... mientras en la vida vulgar y corriente todo tendero sabe perfectamente distinguir entre lo que alguien dice ser y lo que realmente es, nuestra historiografía no ha logrado todavía penetrar en un conocimiento tan trivial como éste. Cree a cada época por su palabra, por lo que ella dice acerca de sí misma y lo que se figura ser" (Miseria de la Filosofía, 1847)
1. Sin concepto no hay consciencia.
Cuantos han escrito en las últimas décadas sobre la izquierda, hablan de su crisis, de mil formas de crisis. Unos resaltan que se han borrado las fronteras entre derecha e izquierda, que sus vocabularios e ideologías se confunden. Ciertamente, desde que Daniel Bell en El fin de las ideologías (1960) y J-F. Lyotard en La condición postmoderna (1979) devaluaran los grandes relatos, poco a poco se ha ido extendiendo la desidelogización. Su forma más radical de presentarse -junto al relativismo de los valores, el embellecimiento del pluralismo, el triunfo del pragmatismo, etc.- ha sido el abandono de la ontología dialéctica, el olvido de la contraposición o conflicto, sustituido por el elogio del discurso, la canonización del diálogo y la sacralización del consenso. Ha sido la forma expresa, aunque no siempre consciente, de asumir el fin de las ideologías; pero me temo que ha sido también la forma implícita de perder el concepto.
Autores tan afamados como Chantal Mouffe [1], defensora del pluralismo radical que considera esencia de la izquierda, en polémica simultánea con comunitaristas, como Sandel y Taylor, y liberales, como Rawls, propugnará la recuperación del pólemos en la polis, desvanecido en los debates parlamentarios y en los escenarios políticos, que acogen discursos rivales excesivamente homogéneos y sin alma. O sea, reivindica el reforzamiento de la diferencia entre derecha e izquierda, que para ella se centra en expresión del pluralismo. Pero, claro está, la pasión por la diferencia y el conflicto de Chantal Mouffe no llega a los ritos de sangre; le agrada el conflicto dialéctico o retórico, sin llegar al enfrentamiento serio, donde se juegue la existencia; en sus propias palabras, le gusta el agonismo, pero no el antagonismo: “Se requiere crear instituciones que permitan transformar el antagonismo en agonismo” [2]; o, lo que es lo mismo, se requiere “transformar el enemigo en adversario”. Entiende que frente a la “democracia deliberativa”, que busca la superación del antagonismo y la armonización, la democracia radical ha de reivindicar el conflicto regenerador, agónico pero no antagónico. Bueno, frente al pluralismo razonable, que es la propuesta de Rawls en su Liberalismo político [3], algo es algo. Al menos el conflicto, ciertamente ausente en la política, se mantiene en el teatro político.
Otros autores, con perspectiva teórica distinta pero con los mismos contenidos prácticos, ponen la mira en “derecha” e “izquierda” como categorías hermenéuticas, que consideran obsoletas, viejas, inservibles para aprehender la realidad actual. De N. Bobbio [4], o Gustavo Bueno [5] o Antonio Negri [6], o Ernesto Laclau [7], entre los teóricos, y de Obama a tantos de nuestros jóvenes políticos y politólogos que han interiorizado en exceso la máxima del contemporáneo de “renovarse o morir”, todos ellos invitan a pensar la realidad creativamente, con imaginación, con un nuevo lenguaje, que llaman nuevas narrativas. Con entusiasta desparpajo llaman a reinventar los relatos, sin sospechar que tal vez así se falsifique el referente; llaman a reescribir la historia, que está bien, y a resignificarla, cosa más inquietante; incluso no dudan en embarcarse en la autoresignificación permanente, sea lo que sea que el término signifique. Parecen seguir (a veces sin haberlo leído) el hermoso libro que hace algunos años nos regaló Martin Gardner, Izquierda y derecha en el cosmos, donde nos venía a decir que en el universo, y en rigor en cualquier perspectiva de totalidad, derecha e izquierda carecen de sentido; no así “arriba” y “abajo”. O sea, “derecha” e “izquierda” quedaban como categorías obsoletas, anacrónica, viejas, en el universo. Y la izquierda desconcertada de nuestro tiempo, deslumbrada por el valor absoluto de la innovación, al cambio de camisa ideológica añadió enseguida el del nomenclátor. Pero la imaginación no se alimenta de la voluntad, pues ricos y pobres, o “los de arriba” y “los de abajo”, son también términos muy añejos. Lo cual nos insinúa que la crisis de la izquierda afecta incluso a la fantasía de nuestro tiempo, pues vocabularios de este tipo lo encontramos en Rousseau, mucho antes que los usaran nuestros indignados de hoy día; y, para ser más exacto y radicalizar su vejez, recordemos que estas expresiones ya las usaba Platón en República y Aristóteles en la Política. Y otras frecuentemente usadas, “lo viejo” y “lo nuevo”, nos recuerdan la dialéctica del Gran Timonel, que nos entusiasmaba en nuestra retardada adolescencia, si bien Mao Tse Tung tenía la coherencia de identificar lo viejo con el orden capitalista y lo nuevo con el alborear socialista, mientras nuestras “nuevas izquierdas”, excesivamente narcisistas, sólo consideran nuevo a sus innovadoras ocurrencias.
En resumen, sea resaltando la “confluencia”, en contenidos y discursos, entre las fuerzas políticas de derecha e izquierda, sea enfatizando la obsolescencia e ineficiencia de las categorías o conceptos de las mismas, el resultado es un diagnóstico común: crisis de la izquierda, confusión ideológica, pérdida de sentido de la política, anacronismo crónico, desconcierto generalizado, banalidad inquietante… Esta es hoy la representación y valoración dominante [8].
