio que la división del trabajo, la cooperación y socialización, la incorporación de la ciencia, todo junto, con las nuevas relaciones que esa base material impone, configura una nueva etapa del modo de producción capitalista, la fase acabada. Y es obvio que esas distinciones son útiles y necesarias.
Ahora bien, la distinción de tipos, formas o fases incluyen, imprescindibles para el análisis, especialmente cuando la producción crece en complejidad, conlleva el riesgo de que la mistificación que siempre amenaza al argumento alcance su cima, pues las relaciones seleccionadas y exhibidas al mismo tiempo que visibilizan aspectos ocultan otros. Por ejemplo, la unidad entre intensidad en la producción y la productividad de la misma no se presenta como lo que es, potencia del trabajo, sino que esconde su origen y se presenta como lo que no es, potencia del capital: “se presenta como fuerza productiva del capital, no como fuerza productiva del trabajo”, nos dice Marx. Y así puede aparecer como producto legítimo del capital, mediatizado por la socialización del proceso y, sobre todo, por la incorporación de la ciencia a la máquina; todo lo cual induce a pensar que esa enorme fuerza productiva no es ya “ni del obrero individual ni de los obreros combinados en el proceso de producción” [66]. Es decir, la mistificación implícita en la relación capitalista en general se vuelve más sutil y efectiva, “se desarrolla ahora mucho más de lo que se había y se hubiera podido desarrollar en el caso de la subsunción puramente formal del trabajo en el capital” [67].
8.1. Marx consigue establecer un par de relaciones triádicas, con evidente atractivo, pues si conocer en gran medida es legislar, como decía Kant, pensar en gran medida es relacionar, como alecciona Hegel. Esas relaciones “triádicas”, siendo útiles en la argumentación, no dejan de plantearnos problemas de consistencia. Por un lado establece una periodización del desarrollo del capitalismo en dos fases, una inicial y otra desarrollada; esta tipología sería tópica si no fuera porque el criterio al que recurre deja confusos los límites y la substancia de las mismas. Llama a la primera fase de “transición”, con la ambigüedad en límites y contenido propia de este concepto, y considera a la segunda como “específicamente capitalista”, con lo cual la eleva a canon de la primera.
Por otro lado, los dos tipos de plusvalor (con más precisión, dos formas de producción y apropiación del plusvalor), el absoluto y el relativo, el primero ligado a la duración de la jornada de trabajo y el segundo a la productividad del trabajo, configuran una tipología útil y fecunda, tanto teórica como prácticamente. Ahora bien, forzar su acoplamiento a las dos fases de la producción, la inicial y la desarrollada, es un tanto arbitrario y ajeno al concepto; donde haya producción capitalista allí hay una duración de la jornada y lucha en torno a la misma, y allí hay una productividad del trabajo y lucha técnica y política en torno a su contenido y límites. Por último, fijar dos formas de subsunción, la formal y la real, también tiene su utilidad e incluso su necesidad teórica, tanto si se considera a ambas bajo una distinción funcional (que ha de precisarse con rigor), una distinción de esencia, como si se las compara y diferencia bajo una función homogénea de intensidad y extensión distinta; es decir, funcionalmente homogéneas y con magnitudes diversas. Ahora bien, lo que no resulta tan obviamente necesario ni conveniente es una caracterización de esa diferencia ambigua, móvil, de referentes plurales y desiguales, como resulta de mezclar las fases del capital, los tipos de plusvalor o las modalidades de la coerción, que suelen ser las instancias a que recurre Marx alternativa y ocasionalmente para fijar la tipología. Con ello sólo se consigue poner en escena una correlación frágil e imperfecta con las dos fases de desarrollo histórico, con los dos tipos de plusvalor o con los dos modos de coerción; así se consigue establecer una correspondencia con alguna utilidad analítica, pero en modo alguno satisfactoria; una correspondencia un tanto forzada, que en lugar de desarrollar las categorías quiebra su rigor y amenaza su coherencia. En conclusión creo razonable prescribirnos la tarea de evitar el recurso del lecho de Procusto; ya es suficiente valor teórico el que nos proporcionan a simplemente indicarnos el lugar de residencia de los problemas.
Obviamente, se trata de tipologías muy desiguales. La periodización es un recurso hermenéutico habitual, tiene sentido, y suele ser útil, aunque también permite excesos; la periodización del capitalismo es aceptable siempre que no afecte al concepto de capital, siempre que se postule su continuidad de esencia y que se distingan las fases por sus diferencias no esenciales; Marx respeta esta condición, y exige el respeto a la misma, a lo largo de su obra. En otro aspecto, la distinción marxiana en el plusvalor es conceptualmente potente y con efectos teóricos y políticos muy relevantes; en ella se mantiene la unidad del plusvalor que exige el concepto, pero se distinguen dos vías genéricas de su obtención, dos orígenes diferenciables, que enriquecen la representación.
La cuestión que vengo planteando es por qué Marx, ante la necesidad de distinguir formas de la subsunción, rompe con el criterio clásico de definición, “identidad genérica y diferencia específica”, que él mismo aplica en otros momentos (a los modos de producción, a las fases del capital, a la tipología del plusvalor); por qué no encuentra ni la “identidad genérica” ni la “diferencia específica”; por qué ésta va saltando de un referente a otro, sin solidez, sin densidad, sin especificar de modo definitivo.
Creo que las insuficiencias de la caracterización de ambas formas de subsunción provienen de que se recurre a las diferencias antes de estar en posesión del concepto de subsunción; si s eme permite el lenguaje de la escuela, se recurre a la diferencia antes de estar fijado el género. Marx no tiene el concepto de subsunción elaborado ya está buscando definir sus tipos. Este mecanismo de producción de conceptos no no es en general una carencia, ni tal vez un obstáculo; se puede, y tal vez sea necesario hacerlo, construir el concepto a partir de esas diferencias (tanto en el constructivismo como en el inductivismo se legitima esa vía). La producción del concepto -si se prefiere, el “método de investigación”-, no responde a un orden axiomático-deductivo; el ars inveniendi, en sí más libre y anárquico, suele encontrar buena base en la recogida de experiencias, en descripciones de los casos para elevarse a la ley. Por tanto, no veo un gran obstáculo que Marx fijara la diferencia antes que la identidad, que definiera las subsunciones formal y real antes de haber elaborado un concepto de subsunción adecuado para pensar la subsunción en el capitalismo; el problema es que se quedó en esa etapa, que no llegó al final, a la producción acabada del concepto general de subsunción desde el cual reconstruir los dos tipos desde sus diferencias específicas. Al no cerrar adecuadamente -un concepto nunca se cierra del todo, tiene vida como la realidad que describe- esa construcción del concepto universal, nos dejó con dos problemas: uno, la falta de ese concepto, que intentamos sacar adelante; otro, la imprecisión y ambigüedad de los dos conceptos particulares de subsunción formal y real, que adolecen de esa carencia señalada, de no aparecer como determinaciones de un universal (o, en su caso, como universales entre sí indiferentes)
Exagerando un poco, -aunque Marx no lo escriba así una lectura precipitada puede llegar a interpretarlo-, se tiende a decir que la subsunción formal es “la que corresponde a la fase de transición al capitalismo”, o “la fundada en el plusvalor absoluto”, y expresiones similares, que sin ser falsas generan confusión. Considero, en cambio, que al menos en el orden de exposición el procedimiento ha de ser el opuesto: primero, partir del concepto de subsunción, y fijarlo al margen de esas relaciones antes señaladas, de esas diferencias específicas que individualizan la tipología; después, fijado el universal, establecer la topología, ahora sí, recurriendo a las diferencias específicas de sus funciones, las señaladas u otras.
La cuestión clave está en el concepto; por ejemplo, un concepto de subsunción como el que vengo describiendo, referido a una función bien definida, la de gestionar las contradicciones, no se sustenta en ninguna particularidad; al contrario, se ha obtenido haciendo abstracción de las particularidades. Las contradicciones se dan en todos los niveles o esferas de la realidad social, del modo de producción o de la formación social a cualquiera de las esferas de la producción, al trabajo, al estado, el derecho o la ideología, a la escuela, a la fábrica o a cualquier sección de las mismas. La teoría de la subsunción, que pretende una representación de esa realidad, en general o en alguna de sus instancias, ha de encontrar las tipologías pertinentes. Habrá tipos de subsunción en función de la cualidad (económica, política, cultural…) y extensión del objeto social (trabajo, finanzas, administración local, red de museos…) que se analice; los tipos los dictará inmediatamente la necesidad analítica, y de forma mediata la estructura social, la realidad que queremos relatar, que pretendemos nos deje ver su modo de ser. Sobre el concepto general podemos y debemos construir cuantas tipologías sean convenientes recurriendo a las determinaciones y relaciones particulares oportunas.
En definitiva, considero necesario construir la identidad del concepto antes que las diferencias de sus tipologías; y hacerlo al margen de éstas, haciendo en lo posible abstracción de las mismas. Hemos de construir el concepto general de subsunción antes que los conceptos particulares de sus diversas formas, inevitablemente ligados a sus diferencias. También considero necesario que esos conceptos, construidos en la abstracción de las concreciones, y nunca subordinados a sus relaciones particulares, han de fijarse técnica y estructuralmente, por la función de la subsunción en la reproducción, perspectiva metodológica exigida en una ontología de la praxis, de la producción, en la que el supuesto materialista universal es la tendencia de las cosas a perseverar en el ser.
Para cerrar esta reflexión, insistir en que las tipologías marxianas señaladas en general son útiles, pero el concepto de subsunción es débil e impreciso; al apoyarlo en las relaciones entre las tres tipologías, éstas acaban por afectarlo de inconcreción. En consecuencia, tanto el concepto general como los particulares de ambas formas de subsunción acaban cabalgando sobre esas correlaciones, perdiendo así sustantividad, su conexión directa con la gestión de las contradicciones, en ese juego de la coerción entre la dominación y la subordinación, buscando la hegemonía, en definitiva, haciendo posible la reproducción de la totalidad.
8.2. Volvamos al texto para ver estos problemas con más detalles. Marx acaba su referencia a la subsunción real fijando las citadas correlaciones entre fases, tipos de plusvalor y formas de subsunción. Por un lado, fija la relación entre las dos formas de subsunción y los dos tipos de plusvalor:
“Del mismo modo que se puede considerar la producción de la plusvalía absoluta como expresión material de la subsunción formal del trabajo en el capital, la producción de la plusvalía relativa puede estimarse como la de la subsunción real del trabajo en el capital” [68].
Dicho así, sin contexto ni consecuencia, como mero enunciado de una relación, incluso resulta atractivo y sugerente. Es bien cierto que no establece una relación causa-efecto entre ambas tipologías, ni afirma una determinación precisa y vinculante entre ellas, sino que expresa una sugerencia hermenéutica cara a interpretar una relación débil: “se puede considerar”, “puede estimarse” o considerarse. Decir que “se puede considerar la producción de la plusvalía absoluta como expresión material de la subsunción formal del trabajo”, sin duda equivale a establecer una relación de “expresión”, pero ésta es por su naturaleza inconcreta y poco definida. ¿Quiere decir que la plusvalía absoluta es la forma material de aparecer la subsunción, algo así como su fenómeno? ¿Afirma un vínculo causal oculto, una determinación ontológica entre ambas? ¿Se limita a constar que ambas tienen un espacio-tiempo común, el momento de transición al capitalismo? Lo cierto es que si fuera ésta la única alusión a la relación que encontramos en el texto nos provocaría simple expectación; pero no es el caso.
Efectivamente, no es una alusión de pasada, sino una expresión constante de un discurso en el que se busca fijar la mencionada correlación triádica, entre los tipos de plusvalor, las dos formas “separadas” de la subsunción del trabajo en el capital y las dos fases o “formas de la producción capitalista”. No hay duda de este propósito:
“Sea como fuere, las dos formas de la plusvalía, la absoluta y la relativa -si se les quiere considerar a cada una para sí, como existencias separadas (y la plusvalía absoluta precede siempre a la relativa)- corresponden a dos formas separadas de la subsunción del trabajo en el capital, o dos formas de la producción capitalista separadas, de las cuales la primera es siempre precursora de la segunda, aunque la más desarrollada, la segunda, puede constituir a su vez la base para la introducción de la primera en nuevas ramas de la producción” [69].
Aquí las relaciones son afirmadas de manera más concreta y, aparentemente, más fuerte; se las reconoce como dos “formas separadas”, por tanto claras y distintas, de la subsunción del trabajo en el capital, se explicita un correspondencia neta con las dos “existencias separadas” del plusvalor, se las equipara a “dos formas separadas” de la producción capitalista, se insiste en que la subsunción formal es siempre anterior y precursora de la subsunción real… Se aprecia esta rotunda separación entre las dos formas de subsunción en base a sus respectivas correlaciones con los tipos de plusvalor y fases del capitalismo. Aun así, si hacemos abstracción de la expresión retórica, el vínculo que establece me sigue pareciendo igualmente débil, pues no pasan de ser relaciones de “correspondencia” abstracta, sin determinaciones concretas. Lo que ocurre es que la correspondencia es en sí una relación tan vaga como la relación de expresión. Aquí nos dice literalmente que las dos formas de plusvalor, las dos formas de subsunción y las dos formas de producción capitalista mantienen relaciones de correspondencia; y esta correspondencia parece aludir a que los elementos correlacionados de cada tríada aparecen y existen juntos, corresponden a un mismo lugar y tiempo.
Claro está, el análisis nos revela los problemas de estas retóricamente efectistas correlaciones. Las dos formas de plusvalor se distinguen con claridad por sus conceptos, pero éstos se han construido por su génesis, no por su contenido; no designan dos formas del plusvalor, sino dos formas de obtener el plusvalor, dos estrategias de obtención de lo mismo. Por eso pueden pensarse de manera clara y distinta como estrategias, pero no como substancia. Las dos formas de producción capitalista, a su vez, cuesta más conceptualizarlas por separado, pues habría que recurrir a sus determinación temporales y circunstanciales, a diferencias materiales y cuantitativas, pero con la misma esencia: en ellas se valoriza el capital, esa es su identidad. Por ello las distinciones en fases más bien nos induce a verlas como dos momentos o etapas del desarrollo de lo mismo; la identidad está asegurada, y la prueba más rotunda es que con criterios semejantes podríamos distinguir unas docenas de formas de producción capitalista, lo que sería metodológicamente gratuito y teóricamente estéril. En fin, las dos formas de subsunción descritas en el texto, si no recurrimos a sus correspondencias, a definirlas en bucle desde las formas del plusvalor o de las fases de producción, permanecen en la indefinición conceptual; es decir, adolecen de falta de conceptos propios, no por ausencia de las diferencias específicas, que se acumulan repetitivas, sino por falta de la identidad genérica a la que antes aludíamos. Lamentablemente Marx avanza poco en esa tarea de conceptualizar la subsunción, y ello dificulta y deforma la posibilidad de una teoría de la misma, dentro de la cual quedarían mejor establecidas esas distinciones tipológicas.
Sorprende un poco que la correspondencia descanse en una convención: “si se les quiere considerar a cada una para sí, como existencias separadas”, dice Marx refiriéndose a las formas de plusvalor, dejándonos pensar que podríamos enfocarlas de otro modo; y creo que la misma convención se extiende a los otros dos pares de relaciones, pues, aunque se omita, de hecho queda contextualmente aludida, ya que por radiación reciben el énfasis del primer par. Efectivamente, la correspondencia también aparece subordinada a que las dos formas de producción capitalista y las dos formas de subsunción del trabajo en el capital sean tomadas por separado; lo dice Marx en cada caso. Lo cual nos permite pensar que esa correspondencia es abstracta y metodológica, que sólo responde al interés analítico; más que descripción de la realidad es la creación de un modelo con utilidades analíticas, sean éstas o no reales.
Todo ello me lleva a confirmar mi sospecha de que, si bien Marx insiste en la doble subsunción, nunca acaba fijando adecuadamente la diferencia en los conceptos de ambas; y que, si bien esas correspondencias parecen prestar cierta distinción conceptual, en el fondo tienen un efecto perverso, pues sólo nos indican al grupo que pertenece, su rango tipológico, pero nada del concepto; ni siquiera nos informa de aquello por lo que pertenece a ese grupo, a esa línea de correspondencia.
Como vengo argumentando, creo que algunas de las dificultades de Marx en la elaboración de la categoría surgen del contexto teórico en que sitúa la reflexión, excesivamente circunscrito al orden del capital, lo cual condiciona y limita la reflexión al desarrollo del capitalismo; ello hará que la subsunción aparezca como un mero instrumento de representación de ese modo de producción. Yo creo que la subsunción, como las demás determinaciones de la dialéctica histórica, es una característica común a todos los modos de producción y a todas las formaciones sociales; se considere característica objetiva o categórica hermenéutica, o am as cosas en un enfoque dialéctico, la subsunción nos permite a nosotros el conocimiento de la estructura y dinámica de las sociedades y ofrece a la realidad un espejo adecuado para dejar ver su modo de ser.
Una teoría de la subsunción habrá de contemplar esa universalización del concepto, y los mecanismos particulares en cada concreción; habrá, si, que desarrollar las peculiaridades de la subsunción capitalista, pero desde la universidad del concepto. De no ser así acabaremos viendo la subsunción como genuina y propiamente capitalista, y perderemos la perspectiva que nos permita comprender las peculiaridades de la subsunción en el mundo del capital como peculiaridades históricas; y ello nos ofrecerán mayor riqueza del concepto. Como digo, Marx estaba en los comienzos de esa elaboración de la teoría, y en esa situación siempre se parte de lo particular y concreto y siempre se acaba elevando el concepto particular a universal; eso ya nos lo enseñó Marx, y debemos entender que ni él mismo podía saltar sobre su sombra. Toda la reflexión de Marx está afectada de esa inmediatez que lleva a elevar la experiencia a ley, popularmente, la anécdota a categoría. En Marx podemos comprenderlo, pues en su momento la teoría apenas alborea; hoy ese límite es un imperdonable anacronismo que lejos de generar consciencia obstaculiza el conocimiento.
Simplificando mucho, Marx constata dos momentos del capitalismo y pretende pensarlos desde dos tipos de subsunción. Un momento en que, aunque hegemónico, sigue anclado en unas formas de escasa productividad, que ralentizan su ritmo, y otro en el que se dispara su evolución con la rápida e intensa producción de plusvalor. Fijémonos en esta cita, que comienza fijando la característica general de la subsunción formal, lo que espontáneamente crea la expectativa de que ahora sí se formulará definitivamente su concepto:
“La característica general de la subsunción formal sigue siendo la directa e inmediata subordinación del proceso laboral -cualquiera que sea tecnológicamente hablando la forma en que se le lleve a cabo- al capital. Sobre esta base, empero, se alza un modo de producción tecnológicamente específico, que metamorfosea la naturaleza real del proceso de trabajo y sus condiciones reales: el modo capitalista de producción. Tan sólo cuando éste entra en escena se opera la subsunción real del trabajo en el capital” [70].
El pasaje recoge una descripción de la subsunción formal que prima facie podría ser considerada como un descuido en la exposición marxiana, y que forzando y retorciendo el significado podríamos llegar a considerar un lapsus oracular, como si la escritura se resistiera a seguir el orden de las ideas y exigiera a éstas revisar su ciega inercia. Efectivamente, el primer párrafo pretende ser en su contexto una definición explícita de la subsunción formal; pero, literalmente, lo que realmente nos ofrece es la definición de la subsunción en general. ¿O es que Marx no establece la subsunción real como subsunción del trabajo al capital? Esa insubordinación es común a ambos tipos. Lo que me sorprende, y me sorprende agradablemente, es que tratándose de la subsunción formal enfatice los rasgos de la subordinación del proceso de trabajo al capital, calificándola de “directa e inmediata”, descripción que hasta ahora reservaba como credenciales de la subsunción real. Era ésta la que subordinaba realmente el proceso de trabajo, con su forma y contenido, de forma inmediata y total, al capital. Por tanto, que ahora aplique el mismo concepto a la subsunción formal es, de entrada, sorprendente; y, en tanto expresa un acercamiento entre ambas, interesante.
Recordemos que páginas arriba, en el momento de fijar el concepto de subsunción formal, consideraba ésta como la subsunción en el capitalismo de la forma del proceso de trabajo del modo de producción anterior; entonces la diferencia conceptual entre ambos tipos de subsunción radicaba en esta pequeña pero decisiva diferencia: en la subsunción formal se trataba de la subsunción al capital de la forma del proceso de trabajo precapitalista, perteneciente al modo de producción anterior, mientras que en la subsunción real se trataba de la subsunción al capital del proceso de trabajo capitalista. Diferencia que tal vez quedaba un poco ensombrecida por la relevancia del lugar, del momento (en los orígenes del capitalismo, donde abundaban los restos de las formas de producción anteriores); un momento en que el capitalismo era tan débil que no podía montar su propio proceso de trabajo, por lo cual se apoderaba del anterior, mantenía su materialidad, y simplemente se apoderaba de la forma, o sea, sobreponía a la forma gremial una nueva, la forma capital, respetando la materialidad del proceso. Parecía que fuera aquél el lugar apropiado y propio de la subsunción formal, que así quedaba caracterizada por el momento histórico, mientras quedaba opaco su concepto técnico, la especificidad de su función subsuntiva.
Así se comprende que la subsunción formal quedara adscrita a su tiempo, a los primeros momentos del capitalismo, a su fase de transición; mientras la subsunción real, por oposición, quedaba caracterizada por el suyo, el momento del capitalismo desarrollado, del capitalismo genuino, específicamente capitalista, que dice Marx, y su concepto técnico, derivado de su función de subsumir al capital el proceso de trabajo ya específicamente capitalista, quedaba relativamente invisibilizado. Es decir, su concepto queda contaminado por la pertenencia de la subsunción a una fase, y no a la substancia de la función. En rigor, la idea forma de subsunción quedaba disuelta, en el límite identificada, con la forma del capitalismo; de ahí que lo incluya todo, suplante el lugar, los elementos y las formas de la contradicción y absorba toda la realidad de la fase del capital. No es extraño que, con esta pendiente abierta, se llegue a la indistinción, si no a la identificación entre subsunción y dominio del capital; y por esta vía, en el límite, a la identificación entre subsunción y capitalismo, ambos sinónimos de dominio, como expresa el hecho de que se haya llegado a bautizar el capitalismo actual con el nombre de subsunción real.
Por tanto, creo que deberíamos considerar que la subordinación del proceso de trabajo al capital, intrínseca al capitalismo, es una determinación del concepto subsunción en general; es una manera de decir que la subsunción siempre opera sobre las contradicciones, que son su contenido. Y así podemos fijar la diferencia entre los dos tipos según dicha función se ejerza como una relación material, directa e inmediata (subsunción real) o formal y mediata, por subsunción de otra forma de producción (subsunción formal); dos variantes cuya diferencia es puesta por las condiciones reales de existencia en las que se desarrolla el capital, según las peculiaridades y obstáculos para su reproducción, que ponen en escena la necesidad de tareas subsuntivas apropiadas y móviles. Esto sería a mi entender un buen acercamiento al concepto, o al menos una línea bien encarrilada para dar pasos en la teoría. Por eso dije antes que me agradaba la música de esta vía abierta mor Marx, tal vez de forma espontánea y contingente, lo cual no es extraño en el ars inveniendi,
Si queremos avanzar hacia el fondo, aún habríamos de dar pasos en la matización de la distinción entre “mediato” e “inmediato” en la subsunción Al fin, como sabemos, el trabajo “natural” es una abstracción, que exige el robinsoniano escenario de la ausencia de sociedad; el trabajo según su concepto no puede aparecer en estado de naturaleza, siempre aparece subsumido bajo formas y relaciones sociales; por débiles y simples que éstas sean, siempre tiene está subsumido en una forma social. Por otro lado, un nuevo modo de producción no aparece nunca como aniquilación de esa forma y, ex nihilo, instauración de otra; estas cosas sólo aparecen en la imaginación, que puede hace abstracción del tiempo y de las mediaciones. Un modo de producción, en su aparición como forma hegemónica, siempre ejerce su poder de subordinación sobre un trabajo que ya tiene una forma social, que ya está subsumido en esa forma anterior; la subsunción que pone en escena un nuevo modo de producción opera siempre sobre procesos de trabajo aún cargados de la forma social anterior, o sea, mediados por una forma técnica y una forma social constitutivas y constituyente.
Sobre esta descripción se nos revela mejor el sentido que quería Marx dar a la subsunción, que no era otro que el de enfatizar que el capital ya en sus orígenes no actuaba como el ángel exterminador, el de resaltar que siempre pasaba por una etapa o fase en que vivía aún en y de lo otro, que sacaba el valor de formas de trabajo en sí no capitalistas. De ahí su insistencia, con mayor o menor precisión, en que la subsunción formal es propia de esa fase del capitalismo en que se mantiene la forma social de la producción anterior, y la subsunción real es propia de la fase en que la forma del trabajo ya es plenamente capitalista; en la primera se ejerce la hegemonía de modo mediato, por mediación del control y subordinación de la vieja forma social, sin afectar la forma técnica ni los elementos constitutivos del proceso de trabajo, y en la segunda se niegan o marginan la forma, la organización técnica y los medios de trabajo, sustituyéndolos por otros adecuados a la relación capital.
Pues bien, a mí me parece que esa distinción basada en la diferencia del objeto al que se aplica, (en la subsunción formal el proceso de trabajo no capitalista [71] y en la subsunción real el propiamente capitalista), es un buen paso en la buena dirección; sólo un buen paso en la vía de establecer un concepto de subsunción que al menos dé cabida a esas dos concreciones particulares de subsunción, que se nos revelan útiles para comprender el mundo del capital.
8.3. Retomemos de nuevo a la cita anterior. En el primer párrafo se había definido la “subsunción formal” como efecto de subordinación del trabajo al capital. ¿Qué quiere decir esta subordinación, dado que no tiene efectos tecnológicos, como hemos visto ya? Una pista nos la aporta una oportuna anotación que hace Marx en su lectura de una obra de A. Young, Political Arithmetic [72], donde habla de la transformación de una “agricultura para la subsistencia” en una “agricultura para el comercio”. Marx anota, teniendo en mente la subsunción formal: “se ajusta a ese cambio”. Otros pasajes del Inédito abundan en la misma línea, señalando ese momento de la producción en que los talleres artesanales dejan de vender a sus clientes habituales para vender a los comerciantes. El comercio, pues, parece ser la vía de penetración del capital en la producción de subsistencia de las sociedades de estatus: los talleres, sin cambios significativos en sus formas técnicas de trabajo, pasan a incluirse en el círculo del capital.
Esa etapa ambigua, sin hegemonía clara, en que poco a poco la producción, el taller, por mediación del comercio se va subordinando al capital, es la que atrae el interés de Marx, pues encuentra en ella los mecanismos de aparición y afirmación del capitalismo, los comienzos de su dominación sobre las formas de producción precedentes, y cambios cuantitativos en estas formas sin afectar a la dimensión técnica. Y es en ese contexto donde necesita recurrir a la categoría que exprese esa relación de subordinación entre lo viejo y lo nuevo que comienza a despegar y consolidarse. Como en la misma aún permanece la forma del proceso de trabajo artesanal, subsumido en las relaciones gremiales, subordinado a la reproducción de una sociedad de estatus (todo lo cual desaparecerá más tarde, cuando el capital sea fuerte y dominante), Marx traduce esas experiencias a concepto y nos dice que se trata de una subsunción formal, ejercida directa e inmediatamente sobre la “forma” (la forma artesanal, la forma mercantil simple o la forma comunitaria feudal), e indirecta y mediatamente sobre el trabajo subsumido en ella. Quiero resaltar este matiz: queda inmediatamente subordinada la forma de producción precapitalista, y por su mediación el trabajo que subsume, a la nueva forma capitalista. Ésta es para Marx la subsunción formal al capital, que así queda definida como subsunción capitalista, por su función de reproducción del capital, y al mismo tiempo diferenciada de otra forma de subsunción capitalista, la subsunción real, que rompe las mediaciones y subordina directa e inmediatamente el proceso de trabajo a la valorización del capital. Así, pues, tanto el concepto general de subsunción, como los de sus dos modalidades, quedan razonablemente establecidos, aunque sólo para el universo del modo de producción capitalista y desde la mirada unidireccional del capital, visibilizando sólo la dominación del capital. Digo “razonablemente”, pero no satisfactoriamente, pues al quedarse en la función reproductora, sin precisar más, se mantiene el riesgo de confundir la subsunción con la “totalidad capitalista” o con el “poder del capital”, de extender ese papel a todos y cada uno de los lugares de la sociedad capitalista; y, así, se cae en la visión unilateral de la subsunción, que la presenta como fuerza del capital que arrasa el mundo por sobrevivir. Y como los fenómenos favorecen esa idea, de nuevo nos perdemos en la búsqueda del concepto.
No podemos olvidar en ningún momento que la subsunción formal no es mera subordinación del proceso de trabajo al capital; es subordinación mediata del mismo, por mediación de la forma que lo subsume. Refiere, en consecuencia, a la presencia en un modo de producción de formas y relaciones de otro; su sentido depende de esta presencia; en un modo de producción puro no tendría cabida. Lo que ocurre es que, bien mirado, es impensable un modo de producción puro; al menos el capitalista no lo es ni puede serlo. No lo es en su origen, pues ha de cargar con la historia, con el lastre de la producción en la que nació y se alimentó; y no lo será en su recorrido, pues siempre quedan restos y, sobre todo, porque su esencia contradictoria fuerza la presencia de otras formas, del presente o del futuro, alternativas o quiméricas, con las que el capital ha de enfrentarse y subordinar. Y este aspecto refuerza la importancia de pensar bien la subsunción formal; aunque Marx la sitúa sólo en los orígenes del capitalismo, nosotros debemos ensanchar el concepto para que cubra la situación de cualquier modo de producción que ha de convivir con elementos de otro, sean residuos del viejo mundo o anuncios del nuevo. Sin esta perspectiva nos incapacitaremos para conocer la realidad actual, tanto más cuanto más se acerque a situaciones de cambios sociales radicales.
Si miramos el texto del Inédito en su globalidad, en la parte dedicada a la subsunción, constataremos que, aun siendo la subsunción real la específica de la producción capitalista, dedica más espacio y más descripciones a la subsunción formal. Esto es coherente con su método, que parte del principio de que no podemos conocer la realidad actual si no sabemos de dónde viene; más aún, que es lo único que podemos saber, pues el destino se nos escapa en la indeterminación a que llevan las contradicciones. Por eso su escenario de reflexión preferido para pensar la subsunción formal es el de la transición, escenario ambiguo cuya ambigüedad se traslada a los conceptos. Ciertamente, se trata de un escenario impreciso, propio de una etapa de transición; allí encontramos, por un lado, que el maestro gremial no es capitalista, en tanto que su propiedad y rol en la producción le vienen de su estatus profesional, pero que ya comienza a actuar de capitalista, pues lidera la producción del plusvalor, que se produce en el taller y no en la lonja; allí encontramos también la figura del comerciante, que hace de capitalista en tanto aumenta su riqueza, su dinero, aunque sea en forma de protocapital, pero que no acaba de ser el genuino capitalista en tanto que no consigue la valorización por la vía del plusvalor, sino en la lonja, en el intercambio…. La verdad es que es un escenario de ambigüedades, de superposiciones cuánticas, encarnadas en figuras híbridas, y éstas reaparecerán necesariamente en la representación conceptual. Marx elige el momento más ambiguo, el de mayor indeterminación, el que cuesta más considerarlo como un ámbito ya capitalista, aunque el alba está a la puerta y el sol entra por las rendijas de puertas y ventanas. Y lo llama transición. Pro ¿qué transición? Debería quedar más claro si hablamos de una transición al capitalismo, lo que supone instalarnos en tiempos precapitalistas, o si hablamos de transición en el capitalismo, que conlleva instalarnos en una fase inicial, de asentamiento, de densa y decreciente impureza, que camina hacia el mediodía. Cara a la elaboración del concepto de subsunción, y en particular de la subsunción formal, el escenario debería de ser el segundo, pues ha de ser ya de hegemonía capitalista, aunque sea una hegemonía débil. Las descripciones empíricas han de subordinarse a esta condición; no se puede sacrificar el concepto para que responda a circunstancias históricas determinadas. La subsunción formal capitalista requiere un escenario capitalista, todo lo débil que sea, pero con hegemonía del capital.
La verdad es que el contexto histórico seleccionado por Marx responde a este criterio; nos lo describe en la perspectiva del surgimiento y expansión del capital. Tiene claro que la “base material”, que simplificaremos describiéndola como de subordinación del taller artesanal al comercio, con el dinero creciendo como protagonista, antes que el fenómeno estuviera en la frontera, en su esencia era ya el asalto de la fábrica al taller, del capital al sistema productivo en general. Ese comerciante que sumergido en el ciclo D-M-D’ pertenece a la economía mercantil precapitalista, con su acumulación de riquezas y su relación con el maestro al que compra al por mayor está subsumiendo el taller al capital. Bastará que el maestro acabe produciendo para el comerciante, que éste le anticipe recursos para el desarrollo técnico en su taller, que incluso llegue a invertir en el taller para hacerlo crecer; en definitiva, bastará pactar con el maestro la inversión en medios de trabajo y el reparto de beneficios para que el dinero se presente en escena con su nueva figura de capital.
Para argumentar la tesis de que, llegue o no a hacerlo, Marx apunta a esta idea de subsunción, analicemos un poco más el segundo párrafo de la cita anterior, que es muy significativo al respecto. Del mismo modo que sobre la base material del taller se instituye el capitalismo naciente, vía subsunción formal, dando lugar a otra base material nueva, ahora capitalista, sobre esta nueva base se alza un modo de producción “tecnológicamente específico” (es decir, un proceso de trabajo materialmente nuevo). Y aquí viene un punto relevante de la descripción: Marx nos dice que dicho modo de producción, el específicamente capitalista, “metamorfosea la naturaleza real del proceso de trabajo y sus condiciones reales”. ¿Qué es lo que realmente se metamorfosea? ¿Qué es esa “naturaleza real del proceso de trabajo”? Espontáneamente tendemos a pensar que se metamorfosea el proceso de trabajo anterior, el que corresponde a la subsunción formal; o sea, el proceso de trabajo gremial, del taller profesional, subsistente en ella. Pero ¿qué sentido tiene esa metamorfosis? ¿Adecuarse a la mayor productividad? Seguramente sí, pero entonces habríamos de reconocer que ya estamos desde el principio en la subsunción real, y Marx decreta que ésta aparece “tan sólo cuando éste -el nuevo proceso de trabajo- entra en escena”. Seguramente hay que flexibilizar las descripciones del concepto, y hacer entrar en él las mediaciones, los momentos del largo desarrollo cuyo final es cantado en el concepto. Si la subsunción real no aparece hasta que no ha salido a escena el “nuevo proceso de trabajo”, ¿quién o qué ha llevado adelante el proceso de desarrollo del trabajo desde el taller a la fábrica? Una de dos, o recurrimos a pensar que la subsunción real, es más gradual de lo que refleja su descripción conceptual, y ha estado presente a lo largo del recorrido del proceso de trabajo viejo hasta hacerse nuevo; o hemos de admitir que la subsunción formal, con su función específica no inmediatamente comprometida con el cambio técnico ha intervenid también en la evolución del proceso de trabajo. Esa alternativa ha de aparecer resuelta en el concepto.
Por otro lado, ¿cómo se transforma un proceso técnico en otro? ¿Mediante un misterioso Aufhebung que supera y conserva el taller gremial al generar la fábrica? Es confuso, y Marx gusta de superaciones reales, de desplazamientos y rupturas. ¿Acaso dejando fenecer el viejo mientras en paralelo se crea uno realmente nuevo? La experiencia y el sentido común podrían avalar esta vía. ¿Recurriendo a una nihilatio/creatio revolucionaria y purificadora? Al menos en abstracto es consistente. Lo que ocurre es que en estos casos no se entiende la referencia marxiana a la metamorfosis de lo viejo: ¿a qué se refiere esa metamorfosis de “la naturaleza real del proceso de trabajo y sus condiciones reales”? Yo creo que Marx se refiere -o, en todo caso, no sería una impostura pensarlo así- a un concepto que debemos esclarecer, el de “proceso natural” de trabajo. Es decir, y sin otra pretensión que la de aportar elementos para el desarrollo de la teoría de la subsunción, es importante el análisis crítico del trabajo natural, con su función natural de producir bienes de vida. Como ya he dicho, el trabajo natural es una construcción analítica con fines hermenéuticos, una abstracción útil como referente teórico y práctico. El trabajo siempre aparece concretado en una sociedad, siempre es trabajo socializado, afectado de la forma social; es trabajo social, hecho en sociedad, o sea, subsumido en la forma de esa sociedad (su modo de vida, su división del trabajo, sus mecanismos de sobrevivencia…). Cuando un modo de producción acaba y aparece otro, cambio de hegemonía en las formas de producción, nos representamos el proceso de trabajo socializado del orden viejo escindido en “proceso natural” y “forma socializadora”, forma subsuntiva del modo de producción anterior. En ese instante, momento sin tiempo, el trabajo se ha liberado de la subsunción a la que estaba sometido; es un momento imaginario, sin tiempo, de liberación. Sólo fuera del tiempo, fuera de toda determinación, puede existir la substancia absoluta, la natura naturans spinoziana. Su vuelta inmediata a la existencia, como natura naturata, como trabajo subsumido en una nueva forma, una nueva determinación, nos hace pensar que la metamorfosis fue en dos fases, del trabajo artesano al trabajo “natural” y de éste al trabajo fabril capitalista. Y así mantenemos la posibilidad de nuevos cambios, y la esperanza de que un día sea sin alternativa, recuperemos el trabajo natural.