Para mí esto no sería preocupante si la pérdida de sentido de la izquierda fuera solo una apreciación exterior, sesgada o falsa, de los estudiosos, politólogos u opinófilos. Pero me inquieta, y mucho, que aunque estas apreciaciones son empiristas, emotivas, superficiales, fenoménicas, no por ello son falsas, sino que contienen su punto de verdad; y sobre todo me inquieta que son compartidas por gente subjetivamente de izquierdas, que se sienten y tiene voluntad de ser de izquierda. Aunque los diagnósticos de superficie suelen impulsar terapias de choque manifiestamente insuficientes, y con frecuencia soluciones imaginarias y erróneas, sus descripciones, su inventario de los síntomas, e incluso sus representaciones de las causas, no debieran ser menospreciados. Que la izquierda aparece insegura, desconcertada, con menos ser que voluntad de ser, con más existencia ideal que presencia real, buscándose a sí misma incluso en su imaginación, donde no logra encontrarse, optando por reinventarse, redefinirse y resignificarse sin salir de sí, confiándolo todo a lograr un relato que le aporte identidad…; ese desconcierto es innegable; y cualquier reflexión sobre la izquierda debiera partir de aquí, de su inestable representación de sí misma, de su fragmentada y diseminada consciencia de sí.
Partir de aquí, pero sin quedar atrapado en su enfermedad. Con un nuevo relato de sí misma, à la recherche de l’essence perdue, logrará ser de la única manera que los relatos dan el ser: en lo imaginario, como simulacro. Pero eso no ayuda nada a salir del barro. Al contrario, para encontrar una salida del bucle ha de comenzar por conocerse, y este conocimiento requiere previamente que crea en su existencia objetiva, en lugar de buscar un espacio y un relato que la permitan ser. Sólo hay una escena más dramática que la de grupos humanos buscando un espacio político vacío para poder ser, y un discurso diferenciado para ganarse el ser; y esa escena de mayor dramatismo es la de contemplar grupos de personas empeñadas en “crear subjetividad”, algo así como construirse un disfraz para poder estar presente en el desfile del carnaval. Con esos mimbres se hacen cestos, sin duda; pero sirven para lo que sirven.
La izquierda, para existir, ha de sentirse existente; este es el presupuesto. Para ello no necesita credenciales ni avales. Con ese presupuesto con esa consciencia de que existe en sí, ha de conseguir devenir para sí, que diría. Es similar a lo que pensaba Marx en otro registro, el de la clase: la clase es en sí no porque lo decida ni se busque a sí misma: es una determinación de la estructura, tiene una existencia objetiva. Pero para no quedarse en el en sí, en estrato social, en categoría sociológica, y devenir concepto político, ha de llegar a la consciencia de clase. Y, para eso, para devenir izquierda para sí, o izquierda consciente, ha de hacer un recorrido, que podemos desglosar en dos planos. Por un lado, ha de llegar a conocerse, a conocer su esencia; es decir, su origen, su razón de ser, su genealogía, su destino; y, por otro lado, ha de llegar a conocer su posición, conocer su existencia, su lugar actual, su situación efectiva, su condición histórica, de donde viene y el camino que ha de recorrer aún. Y, dentro del conocimiento de su existencia, y de modo muy particular, ha de llegar a conocer por qué ha caído hoy en este laberinto de confusión y desconcierto, esta pérdida de sí que la condena a una vida inesencial, que en lugar de buscar su objetivo se dedica a buscarse a sí misma por territorio enemigo.
2. Bajo los adoquines no siempre está la playa.
Esta versión del slogan difundido en el Mayo-68 nos sirve para enunciar otra vía de acceso al conocimiento de la crisis de la izquierda, que parte del epicentro y busca el hipocentro, el lugar ontológico donde se decide su ser. A éste se llega perforando el manto de los fenómenos, por tanto, partiendo de la superficie, lugar donde existe, donde se manifiesta su ser, y remontándonos a esos lugares invisibles donde se decide su ser. Insisto, partimos de los fenómenos, pero con una posición teórica que abandona el culto a su positividad y trata de pensarlos como manifestaciones de algo que tiene lugar fuera de ellos; y así, con este cambio de mirada, los mismos hechos adquieren nuevo sentido, y a través de su incuestionable verdad empírica dejan traslucir la forma en la que ésta está subsumida. En concreto, los mismos hechos que describen la enfermedad se nos revelan como síntomas, toman un nuevo significado, como ocurre con el proceso de trabajo –empírico, de superficie- cuando es visto subsumido en el proceso de valorización del capital.
Ahora, con la mirada positivista, lo que vemos en el fenómeno es la izquierda derrotada. Y ha sido derrotada -según dice de sí misma- por sus propias miserias, en particular las de sus líderes, las de las organizaciones que la han representado, todos ellos víctimas de mil debilidades, entre las cuales una destaca por encima de todas: su falta de voluntad política. Han abandonado, han renunciado…, por motivos más o menos inconfesables, pero que en cualquier caso refieren a la debilidad de su subjetividad. No han sido fieles a la máxima de todas las religiones de salvación: voluntad de creer. La fe solo la concede Dios a quien quiere creer. Por eso hay que partir de un principio absoluto: ¡Podemos!, que es el grito de guerra al que subyace el presupuesto de que “Dios proveerá”, la fe la encontraremos en el camino y con ella la salvación. Lo importante es esta radical, absoluta, afirmación de nuestra subjetividad, esta proclamación de nosotros mismos como sujeto demiúrgico que, imitando al Dios transcendente, nos basta una expresión de nuestra voluntad (“Hágase la luz”) para crear el nuevo orden.
Pues bien, si abandonamos el culto a la subjetividad, que solamente es la otra cara del positivismo, y asumimos la mirada de la crítica, la derrota fáctica, innegable, de la izquierda adquiere otro sentido. Desde ella el mal de la izquierda no está dentro, instalado en su ser, sino fuera, proveniente de las determinaciones que sufre y soporta; desde esta mirada se comprende que no es lo mismo una izquierda enferma que una izquierda derrotada. No, no es lo mismo.
2.1. [Derrotada y sin consciencia de sí]. La derrota de la izquierda, como de cualquier fuerza social, puede darse en su capacidad operativa o en su consciencia; la primera se manifiesta como impotencia, la segunda como desconcierto. Pues bien, quiero argumentar que la derrota actual de la izquierda afecta a su consciencia, y que una izquierda sin consciencia es una izquierda derrotada en su esencia. Lo que se llama “crisis de la izquierda” tiene todos los rasgos de una derrota profunda, que va más allá de actual impotencia para transformar el mundo. Pero somos tan narcisistas que preferimos hablar de crisis, aludiendo a que es nuestra, fruto de nuestras carencias y errores; y, desde esta posición, sólo se nos ocurre el recurso del Ave Fénix para curar la herida: reinventarnos. Como si todo dependiera de nosotros.
A mi entender, sean cuales fueren nuestras culpas, la causa de la derrota, que ha conducido a la izquierda a la impotencia, es exterior; es mérito de otro. Y me temo que la derrota actual no sea una más, de las muchas acumuladas; al fin la derrota es la habitual manera de existir de la izquierda. Creo que esta vez es más profunda, la herida ha llegado al alma, y la terapia ha de ser más agresiva. No basta con inventar mejores augurios, ni buenos deseos, ni voluntad de creer o poder; para curar esta herida necesitamos una autocrítica racional y humilde que nos presente como somos y no como queremos-podemos ser. Hemos pasado de la falacia naturalista, del ser-deber ser, a la voluntarista, queremos-podemos; y eso nos excita, pero no nos saca del fango, no nos hace avanzar [9].
Es obvio que la izquierda arrastra su derrota. Pero una izquierda derrotada no es una izquierda vencida. Usemos la metáfora militar: Un ejército derrotado vaga disperso, sin destino, sin esperanza…; busca espacios donde situarse, de protección, de vida… Pero no está definitivamente vencido. Aunque está a merced del enemigo, que le marca los límites de su huida y los ritmos de su errabundaje, no ha desaparecido. Ni siquiera los esclavos dejan de existir en la más rigurosa esclavitud.
La metáfora del ejército nos ofrece más juego: un ejército derrotado ha perdido capacidad operativa para sus dos funciones estratégicas; ha perdido su fuerza de ataque, de conquista, y su fuerza de defensa, de contención; su capacidad de alternativa y su capacidad de resistencia. Pero una derrota no le lleva a la rendición. Un ejército es definitivamente derrotado, vencido, cuando ha perdido su moral, su consciencia, y ha desertado de su destino. Su impotencia operativa favorece que su lucha, su misión, pierda su sentido, su razón de ser; pero no desertará de su ser mientras no pierda la autoconciencia. Con ésta se pierde la voluntad y la convicción que le hacían fuerte incluso cuando estaba siendo derrotado.
Dejemos ya la metáfora. La izquierda, que al igual que los ejércitos solo tiene sentido por su lucha, padece una crisis operativa, de eficiencia, de potencia práctica, al menos en su estrategia de ataque. Hoy los programas de las fuerzas políticas mayoritarias de izquierda no incluyen nunca la lucha contra el capitalismo, que asumen como espacio socioeconómico dado, positivado; intentarán dotarlo de rostro humano, que no es tarea de enanos, pero no se contempla su superación. Esta impotencia en su función positiva, de creación de una nueva sociedad, hace que las conquistas, las “pequeñas victorias”, en su función de defensa y protección sean débiles, frágiles y contingentemente en retroceso. Pero, sobre todo, y en parte fruto de esta impotencia operativa, la derrota de la izquierda ha afectado su consciencia de sí. Y por eso no es una derrota cualquiera, es peculiar. Ni siquiera esta situación de derrota es más radical que en otros momentos de su historia, pues es innegable que ha conquistado posiciones impensables hace un siglo; pero la pérdida de consciencia la arrastra a lo ilusorio incluso en la representación de su historia, impidiendo que su existencia tuviera sentido.
Lo que trato de decir es que el mal actual de la izquierda no puede venir únicamente de sus derrotas como fuerza física, material, en sus luchas concretas, por dos razones: una, porque al menos en su función de defensa cuenta en su haber con victorias, más o menos estables y aparentes, como importantes conquistas de libertades y derechos sociales, avances en la protección de las minorías, alternancia democrática en el gobierno, etc.; y dos, porque la situación de derrota, de subordinación, de sumisión, es inherente a su esencia, forma parte de su concepto (cuando este concepto no es mera sublimación). Lo propio de la izquierda es estar siempre a la defensiva, en las trincheras, como nos muestra la historia y por determinaciones ontológicas, como enseguida veremos. Por tanto, el mal de la actual derrota radica en otra herida, la producida en la pérdida de su consciencia de sí, en el olvido de su origen, de su ser y de su destino. Y eso se llama perder su autoconciencia.
2.2. [La subjetivación del mundo como síntoma]. He dicho que partiríamos de la superficie, del fenómeno, para remontarnos al ser, a la ontología. Pues bien, el mal de la izquierda en la actualidad lo reconoceremos por mediación de su síntoma [10].
¿Cuál es el síntoma de esa peculiar y radical derrota que hemos diagnosticado como pérdida de la autoconciencia? Lo diré de forma directa: el síntoma es que la izquierda habla el lenguaje del enemigo, que de momento, y en abstracto, llamamos ideología dominante. No debiéramos sorprendernos, pues Marx ya lo decía: “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante”. Pero si la enajenación consiste en hacer propia la voluntad de otro, forma de la servidumbre voluntaria, la máxima enajenación se consigue cuando se hace propio incluso el vocabulario del otro, su ontología, su epistemología y su gramática. Entonces la ideología, como nos enseñara Althusser [11], la ideología del otro, se convierte en la forma de vivir la realidad, de percibir, sentir, pensar, desear, esperar, soñar… Entonces devenimos cuerpo material a través del cual habla el amor, la pasión, el deseo, el poder… del otro.
¿Cómo se manifiesta ese dominio del discurso de la derecha, que en política es la forma de aparecer las clases dominantes? Nada más fácil de mostrar que rastreando huellas en el vocabulario; permitidme nombrar un solo caso, que me avergüenza, y del que sin duda encontrareis analogías: la marca UB. Una institución con más de medio milenio de existencia dedicada a la producción y difusión del saber, a formar hombres con tête et coeur, como decía Diderot, y que ahora, con un gobierno académico formalmente de izquierda, se quiere a sí misma, se trata y se reconoce como marca comercial.