Que no tenga existencia natural posible no resta valor a su función; nos permite pensar la dominación del trabajo, su subsunción en una forma social. Aunque su liberación sea imaginaria, pues pasa sin solución de continuidad de una forma subsuntiva a otra. Es su destino, existir siempre atado a un yugo, subordinado y con funciones añadidas por cada sociedad; pero sigue existiendo porque su función natural es universal, válida y necesaria en cualquier formación social; alude a la más necesaria de las relaciones humanas, su relación con la naturaleza. Sea cual fuere la forma bajo la que se ejerce el “trabajo natural” siempre es y será relación hombre-naturaleza para la sobrevivencia.
El cambio social, la historia, vendría así descrita como sucesiones de formas de subsunción del trabajo (y de la producción en general, y de la sociedad en su totalidad); las revoluciones serían esos cambios en la dominación o la hegemonía, lo que Marx apunta como cambios en el tipo de coerción. La historia quedaría rota, sin determinismo, sin linealidad, sin destino definitivo, fragmentada en historias particulares, las de los diversos modos de producción, sin más telos en cada uno de ellos que el de sobrevivir y sin más destino fijo que el de ser desplazados y expulsados de la historia.
En esta perspectiva podemos explicitar el sentido de la afirmación marxiana sobre el modo de producción específico que “metamorfosea la naturaleza real del proceso de trabajo y sus condiciones reales”. Se refiere a que, como todo modo de producción, el capitalismo impone una subsunción específica al proceso de trabajo “natural”, que queda atrapado en la nueva función de valorizar el capital, junto a la función natural, constante, de producir bienes de vida. O sea, el capitalismo desarrollado, donde reina la subsunción real, metamorfosea la “naturaleza real del proceso de trabajo [natural]”; si la subsunción formal subordinaba la forma del trabajo anterior sin metamorfosear su contenido, sin afectar al trabajo natural, que permanece subsumido en la forma social anterior, la subsunción real prescinde de esa forma, prescinde de la mediación, pero no “libera” el trabajo “natural” sino que lo subyuga de forma directa e inmediata bajo la forma capitalista. Por eso aparece cuando esas relaciones precapitalistas han desaparecido -tanto en su modo de ser hegemónico en el precapitalismo como en su modo de ser subsumido formalmente en el capitalismo inicial- y subordina de forma inmediata y directa el trabajo “natural”, que cambia de amo, que no puede gozar de su momento de libertad.
Desde esta lectura la intuición marxiana me parece correcta: sobre esa base se alzará el modo de producción capitalista. Un modo de producción nuevo, “no sólo tecnológicamente específico”; un modo diferente, que innova y desarrolla los medios de trabajo, que trasformará las relaciones del proceso de trabajo, metamorfoseará su naturaleza y sus condiciones; y que instaurará un proceso de trabajo capitalista en que todo funcione para el capital, para su valorización.
Ahora bien, de nuevo el contexto, el desarrollo del capital y sus dos fases, nos aparece como obstáculo. Si releemos la cita con atención nos reaparece el problema del lugar asignado a la subsunción formal, en concreto, en qué “base” se incluye. Marx dice que “sobre esta base, empero, se alza un modo de producción tecnológicamente específico”. Cierta inercia historiográfica nos llevaría a pensar que esa base es el momento final del taller; si se quiere, el momento de “transición al capitalismo”, en cuyo caso, si sobre esa base se alza la subsunción real, especifica del capitalismo, la subsunción formal estaría conceptualmente ausente del capital. Pero esa perspectiva hermenéutica estaría en contradicción con los muchos textos, que ya hemos visto, en que Marx insiste en poner la subsunción formal históricamente anterior a la real, asignándolas a sus respectivas fases. Por tanto, podríamos pensar que la base sobre la que se monta el capitalismo es el momento siguiente, el de “transición en el capitalismo”, con éste ya hegemónico y con elevada presencia de la subsunción formal. En este caso ésta forma de subsunción quedaría fuera del capitalismo, o al menos del capitalismo desarrollado, específico y genuino; fuera del capitalismo como “modo de producción tecnológicamente específico”. Y, literalmente, como añade enseguida, fuera del “modo capitalista de producción”. Y para que no haya dudas, recordemos el final: “Tan sólo cuando éste entra en escena se opera la subsunción real del trabajo en el capital”.
Como vemos, la cuestión es de qué lado cae la subsunción formal. ¿Forma parte de la base material anterior, aquella definida como transición, de subordinación del taller al comercio? En ese caso la subsunción formal no es una forma capitalista. Marx nos lo deja claro, y la mejor prueba es la frase con que cierra esta rotunda descripción: “Tan sólo cuando éste -el modo de producción capitalista- entra en escena se opera la subsunción real del trabajo en el capital” [73]. Y aquí “real” quiere decir real, no meramente formal, que en el contexto queda rebajado a simulacro de subsunción capitalista. Afirmación tan rotunda que equivale a identificar la subsunción real con el capitalismo. Y dado que esto es insostenible, por incoherencia con el propio discurso marxiano, hemos de pensar que la literalidad de la cita no expresa bien el concepto de subsunción que menciona y usa en otros momentos, y sobre todo el que parece estar buscando.
A pesar de la cita, y en coherencia con la teoría marxiana del capital, creo obvio que el concepto de subsunción formal incluye su pertenencia a la ontología del capital; pero también exige que no se circunscriba su existencia a una fase del capitalismo. Como determinación del capital, ha de estar presente a lo largo de la vida de éste, coexistiendo con la subsunción real, ambas repartiéndose las tareas de la función de valorización del capital reproduciendo la totalidad de la formación social capitalista.
Esta caracterización de la subsunción formal tiene otro atractivo, a saber, nos permite pensar con más flexibilidad la coexistencia en un modo de producción de formas de otros modos, irreductibles al capitalismo; y, en particular, nos permite pensar la aparición en su seno, en el capitalismo desarrollado, de relaciones de economía alternativa, subsumidas sin duda en el capitalismo, pero con subsunción formal, pues tienen sus propios elementos técnicos y sus propias condiciones reales.
En conclusión, el concepto de subsunción formal tiene sentido como modalidad de la subsunción capitalista, cuyo fin es la reproducción del capital; una modalidad que aparece ante el hecho empírico indudable de que, en el origen y hasta el final, y también en el tránsito, la producción capitalista coexiste con otras formas de trabajo no genuinamente capitalistas, aunque subordinadas al capital. La subsunción formal no es ni base ni punto de partida de la real, sino modalidad sustantiva, respuesta del capitalismo ante las resistencias de las formas no capitalistas del trabajo. La subsunción real, por su parte, es ciertamente la modalidad esencial al capital -adecuada a su modo de ser, a su función-, su mejor instrumento de reproducción, su ideal, si se nos permite hablar así. Las dos han de tener cabida en el concepto. La confusión surge si pensamos ambas como determinaciones o rasgos del capitalismo en dos etapas distintas, en lugar de modalidades funcionales presentes ambas en cualquier etapa de desarrollo del capitalismo, con desigual relevancia de cada una en ellas. Dos modalidades con características diferenciadas, apropiadas para afrontar obstáculos distintos, con resistencias distintas, en el mismo destino.
8.4. Las deficiencias y ambigüedades conceptuales que venimos subrayando reaparecen siempre al insistir en la correlación entre las formas de subsunción y las fases históricas del desarrollo del capitalismo; pero otras equivalentes aparecen cuando se tratan en relación con el plusvalor. En realidad, estas carencias surgen en tanto se deja de presentar la subsunción como una determinación de tipo técnico, ligada a su función de reproducción social, y en particular de instauración y organización del trabajo, para desplazar el concepto hasta identificarlo con la esencia del capital; en ese desplazamiento la subsunción, alma del capital, aparece como causa de todo, de los momentos, de las fases, del plusvalor y del desarrollo histórico. Marx nos dice al respecto, como algo trivial, que “la subsunción real del trabajo en el capital se desarrolla en todas aquellas formas que producen plusvalía relativa, a diferencia de la absoluta” [74]. Dicho así, podría parecernos algo sin relevancia, pero si echamos mano del análisis comienzan a aparecer sombras.
A pesar del énfasis, que induciría a pensar que si el capitalismo pata negra se corresponde con la subsunción real, y ésta con las formas de producción que proporcionan plusvalor relatico, las que aportan plusvalor absoluto no son capitalistas, o son de bodega…; a pesar de ello, digo, y como sabemos que Marx en otros momentos ha puesto ambas formas de plusvalor dentro de la relación de capital, habremos de pensar que Marx simplemente destaca dos formas de subsunción, ambas capitalistas, y que una tiene relación con el plusvalor absoluto y otra con el relativo, como dos fuentes de valorización. Y la verdad es que, así entendidos ambos conceptos, de subsunción formal y subsunción real, estamos en una buena posición de partida para desarrollar ambos, de forma equitativa, dando a cada César lo que le corresponde. ¿Por qué, entonces, llama a las Erinias?
La redacción de la cita no es suficientemente fina. En primera lectura deberíamos entenderla en el siguiente sentido: donde sólo se produzca plusvalor absoluto, no hay subsunción real, y habrá sólo subsunción formal; y a la inversa. Ahora bien, así quedan sin aclarar al menos dos tipos de cuestiones, ambos importantes. Primero, respecto a la posibilidad o exclusión de la doble presencia simultánea de ambas formas de subsunción; segundo, y dado que el texto dice con claridad que donde haya hecho su aparición el plusvalor relativo aparecerá la subsunción real, queda pendiente explicitar el vínculo entre ambos, a saber, si subsunción real es efecto o causa del plusvalor relativo, si es su condición necesaria y/o suficiente o a la inversa, en fin, si se trata de una relación de mera coexistencia en lugar y tiempo.
La cuestión de la doble presencia de ambas formas de subsunción necesita clarificación. Si la negamos, si pensamos ambas formas como excluyentes, favorecemos la tendencia a pensar cada una como propia de un momento histórico, la subsunción formal de la fase inicial o transición, y la subsunción real la del capitalismo específico desarrollado, tendencia dominante en la historiografía, propiciada por las imprecisiones del texto marxiano. Pero ¿qué argumentos tenemos para fijar dos conceptos que impliquen la imposibilidad de la doble existencia simultánea? Argumentos empíricos definitivos, ninguno, pues en el origen y la fase inicial del capitalismo habrá residuos de formas de producción, objetos de la subsunción formal, pero muchos de ellos se prolongarán en el tiempo; y, además, aparecerán otras formas de producción nuevas, anticipando las del futuro o como expresiones puramente utópicas, cuya presencia contradictoria con el capitalismo requerirá de la consiguiente función de la subsunción. Y argumentos teóricos eficientes y consistentes a favor de su incompatibilidad, tampoco los veo, ni en Marx ni en los que han seguido su reflexión. De hecho, el que aporta Marx, ligando respectivamente la subsunción formal y la subsunción real a las formas de plusvalor, al plusvalor relativo y plusvalor absoluto, más que solucionar problemas viejos los plantea nuevos, pues nos obligaría a justificar que llamemos capitalismo a unas formas de producción con ausencia de plusvalor relativo, cuando desde la teoría de Marx la dialéctica histórica, y son las contradicciones el motor del movimiento, está protagonizada por el incesante crecimiento de las fuerzas productivas. ¿Cómo pensar el origen del capitalismo, su necesidad y posibilidad, sino como forma de producción que favorece ese desarrollo? Por tanto, ¿cómo pensar el capitalismo sin plusvalor relativo desde su origen y en cada instante?
La otra cuestión, la del vínculo entre las formas de plusvalor y las de subsunción, no es menos relevante. Enfocarlo en términos causales no sería propio de Marx; y, sobre todo, no sería coherente con la ontología en que situamos la reflexión. Definir la subsunción real en función del plusvalor relativo implica identificar, si no reducir, la subsunción a un mecanismo (fuente o guardián) del plusvalor; y esto no me parece correcto. Es cierto que con facilidad caemos en la tentación de identificar una función de reproducción de la totalidad capitalista, que consecuentemente lleva implícita la función de valorización del capital, con la función específica de producir el plusvalor, que obviamente no es lo mismo; y también es cierto el paso siguiente, en que, alentados por la inercia, tendemos a identificar la función de la subsunción con la defensa de los privilegios de los capitalistas y su insaciable voracidad; que tampoco es lo mismo. No, no es lo mismo una función de reproducción, que una de producción, o que una de servilismo.
Creo, en consecuencia, que deberíamos elaborar los conceptos de subsunción formal y subsunción real con independencia de los conceptos de plusvalor absoluto y plusvalor relativo; y que deberíamos pensarlos como determinaciones universales del capitalismo, presentes a lo largo de todo su desarrollo, aunque sometidos a cambios como la totalidad misma. Y de la misma manera que el capital usa las dos vías de abastecimiento de plusvalor, según el momento y las condiciones, variando la importancia relativa según las circunstancias históricas, así aparecen dos modalidades de subsunción, de organización de la totalidad para su paz y reproducción, las dos con la misma función genérica, aunque especificadas por su diferencia, sin distinción de esencia, aunque difieran en los mecanismos utilizados, como si fuera una división del trabajo.
Es cierto que Marx no nos lo pone fácil, pues su texto reincide una y otra vez en la distinción de esencia entre ambas formas de subsunción, aunque sin que sus esencias estén bien definidas. Por ejemplo, cuando nos dice que la aparición de la subsunción real supone una auténtica revolución
“Con la subsunción real del trabajo en el capital se efectúa una revolución total (que se prosigue y repite continuamente) en el modo de producción mismo, en la productividad del trabajo y en la relación entre el capitalista y el obrero” [75].
Lo cual es cierto, diríamos, pues conforme al concepto que vengo proponiendo la aparición de la subsunción real (y de la formal) acompañan la aparición del capitalismo; pero Marx no se refiere manifiestamente a ese origen, se refiere a una revolución en el capitalismo. En sus propias palabras, “en el modo de producción mismo”. Y, enunciado de esta manera, parece que la subsunción real llega -¿de fuera?- y revoluciona el modo de producción ya existente (en especial, la productividad del trabajo y las relaciones de clase). Así descrito, parece una segunda revolución, la genuinamente capitalista, que invade un espacio económico de capitalismo ambiguo y efímero, gestionado por la subsunción formal; llega y arrasa, pone las cosas en su sitio, instaura la producción específicamente capitalista. Con esta descripción, digo, parece quedar negado el escenario que más arriba proponía, en que el capitalismo, de forma fragmentada y difusa, aparece subsumido en formas precapitalistas, hasta que su presencia crece y se invierte la hegemonía. Emancipado y hegemónico, inicia una fase de afirmación y fijación, con las dos fuentes del plusvalor, el absoluto y el relativo, en funcionamiento, aunque el plusvalor absoluto tuviera más peso; y con las dos modalidades de subsunción activas, aunque la subsunción formal tuviera en ella su momento privilegiado. Y así, en el desarrollo, cabe ese otro momento que Marx quiere enfatizar, el del salto cualitativo, en que al plusvalor relativo se acelera gracias a un idílico feedback con las fuerzas productivas, que incorporando la ciencia a la tecnología desarrollan una auténtica revolución del capitalismo en la producción capitalista.
Es manifiesto, lo avala la historia y la experiencia, que Marx tiene razón al hablar de ese salto adelante revolucionario en el seno del capitalismo; y tiene motivos para enfatizar ese momento de la gran maquinaria, que abre la hegemonía absoluta al capital. Mis dudas surgen en torno a los conceptos: éstos no pueden variar por los cambios fenoménicos. El capitalismo no puede definirse con los rasgos que presente en uno de sus momentos, sea éste aurora, cénit u ocaso; éstos añadirán elementos accidentales, coyunturales, pero los conceptos se constituyen sobre los esenciales, y éstos son comunes y permanentes. Por tanto, como determinación esencial el plusvalor absoluto está presente en el origen, en el desarrollo y en el final como el plusvalor relativo; y también estarán, han de estar, la subsunción real y la subsunción formal, en su función de mantenimiento de la unidad y reproducción o sobrevivencia de la totalidad, sea cual fuere su intensidad o presencia relativa. Y todos ellos tendrán presencia, tendrán su función, a lo largo de todo el desarrollo.
Cuando Marx nos dice que “en la subsunción real del trabajo en el capital hacen su aparición en el proceso de trabajo todos los changes que analizáramos anteriormente” [76], vuelve a aparecer ese matiz que introduce las dudas Porque tiende a valorar los changes como aparición del genuino capitalismo, echando sombras sobre la fase anterior; y así se enfatiza la subsunción real ensombreciendo la subsunción formal: y, sobre todo, así los conceptos no acaban de presentar formas coherentes, consistentes y definitivas [77].
El problema que se encuentra Marx, insisto de nuevo, deriva de que está tratando de pensar el desarrollo del capitalismo; y en ese desarrollo aparece inevitablemente una fase de transición. De la situación de un capitalismo fragmentado, disperso y subsumido en formas artesanales, gremiales y mercantiles, no se pasa al capitalismo hegemónico en un instante, en una revolución tipo nihilatio/creatio. El proceso es complejo, difuso y desigual. Ha de ir creciendo la acumulación de capital, la productividad, la expansión del capital a otras ramas, donde comenzará de cero… “Es un proceso continuo”, dice Marx [78]. Sus descripciones son lúcidas, y tratan de abarcar esta complejidad. Pero, de vez en cuando, en medio de una descripción del proceso como progresiva hegemonía del capital, nos sorprende con afirmaciones como ésta: “Simultáneamente, la producción capitalista tiende a conquistar todas las ramas industriales, de las que hasta ahora no se ha apoderado, y en las que aún [existe] la subsunción formal” [79] Lo cual induce a pensar, primero, que en espacios productivos no capitalistas, de los que el capital aún no se ha apoderado, allí existe aún la subsunción formal, como si ésta no fuera una determinación de la forma capital y pudiera existir antes que ésta, contrariamente a lo que dice en otros momentos, que la relaciona con el plusvalor absoluto, y sabemos que el plusvalor, en cualquiera de sus formas, es genuinamente capitalista. Y, segundo, nos lleva a pensar que está allí porque no ha llegado el capitalismo, con su subsunción real, pero que en cuanto llegue será desplazada y se desaparecerá. Parece apuntarse, pues, a la tesis de la incompatibilidad de la doble presencia simultánea; y, si esto es así, cae en el contrafáctico de dejar desarmado al capital ante la evidente presencia empírica de formas de producción residuales precapitalistas (y postcapitalistas); formas o contradicciones que ha de subordinar, que ha de subsumirlas en el destino de la totalidad, en la reproducción del capital. Y ha de subsumir sin destruir, como obviamente pasa empíricamente; ha de controlar y gestionar mediante la subsunción formal, que es su especialización.
8.5. Como venimos viendo, las dudas y ambigüedades del texto marxiano proceden en gran medida de las dificultades a la hora de calificar la etapa de transición; tanto más cuanto que en esa fase pueden darse, y de hecho se dan, esferas de la producción donde el capitalismo es la forma de producción subsumida y otras esferas donde ya es hegemónico, aunque aún no haya logrado su forma desarrollada o genuina, que se identifica con la incorporación de la gran máquina. Hay unas páginas del texto, nada claras, y donde domina la descripción del proceso, que merecen ser leídas muy detenidamente. Allí nos dice Marx, hablando del desarrollo de la maquinaria, que
“Tan pronto como se ha enseñoreado de la agricultura, de la industria minera, de la manufactura de las principales materias textiles, etc., invade los otros sectores donde únicamente [se encuentran] artesanos formalmente o incluso aún [realmente] independientes” [80].
Si contextualizamos esta cita se aclara el sentido de esa calificación de artesanos formalmente, o incluso realmente, independientes. El contexto es claro: la introducción de máquinas en un sector acaba propiciando o forzando su introducción en los otros [81]. La introducción de la maquinaria en la producción de maquinaria acelera y extiende el proceso. Y los medios de comunicación, como los barcos de vapor y el ferrocarril, acaban potenciando la revolución de la construcción naval. Es decir, unos desarrollos arrastran o impulsan a otros, de otras áreas. Y todo ello tiene un efecto en el factor más importante del capitalismo, en el de la fuerza de trabajo:
“La gran industria arroja tales masas humanas en los ramos aún no sometidos, o produce en ellos tanta sobrepoblación relativa como se requiera para transformar el artesanado o la pequeña empresa formalmente capitalista en gran industria" [82].
Y aquí nos ofrece Marx una clave para descifrar el confuso jeroglífico que nos viene preocupando sobre las dos fases del capitalismo. De esta cita se desprende que distingue, ciertamente, dos modalidades del capitalismo: una modalidad “formal”, la que define la situación de la producción de esos artesanos y de la pequeña empresa, formalmente capitalista, hasta que llega la invasión de la gran industria y les impone una producción realmente capitalista. Las dos modalidades de capitalismo se corresponden con las dos formas de subsunción. Ahora bien, no se corresponden exactamente con dos fases; el capitalismo se desarrolla entre sus áreas de forma desigual y combinada, y en la misma fase hay desigualdad de desarrollo. La subsunción formal y la real son conceptos técnicos, unas formas de organizar los elementos de la totalidad para que sirvan al conjunto. Mientras el trabajador del taller es, en la fase de transición, sólo formalmente capitalista, el de la minería o la agricultura lo es ya realmente en esa misma fase.
De este modo, las formas de subsunción quedan liberadas de su adscripción a una u otra fase del desarrollo; pueden y deben ser pensadas como formas que recorren la historia del capital, actuando condicionadas por las circunstancias, pero siempre con la misma finalidad, la misma función, la reproducción de la totalidad. Al fin, si el capitalismo puede ser descrito por Marx como “la producción por la producción”, como “la producción como fin en sí misma”, ese funcionamiento, nos dice, ya entra en juego “con la subsunción formal del trabajo en el capital” [83]. No podía ser de otra manera, pues ese destino le acompaña del origen al final. Su fin inmediato, irrenunciable, es “producir una plusvalía lo más grande y los más abundante posible”, nos dice Marx.
“Con todo, esta tendencia inmanente de la relación capitalista no se realiza de manera adecuada - y no se convierte en una condición necesaria, incluso desde el ángulo tecnológico- hasta tanto no se haya desarrollado el modo de producción específicamente capitalista y con él la subsunción real del trabajo en el capital” [84].
Con lo que, por fin, encontramos lo que veníamos buscando, lo que entendíamos que buscaba Marx en su indagación; por fin encontramos el enfoque más claro y coherente en su reflexión sobre las dos formas de subsunción, ambas presentes en el capitalismo, ambas con la misma esencia y función esencial, ambas con el mismo fin general, ambas subordinadas al incremento sin límites del plusvalor, ambas con un fin inmediato y propio, garantizar la reproducción en paz del sistema, y ambas distinguidas por su dispositivo técnico y la eficacia del mismo, que Marx ve crecer en la subsunción real, cuando el capital ha logrado que el proceso de trabajo quede libre de las relaciones ajenas al capital en que estaba subsumido y pase a ser un proceso sometido a las relaciones capitalistas de producción. Reconocida la identidad de esencia, y puesta ésta en la reproducción, se está en mejores condiciones para individualizar y diferencias su función específica.
No es extraño que cierre el apartado con una reflexión sugerente, indicando que es en la esencia del capital, en su tendencia a la valorización, absolutamente ilimitada por no estar sometida a determinaciones exteriores (como necesidades humanas, reproducción de estatus, etc.), donde hay que poner la mirada para comprender la vida del capital. Es en esa ausencia de subordinación a ninguna finalidad transcendente donde enraíza su desarrollo desordenado, contradictorio y abocado a la indeterminación. Y ahí, en su esencial contradictoriedad, reside la necesidad de que constantemente se generen “barreras a la producción que ella incesantemente procura superar” [85]. Necesidad ciega, particularidad de esa determinación ontológica, que rige en el ser vivo y en el ser social, de reproducción, de perseverar en el ser; necesidad inmanente que es la fuente de las crisis, de la superproducción, en definitiva, de la irracionalidad, como comenta Marx.
En el haber de la forma capitalista de producción siempre habrá que poner la enorme potencia productiva y la eterna tendencia de crecimiento de ésta; en el debe, en el lado negativo, su olvido y menosprecio de los trabajadores, su desarrollo contra y a costa de éstos, aunque eran su conditio sine qua non, aunque eran los creadores de ese valor con que constituía su ser. Como ocurre en la superficie, que se reconoce y sacraliza al arquitecto mientras se olvida la mano de obra que construyó el edificio, el capital, como los verdaderos dioses, que no tienen genealogía, silencia las tetas de las que se alimenta: “El productor real como simple medio de producción; la riqueza material como fin en sí mismo. Y, por tanto, el desarrollo de esta riqueza material en contradicción con y a expensas del individuo humano” [86].
Creo que Marx perfecciona su concepto de capital cuando lo enfoca desde la perspectiva de su reproducción. Sí, el capitalismo también tiene presente, tiene aquí y ahora, donde se muestra sacralizado en la productividad del trabajo, en la búsqueda de el “máximo de productos con el mínimo de trabajo”; donde se revela como incesante y creciente “abaratamiento de las mercancías”, que llega a convertirse en “una ley del modo de producción capitalista”. Una ley importante, pues sólo se realiza en la medida en que la escala de producción no está fijada por las necesidades humanas, sino al margen de ella, guiada por la máxima producción. Pero, por encima de esa productividad, el alma del capital es su “voluntad” o determinación de autoreproducción. A la existencia del capital no le afectan las crisis, aunque en ellas se destruyan enormes volúmenes de fuerzas productivas, aunque con ello periódicamente niegue buena parte de esa eficiencia productiva que lo aureola; al contrario, vive de ellas, tras cada una pone en evidencia su poder, su potencia de producir, casi contento de volver a crecer, de mostrar su vigencia reproduciéndose en condiciones exigentes, casi fingiendo que parte de cero, que resurge de la nada.
También la distinción entre subsunción formal y real se asienta sobre el escenario de la reproducción, desde la cual a través de mediaciones acabarán teniendo efectos en la gestión del plusvalor; pero éste es producido y gestionado directamente en el conflicto, su hábitat es el de la contradicción; la subsunción sólo gestiona directamente la contradicción.
Es curioso cómo los marcos de referencia condicionan la representación. Lo señalaba Marx mostrando que el capital inicial, si la representación se limita a un ciclo, aparece sin genealogía, ocultando su origen, presentándose como indudablemente propiedad capitalista; y, de este modo, al presentarse como el capital presente en el origen del proceso, presente en la puesta en marcha, puede postularse a sí mismo como autor del proceso, como creador del valor y, en consecuencia, como legítimo dueño del producto. Si cambiamos el marco de referencia y pasamos del propio de la producción, del ciclo abstracto, al de la reproducción, al del flujo continuo del capital, entonces el capital inicial pierde su disfraz y deja ver su verdadero rostro, su origen y esencia, o sea, aparece como plusvalor acumulado de los momentos anteriores, como trabajo objetivado, no pagado; por tanto, denunciando la apropiación privada de lo que ha sido una producción social.
Pues bien, algo similar ocurre con la subsunción. En la perspectiva de la reproducción se borra la distinción de esencias entre ambas formas, y tanto la formal como la real se revelan como “estrategias” del capital para su reproducción, para allanar los obstáculos en su camino. Y de la misma manera que se difumina la distinción entre los momentos del valor absoluto y el relativo, coexistiendo ambos en eterna presencia, así ocurre con las formas de subsunción. El plusvalor relativo aparece en todo momento, en cualquier etapa o fase, desde el origen al final; no es pensable una subsunción formal aislada, solitaria, que se impone al trabajo gremial como forma exterior; ningún elemento de la producción capitalista habría aparecido si no fuera porque cargaba un potencial productivo que mejoraba el trabajo y las condiciones de vida. Puede ser interesante, y lo es, la distinción analítica entre los dos tipos de plusvalor; y lo mismo las dos modalidades de subsunción; pero la distinción de esencias, que las separa hasta negar su coexistencia, es un contrafáctico y es analíticamente estéril. El plusvalor absoluto, lo he dicho ya insistentemente, acompaña al plusvalor relativo con su presencia a lo largo de todo el desarrollo, sea cual fuere su relevancia relativa en cada momento; están tan ligados que es imposible calcular uno si no es en función del otro.
8.6. La reflexión de Marx sobre la subsunción deja siempre regusto de insatisfacción; por mucho que estrujemos el texto, no permite ir mucho más lejos. En las páginas finales del libro los términos subsunción formal y subsunción real se usan con el sentido ya indicado, sin apenas novedad. Tal vez sea curioso el matiz que aparece en esos conceptos al hablar del trabajo productivo, en que Marx sugiere la subsunción como medida o índice de la condición de trabajo productivo. La argumentación viene a ser ésta: con el desarrollo de la subsunción real del trabajo en el capital el sujeto del trabajo pasa del trabajador a la obrero-máquina; en este proceso, las actividades están muy divididas, y son muy desiguales, quedando muy mediatizada la relación de cada trabajador con el producto. En consecuencia, desaparece la visibilidad del trabajo individual productivo frente al no productivo; y vuelve a reaparecer, pero en la nueva escala, la del obrero colectivo. Un trabajo individual es ahora productivo si participa en el trabajador colectivo, sea cual fuere su función participar en esta forma máquina productiva. Veamos su descripción:
“como con el desarrollo de la subsunción real del trabajo en el capital o del modo de producción específicamente capitalista, no es el obrero individual sino cada vez más una capacidad de trabajo socialmente combinada lo que se convierte en el agente real del proceso laboral en su conjunto, y como las diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman la máquina productiva total participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de la formación de mercancías o mejor aquí de productos -éste trabaja más con las manos, aquél más con la cabeza, el uno como director (manager), ingeniero (engineer), técnico, etc., el otro como capataz (overlooker), el de más allá como obrero manual directo e incluso como simple peón- tenemos que más y más funciones de la capacidad de trabajo se incluyen en el concepto inmediato de trabajo productivo, y sus agentes en el concepto de trabajadores productivos, directamente explotados por el capital y subordinados en general a su proceso de valorización y de producción” [87].
Vemos que vuelve a aparecer esa identificación genérica entre “subsunción real del trabajo en el capital” y “modo de producción específicamente capitalista”, como si fueran nombres de lo mismo, que abre la puerta a cargar en el concepto de subsunción todos los males del capital, y en particular los efectos directos de los conflictos y contradicciones. La idea marxiana es que la nueva forma de trabajo, bajo la subsunción real, hace que pierda sentido plantearse la productividad individualizada, como en formas anteriores de la producción; la tendencia es a la participación funcional desigual de todos los trabajadores. Donde el sujeto deja de ser el individuo y pasa a ser el colectivo, unos ejercen funciones materiales y otros intelectuales, unos realizan trabajo directo y otros indirecto, de dirección o control; perro todo participan solidariamente del sujeto de trabajo colectivo. Por tanto, se generaliza el concepto de trabajo productivo a estas formas de participación. Todos “directamente explotados por el capital y subordinados en general a su proceso de valorización y de producción”, dice Marx
Lo interesante de esta idea es que nos revela que el concepto de subsunción, como categoría ontológica tiene efectos teóricos importantes, como éste de revisar el criterio de distinción entre trabajo productivo e improductivo; el riesgo que se corre es el de perder de vista las mediaciones, cosa que aboca a un doble y pernicioso efecto: de un lado, el de confundir capitalismo y subsunción, al ver todos los cambios en la producción capitalista como efectos directos e inmediatos de la ésta, cargando sobre su misma la totalidad de la vida del capital; de otro lado, el de ver la función de la subsunción de forma unilateral, como mecanismo de defensa directo e inmediato del capital, en vez de comprender que esa indudable defensa, ese indudable servicio al capital, se ejerce por mediación de la totalidad, pues pasa por conseguir que sea posible su reproducción, que se mantengan unas condiciones de posibilidad de sobrevivencia equilibrada de la misma, lo cual incluye que las contradicciones sean bien gestionadas y que, en particular, la resistencia del trabajo quede modulada por sus propias posibilidades de sobrevivencia, por la conveniencia de la forma de subsunción.
Cuando Marx atribuye a la subsunción la generalización del trabajo productivo, piensa éste no ya desde la perspectiva de la producción, de su función como producto, sino desde la perspectiva de la reproducción, de su lugar en la subsunción: todo lo subsumido por el capital juega, en tanto afectado de subordinación, un rol en la reproducción del capital, convertida en nuevo criterio de productividad. Tanto es así que, para Marx, el “literato proletario” de Leipzig, que produce compendios de Economía Política, es trabajador productivo en tanto su producción está subsumida en el capital; e igualmente la cantante contratada, o el maestro de escuela. Y nada importa que estas figuras consideradas individualmente parezcan ya anacrónicas: “Aun así, la mayor parte de estos trabajadores, desde el punto de vista de la forma apenas se subsumen formalmente en el capital: pertenecen a las formas de transición” [88]. Colectivamente, en tanto subsumidos en el orden del capital, son productivos porque ahora “ser productivo” no se dice del trabajador que produce plusvalor, sino de una totalidad compleja que, en conjunto, organizada por la subsunción, garantiza la reproducción del capital.
Que sean figuras anacrónicas no quiere decir que no estén vigentes, incluso que sean inextinguibles. Al fin, como he dicho, la subsunción también está para eso, para organizar y coordinar las formas resistentes, extranjeras al modo de producción, residuos de formas anteriores o anticipos del futuro. Como señala Marx, siempre hay trabajos que se desarrollan como antes, aunque ya hayan aparecido las formas nuevas; siempre quedan formas de transición, aunque el capitalismo ya esté tecnológicamente desarrollado. Por tanto, podría haber concluido, cosa que no hace, que siempre hay subsunción formal, aunque ya sea hegemónica la subsunción real. En cualquier caso, la perspectiva de la subsunción abre un nuevo horizonte para pensar el trabajo productivo en el capitalismo desarrollado, incluso de las figuras presentes que pertenecen a restos del pasado o a anticipos del futuro. Lo dice así de claro:
“Dentro de la producción capitalista, ciertas partes de los trabajos que producen mercancías se siguen ejecutando de una manera propia de los modos de producción precedentes, donde la relación entre el capital y el trabajo asalariado aún no existe de hecho, por lo cual de ninguna manera son aplicables las categorías de trabajo productivo y trabajo improductivo, características del punto de vista capitalista. En correspondencia con el modo de producción dominante, empero, las relaciones que aún no se han subsumido realmente en aquél, se le subsumen idealmente (idealiter) El trabajador independiente (selfemploying labourer), a modo de ejemplo, es su propio asalariado, sus propios medios de producción se le enfrentan en su imaginación como capital. En su condición de capitalista de sí mismo, se auto-emplea como asalariado. Semejantes anomalías ofrecen campo propicio a las monsergas en torno al trabajo productivo y el improductivo” [89].
Creo, en conclusión, que en Marx el tratamiento de la subsunción deja el camino abierto a su confusión con la vida del capital, cargando a sus espaldas cuanto ocurre en la estructura económica, y aún social; y creo que esta expansión del concepto se hace a costa de su precisión, y si bien puede ser útil para la crítica, para la militancia inmediata, es una dificultad para comprender el capitalismo contemporáneo, su evolución, su destino cercano y la forma de incidir en su proceso. Creo, en particular, que se cae en la confusión de disolver la contradicción en la subsunción, y que al hacerlo se acentúa la unilateralidad, la visión desde el capital, olvidando la presencia y el futuro de la resistencia.
Este olvido de la contradicción, como he insistido a lo largo del trabajo, me parece especialmente relevante. En general, Marx mantiene en su obra la relación dialéctica, articula y concilia las dos miradas, desde el capital y desde el trabajo, que el análisis abstrae y separa; pero la confusión en el concepto de subsunción tiende a borrar la dialéctica, a sustituir la hegemonía por la mera dominación y a sacrificar la resistencia del elemento dominado. Se olvida que, en la contradicción, conforme a la relación dialéctica, el elemento dominante es, y ha de ser, pensado desde el dominado. Es cierto que el planteamiento crítico y anticapitalista, inseparable del marxismo, ha tendido siempre a desplazar la relación a su contenido de dominación, a costa de la presencia, aunque reconocida, del elemento de resistencia. En el posicionamiento crítico anticapitalista la figura central de la representación es el capital, su función de dominación, de explotación y opresión; lo que se narra, lo que se quiere narrar, es su avance monstruoso y desalmado, describiendo el monstruo que al verse en el espejo del relato se horrorizara de sí, o que al verlo la gente de bien le temiera y odiara. El efecto inevitable es que, en el posicionamiento crítico anticapitalista, pierde fuerza la mirada desde el trabajo, el relato de la resistencia, de la conquista de la sobrevivencia, del avance desigual y costoso; se devalúa la descripción del asalariado como condición de posibilidad del capital, del trabajo capitalista como posibilidad histórica efectiva de mejora de la vida de la población; incluso queda debilitada la narración de la lucha de clase, de la oposición a los mecanismos de dominación, de las conquistas parciales. Todo ello es comprensible desde el olvido de la contradicción, al menos de su fase esperanzadora, “constructiva”, la negación de la negación; al fin, para resaltar la dominación y explotación protagonizada por el capital puede parecer conveniente mostrar a la parte oprimida y explotada indefensa, desvalida, inerme, soportando la inmisericorde barbarie de Saturno. Si acaso se expresa en epílogo la fe en la resurrección, en la victoria final, que al haber desechado la inmanencia sólo puede sostenerse en la intervención, nunca nombrada, de la transcendencia.