Prefiero centrar la atención en otros lugares de manifestación del síntoma, lugares más profundos y determinantes. A mi entender, el síntoma se revela de forma inequívoca en que la izquierda ha sido arrastrada a la ontología de la subjetivación del mundo. Aunque Heidegger fuera un nazi, pensaba, y pensaba con profundidad, y supo ver el capitalismo, nuestra época, como la época del subjetivismo, en que el mundo es reducido a una representación del mundo, a un ser-para-el-sujeto. Una época en que nos gusta ser sujetos, y nos queremos sujetos, y nos relacionamos con los otros y con las cosas como sujetos.
Lo inquietante es que este triunfo absoluto del sujeto, que nos representa a nosotros mismos como señores de la naturaleza y de los dioses, tiene lugar en el capitalismo y es la gran obra del capital: en ello le iba y le va su sobrevivencia y su hegemonía. Por eso cuando autores de la nueva izquierda dictan lo bueno y lo malo, dicen lo que debemos buscar y cómo hacerlo, y juzgan en base a la fidelidad con sus consignas, solo hacen que afianzar ese discurso en perspectiva de sujeto: debemos, podemos, ganemos, hagamos…. ¡Triunfo nietzscheano de la voluntad de poder! Al fin, si en nuestros tiempos capitalistas los sujetos se sienten capaces de destruir el planeta (a lo bruto, con bombas de mil tipos; a lo civilizado, desertificando los continentes y los mares; y a lo sutil, transformando con ingeniería genética el ADN de las especies animales y vegetales), ¿cómo no creer en su capacidad y fuerza para crear una sociedad soñada? Todo es cuestión de voluntad política, oímos a políticos infatigables. Todo es cuestión de querer, de subjetividad. El mundo es para-nosotros, incluso el ser del mundo no es otra cosa que nuestras representaciones del mismo. Y lo más inquietante es que, del mismo modo que el paranoico pertinaz siempre acaba teniendo razón, las excentricidades de esta subjetivación del mundo –“metafísica de nuestro tiempo”- cada vez son más verosímiles, pues cada vez más lo otro, esa exterioridad a pesar de todo irreductible, es más y más obra nuestra. Casi siento añoranza por aquel Sartre que, él sí tenía autoconsciencia, expresaba angustiado los límites de su subjetividad exclamando: “el infierno son los otros”. Así reconocía que la subjetividad estaba determinada, tal vez en exceso; hoy los otros (que no eran todos, sino los compañeros de viaje) no nos miran; nuestra subjetividad divinizada y arrogante desprecia los ojos con el relato -¡el fetiche post!- de que un sujeto a la altura de nuestros tiempos de subjetivismo radical, ontológico, un sujeto que se precie de sí, que tenga auto-estima, ha de decidir su vida a su libre albedrío, sin importarle las miradas ajenas.
Todas estas fuerzas y organizaciones sociales que intuitiva y laxamente consideramos de izquierda hablan y piensan desde una ontología del sujeto. Actúan bajo el presupuesto de que ser de izquierda es, ante todo, una decisión personal; y equivale a elegir unos valores y unos objetivos en la vida, a luchar por ellos y contra sus enemigos. Ese subjetivismo nos permite comprender la lucha entre las distintas figuras de la izquierda por hacer valer su autenticidad, por subordinar o diluir las demás; nos permite entender esa obsesiva voluntad de ser más de izquierda y más puro que los otros.
Y también nos permite comprender la constante aparición de nuevas figuras de la izquierda inventadas, creadas por ejercicio del verbo; y la renovación de las existentes, que se sienten envejecidas, recurriendo al reciclaje o, con mayor audacia, reinventándose a sí mismas. Creadas o reinventadas, así se reconoce la autoridad, libertad y potencia de los objetos para crear su mundo, como para travestirse, metamorfosearse, maquillarse y redefinirse ellos mismos. ¿Simulacro del hombre divinizado tras la larga lucha por desdivinizar el mundo?
Cada una de esas nuevas figuras, que aparecen como sujetos colectivos libres y voluntariamente asociados, ha de buscar –y siempre lo encuentra- un nuevo espacio, un segmento de esa inmensamente extensible rosa de los vientos, donde instalarse y ser. Como sujetos dueños de sí mismos, innovadores, no aceptan la historia, el pasado, lo viejo y obsoleto: repiten con el Thomas Paine de Los derechos del hombre aquellas máximas defensoras de que los derechos de los muertos no ahoguen a los vivos; pero simultáneamente evocan a Walter Benjamin y su bella llamada a la revolución por hacer justicia a las víctimas. ¿Contradictorio? La contradicción tiene sentido para quien asume el respeto a la realidad objetiva, pero no para el sujeto que en su hybris crea las cosas al ponerle nombres.
Pue bien, esta forma de hablar y pensar no es la propia de seres humanos que se saben y sienten dominados, humillados, oprimidos, dirigidos…; es propia de sujetos que, con sus particularidades y limites, forman el coro de voces que dirige Herr Kapital. No puedo detenerme en ello, pero toda la experiencia histórica parece empeñada en mostrarnos que solo en el capitalismo florece esta subjetividad capaz de verse a sí misma demiurgo de los dioses y del mundo. La subjetivación del mundo es una característica de nuestro tiempo, y no es nada sorprendente que en la izquierda también caigamos en su red.
2.3. [Terapia: autoconsciencia y conocimiento del enemigo]. Si el diagnóstico es correcto, solo cabe una alternativa: la emancipación del ser enajenado en el fetichismo del sujeto pasa necesariamente por recuperar la autoconciencia.
Sin autoconciencia la izquierda no puede ser una fuerza transformadora, pues su acción es ciega e ilusoria. Primero ha de recuperar su conciencia, y de ahí surgirá su eficiencia; y esa consciencia le impedirá identificar su eficiencia y sentido con su victoria, le ayudará a comprender que en la derrota también hay emancipación y esperanza.
Esta terapia de recuperar la autoconsciencia pasa por la cura de humildad de reconocernos instalados –arrojados- en este mundo, por reconocer que somos más efecto que sujeto; no conozco otra vía de autoconciencia. Y ésta exige a la izquierda reconocer su origen, su génesis y el sentido de su existencia; le exige pensar el sentido incluido en sus derrotas. Más concretamente, exige a la izquierda reconocer su origen y destino fuera de sí, precisamente en aquello que está condenada a negar y destruir. Le exige verse desde los otros, desde los sartreanos ojos del infierno.
La izquierda solo tiene una vía de emancipación: la del reconocimiento de la realidad que la ha engendrado con su modo de ser, a saber, como fuerza crítica, rebelde, negativa, inevitablemente destructora. Sin el conocimiento de eso otro, en nuestro caso de la sociedad capitalista, no es posible ni la conciencia de sí ni la emancipación. Si hoy la derrota de la izquierda –cosa trivial y contingente- amenaza con fijarse, con ser definitiva, es en la medida en que la representación subjetivista impide conocer la realidad, e incluso invita a no hacerlo. No hay mundo, solo perspectivas, nos dice el subjetivismo nietzscheano; para los sujetos libres solo hay representaciones: la cosa en sí sería un límite a su libertad, un reto a su poder, luego abandonémosla.
En conclusión, de los dos elementos aludidos en la categoría de izquierda, fuerza y conciencia, el primero ha sido fuertemente herido, sin duda, pero el segundo ha sido arrasado. Y es aquí, en la crisis de la conciencia de sí, donde se acumulan las cadenas. Por eso trataré de argumentar, a partir de ahora, que no hay izquierda sin consciencia de izquierda; no hay consciencia de izquierda sin concepto de izquierda; y no hay concepto de izquierda sin conocimiento del capital, su origen y su enemigo, del cual nace y frente al cual ha de constituirse.
Pero antes de pasar al concepto, permitidme una clarificación, que me veo venir, en torno a esta crítica a la filosofía del sujeto. Podría pensarse que estoy reivindicando un materialismo grosero, mecanicista, una epistemología especular, como ridiculizara Rorty, y cosas así. Es fácil construir tigres muñecos para hacer vudú o darle caña al mono. Nunca evitaremos estas críticas, así que no vale la pena prestar atención a las mismas. Ahora bien, sí me parece apropiado clarificar el estatus ontológico de la subjetividad en la propuesta que estoy haciendo.
El materialismo, al menos el que yo valoro, no supone la no existencia de subjetividad (como sería reducirla a un efecto especular); simplemente supone que esa subjetividad está condicionada, afectada de determinaciones. Ese materialismo asume que hay subjetividad, incluso que ésta es algo “objetivo”, algo que está ahí; incluso que hay “sujetos”, que están ahí, cargados de sentimientos, frustraciones, esperanzas, experiencias, informaciones, conocimientos científicos, ideales dignos… Defiendo el materialismo que en la ciencia y en el uso común se asume con espontaneidad: hay “sujetos” capaces de pensar, argumentar, incluso “conocer”, pero no como esencias exteriores al mundo, como imágenes de los dioses que para “crear” no necesitan mancharse las manos de barro. Esos sujetos son –somos- productos. Sujetos “sujetados”, que dirían los lacanianos, capaces de producir representaciones, interpretaciones, conocimientos de distinto grado de abstracción y de validez, pero siempre como productos, a partir de algo con materias primas e instrumentos categoriales prestados de otros. El sujeto que cuestiono es el de la metafísica de nuestro tiempo, el de la subjetivación del mundo, que son figuras divinizadas capaces de crear el mundo desde su voluntad, que entienden pensar por sí mismos como independencia (de la gramática, del vocabulario, de la lógica, de la experiencia…) de los otros. Critico ese sujeto arrogante que olvida aquella máxima clásica, elevada a método por G. Vico, según la cual en el conocimiento primero es la tópica, luego la analítica y por último la crítica. Cuando se olvida esto, cuando se desprecia cómo son las cosas y se trata de re-construirlas, de crear una forma y un orden nuevos, exigencia de la hybris capitalista del sujeto, pasa lo que pasa. Por ejemplo, que los niños sustituyen el aprender (lo viejo) para investigar (lo nuevo); o que nuestros centros universitarios generen la ilusión de infinidad de “trabajos de investigación” que, en el mejor de los casos, son notas de lectura reflexiva.
Por tanto, no cuestiono el papel de la subjetividad; cuestiono la forma de construirla que se ha extendido en nuestra época, confiándola a la ilusión de creación, despreciando el mundo, que también incluye las otras subjetividades y sus producciones. O sea, defiendo que la subjetividad es siempre objetiva, está ahí, puede ser objeto de análisis y reflexión. Más aún, defiendo que la objetividad, a su vez, es siempre subjetiva, siempre está mediada por el lenguaje, por la historia, por el carácter determinado de los sujetos. Nietzsche decía que mientras existiera la gramática el hombre no conseguiría la completa emancipación. Y, por tanto, no podría ser verdaderamente sujeto de casi nada. Y tenía razón: la gramática es nuestro límite, el límite de toda subjetividad divinizada. Porque el lenguaje es una exquisita obra social, que se nos impone, con la cual forcejeamos, como decía Wittgenstein.
En fin, defiendo una ontología en la que la subjetividad aparece determinada por la vida, la experiencia y la historia, efecto de una larga travesía recorrida por los pueblos; y en la que la objetividad aparece siempre, inexorablemente, mediada por esa subjetividad, hasta el punto de que nada existe sin aparecer en una representación subjetiva, pero cuya existencia no se debe a esa aparición. Y regresando a lo nuestro, mi crítica se dirige a la izquierda que no se reconoce efecto de una historia de la izquierda, y de una historia del capitalismo; y a la izquierda que ignora que sus funciones le vienen asignadas por la objetivad, que sólo puede “crear”, y en límites y formas determinados, las estrategias de defensa y lucha contra esa objetividad.
3. Por un nuevo concepto de izquierda.
Alguien dijo, con bastante razón, que la vida es un fenómeno de superficie; pero la peculiaridad de la vida humana, que implica conocimiento del mundo y comprensión del sentido de la vida misma, exige penetrar las profundidades. Es lo que nos enseña el Mito de la Caverna: aunque no creamos ya, con Platón, que habíamos de buscar la luz fuera, sabemos que sin salir, sin la experiencia del desierto, no podemos iluminar la caverna, y nos condenamos a vivir bailando con sombras. Lo dijo Hegel: la filosofía no tiene que ver con intuiciones ni sentimientos, sino con conceptos. Y aunque la filosofía del siglo XX nos haya enseñado, de la mano de autores como Adorno y su Dialéctica negativa, que todo concepto es una violencia sobre la realidad, en su función de incluir y excluir, creo que es ineludible pasar por las Horcas Caudinas de la crítica que busca el concepto.