Esta mirada desplazada, unilateral, asimétrica, liberada de la dialéctica -que a veces se invoca en flagrante falacia performativa en los momentos confesionales-, puede comprenderse en el tratamiento de la contradicción, en un uso no dialéctico de ésta, que aunque parezca contradictorio no es infrecuente: pero, como digo, la contradicción no es la subsunción, son relaciones no sólo distintas, sino con funciones bien diferenciadas y contrapuestas, aunque ambas sean emanaciones de la vida del capital. La contradicción enuncia la lucha de las partes por la sobrevivencia, su enfrentamiento inmediato, sin fines ni estrategias, incluso sin consciencia; si no, se trataría de contradicciones domesticadas, simuladas, contingentes, solucionables por el diálogo, momentos de anomalías ante un consenso posible; o sea, la contradicción no sería contradicción, sería un simulacro, una no-contradicción. En la contradicción cada parte tiene su fin propio, contrapuesto, irreconciliable: una busca el dominio y la reproducción del capital, la otra la emancipación y reinado del trabajo. En cambio, la relación de subsunción tiene otra función, a saber, la de reproducción o sobrevivencia del conjunto, de la totalidad, la convivencia posible de ambas partes (aunque sea bajo la fórmula más favorable al capital, elemento dominante); y para ello ha de “sobredeterminar” las contradicciones, conseguir controlar y articular las partes pata que en su juego ciego de oposición sobreviva el conjunto. De ahí que sea comprensible que la subsunción, así pensada, determine a los dos términos de la contradicción, al capital y al trabajo, como hemos dicho; es comprensible que su concepto incluya a ambos, a sus desarrollos y su enfrentamiento; es comprensible, pues, que la hegemonía no pueda reducirse a coerción en una dirección, sino que incluya la resistencia de la otra parte.
Creo que este concepto de subsunción está rondando en la reflexión marxiana, que hacia él apunta su elaboración, aunque en la exposición, que es la hora de la verdad del concepto, no aparezca bien definido. Hay momentos en que parece anunciarse, por ejemplo, en el siguiente pasaje, que merece toda nuestra atención:
"La producción por la producción -la producción como fin en sí mismo- ya entra en escena por cierto con la subsunción formal del trabajo en el capital, no bien el fin inmediato de la producción llega a ser, en general, producir una plusvalía lo más grande y lo más abundante posible, no bien el valor de cambio del producto llega a ser el fin decisivo. Con todo, esta tendencia inmanente de la relación capitalista no se realiza de manera adecuada, -y no se convierte en una condición necesaria, incluso desde ángulo tecnológico- hasta tanto no se haya desarrollado el modo de producción específicamente capitalista y con él la subsunción real del trabajo en el capital” [90].
Parece decir lo mismo, pero hay matices nuevos interesantes. Nótese que en el primer párrafo Marx explicita que “la producción por la producción”, el plusvalor por el plusvalor, la valoración permanente, que sin duda describe el capitalismo desarrollado, la producción específicamente capitalista, ya está operando desde el origen, en la “época” de la subsunción formal; cosa lógica, pues la forma capital no puede estar ausente, sea cual fuere el momento de desarrollo. Esa voluntad ciega de plusvalor “ya entra en escena, por cierto, con la subsunción formal del trabajo en el capital”, nos recuerda Marx; el “fin inmediato” de la producción es el de producir “una plusvalía lo más grande y lo más abundante posible”. Idea que apoya una de las tesis que he intentado argumentar, pues viene a significar que el plusvalor relativo ya hace acto de presencia en el origen, en los tiempos de la subsunción formal, lo cual trivializa la diferencia substantiva de las dos formas de subsunción basada en el tipo de plusvalor con el que se relacionan.
Y aunque el segundo párrafo de la cita indica que se trata de una “tendencia inmanente de la relación capitalista”, que no se realiza completamente hasta que “no se haya desarrollado el modo de producción específicamente capitalista”, condición para que se dé “la subsunción real del trabajo en el capital”, en modo alguno afecta a la tesis, al contrario, la precisa y explicita, pues al declarar su inmanencia establece su universalidad, y al matizar su carácter progresivo, en función del desarrollo del capital, abre la posibilidad de la presencia relativa desigual de las dos formas de subsunción a lo largo de la evolución del capital. Por tanto, al menos en estos momentos finales del texto Marx nos sirve de autoridad en este intento de elaborar el concepto al que él mismo tendía.
Las últimas veces que en el Inédito se refiere Marx a la subsunción nos revelan una vez más que el concepto está en fabricación, sin haber encontrado una forma fija, aunque fuera provisional. Por ejemplo, cuando vuelve a retomar la subsunción formal desde la perspectiva de una forma de “coerción” capitalista, enfoque que ya he señalado como el que mejor permite la construcción de una categoría clara y desarrollada. Señala Marx al respecto:
“La productividad del capital, habida cuenta de la subsunción formal, consiste ante todo meramente en la coerción al plustrabajo; una coerción que el modo de producción capitalista comparte con modos de producción anteriores, pero que ejerce de una forma más favorable a la producción” [91].
Ciertamente, en una lectura literal la subsunción no aparece como el factor de extracción o de coerción del plustrabajo; ese papel le corresponde a la productividad y a la lucha social. La subsunción formal aparece como condición o escenario que lo posibilita, lo cual está más en línea con la idea de la misma que he venido describiendo. Y esto es lo significativo, que la subsunción formal aparezca explícitamente relacionada con el plustrabajo, aunque sea por mediación de la productividad. Sin duda no es fácil pensar en concreto los mecanismos de esa coerción; pero en tanto sea el escenario en que se intensifica la productividad, nos envía a nuestra idea de que el plusvalor absoluto y el relativo, y las dos formas de subsunción, coexisten en sus respectivas funciones.
Marx matiza, en todo caso, que esa coerción necesaria, que el capitalismo comparte con cualquier otro modo, es aquí “más favorable a la producción”. Lo cual nos lleva a interpretar que la coerción está presente siempre que haya expropiación del plustrabajo, y que la subsunción, en cualquiera de sus formas, en la medida en que favorece la reproducción de la totalidad favorece esa coerción; es una forma de coerción, participa en ella. Pero que la coerción sea en el capitalismo más suave, más tolerable, en rigor se debe a la eficiencia de la subsunción. Marx dice “más favorable a la producción”, pero también más favorable a la reproducción. La productividad tiene ese doble juego: ventajas inmediatas para la producción y ventajas mediatas para la reproducción.
Algunas otras referencias a la subsunción en el texto apenas tienen interés, o añaden poco a lo dicho [92]. Más interés tienen, en cambio, ciertas descripciones del capitalismo, y en especial de las contradicciones en el proceso de trabajo entre los medios de producción y la fuerza de trabajo, que en el contexto en que se usan favorecen a pensar que son fruto de la subsunción y no de la contradicción, viendo aquella como causa de la dominación y no de su conversión de subordinación y hegemonía:
“De hecho, la unidad colectiva en la cooperación, la combinación en la división del trabajo, el empleo de las fuerzas naturales y de las ciencias, de los productos del trabajo como maquinaria, todo esto se contrapone a los obreros individuales autónomamente, como un ente ajeno, objetivo, preexistente a ellos, que están allí sin, y a menudo contra, su concurso, como mersas formas de existencia de los medios de trabajo que los dominan a ellos y de ellos son independientes, en la medida en que esas formas [son] objetivas. Y la inteligencia y la voluntad del taller colectivo encarnadas en el capitalista o sus representantes (understrappers), en la medida en que ese taller colectivo está formado por la propia combinación de aquéllos, [se les contraponen] como funciones del capital que vive en el capitalista” [93].
Pero estos temas ya los he tratado. Sólo me queda insistir en que considero que la mejor manera de pensar la diferencia entre las dos formas de subsunción, en el nivel del modo de producción, donde lo sitúa Marx, pasa por debilitar o diluir en sus conceptos las correlaciones con los tipos de plusvalor (absoluto y relativo) y las fases (de transición y desarrollada) del capitalismo, y, en su lugar, por apoyar su diferencia conceptual en la particular manera de ejercer la subsunción del proceso de trabajo “natural” en el capital, con más precisión, en el mecanismo del proceso de valorización: la subsunción formal ejerce esa función de manera mediata, actuando sobre el proceso de trabajo artesanal (es decir el proceso de trabajo natural subsumido en la forma gremial) sin romper ésta; y la subsunción real lo ejerce de manera inmediata, desplazando y marginando la forma del trabajo gremial e imponiendo directamente al proceso de trabajo “natural” la forma capitalista”. Lo que implica que, en presencia de la subsunción real, en las áreas y ramas donde está plenamente presente, no hay rastro de otras relaciones de producción de modos antiguos o futuros; en cambio, la presencia, aunque sea parcial y dispersa, de subsunción formal explicita que, junto al modo de producción dominante, coexisten relaciones de otros modos en situación de subordinados, sometidos a la explotación capitalista aunque en su seno vivan otras relaciones.
Claro está, esta alternativa es al nivel del modo de producción; como he dicho, la subsunción habría de desarrollarse y aplicarse a la formación social, donde entrarían en escena las sobreestructuras. Además, esta alternativa debidamente generalizada no esconde que la subsunción formal refiere a la relación de la producción capitalista con otras formas, precapitalistas o postcapitalistas, sean éstas con opciones de hegemonía o sin ellas, posibles o meramente utópicas. Es decir, la subsunción formal es la subordinación al orden del capital de toda forma extraña, realista o quimérica. En cambio, la subsunción real es la modalidad interna a la producción capitalista, que opera sobre las relaciones capitalistas, a nivel de modo de producción o de formación social. El resultado es una doble función de orden público, algo así como las tipificadas en el ejército y en la policía, una mirando de controlar y gestionarla paz exterior y otra asegurando la paz interna. Y las metáforas son sólo metáforas; no la estiremos mucho o el significante se nos romperá.
9. La subsunción en El Capital.
En el Capital la subsunción aparece de dos maneras: usada en el análisis, lo que Althusser amaba “en estado “práctico”, y explícitamente mencionada. Aquí, dado el carácter de este ensayo, que pretende rastrear los momentos de elaboración explícita del concepto y la introducción del término en el análisis, nos limitaremos a comentar este segundo modo de aparición; el otro, cuya presencia es más densa y frecuente, en parte ya ha sido puesto de relieve en nuestra lectura de El capital [94], y en gran parte sigue siendo una tarea pendiente que espera su momento.
9.1. La verdad es que Marx no se prodiga en el uso descriptivo del término, lo que en modo alguno dificulta su presencia práctica, como categoría ontológica ya consolidada. En el libro I de El Capital apenas llegan a media docena los casos en que menciona la subsunción, la mayoría concentrados en la Sección IV, dedicada precisamente a establecer el concepto de plusvalor relativo. Concretamente en el capítulo XI de dicha sección, en que trata de la “cooperación”, Marx usa el término “subsunción” en un contexto que vale la pena describir. Comentando la cooperación en el proceso de trabajo, destaca la diferencia cualitativa de la misma entre la que se daba en “los comienzos culturales de la humanidad” y la que tiene lugar propiamente en el capitalismo. Aquella forma de cooperación, que estuvo vigente entre los pueblos cazadores y las comunidades aldeanas agrarias, tenía su base material fundamentalmente “en la propiedad colectiva de las condiciones de producción” y en el hecho de que “el individuo singular no se ha desatado todavía del cordón umbilical de la tribu o de la comunidad en mayor medida que el individuo abeja de su enjambre” [95]. Llamo la atención sobre los dos piulares de la base material de aquella cooperación, la propiedad colectiva y el vínculo de pertenencia, ambos estructurando la sólida determinación comunitaria de la producción y de la vida social. Por tanto, pone de relieve Marx, una forma de cooperación mediada por relaciones ajenas a la actualidad, que no sólo están ausentes en el mundo del capital, sino que son contrarias a éste, necesariamente desplazadas por éste a la exterioridad para abrirse paso.
Marx insiste en esta línea de demarcación de la cooperación capitalista, enfatizando sus diferencias con las de otras épocas históricas. Por ejemplo, esta forma de cooperación en el capitalismo, enormemente intensa dada la creciente división del trabajo, también es manifiestamente diferente a la cooperación a gran escala que de forma más o menos esporádica aparecía “en el mundo antiguo, en la Edad Media y en las colonias modernas”; en todos estos casos se trataba de una cooperación forzada, impuesta por la coerción física, derivada de las relaciones inmediatas de “dominio y servidumbre, generalmente en la esclavitud” [96] que ponían en escena dichos modos de producción. Nada que ver con la cooperación en el capitalismo, que parece -sólo parece- espontánea y voluntaria, que se da sobre la base de la libre elección por el “trabajador asalariado libre que vende al capital su fuerza de trabajo” [97].
Pues bien, Marx considera, y pone todo su empeño en convencernos de ello, que esta especificidad de la relación de cooperación que se establece en el capitalismo, relación presupuesta desde un principio por “la forma capitalista”, es una determinación esencial de la producción capitalista, una propiedad que la individualiza y distingue de las demás. O sea, la forma de cooperación capitalista, sin duda derivada de la división del trabajo y del trabajo asalariado intrínsecos al mundo del capital, es específica e individualizadora, sirve de identificación de este modo de producción.
Establecida la cooperación como determinación esencial de la producción capitalista, Marx continúa su reflexión diciendo que esa forma de cooperación “se desarrolla en contraposición con la economía campesina y con el taller artesanal independiente, tanto sí éste tiene aún forma gremial como si no” [98]. Nos dice Marx:
“Así como la fuerza productiva social del trabajo desarrollada por la cooperación aparece como fuerza productiva del capital, así también la cooperación misma se presenta como una forma específica del proceso de producción capitalista, contrapuesta al proceso de producción de trabajadores individuales independientes o incluso de pequeños maestros artesanos” [99].
La peculiaridad de la cooperación capitalista, íntimamente ligada a esta forma de producción, por tanto, radica en que es contrapuesta a cualquier modelo de producción de “trabajadores individuales e independientes”; es contraria a cualquier modelo de producción “natural”, -con más precisión, virtualmente “natural”, en el sentido que en su momento dimos a este concepto-, pues toda forma de trabajo se da siempre subsumido en una forma social, de la que forma parte la cooperación peculiar de la misma. En consecuencia, aunque no lo señala Marx, si aceptamos que en el proceso de producción capitalista, como en cualquier otro, se dan conjuntamente, en el mismo cuerpo, un proceso de producción “natural” y un proceso de producción “capitalista”, un proceso de producción de medios de vida y un proceso de valorización del capital, habremos de admitir que la cooperación en el proceso de trabajo capitalista es no sólo diferente, sino contradictoria o contraria al trabajo individual. Aunque repugne al sentido común, que tiene a pensar la cooperación en clave ética, la cooperación en el capitalismo va contra el individuo y su ser social.
Esto es muy importante, y por ello Marx dice enseguida, tras señalar el enfrentamiento, la contraposición de la cooperación propia del capitalismo a los “trabajadores individuales e independientes”, que esta perturbación de la cooperación, que lejos de servir a los trabajadores individuales que cooperan se vuelve contra ellos y sirve al capital, es un efecto derivado de la subsunción del trabajo en el capital. Lo dice así en el siguiente pasaje, recurriendo por primera vez, de las pocas que lo hace en este volumen, al término “subsunción”, pero que pone de relieve que el concepto ya forma parte de su aparato teórico. La subsunción subordina el sentido de la cooperación; en el capitalismo, esa subsunción de la cooperación entre trabajadores al capital hace que su propia colaboración se les enfrente. Toda una alteración, pues, en el proceso de trabajo:
“Ésta es la primera alteración que experimenta el proceso real de trabajo por su subsunción bajo el capital. Esta alteración procede espontáneamente. Su presupuesto -la ocupación simultánea de un número grande de trabajadores asalariados en un mismo proceso de trabajo- constituye el punto de partida de la producción capitalista. Ese punto de partida coincide con la existencia del capital mismo. Por eso, si, por un lado, el modo de producción capitalista se presenta como necesidad histórica de la conversión del proceso de trabajo en un proceso social, también, por otro, se presenta esta forma social del proceso de trabajo como un método aplicado por el capital para explotarlo con más beneficio mediante la intensificación de su fuerza productiva” [100].
Releamos la cita, que tiene jugo. Esa es la función de la subsunción, fusionar las contradicciones, conseguir que el conflicto necesario no colapse el proceso, hacer posible una vía satisfactoria de salida. Como dice Marx, el capital necesita, para sus fines, convertir el proceso de trabajo en un proceso social, extendiendo ad infinitum la cooperación; por primera vez el trabajo se revela como trabajo social y cumple con eficiencia esa función social de producción de medios de vida; pero como además de Dios está el César, esa socialización del trabajo se hace en condiciones de mejor alimento para el capital, que explota el trabajo social en su beneficio.
La forma de cooperación es, pues, un efecto de la subsunción; y ese efecto consiste en la organización de una masa de trabajadores, es decir, en un paso de gigante en la socialización del trabajo, pero de forma tal que no está orientado al bien social, sino al bien del capital: la subsunción hace posible que una “forma social del proceso de trabajo”, en sí misma atractiva para la sociedad en su conjunto, de hecho actúe como “un método aplicado por el capital” para optimizar su explotación, intensificando la fuerza social productiva. Esa gestión de la cooperación, y a su través de las contradicciones, revela bien la manera de actuar la subsunción.
9.2. En un apartado del capítulo XIII, dedicado a la “legislación fabril” -en concreto, sobre las “Cláusulas sanitarias y educacionales” que se estaban generalizando en Inglaterra [101]-, nos ofrece unas reflexiones sobre la evolución de la división del trabajo que pueden servirnos para ver algunos aspectos del concepto de subsunción que ya pone en escena. Ha argumentado en los parágrafos anteriores del capítulo que la legislación fabril, “esa primera reacción planificada y consciente de la sociedad sobre la figura natural de su proceso de producción”, es un producto necesario de la “gran industria” [102]; y antes de pasar a describir sus vicisitudes en su expansión por Inglaterra, Marx se detiene a comentar algunas cláusulas de esa ley fabril inglesa. No nos detendremos en sus comentarios, aunque algunos son muy sugerentes, como los de corte pedagógico en defensa de la línea abierta por R. Owen de una educación part time entre la escuela y la fábrica [103].