Pues bien, para acercarnos al concepto de “izquierda” aportaré en este apartado cuatro tesis. Las formularé con voluntad provocadora, una tras otra, seguidas de unos comentarios breves, para aclarar el sentido e insinuar algunos problemas teóricos y prácticos; dejamos la crítica y valoración para el final, para el momento del debate, que seguro esperáis impacientes.
3.1. Tesis I. “Hay dos maneras de pensar la izquierda. Una, la más habitual, con una noción empirista, intuitiva, de superficie, que nos presenta su epicentro en el conjunto de valores de unos grupos humanos, centrados en la igualdad, la redistribución de la riqueza, la solidaridad… Otra que pretende romper la superficie, la apariencia, y penetrar en el hipocentro, llegar a su origen y razón de ser, que nos presenta la izquierda como efecto político de la hegemonía de un modo de producción, y cuya forma general se concretaría en estar a favor o en contra del mismo, en pensar y actuar para su reproducción o para su sustitución. La primera idea es necesariamente subjetivista e inevitablemente arbitraria y confusa; la segunda es más objetiva y puede aproximarse la claridad y distinción que exigía Descartes a la razón”.
I1. Habitualmente nos movemos en la primera representación, que corresponde al subjetivismo dominante en nuestra época. Ya lo he dicho, la filosofía del sujeto es la forma de conciencia que corresponde al capitalismo: éste la hace posible y necesaria. Esta idea aquí actúa como presupuesto, pues no podemos entrar en su argumentación; pero pienso que incluso intuitivamente se nos revela como nada extravagante. Nos gusta vernos desde la autodeterminación; nos gusta poder decidir libremente si ser de izquierda o de derechas, elegir entre el bien y el mal. Recordemos el De dignitate hominis, de Pico della Mirandola, considerado texto pionero del humanismo, en el que la afirmación de la dignidad humana radicaba en esa libertad, que el mismo Dios respetó al crearnos, de elegir entre una vida propia de las bestias inmundas y otra propia de los coros angélicos de serafines y querubines. Y recordemos cómo la modernidad romperá los límites de ese humanismo limitado a la libertad de elección del tipo de vida en un mapa del mundo donde las carreteras hacia el bien y hacia el mal estaban trazadas, y dotará el ser humano de esa libertad-poder de hacer el mapa, decidir los nombres del bien y del mal. Con Nietzsche pierde sentido la transgresión de los valores, que implica el reconocimiento de la existencia de los mismos, sustituida por su subversión: el bien y el mal los pone el sujeto con su elección.
Volvamos a lo nuestro. No considero la concepción subjetivista de la izquierda como una idea vergonzante (equivaldría en caer en ese subjetivismo que critico). Primero, porque el subjetivismo es, en gran medida, un inevitable punto de partida, dada su existencia subordinada; contra la dominación se reacciona subjetivamente, sin necesidad de explicaciones científicas. Segundo, porque objetivamente ese subjetivismo expresa cierta consciencia, superficial pero operativa, de oposición, de resistencia a la dominación. Por tanto, el subjetivismo de la izquierda no es prima facie despreciable. Los efectos perversos surgen cuando la concepción subjetivista se instala como figura fetichizada de la ontología individualista, cuando la ilusión se presenta como concepto.
J. du Perron [12] nos ofrece un curioso listado de valores habitualmente identificados con la izquierda y la derecha. Basta un ligero repaso para constatar su superficialidad. Están ausentes algunos que hoy nos parecerían básicos; algunos son tópicos, otros podrían estar en las dos columnas… Pero, ¿podríamos realmente actualizar el cuadro? ¿Es posible de forma razonable caracterizar la izquierda por una lista de valores? Pongo tres ejemplos, para su reflexión: la legalización de la prostitución, las corridas de toro, la cuestión Je suis Charlie, la pertenencia a la UE o la OTAN… ¿pueden decidirse con claridad la posición de valor de la izquierda en cada caso?. Creo que los valores de la izquierda son móviles en el tiempo, que hay distintas figuras de izquierda con distintos repertorios, que los valores pertenecen a distintos planos de la vida social, no todos de igual relevancia. Un listado de valores de este tipo es una amalgama desordenada y ciega de buenos deseos, de ideales no siempre conscientes y, por tanto, arbitrarios. Tal vez dejan ver ciertas preocupaciones, sentimientos y necesidades, pero no hay concepto; y sin concepto esos valores no escapan al fetichismo. La izquierda no puede ser caracterizada por un cuadro de valores; ese subjetivismo es un lastre.
I2. En la tesis se expresa un cambio de ontología para buscar el concepto. Yo entiendo la izquierda como un efecto objetivo de la instauración de un orden social. Ya Weber nos enseñó que toda agrupación humana se constituye bajo relaciones de dominación; Foucault radicalizó esta tesis, viendo la presencia del poder en el origen de toda relación humana. En esta línea considero que toda formación social, en tanto supone la organización de la división del trabajo, la jerarquización de las prácticas y la fijación de las funciones implica necesariamente relaciones de dominación, del tipo que sea; e implica, por tanto, que unos grupos sociales estén a la derecha y otros a la izquierda, arriba o abajo, formas simbólicas de decir que toman posición a favor o en contra.
Esta perspectiva implica reconocer que estamos atrapados en relaciones de la dominación; pero esto no debilita la necesidad de luchar contra ellas; para eso están los ideales, para guiarnos, aunque resulten inalcanzables. Y para eso surge la izquierda, contra esa situación, como irrenunciable resistencia a la misma.
Las formas de dominación en cualquier formación social son diversas, y aparecen en sus diversos lugares y con diverso grado de generalidad, más o menos locales o extendidas; y en todos ellos surgen resistencias y rebeliones, sea en el trabajo, en la política o en las artes. Y no solo son sincrónicamente diversas, sino que son diacrónicas, se mueven evolucionando. Como un orden social es una totalidad viva, como un ecosistema, los elementos que lo integran también están vivos, no son esencias inmutables, se desplazan, se adecúan, se enfrentan, crecen o desparecen, evolucionan, incluso pasan de oprimidos a opresores; o al menos lo sueñan.