A nosotros aquí y ahora nos interesa destacar una de sus reflexiones sobre el efecto de la gran industria en la división del trabajo que se había fijado en la fase manufacturera del capitalismo, concretamente, la ruptura con ese modelo, su destrucción, supresión y sustitución del mismo. La tecnología, nos dice Marx, acaba con el modelo de especialización profesional, y por tanto con la educación adecuada al mismo; acaba con la “anexión vitalicia y total de un hombre a una operación de detalle”, a una actividad especializada y virtuosa; en su lugar introduce e impone la peculiar “forma capitalista de la gran industria”, su particular división del trabajo, un modelo que de entrada parece “monstruoso”, pues transforma al obrero de especialista que domina la herramienta de trabajo en “accesorio autoconsciente de una máquina parcial”. La máquina trastrueca “el modo de producción material y las relaciones sociales de producción”, y trastrueca también “las cabezas”, como rebelan los debates de la época en que se exige a los pobres sacar a sus hijos de la escuela [104]. El cambio productivo en el seno del capitalismo implicaba un cambio en las diversas esferas de la sociedad:
“La contradicción entre la división manufacturera del trabajo y la esencia de la gran industria sale violentamente a luz. Se manifiesta, entre otras cosas, en el hecho terrible de que una gran parte de los niños ocupados en las fábricas y manufacturas modernas, encadenados desde la edad más tierna a las manipulaciones más simples, sean explotados a lo largo de años sin que se les enseñe un trabajo cualquiera, gracias al cual podrían ser útiles aunque fuere en la misma manufactura o fábrica. En las imprentas inglesas, por ejemplo, anteriormente tenía lugar, conforme al sistema de la vieja manufactura y del artesanado, un pasaje de los aprendices desde los trabajos más fáciles hasta los más complejos. Recorrían un curso de aprendizaje hasta convertirse en impresores hechos y derechos. Saber leer y escribir era para todos un requisito del oficio. Todo esto se modificó con la máquina de imprimir. La misma emplea dos tipos de obreros: un obrero adulto, que vigila la máquina, y asistentes jóvenes en su mayor parte de 11 a 17 años, cuya tarea consiste exclusivamente en introducir en la máquina los pliegos en blanco o en retirar de la misma los pliegos impresos” [105].
Pues bien, al filo de estas jugosas reflexiones sobre el profundo cambio en la división del trabajo -y sus efectos sociales- en el paso de la manufactura a la gran máquina nos dice que “lo que es válido para la división manufacturera del trabajo dentro del taller, también lo es para la división del trabajo en el marco de la sociedad” [106]. Y, lo que es más importante para este ensayo, identifica estas mutaciones con un cambio en la subsunción; todos esos cambios en las formas de trabajo, en la educación para el trabajo y en las relaciones sociales en general, derivados del mismo, concretan y definen un nuevo modo de subsunción del trabajador en el proceso de trabajo. La industrial artesanal y la manufactura han constituido la base material de la producción social en un momento del capitalismo; bajo su hegemonía en esa fase de desarrollo se ha dado “la subsunción del productor en un ramo exclusivo de la producción”. El aislamiento, el secuestro del trabajador en un ámbito estrecho y bien definido de la esfera productiva expresa ese modo particular de subsunción del trabajador en el proceso de trabajo en la fase artesanal y manufacturera. Ahora, con la entrada de la tecnología, con el paso de la manufactura a la gran máquina, tiene lugar “el descuartizamiento de la diversidad de las ocupaciones ejercidas por dicho productor” [107]. La gran industria impone una nueva forma de subsunción (del proceso de trabajo, del trabajador, de sus cabezas, de sus ideas…) adecuada en ese momento para la valorización del capital. La subsunción se revela aquí como la forma de organizar los elementos, todos los elementos, para subordinarlos al mismo fin, la reproducción del capital.
Es fácil constatar que estos diversos modos de subsunción del trabajador en el proceso de trabajo son la expresión de dos fases del capital; dos fases sucesivas, una más desarrollada que la otra, una que parece culminación de la otra, una transición a la otra. O sea, muestra que Marx sigue pensando la subsunción ligada a las tipologías que ya conocemos. Ahora bien, si seguimos leyendo el texto, podemos descubrir matices que apuntan en la dirección de nuestra revisión de la categoría.
Son muy interesantes al respecto los pasajes en los que Marx, comentando la subsunción del trabajador en la manufactura, definida como la época de los oficios, rastrea en la etnología para ver en los oficios especializados artesanales y manufactureros las huellas de los mysteries, (mystères, misterios), nombres con los que aún se conocían en el XVIII. Los oficios eran los misterios, conocimientos y actividades esotéricos, misteriosos, en cuyos secretos “sólo podía penetrar el iniciado por experiencia y por profesión”. Frente a esa época de los oficios o misterios, envueltos en el mayor secretismo, la gran industria aparece igualadora, iluminadora, uniformizadora, pues
“rasgó el velo que ocultaba a los hombres su propio proceso social de producción y que convertía los diversos ramos de la producción, espontáneamente particularizados, en enigmas unos respecto a otros, e incluso para el iniciado en cada uno de esos ramos” [108].
Por tanto, dos modos de subsunción. El de la gran industria “creó la ciencia modernísima de la tecnología”. Del mismo modo que “mundo cerrado” cedió el puesto al “universo infinito”; del mismo modo que el universo encantado de los lugares naturales dio paso al orbe uniforme de la homogénea materia en movimiento, así, en el paso de la manufactura a la industria, de los oficios al trabajo abstracto, las “figuras petrificadas, abigarradas y al parecer inconexas del proceso social de producción, se resolvieron, en aplicaciones planificadas de manera consciente y sistemáticamente particularizadas de las ciencias naturales” [109].
En este particular abordaje de la subsunción, en el campo concreto del trabajador en el proceso de trabajo, la subsunción formal y la real vendrían a significar respectivamente la subsunción del trabajador en la manufactura y en la gran industria; o sea, la subsunción en una sociedad de especialistas, que responde a una sociedad de estatus, y en una sociedad abierta en que reina a sus anchas el capital. Pues bien, si esta analogía es aceptable, podemos ver en la misma uno de los límites de la posición marxiana, que debiéramos eliminar. El paso de la manufactura a la gran industria, visto como penetración del capital en cada uno de los recodos de esa estructura abigarrada de “misterios”, no puede ser representado como una marcha sincrónica del capital en un frente único que barre la fase de transición, en una liberación uniforme que termina el día de independencia. El capital irá penetrando en esos recintos amurallados, en esos lugares naturales del orden manufacturero, de manera desigual, ocupando las zonas indefensas y aislando las amuralladas. Al principio, se instalará en el exterior, en sistema defensivo, resistiendo el embate de la fuerza indígena; luego irá penetrando en los más débiles y asequibles, hasta que llegue a estar tan presente y extendido que sea hegemónico; y, aun así, habrá focos de resistencia, algunos de los cuales serán destruidos, otros subordinados y algunos nunca sometidos, ni asimilados ni disueltos. La subsunción formal, por tanto, pensada como gestión de lo exterior al capital, de lo extranjero, no queda reducida al tiempo de transición, sino que estará presente desde el origen al fin del capitalismo; estará presente junto a la subsunción real, que tiene otra función, la gestión interna del espacio capitalista.
Creo que un buen símil para describir la relación desigual y combina de ambos tipos de subsunción es la que se da entre el derecho interior y el derecho internacional. Ambos tienen el fin común de reproducir el Estado, pero cada uno tiene su frente, cualitativamente diferente. El internacional, como la subsunción formal, trata de subordinar (o resistir) la actuación de los otros estados en beneficio propio; el derecho interior, por su parte, trata de gestionar los conflictos internos.
9.3. Es en el capítulo XIV -no podía ser de otra manera, pues trata sobre “Plusvalor absoluto y relativo”- donde la subsunción aparece, mencionada y usada, de manera más madura; es aquí, por tanto, donde debemos situar nuestra última mirada para ver hasta dónde había llevado Marx el concepto. Su punto de partida es el ya conocido, la diferenciación de los dos modos de subsunción en relación con los dos tipos de plusvalor; pero explicita su consciencia de la diferencia entre la manera de pensarlos ayer y hoy, y eso nos interesa mucho. Nos dice:
“En un primer momento, la producción de plusvalor absoluto y la producción de plusvalor relativo se nos presentaban como dos tipos de producción diferentes, pertenecientes a diferentes épocas de desarrollo del capital” [110].
Es decir, afirma como en el Inédito la ya comentada correlación de los dos tipos de plusvalor con las dos fases del capitalismo; pero leyendo con detenimiento se aprecia que esas identidades están a punto de ser revisadas, al afirmar que corresponden a un momento y una forma de consciencia: “en un primer momento…, se nos presentaban…”. Sólo en un primero momento, y sólo como forma de presentarse, como forma de representación entre otras posible. Y estas precisiones no son nada triviales si seguimos la lectura y constatamos que Marx pasa a describir la génesis de las representaciones de aquella primera forma de consciencia, a exponernos la argumentación que le llevó a ella. En ese relato nos cuenta que la producción de plusvalor absoluto aparecía siempre -y sigue apareciendo- acompañada de diversas transformaciones, características de la producción capitalista. Por ejemplo, entre ese conjunto de cambios se cuentan los siguientes: los elementos de la producción pasan a ser capital; los trabajadores devienen obreros asalariados; los productos ya son de derecho mercancías, en tanto producidos para la venta; el mismo proceso de producción deviene proceso de consumo de fuerza de trabajo por el capital, y pasa a estar controlado por el capitalista; y, como colofón, la producción de plusvalor impone y da sentido a que se prolongue la jornada laboral más allá del tiempo necesario, añadiendo un tiempo no pagado.
Como se puede apreciar, todos esos cambios van estrechamente interrelacionados con la producción de plusvalor absoluto; constituyen las condiciones de posibilidad del mismo. Decir que estas condiciones constituyen las condiciones de posibilidad de la producción del plusvalor absoluto es equivalente a decir que constituyen las condiciones de posibilidad del capitalismo. Esa producción de valor absoluto queda, por consiguiente, concretamente definida por dos operaciones posibles en esas condiciones: una, “la prolongación de la jornada laboral más allá de los límites del tiempo de trabajo necesario para la subsistencia del propio obrero”; otra, “la apropiación del plustrabajo por el capital” [111]. Son las dos determinaciones constituyentes del valor absoluto: una jornada de trabajo con tiempo no necesario e impago y la apropiación de ese tiempo en forma de valor capital. Han de darse las dos y basta que las dos se den, por eso son constituyentes.
Marx nos dice que este proceso de obtención de plusvalor absoluto “puede ocurrir, y ocurre” en diversos modos de explotación, “que se conservan históricamente sin la intervención del capital” [112]. Esta tesis está aquí formulada de manera laxa; es aceptable en su sentido preciso, pero ambigua en su literalidad. Es un hecho incuestionable aplicada al plustrabajo, es decir, a la apropiación de parte del trabajo de otro, como actividad o como producto; es menos transparente aplicada a la apropiación del plusvalor, dado que el “valor” parece indisociable del capital. Pero, dejando la problemática del sentido de la tesis como una open question, de forma laxa podemos asumirla en este momento del análisis, y equiparar plustrabajo y plusvalor absoluto.
Lo que hemos de responder ahora es a la siguiente pregunta: ¿qué cambia, respecto a la apropiación del plustrabajo, el paso de otro modo de producción al capitalismo? En concreto, pues Marx siempre suele tener intuiciones empíricas en el fondo de su teorización, al pasar de la plantación esclavista o del taller gremial a la explotación agraria o al taller capitalista, ¿qué cambios se han producido? Y su respuesta es tajante: cambios materiales, ninguno, pues la no existencia de cambios materiales es precisamente un supuesto analítico; los cambios, si los hay, y obviamente los hay, son cambios formales. Dice,
“No se opera entonces más que una metamorfosis formal, o, en otras palabras, el modo capitalista de explotación sólo se distingue de los precedentes, como el sistema esclavista, etc., por el hecho de que en éstos se arranca el plustrabajo por medio de la coerción directa, y en aquél mediante la venta “voluntaria” de la fuerza de trabajo” [113].
El supuesto de invariabilidad de las condiciones materiales de la producción exige asumir que sólo se ha producido una “metamorfosis formal”, nos dice. Pero, ¿a qué forma se refiere Marx? Podríamos esperar una respuesta general e indiscutible, referida al cambio en la forma capital, es decir, a la determinación de todos los elementos hacia la valoración del capital; a una organización de los elementos productivos tal que todos funcionan orientados a la valorización del capital. Pero, claro está, esta respuesta implicaría que el cambio al capitalismo es en el origen de éste un cambio radical y completo, una metamorfosis conforme a un concepto de capital desarrollado, acabado, cerrado; y Marx, por el contrario, parece tener interés en distinguir el momento originario o de transición del momento final de plena realización; parece reconocer -y en ello basa toda su teoría de la subsunción- que en sus orígenes el capital, no hegemónico, ni siquiera autosuficiente, necesita de la convivencia parasitaria con otras formas de producción, en cuyo seno nace, en cuyos huecos florece, a cuya sombra se desarrolla, de cuyas carencias se alimenta.
En definitiva, le parece incuestionable la existencia de dos fases: una primera fase, dependiente e incluso subordinada, sin duda subsumida en el viejo orden en el que aspira a asentarse y emanciparse; y sin duda reconoce; y una segunda fase, de plena realización del capital, hegemónica y dominante, hecha ya a su medida, genuinamente capitalista, donde se desarrolla autosuficiente y autodeterminado. Por ello, por esta decisión analítica, respaldada por la observación empírica espontánea, su respuesta a la cuestión que planteamos sobre la aparición del capitalismo no afirma que el cambio exprese la irrupción plena de la forma capital, sino la aparición de una nueva cualidad en la producción (en rigor, en la apropiación), cualidad muy relevante en el capitalismo, sin duda, pero al fin una cualidad instrumental: el cambio al capitalismo refiere a una metamorfosis que afecta al método de explotación, que pasa de ser coactivo en sentido rudo y directo, físico, a coactivo en sentido de sutil y seductor, psicológico; cambio que el mismo Marx llama “voluntario”, debidamente entrecomillado para abrir la significación a lo contrario, o sea, “voluntario” como su enmascaramiento de la coacción.
Así nos describe, en el paso de una a otra fase, un cambio en la forma técnica de explotación que mantiene el cuerpo de la producción, las condiciones materiales y técnicas del proceso de trabajo, en definitiva, un cambio que respeta la constancia o invariabilidad, impuesta por el supuesto analítico, de las condiciones materiales de la producción. Y es toda esta reflexión la que le permite llegar a la siguiente conclusión: “Por eso, la producción del plusvalor absoluto únicamente presupone la subsunción formal del trabajo en el capital” [114]. Las dos figuras de la subsunción refieren a la forma de apropiación del plusvalor; pero la formal basta para la apropiación del plusvalor absoluto. No se niega que la subsunción real pueda ser fuente de este mismo plusvalor; sólo se enfatiza que basta la subsunción formal para que haya plusvalor absoluto. De este modo se deja pensar que ambas formas pueden estar separadas, cada una con su objeto y su tiempo.
Por mi parte considero, no obstante, que esa metamorfosis en el método de explotación no sirve para distinguir satisfactoriamente la subsunción formal de la real (aunque tampoco habría servido, ciertamente, que situara el cambio en el la introducción de la forma capital); el criterio de la presencia o no de coerción en la apropiación sirve para diferenciar el capitalismo de los otros modos, pero no la fases en el seno del capitalismo. Aceptando, y es mucho aceptar, que se pueda hablar de plusvalor en modos de producción no capitalistas, la presencia o ausencia de coerción en el dispositivo de la apropiación del plusvalor podría servir de criterio de demarcación del capitalismo. Pero aquí la cuestión importante está en que nos dice literalmente que para conseguir plusvalor absoluto el único presupuesto es la “subsunción formal del trabajo en el capital”. Lo que a mi entender exige definir la subsunción formal de manera clara y distinta, sobre todo distinta, pues sobre ella se carga la posibilidad de apropiación de plusvalor absoluto de manera no coactiva.
Y esta es, a mi entender, la verdadera cuestión: aunque en una ontología dialéctica como la marxiana la relación causa-efecto ha de debilitarse en favor de la pluralidad de determinaciones, ha de establecerse un cierto orden entre éstas, no sagrado ni absoluto, pero sí un orden que permita pensar la realidad, aunque ese orden esté subordinado al momento del análisis. Podemos y debemos hacer otros asaltos analíticos en los cuales, por ejemplo, la subsunción formal aparezca bajo las determinaciones de las diversas relaciones con los elementos del proceso de trabajo; eso es lícito, recomendable e incluso obligado. Pero cuando Marx ha llegado a establecer que la subsunción formal del trabajo en el capital es un presupuesto, el “único” necesario, para la obtención del valor absoluto, lo hace en un abordaje analítico en que debe poner la subsunción formal en la base, en el origen de la argumentación; y eso requiere que esta categoría haya sido suficientemente bien definida, con la mayor claridad posible y con la distinción requerida, cosa que no ocurre.
Lamentablemente, siempre que Marx aborda el problema de la subsunción lo hace distinguiendo, bastante aprioristamente, la formal de la real; además, lo hace partiendo siempre de la formal, que se revela como la más problemática, pues es la que comienza el trabajo de cambio hacia el capitalismo, ya que la real simplemente culmina esa tarea radicalizando la labor. En ambos caso, ciñéndonos al caso paradigmático de la relación trabajo y capital, de lo que se trata es de establecer cómo funciona la forma capital, organizando los elementos del proceso de trabajo, y en general la contradicción entre trabajo y capital. Se comprende que la mayor dificultad de pensar la relación se da en la transición, cuando hay que ponderar y matizar el grado de dominio o subordinación ejercido sobre los elementos materiales. El término subsunción formal hace referencia a esa dificultad, y en el uso marxiano de la misma establece que esa relación nueva, esa metamorfosis, no puede afectar las fuerzas productivas, no puede afectar al cuerpo del proceso. Más aún, si asumimos la literalidad del texto marxiano nos dice cien veces que esa subsunción formal que introduce el capital ha de respetar, en materia y forma, los procesos productivos precapitalistas sobre los que se yergue. O sea, la subsunción formal es la aparición de la forma capital restringida a no alterar el proceso de trabajo ni cambiar la forma técnica; algo así como la mera sustitución del Maestro gremial por el Patrón capitalista, que vistos en el día a día, a efectos inmediatos, ¿en qué se diferencian? Al acabar la producción ambos se llevan el plustrabajo… Sí, si cerramos ahí el análisis, en la producción, se parecen mucho; si ampliamos el universo a la reproducción, en cambio, ya no tanto. El Patrón ve y usa ese plustrabajo del que se ha apropiado como plusvalor, o sea, lo usa en valorizar su capital; el Maestro no, a no ser que sea un Patrón enmascarado.
En definitiva, que se comprende que el problema de la conceptualización se vuelve complejo a la hora de la caracterización de la subsunción formal; la subsunción real, en cambio, puede ser pensada como explosión del capitalismo tal como lo vamos conociendo, como la irrupción libre de la forma capital, sin límites ni condicionamientos, todopoderosa, permitiéndose ser lo que es, sacar de sí cuanto lleva dentro.
Creo sinceramente que cuando Marx abordaba estas cuestiones no tenía suficientemente claros los conceptos; pero intuía la importancia de una distinción que se le resistía a la conceptualización. Si no fuera así, no se habría metido en el pastizal de la distinción entre formal y real, términos que ni siquiera comparten el rango ontológico. Habría sido más cómodo, en ese momento de la elaboración de la teoría, mantener un único concepto, de una única substancia, distinguiendo en ella dos momentos o modos por su intensidad; por ejemplo, una subsunción de transición y una subsunción efectiva. Habría sido más asumible, menos problemático, posiblemente; pero también más tosco, menos incisivo; si los conceptos han de servir para pensar la realidad, bajo su aspecto de cerrados, acabados y bien dispuestos habrán sido conceptos mucho menos desarrollados. Con toda su problemática y sus insuficiencias, la distinción marxiana entre subsunción formal y subsunción real es ambiciosa y puede devenir muy fecunda.
Si repasamos las numerosas veces que Marx vuelve sobre la subsunción formal constataremos que indefectiblemente, de un modo u otro, siempre la pone en relación con los modos de producción precapitalistas, como si fuera ahí donde reside el enigma de su esencia a descifrar. Y siempre que lo hace recurre a un escenario en el que se contraponen o se unen lo viejo y lo nuevo; se trabaja a la antigua (economías parafeudales, artesanos, gremios, mercado simple…) pero ya se hace bajo batuta capitalista. Sólo parece haber cambiado el director de la orquesta, que no es poco pero que no lo es todo. La cosa, que obviamente tiene su materia y su forma técnica [115], sigue siendo como era, realmente precapitalista a todos los efectos, pero la forma añadida, que ahora la subsume, es nueva, y ya sirve al capital; tenemos lo mismo funcionando de otra manera. Es una figura que sólo se sostiene en la abstracción, no puede tener consistencia empírica, existencia histórica; materialmente sólo puede existir en modo local, como avanzadas de una invasión o como restos de un naufragio; pero no como momento histórico generalizado del desarrollo.
La imposibilidad de existencia de ese momento abstracto empuja y ayuda a pensar un tiempo largo de transición, que va de la invasión colonialista por el capital en espacios locales y dispersos de la producción en cuyo seno nace y de la que ha de alimentarse, a los momentos finales en que se entra en la hegemonía plena del capital aunque sobrevivan islas de resistencia de los antiguos pobladores, núcleos marginales, progresivamente fagocitadas. En definitiva, estoy proponiendo interpretar esa insistencia de Marx en situar el escenario en el momento abstracto de la metamorfosis como pretensión de pensar una transición del capitalismo, que partiera necesariamente -como cualquier modo de producción antes de devenir conforme a su concepto- por una fase de parasitación de formas anteriores. La subsunción formal expresaría esa necesidad constituyente de todo modo de producción de convivir con formas productivas alternativas preexistentes; incluso, para elaborar un concepto con más sustantividad, la subsunción formal expresaría esa necesidad de todo modo de producción, y en particular del capitalismo, de convivir con formas de producción, antiguas o futuras, que pugnan por resistir a la desaparición o por afianzarse y abrirse camino, como es visible en el mundo de la cultura, de las artes, de las religiones….
Insisto en este punto, en el carácter abstracto del escenario en que Marx sitúa la reflexión; un momento insostenible, sólo válido en tanto responde a esa preocupación marxiana de situar la subsunción formal en relación con el momento de la inversión de la dominación. Para comprender mejor esta imposibilidad basta pensar, por ejemplo, en un taller artesano enmarcado en una sociedad de estatus, donde el plustrabajo (si se quiere, el “plusvalor”, bien entrecomillado), es sólo riqueza que sirve para eso, para producir riquezas y reproducir el estatus. Cuando el maestro es sustituido por el capitalista, y el “plusvalor” ahora sí es plusvalor que sirve para lo que sirve el plusvalor, para valorizar el capital, aunque todo ocurre formalmente igual en apariencias, nada es ni puede ya ser igual; ni siquiera se puede mantener el supuesto analítico, por la valorización absolutamente necesaria lo impide. El capital no puede existir en un tiempo paralizado; lo que si puede es consentir en su seno formas históricas no capitalistas subordinadas al capital y que ayudan a su valorización. Ese es el secreto de la subsunción formal, mediante ella el capital saca beneficio del exterior de sí mismo, de aquello que no puede dominar realmente, que no puede asimilar, metabolizar, pero sí poderlo hablo la hegemonía de la forma capital.
9.4. Esta reformulación del concepto nos permitiría entender que la subsunción formal es siempre subsunción de una realidad completa, de una forma productiva con su contenido, de unos procesos de trabajo con sus medios y su forma técnica. El capitalismo, al fin, siempre ha vivido y sigue viviendo conteniendo en su seno los restos de formas de existencia arrolladas y fagocitadas en su devenir; y siempre ha convivido con formas de existencia que, nacidas en su seno, se resisten a la marginación y luchan por mayor hegemonía futura. Frente a la subsunción formal, la real se instituiría por tener presencia allí donde el capitalismo ha barrido todo residuo e implantado una sumisión del trabajo al capital sin más límite que el derivado de la resistencia del primero. Creo que así ambos conceptos serían sustantivos, pues responderían a necesidades y funciones diferenciadas, y ambas ligadas a la determinación de valorización impuesta por la forma capital. En definitiva, se trata de pensar la subsunción formal -pues la subsunción real no ofrece tantas dificultades- no como una fase, ligada al desarrollo de las fuerzas productivas y/o al tipo de plusvalor que produce, sino como una modalidad substantiva de organización de la producción o de cualquier esfera social (del proceso de trabajo o del proceso de consumo, de códigos jurídicos o privilegios políticos, de derechos históricos o fueros…), distinguible por su función específica, a saber, la subsunción completa de figuras productivas de otros modos de producción o formaciones sociales.
Ciertamente, Marx no deja de repetir la descripción de la subsunción en relación con el tipo de plusvalor que procura, y, asociada a ella, la fase del capitalismo que le corresponde. Se aprecia bien cuando pasa a referirse a la subsunción real, que aborda como si fuera continuación de la formal. Dice así:
“La producción del plusvalor relativo presupone la producción del plusvalor absoluto, y por ende también la forma general adecuada de la producción capitalista. Su finalidad es el acrecentamiento del plusvalor por medio de la reducción del tiempo de trabajo necesario, independientemente de los límites de la jornada laboral. El objetivo se alcanza mediante el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo. Ello trae aparejada, empero, una revolución del proceso laboral mismo. Ya no alcanza con prolongarlo: es necesario darle una nueva configuración” [116].
Parece que esa nueva configuración del capitalismo fuera la función de una nueva forma de subsunción, que ya no mantiene indemnes los elementos productivos sino que ha de readaptarlos a la nueva forma de plusproducto que da entrada a una nueva fase del capital. Aunque esa descripción desde la distancia tenga sentido y en cierto modo pueda entenderse, lo cierto es que al acercar la mirada es muy difícil establecer una diferencia sustantiva entre las dos modos de subsunción en base al respeto o la negación de los elementos del proceso de trabajo del modo de producción anterior. Es difícil pensar que el Maestro pase a Patrón sin afectar a los medios de producción (que incluye la metodología y la modernización); y, sobre todo, es muy difícil pensar ese tránsito y su inmediato sostenimiento sin la fuerza motriz de la productividad capitalista, especialmente cuando se reconoce que la coacción está excluida de su método de apropiación. ¿Por qué preferir el Patrón al Maestro si no es por su mayor eficiencia, por su mayor potencia para producir bienes sociales?
La subsunción formal es impensable sobre la base del respeto absoluto a las condiciones materiales de la producción anterior; el supuesto analítico de estabilidad de las condiciones es claramente contrafáctico; ni siquiera sería inteligible la aparición del capital, hecho al que va ligado la mutación de la plus-riqueza en plusvalor, como hemos dicho, intrínsecamente ligado a la valorización. Y si hay valorización, y debe haberla para hablar de capital, no se puede mantener fija la base material precapitalista.
En consecuencia, creo que deberíamos caracterizar los dos modos de subsunción en base a la especificidad de sus dos funciones, referidas al contenido o realidades que en cada caso son subsumidas. En la subsunción formal, lo subsumido es toda una forma de producción anterior (por ejemplo, el gremio), cual colonia a la que se le impone un tributo imperialista; tributo que para la colonia es trabajo absoluto, riqueza absoluta que le ha sido expropiada, y para la metrópolis es ya plusvalor absoluto que valorizará el capital, o sea, que pondrá en marcha la extracción de la genuina forma de plusvalor capitalista, el relativo. La colonia, en tanto colonia, está inexorablemente unida al movimiento de la metrópolis; el capital, sea el lugar y la forma en que se instale, va siempre acompañado del plusvalor relativo, es el biberón del que se nutre.
Esto exige pensar la coexistencia en lugar y tiempo de las dos formas de subsunción, como dos frentes de la batalla del capital, uno ya dominado y otro en que el enemigo, cercado y maniatado, simplemente resiste. Dos frentes, como he repetido en diversas ocasiones, en que las zonas de resistencia no proceden únicamente de la anterior ocupación del territorio, sino de nuevas formas que disputan el futuro al capital, que resisten su acoso y pugnan por arraigar y seguir adelante. Y, sobre todo, sin olvidar que esas zonas de resistencia, del pasado o del futuro, a pesar de sus perceptibles fronteras que las cualifican de zonas rebeldes, ocupadas pero no dominadas, contienen en su interior el enemigo capitalista, enmascarado como servicio de espionaje y contaminación. Traducido a lenguaje descriptivo, su interior es también territorio con presencia de plusvalor relativo.
De este modo, los esfuerzos marxianos por distinguir las dos formas de subsunción siguen válidos, pero no ya como determinaciones de dos momentos o fases separadas del capitalismo, una confusa de transición y otra pletórica de hegemonía, sino como dos frentes de la misma batalla, cada uno con sus armas y estrategias propias. Creo que este desplazamiento de la tipología hace más útiles, más reales, las categorías en su función de representación. Cuando Marx dice, con más énfasis que nunca,
“La producción del plusvalor relativo, pues, supone un modo de producción específicamente capitalista, que con sus métodos, medios y condiciones sólo surge y se desenvuelve, de manera espontánea, sobre el fundamento de la subsunción formal del trabajo en el capital. En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la subsunción real del trabajo en el capital” [117].
aunque lo dice en apoyo de la versión de la teoría en la que está atrapado, podríamos usarlo también en apoyo de la revisión que estamos proponiendo. Es indudable que la producción de plusvalor relativo supone un “modo de producción específicamente capitalista”, lo que hace que el plus valor absoluto, esa forma de apropiación bruta, violenta, sea un recurso ocasional, como el derecho que se aplica a los rebeldes; es indudable que los “métodos, medios y condiciones” en que surge y se extiende el capitalismo son “espontáneos”, de propia iniciativa, movimientos sólo frenados en las fronteras de las zonas rebeldes de resistencia, donde hay que acomodar las armas y las estrategias. Más problemática de ajustar a nuestra versión es la explícita referencia a que todo el desenvolvimiento del capitalismo se hace “sobre el fundamento de la subsunción formal del trabajo en el capital”. Podemos entenderlo en los límites marxianos, que reduce la subsunción formal al origen del capitalismo, a la relación del capital naciente con las obsoletas formas de producción pre y persistentes; en esta perspectiva puede pensarse el desarrollo del capital como la progresiva ocupación del espacio manteniendo controlados y en la reserva a los valientes guerreros indígenas. Pero en nuestra concepción de la subsunción formal ésta ha de cubrir todas las zonas rebeldes de resistencia al capital, también los desafíos del futuro; y su expansión también tiene lugar en las zonas aún no asimiladas. Por tanto, nos cuesta entender el movimiento del capital basado, fundado, en los fuertes instalados en la colonia; preferimos pensar que el poder de esos fuertes amurallados forma parte de una estrategia combinada, algo semejante al “desarrollo desigual y combinado” del capital, que desarrollara Trotsky y más cercano a nosotros E. Mandel y Samir Amin.
El párrafo final podemos traspasarlo casi sin reserva. “En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la subsunción real del trabajo en el capital”, dice Marx. Ciertamente, donde esté una no cabe la otra; no pueden compartir función, para ser conceptos bien distintos: siguiendo con la metáfora, que ya se alarga demasiado, tanto que me temo comenzará a no servir, una controla los espacios rebeldes tratando de sacar de ellos lo que pueda y la otra construye capitalismo a medida; una defiende y la otra avanza; los espacios del derecho internacional no pueden ser ocupados por el derecho interior. Por eso no nos satisface del todo pensar que una entra en lugar de la otra, una sustituye a otra, una es antes y otra viene después… No, creo que debemos considerarlas como dos tareas repartidas y combinadas de una misma estrategia. Dos tareas muy distintas, pues la subsunción real, como enfáticamente dice Marx, aparece como “subsunción real del trabajo en el capital”. Yo añadiría, para enfatizar este aspecto, como subsunción real inmediata del trabajo en el capital; la subsunción formal, en cambio, no tiene por objeto inmediato subsumir el trabajo en el capital, pero ¿puede ser su objeto mediato? En la literalidad de la expresión de Marx, no tiene esa función ni inmediata ni mediatamente, como se desprende de su insistencia en que no cambia la composición de los medios de producción; en la versión que propongo, en que el concepto de subsunción formal ya no necesita para tener substantividad esa neutralidad productiva, pues su especificidad le viene del control exterior de los reductos extranjeros, tal vez deberíamos decir que la subsunción formal, si bien no ejerce su determinación sobre el trabajo de manera inmediata, sí puede hacerlo -necesariamente lo hace si bajamos de la abstracción- de manera mediata. Lo hemos dicho, el capital, para ser capital, ha de hacer de capital incluso en territorio enemigo; y hacer de capital es introducir la valorización.
9.5. A veces es en pasajes donde se usa y no menciona el concepto de subsunción donde mejor se detecta el sentido de ese concepto que se va abriendo paso. Es lo que ocurre en las páginas en que se refiere a las formas híbridas de producción, “aquellas en las que al productor no se le extrae el plustrabajo mediante la coerción directa ni tampoco se ha verificado la subordinación formal de aquél bajo el capital” [118]. Esas formas híbridas, que Marx no rehúye mencionar, vienen a poner de manifiesto la insuficiencia de su caracterización de los tipos de subsunción en relación a la apropiación del plusvalor. Unas veces, nos confiesa, la extracción de plusvalor no es directa de la jornada de trabajo, otras veces son formas en que coexisten plusvalor absoluto y relativo. Reconocer las formas híbridas no soluciona el problema de conceptualización de la subsunción que tratamos de resolver, pero al menos nos indica la conveniencia de avanzar en el mismo. Un criterio de eficiencia que cualificaría los conceptos sería precisamente que ante los mismos desaparecieran las formas híbridas, que vienen a ser como obstáculos o límites de la propuesta marxiana.
Una de esas formas híbridas tomadas como ejemplos refiere a un momento en que el capital aún no se ha introducido y dominado de forma directa el proceso de trabajo, caso de los “productores autónomos, que ejecutan sus trabajos artesanales o cultivan la tierra bajo el modo de explotación tradicional, patriarcal” [119]. En ese contexto el capital aparece como “capital usurario o comercial, que succiona parasitariamente a dichos productores”. Para Marx, esta forma de explotación “excluye el modo capitalista de producción… aunque pueda servir de transición hacia el mismo” [120]. Nótese, estamos en un momento en que no hay propiamente producción capitalista, no hay modo de producción capitalista, pero ya hay capital… Esto sólo puede ser pensado desde un concepto de subsunción formal en que la producción de un modo nuevo está subsumida en la de otro viejo; en este caso, producción capitalista subsumida en formas patriarcales tradicionales; algo así como una vida en territorio extranjero.
Otro ejemplo de forma híbrida que recoge Marx es el de “la industria domiciliaria moderna”; en torno a la gran industria surgen “ciertas formas híbridas que llegan a reproducirse aquí y allá, aunque con una fisonomía totalmente modificada, en el patio trasero de la gran industria” [121]. Y dice en una cita larga que recogemos en extenso porque viene a verificar lo que venimos diciendo, tanto la búsqueda marxiana de un concepto de subsunción cada vez más desarrollado como que el desarrollo va en la dirección de liberar a la subsunción, formal o real, del peso de su adscripción a las formas de plusvalor:
“Si para la producción de plusvalor absoluto era suficiente la subsunción (619) meramente formal del trabajo en el capital -por ejemplo que artesanos que antes trabajaban para sí mismos o también, como oficiales, a las órdenes de un maestro gremial, quedaran ahora sometidos al control directo del capitalista en calidad de obreros asalariados-, por otra parte hemos visto que los métodos para la producción del plusvalor relativo son, al propio tiempo, métodos para la producción del plusvalor absoluto. Es más, la prolongación desmesurada de la jornada laboral se presenta como el producto más genuino de la gran industria. En general, no bien se apodera totalmente de un ramo de la producción, y aún más cuando se ha adueñado de todos los ramos de producción decisivos, el modo de producción específicamente capitalista deja de ser un simple medio para la producción del plusvalor relativo. Se convierte ahora en la forma general, socialmente dominante del proceso de producción” [122].
En este nuevo asalto al concepto Marx está concretando, y por tanto revisando, lo antes sentado en abstracto. Si antes bastaba la subsunción formal del trabajo en el capital para hacer brotar el plusvalor absoluto, ahora ha de incorporar nuevos análisis que revelan que “los métodos para la producción del plusvalor relativo son, al propio tiempo, métodos para la producción del plusvalor absoluto”. La separación de las esferas del plusvalor se desvanece; hay que reconocer que comparten el lugar y el tiempo. Hay que reconocer que “la prolongación desmesurada de la jornada laboral se presenta como el producto más genuino de la gran industria”; o sea, lo que parecía ligado a la transición y a la subsunción formal ahora se nos revela como “el producto más genuino de la gran industria”, que ya es capitalismo genuino, desarrollado, terreno de la subsunción real.
Y acabemos de releer la cita, que no tiene desperdicio. Cuando el capital penetra no sólo en la totalidad de un ramo, sino en todos los decisivos, de la producción “el modo de producción específicamente capitalista deja de ser un simple medio para la producción del plusvalor relativo”. Es decir, lo que a partir de su plena hegemonía lo caracteriza no es la especificidad de su método de apropiación del plusvalor; se caracteriza por devenir la “forma general” del proceso de producción, la forma “socialmente dominante”. El capitalismo pleno y genuino es simplemente el que domina la producción, sea cual sea el plusvalor de que se nutre, ora de uno, ora de otro, como se pueda, lo que cuenta es seguir adelante con la valorización; no importa, pues, si se apoya en la subsunción formal o en la real, lo harán sobre ambas, a convenir, como exijan las circunstancias, pues lo único relevante es que no se corte el fluido de la valoración, la respiración del capital.