Por tanto, la izquierda entendida como resistencia a la dominación, en todas sus formas, aparece en la escena social en figuras diversas, en organizaciones y programas diferenciados, en función de la forma y extensión de las relaciones de dominación que la originan. Puede haber –y hay- incluso una izquierda filosófica, no sé si somos conscientes de ello. Lo importante ahora es resaltar que, en todas sus formas, la izquierda surge como resistencia a la dominación, como oposición, y como exigencia de cambio de esa situación.
Quiero reivindicar este concepto de izquierda como fuerza de oposición, intrínseca a toda forma social, incluso a aquellas en las que la izquierda de ayer ha llegado al poder –no solo al gobierno- e instaurado una nueva formación social, pues en ese mismo instante se constituyen nuevas relaciones de dominación y habrá, activa o silenciada, nuevas posiciones que se resistan, o sea, una “nueva izquierda”, la izquierda exigida por ese nuevo tiempo. ¿No es esa la lección de Adorno y de Foucault, que ya hemos olvidado? ¿Es que no recordamos la máxima spinoziana “omnis determinatio est negatio”? ¿No nos recordó Jacques Derrida que “toda clausura es el reverso de una exclusión? ¿Se nos ha olvidado pensar? Sí, la izquierda es fuerza negadora, resistencia a todo cierre, a toda definición, a toda frontera definitiva. Es antes que nada resistencia a la dominación en todas sus figuras. Y solo es y debe ser alternativa positiva como estrategia de defensa, como construcción de trincheras para consolidar posiciones y evitar retrocesos [13]. Me atrevería a decir que lo propio de la izquierda no es instaurar un orden justo; que ese sea su sueño y que el mismo sea necesario se basa en el presupuesto de que ese nuevo orden fije las conquistas conseguidas en la lucha contra la dominación, sea un punto de no retorno. Ese sueño se justifica, pues, no por la conquista del bien (siempre problemático) sino por la derrota del mal (tal vez provisional).
3.2. Tesis II. Hablar hoy de izquierda es hablar de las luchas de resistencia en y frente al capitalismo. No debieran despistarnos los innumerables usos de los términos “izquierda” y “derecha” a lo largo de la historia; todos ellos expresan formas de representación por lo hombres de la lucha del bien y el mal, pero hoy el mal es el capitalismo y el bien es la resistencia al mismo y su destrucción.
II1. Derecha e izquierda son los símbolos de los dos conceptos con los que la humanidad ha intentado, desde siempre, representarse el orden social; con los que ha pensado la lucha eterna entre el bien y el mal. Ha sido así a través de milenios: en los distintos lenguajes y las distintas culturas la derecha se ha identificada con lo puro, recto y noble, con lo justo, lo normal y el orden, incluso con lo sagrado; en definitiva, con el bien. Y la izquierda, a su vez, con lo impuro, curvo y vil, con la desgracia y la crueldad, con la anormalidad y el desorden, incluso con lo profano; o sea, con el mal. Ha sido así en todas las culturas, lo encontramos en los Evangelios [14], en el Talmud [15], en el Corán [16], en la filosofía griega [17]… Aparece en los gestos y los símbolos: griegos y romanos juran con la derecha y saludan con el brazo derecho en alto y apuntando hacia adelante, como los fascistas. Por cierto, hay gente de nuestra izquierda reciente que saluda puño en alto… pero con el brazo derecho. Hasta el venerable S. Freud dirá en su Interpretación de los sueños que “El camino de la derecha (el camino recto) significa siempre el camino del derecho, y en cambio, el izquierdo, el del delito”.
Todo este simbolismo puede servirnos como acercamiento a la idea de que derecha-izquierda es una relación de lucha entre el poder constituido y la resistencia al mismo. No es tanto la confrontación entre dos mundos, el real y el ideal, sino entre dos fuerzas: la que tiende a conservar el orden social existente y la que se resiste y quiere emanciparse del mismo. Creo que derecha e izquierda no se relacionan de forma inmediata por las dos ciudades ideales que persiguen, sino por su posición a favor o en contra del sistema social en que ambas existen, del que son determinaciones inevitables.
II2. Suele decirse que derecha e izquierda, en su sentido político, como categorías políticas, tienen su origen en la Revolución Francesa [18]. Esas cosas son anecdóticas, aunque agraden a los fetichistas [19]. Hoy resulta romántico cultivar esa tradición, aunque sea dudosa, en que los girondinos de Brissot (la Gironde) se sitúan a la derecha del presidente y los jacobinos de Robespierre (la Montagne) a la izquierda. Ya sabemos que los topos [topoi para los griegos, los loci para los latinos] ayudan a fijar posiciones simbólicas. Pero lo más relevante de éstas es el motivo, el contenido político adjunto a esas posiciones simbólicas, en el caso que nos ocupa nada menos que el momento más emblemático de la revolución: la cuestión del derecho del Rey a vetar las decisiones de la Asamblea. En este contexto derecha e izquierda pasa a significar explícitamente la contraposición entre quienes defienden y quienes se oponen a esa relación de poder; entre quienes optan por la servidumbre y quienes optan por la emancipación. La presencia de ese derecho real define una figura del orden político, el absolutismo, y ante ella inexorablemente aparecen fuerzas políticas (organizaciones de la subjetividad) que la defienden y otras que se resisten.
Nótese que esa nueva izquierda de Desmoulins, D´Anton, Robespierre, Marat está objetiva y subjetivamente muy identificada con la clase burguesa, y se autodefine por su posición liberal y constitucionalista en el nuevo Estado que está surgiendo; su esencia común es ser anti-feudal, anti-aristocrática, y en aquel contexto anti-absolutismo monárquico. Las distintas figuras de la izquierda burguesa no se constituyen en el frente de la dominación-explotación económica, pues el capitalismo surgió en el mundo feudal, pero sin que las clases feudales formaran parte del mismo; nació y se desarrolló subsumido en la forma feudal, que es fundamentalmente una forma política. Por ello en la esfera de la producción la burguesía no estaba subordinada a la clase feudal. Su conflicto, donde sufría la dominación, era en el espacio político. Por eso su autoconciencia se expresa genuinamente en la lucha política, en la reivindicación de los derechos políticos; su ideal político, por el que lucha, es el Estado liberal, cuyo concepto o filosofía sería la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano. Y en ese ideal de estado se incluye la defensa de una sociedad civil libre y desarmada.