Es obvio que esta revisión marxiana de la función del plusvalor y de la relación de sus tipos con las formas de subsunción, tiene una importancia excepcional para este ensayo; es el apoyo que buscábamos en los textos, convencidos de que Marx seguía buscando un concepto que dejara a medio elaborar en el Inédito. Es tan importante que no podemos dejarla de lado como si fuera una reflexión de pasada; todo lo contrario, insiste en ella, consciente de su importancia. Así, comentando la aparición del plusvalor relativo nos dice que la subsunción real, “como método particular para la producción de plusvalor relativo”, actúa de dos modos:
“primero, en tanto se apodera de industrias que hasta entonces sólo estaban subordinadas formalmente al capital, esto es, en su propagación; segundo, en tanto los cambios en los métodos de producción revolucionan continuamente las industrias que ya habían caído en su órbita” [123].
Nótese bien, habla de la subsunción real, que ahora presenta como un método particular de obtención de plusvalor elativo, sin duda, pero sólo en las siguientes circunstancias: una, incorporando las industrias sometidas a la subsunción formal, es decir, operando en el propio territorio de la subsunción formal, aliada con ella, sustituyendo esa forma de hegemonía de conquista por una subordinación más directa y profunda hegemonía de asimilación; la otra, de la mano de los cambios en los “métodos de producción”, que transforman y revolucionan “continuamente”, sin pausa, toda producción en la órbita del capital. Cambios que inevitablemente hacen que la distinción entre plusvalor absoluto y relativo sea analítica, y que en consecuencia no pueden fundar la distinción de dos formas de subsunción substantivas, cuyos conceptos necesitamos para referirnos a las dos formas de hegemonía: la que ejerce el capital sobre las formas de producción extrañas que perviven, o nacen, en su seno, en sus fronteras o en su exterioridad, y la que ejerce sobre los elementos productivos internos.
No, no es una reflexión de pasada; creo que Marx está aquí revisando mediante un análisis más concreto los tipos de plusvalor; y, de paso, quedan afectados los conceptos de subsunción formal y real que había hecho cabalgar sobre ellos. Si aún se mantienen reservas al respecto, léase la siguiente cita:
“Desde cierto punto de vista, la diferencia entre el plusvalor absoluto y el relativo parece ser enteramente ilusoria. El plusvalor relativo es absoluto, pues trae aparejada una prolongación absoluta de la jornada laboral, por encima del tiempo de trabajo necesario para la existencia del obrero mismo. El plusvalor absoluto es relativo, pues condiciona un desarrollo de la productividad laboral que permite confinar el tiempo de trabajo necesario a una parte de la jornada laboral. Pero si tenemos en cuenta el movimiento del plusvalor, esa apariencia de identidad se desvanece” [124].
Más claro…Por tanto, para la diferencia entre subsunción formal y subsunción real tampoco parezca ilusoria, para que también su apariencia de identidad se desvanezca, lo mejor es definirlas por su función particular, sin unir su destino a las fases del capital ni a los tipos de plusvalor. Es lo que hemos venido haciendo, y en lo que seguiremos insistiendo.
9.6. En el Libro II de El Capital la subsunción no aparece tematizada, ni siquiera mencionada; aunque no tengo dudas del uso del concepto en el mismo, lo dejaré de lado en este ensayo, hasta estar en condiciones de abordar un análisis que cada vez me parece más apasionante. Apasionante indagar los usos de la categoría en el análisis socioeconómico, y apasionante indagar sus ausencias, es decir, los lugares donde el recurso a la perspectiva de subsunción habrían sido posibles y fecundos, en especial aquellos que resuelve desde la contradicción, sin mediar su concepto con la subsunción. Lo aplazamos para otra ocasión.
En el Libro III, sobre el proceso global de la producción capitalista, Marx sólo echa mano de la subsunción en un par de ocasiones; ambos casos son interesantes, no tanto por el desarrollo explícito del concepto cuanto por el uso del mismo, cada vez más extendido a campos económicos diferentes de aquella estrecha originaria vinculación inicial a la relación entre el capital y el trabajo, y cada vez más desvinculado su uso de la problemática del plusvalor. Ambas razones determinan que esos usos merezcan nuestro comentario.
En el capítulo XLVII, sobre “génesis de la renta capitalista de la tierra”, al hablar de la renta dineraria [125] nos muestra, de entrada, como he dicho, que la subsunción puede extenderse a nuevos campos económicos, en este caso al de la agricultura, planteando cosas tan concretas como la variación de los precios agrícolas al pasar de una “mera subsunción de la agricultura al capital” a otra situación en que la agricultura se desarrollase ya en la forma capitalista. Transición que puede transcribirse en términos de paso de una subsunción formal de la agricultura bajo el capital a una expansión del capitalismo en la agricultura, o subsunción real. Tránsito que, barriendo para casa, se acerca a nuestra concepción de la subsunción formal como relación contradictoria entre dos modos de producción y de la subsunción real como contradicción interna a un modo de producción.
Pero, además, el caso es interesante porque nos abre el horizonte para observar la diferencia entre una dialéctica meramente de la contradicción, que explicaría los movimientos en términos de contradicción entre la agricultura y la industria, o ente el campo y la ciudad, y una dialéctica mediada por la subsunción, en la que agricultura e industria, sin escapar a su condición de términos de la contradicción, son contempladas como elementos constituyentes del desarrollo de la producción capitalista y, en consecuencia y al mismo tiempo, encerrados y resistentes a la forma capital. Y esta perspectiva, a mi entender, es una aportación invalorable al análisis social, que en el enfoque marxista se ha presentado siempre desde la perspectiva única de la contradicción, como si esta tuviera destino único asignado.
En el capítulo cincuenta, sobre la competencia, encontramos otro uso metodológico igualmente valioso. Lo describe así:
“Si un trabajador independiente -tomemos un pequeño campesino, porque aquí pueden encontrar aplicación las tres formas de rédito- trabaja para sí mismo y vende su propio producto, se lo considera primeramente como su propio empleador (capitalista), que se emplea a sí mismo como obrero, y como su propio terrateniente, que se emplea a sí mismo como su arrendatario. Como trabajador asalariado se paga salario a sí mismo, como capitalista se posesiona de ganancia y como terrateniente se paga renta. Presupuestos como base social general el modo capitalista de producción y sus relaciones correspondientes, esa subsunción es correcta en la medida en que él no debe a su trabajo, sino a la posesión de los medios de producción -que aquí asumieron en general la forma de capital-, el estar en condiciones de apropiarse de su propio plustrabajo. Además, en la medida en que él produce su producto como mercancía y por lo tanto depende del precio del mismo (y aunque no fuera así, ese precio es evaluable), la masa del plustrabajo que puede valorizar dependerá no de su propia magnitud, sino de la tasa general de ganancia y, asimismo, el eventual excedente sobre la cuota del plusvalor determinada por la tasa general de ganancia no está, a su vez, determinado por la cantidad del trabajo por él efectuado, sino que sólo puede ser apropiado por él porque es propietario del suelo” [126].
Creo que esta imagen del trabajador independiente subsumido en el orden del capital además de ingeniosa es sumamente didáctica para expresar la potencia explicativa de las categorías de la subsunción. Marx no ignora que la forma de producción descrita no pertenece al modo de producción capitalista; lo sabe muy bien. Pero nos muestra que si bien la subsunción puede usarse en la representación de aspectos de la realidad a los que difícilmente se llega por otras vías, también puede abusarse de ellas. Su potencial descriptivo es tan potente que nos tienta a usarla más allá de sus límites correctos. Nos dice
“Como semejante forma de producción, que no corresponde al modo capitalista de producción, puede subsumirse en las formas rediticias de éste -y, hasta cierto punto, de manera no incorrecta-, se consolida tanto más la apariencia de que las relaciones capitalistas son relaciones naturales de todo modo de producción” [127].
La analogía es tentadora, viene a decirnos; además, esas asimilaciones “hasta cierto punto” no son incorrectas, concede verosimilitud a los relatos; pero hay que evitar los excesos que fomentan las analogías. La descripción simplificada de la subsunción hace aparecer lo que no es; para llegar a ser realmente expresión de la subsunción del trabajo en el capital habría que hacer muchas y muy concreta determinaciones:
“Cierto que si se reduce el salario a su base general, vale decir, a la parte del propio producto laboral que entra en el consumo individual del obrero; si se libera de las trabas capitalistas a esa porción y se la amplía hasta el volumen de consumo que por un lado admite la fuerza productiva existente de la sociedad (o sea la fuerza productiva social del propio trabajo del obrero como trabajo realmente social) y que por el otro requiere el pleno desarrollo de la individualidad; si además se reduce el plustrabajo y el plusproducto a la medida que bajo las condiciones de producción dadas de la sociedad se requiere, por un lado, para formar un fondo de emergencia y de reserva y, por el otro, para ampliar incesantemente la reproducción en el grado que determine la necesidad social; si, finalmente, se incluye en el nº 1 el trabajo necesario, y en el nº 2 el plustrabajo, la cantidad de trabajo que los miembros de la sociedad aptos para trabajar deben ejecutar siempre para los que aún no son aptos o ya han dejado de serlo, esto es, si se despoja tanto al salario como al plusvalor, al trabajo necesario como al plustrabajo, el carácter específicamente capitalista, no quedan en pie precisamente estas formas, sino sólo sus bases, que son comunes a todos los modos sociales de producción” [128].
Despojando al trabajo capitalista de sus determinaciones específicas se llega al trabajo natural, a lo que es común a todos los trabajos concretos. Siempre aparece en el fondo, al menos como exigencia analítica, el trabajo natural, sobre el cual cada modo de producción carga sus determinaciones, manteniendo lagunas de anteriores formas sociales, eliminado otras y añadiendo nuevas.
“Por lo demás, este tipo de subsunción también es propio de modos de producción anteriormente dominantes, por ejemplo del feudal. Relaciones de producción que no le correspondían en absoluto, que estaban totalmente fuera de las suyas, fueron subsumidas bajo relaciones feudales, por ejemplo los tenures in common socage [feudos campesinos libres] de Inglaterra (por oposición a los tenures on knight’s service [feudos de caballería]), que sólo implicaban obligaciones dinerarias y no eran feudales más que de nombre” [129].
Son escasos ejemplos, pero indicativos de la fecundidad potencial de estas categorías para representar la realidad social, en diversos niveles y grados de universalidad. Si Marx hubiera estado desde el origen en posesión de las mismas, seguramente sus análisis habrían aportado perspectivas y matices sugestivos. En todo caso, sus textos siguen ahí, y en ellos están activas estas categorías, aunque sin olvidar que frecuentemente aparecen desplazadas y oscurecidas por el dominio incuestionable de la contradicción en su ontología.
10. Conclusión, hay que seguir.
Sólo una conclusión, que hay que seguir la búsqueda, hay que continuar la elaboración de las categorías que Marx buscaba; hay que buscarlas ocultas bajo la perspectiva de la contradicción, que como el aire para la paloma permite el vuelo pero es su resistencia. Hay que continuar aunque nos vayamos oltre Marx, porque aquí también, como en tantos otros lugares, la realidad sólo se deja ver, sólo se muestra, en categorías adecuadas; sólo se deja pensar, reconstruir en idea, con el aparato teórico apropiado. Lo hecho, ya lo suponía pero ahora lo ratifico, es sólo la preparación física para la carrera de fondo; mera preparación de los andamiajes, para un día empezar a construir. Andamiajes incompletos, pues hay que rastrear el término en otros manuscritos económicos y en los textos políticos, y el concepto en su uso en al menos los cuatro libros de El Capital.
Hay que seguir porque la propuesta marxiana de distinguir dos tipos de subsunción, formal y real, presenta manifiestas carencias; su doble registro en la caracterización de las mismas, el de las dos fases del capitalismo y el de los dos tipos de plusvalor, tropieza con dificultades que impiden la exigible claridad de los concepto. Hay que pensar el capitalismo en su doble existencia: en su inexorable voluntad o determinación de valorización, fagocitando su interioridad, y en su inevitable deseo o necesidad de depredación, en su relación con su exterior, cada vez más escaso. Las dos formas de subsunción, sus dos categorías, nos abrirán esos horizontes, nos permitirán sui representación. Marx apuntó hacia allí, pero no tensó bien el arco.
La perspectiva de distinguir dos fases en la génesis del capitalismo, aunque trivial, tiene su lógica y cierta eficiencia; lo que hemos cuestionado es la puesta en relación de cada fase con una modalidad de subsunción, más concretamente, montar sus conceptos sobre los contenidos específicos de cada fase, lo que lleva inexorablemente a pensar cada tipo de subsunción como la forma de organizar los elementos en ambos momentos del desarrollo del capital; lo cual además de ser excesivo presenta dificultades irremontables.
En esa perspectiva, la subsunción formal cubriría la etapa de transición, larga y compleja, en la que la aparición y génesis del capital pasa por posiciones o figuras muy diversas. Ha de cubrir, por ejemplo, los momentos en que el capital ya ha hecho su aparición en relaciones y formas económicas protocapitalistas -recordemos las formas híbridas, ya resaltadas por Marx- pero que actúa y se mueve subsumido en la forma de producción precedente; también los momentos en que, ya afirmado y extendido en ciertos ámbitos de la economía, va consiguiendo autonomía, espacio propio, pero lejos aún de ser dominante; en fin, los momentos en que ya consolidado y hegemónico no ha conseguido limpiar el espacio económico de las formas y relaciones viejas anteriores, y ha de actuar sobre ellas, ahora sí como hegemónico, subordinándolas para que no dificulten la reproducción del capital y para que contribuyan a que cumpla su destino. Todos esos momentos, y muchos intermedios, están dentro de una fase de transición; en conjunto constituyen una realidad excesivamente diversa para ser reducida a unidad y ser pensada como una forma de subsunción, en definitiva reducida a una forma. Y a ello habría que añadir otra dificultad, la de establecer el límite, la frontera a partir de la cual la subsunción formal cede el testigo a la subsunción real. Pues la transición sólo en la máxima abstracción aparece como movimiento continuo y universal de la producción; en su concreción es un proceso desigual, diferenciado, en el que, como decía Gramsci, lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Y desde esta perspectiva la transición no es el antes del capitalismo, ni siquiera el antes del capitalismo genuino y desarrollado, como insiste Marx; es, si se quiere, un capitalismo imperfecto, híbrido, mestizo, adolescente, no acabado…, pero si es capitalismo, y ha de serlo por supuesto analítico, allí ha de estar presente el capital, como está la cafeína en el café con leche. Y ello determina que la frontera siempre sea zigzagueante, ambigua y difusa.
También desde la otra perspectiva, las del tipo de plusvalor que propicia, la conceptualización clásica marxiana deja ver sus carencias, como él mismo reconoce y hemos enfatizado en las páginas anteriores. Esta consciencia de los límites que nos ha revelado nos hace lamentar con más intensidad que no haya retomado su análisis, abandonado en el Inédito, para avanzar en una conceptualización más ajustada a lo que buscaba. Si la cafeína está en el café con leche, si el capital está en la transición al capitalismo, aunque sea en forma diluida e invisibilizada, el plusvalor absoluto y el relativo cabalgan juntos, inexorablemente unidos y combinados, imposible cuidar uno sin afectar al otro. ¿De qué sirve el plusvalor absoluto si no es para la reproducción ampliada del capital? Es su razón de ser, es su manera de ser; sin esa función pasaría a ser mera riqueza, pero dejaría de ser capital.
En consecuencia, la subsunción formal y la real coexisten en lugar y tiempo, aliadas en la función de valorización del capital: coexisten aunque en el análisis podamos diferenciar la mayor o menor presencia de una u otra, o mayor o menor participación en la producción de un tipo u otro de plusvalor.
Partiendo de la propuesta clásica, he tratado de ir más allá; no más allá de Marx, sino más allá de donde nos dejó el testigo. La he expuesto manteniendo la terminología y la necesidad de distinción conceptual entre subsunción formal y real; pero he tratado de desligar los conceptos de las dos coordenadas en que Marx las había anclado. Sobre la idea general de que la función de la subsunción es la gestión de las contradicciones, lo que exige revisar la dialéctica, he argumentado que la subsunción formal gestiona la contraposición entre el capitalismo y la presencia, en su seno o en su exterior, de otros modos de producción, residuos del pasado o anticipos del futuro; gestiona ese conflicto en tanto no pueda o no interese disolverlo [130]. Y digo “en su seno o en su exterior” porque este concepto de subsunción formal podría ser muy útil para pensar la explotación capitalista bajo la forma de colonialismo, e incluso actualmente la subsunción en el orden del capital de las comunidades indígenas.
Si la subsunción formal gestiona las contradicciones entre el capitalismo y sus enemigos, la subsunción real gestiona las contradicciones internas al capitalismo, al oren del capital. Sin duda de forma inmediata la clásica entre capital y trabajo, con sus diversas concreciones (proceso de trabajo/proceso valorización, proceso trabajo/trabajador, producción/consumo, trabajo manual/trabajo intelectual…), pero también las propias de otras esferas, de la jurídica y política a la cultural o ideológica, como ya hemos reivindicado. Basta recordar que si Marx consideraba que la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano era la ideología que idealizaba el Estado burgués, orden que se imponía y trataba de regular el conflicto entre clases, hoy podemos igualmente decir que la versión humanitarista de los derechos humanos trata de subsumir y gestionar las contradicciones o conflictos entre países, bloques y culturas a escala internacional.
Es manifiesto que si hace unas décadas la interpelación a la consciencia individual o a las instituciones particulares se hacía en clave de ser pro o anti soviético, pro o anti yanquee, hoy se hace en clave de adhesión o no adhesión al “derecho internacional”, la “comunidad de naciones”, la “ética humanitaria”, etc., significantes móviles y vacíos pero que se muestran eficientes para aplazar la amenaza del desastre. La adhesión a uno de los términos de la contradicción ha dejado paso a la adhesión o no a la forma que la regula, a la norma universalizada a la ley.
Tal vez este ejemplo, el de la subsunción de los estados a la comunidad internacional, si se prefiere, de la subordinación de las naciones al “Imperio”, que diría Negri, muestre por sí mismo la función secreta de la subsunción, a saber, desplazar la furia destructiva de los conflictos particulares hacia la mediación amortiguadora de lo universal. Aunque lo universal sea una abstracción sin cuerpo propio, mera creación del miedo a perder la vida, que decía Hobbes; o quizás por ello.