Esa posición de izquierda, obviamente, se iría metamorfoseando a medida que pasaba a hegemónica y conseguía instaurar ese ideal de Estado; pero como el Estado siempre ha tenido, tiene y tendrá una función global de dominación en su defensa y reproducción de la totalidad, siempre forzará resistencias políticas, incluso entre quienes defienden el capitalismo; resistencias por su intervención o inhibición en la cultura, la ideología, las artes o la religión. Y esas resistencias, que no cuestionan el capitalismo sino aspectos institucionales del mismo, se expresará subjetivamente en organizaciones, partidos o clubs, como diferentes figuras de la izquierda burguesa, que se van readaptando y sobreviviendo al ritmo de las formas de dominación del sistema; estas figuras perviven, con mayor o menor presencia, cuando el capitalismo está económica, política y culturalmente plenamente afianzado; subsisten, pues, cuando el capitalismo ya ha forzado la aparición de una izquierda nueva, cuya esencia es la determinación anticapitalista. Esta izquierda, que también aparece bajo diversas formas políticas, expresiones de las distintas maneras de ordenar y organizar la subjetividad, de rebelarse contra la dominación, de sentirla y rechazarla, así como de pensar la estrategia contra la misma. Llamaré a estas figuras, de forma genérica, izquierda anticapitalista o izquierda orgánica, en cuanto generada como reacción ante la dominación bajo la forma del capital; una izquierda que tiene presencia en los distintos lugares del todo social, allí donde se manifiesta cualquier modo de dominación capitalista, pero que en-sí y para-sí su raíz está en la esfera económica, en la explotación.
Quiero aclarar el sentido que doy al término “anticapitalista” como determinación esencial de la izquierda orgánica. Uso el término en sentido literal y en toda su amplitud, es decir, en cuanto expresa la posición ante el capitalismo. Cubre cualquier vía o estrategia y cualquier modelo de sociedad alternativo, centrado en el rechazo del orden del capital. No coincide, pues, con el uso del término en ciertas tradiciones marxistas, donde se aplica reductivamente a la estrategia de algunas fuerzas de izquierda. Llamaré a estas figuras de la izquierda, que se piensan y se quieren diferenciadas de otras fuerzas “reformistas” o “democráticas”, y que realmente lo son en cuanto a la estrategia de lucha contra el capitalismo y de construcción de una sociedad alternativa, izquierda revolucionaria (que incluye su propia diversidad). Técnicamente, y respetando la objetividad, anticapitalista es cualquier fuerza que dificulta la valorización del capital, aunque sea inconscientemente; y genuinamente de izquierda es cualquier formación política que de forma constante, sistemática y consciente resiste el capital y busca su sustitución, sea por medios revolucionarios o pacíficos. Al fin una figura de la izquierda puede ser juzgada por su eficacia, pero ésta no afecta a su ser o no ser de izquierda, a no ser que nos volvamos todos platónicos.
II3. No podemos seguir los pasos de esa historia de las izquierdas capitalistas; incluso parece que hablar de ello suena mal, pues hoy identificamos la defensa del capitalismo con la derecha; pero sería atractivo hacerlo para tomar consciencia de la necesidad de ver las actuales derecha e izquierda como determinaciones internas a la realidad social que llamamos capitalismo, y ligadas al devenir del mismo. Me limitaré a enfatizar que los conceptos de derecha e izquierda hoy, aunque se manifiesten en todos los lugares sociales, pues en todos aparece la dominación, estando ésta subordinada a la hegemonía del capital, se determinan por su actitud ante la valorización del capital. Sin duda sigue y seguirá pendiente ad aeternitatem la democratización del estado, y en ese empeño pueden coincidir figuras de izquierda capitalista; también en la lucha contra la corrupción, y especialmente en la lucha contra el capital apátrida, que busca el señorío sin costos. No obstante, las coincidencias en la negación de aspectos particulares les de la dominación no debe ocultarnos ni la radical diferencia en los objetivos finales ni la base que legitima las luchas de una y de otra; al fin, incluso algo tan universal como democratizar el estado puede servir a fines muy distintos, a formas de emancipación irreconciliables.
Decir que la izquierda orgánica hoy es la izquierda anticapitalista implica asumir que la forma esencial de dominación es la que se da en la relación de capital; y que esta dominación se ejerce no solo en la esfera del trabajo sino en las distintas esferas de la vida social, siempre al servicio del capital. Esto no implica ignorar o menospreciar otras figuras de izquierda, nacidas bajo el signo de otras formas de dominación, en especial la izquierda nacionalista, pero también la izquierda republicana, e incluso figuras humanistas de la izquierda liberal; incluso en algunos países tiene relevancia una izquierda religiosa. La dominación capitalista se ejerce de muchas maneras y sobre muchos colectivos; pero la principal, por ser de la que se alimenta y a la cual están subordinadas las otras formas de dominación, es la explotación capitalista del plusvalor. Y enfatizo este aspecto para no obviar que hoy, entre posiciones de izquierda afectadas de post-subjetivismo, está arraigando la idea de un capital que se valoriza sin plusvalor; desde esta perspectiva post-marxista, claro está, lo lógico es asumir que entramos en el post-capitalismo. Y ahí, se nos dice, aparecerán nuevas formas de dominación y, en consecuencia, un nuevo cuadro de izquierdas o post-izquierdas.
Para mí el capitalismo actual sigue siendo capitalismo; muy metamorfoseada, muy transformado, que ha aprendido mucho de su propia historia, que se ha innovado y se ha dotado –él los inventó- de nuevos relatos, de nuevas narrativas en las que, cual espejo encantado, poder verse bello y legítimo. Sí, pero capitalismo viejo en su esencia, pues no ha aprendido a valorizarse sin extracción del plusvalor al trabajo. Tal vez lo busca, para ser autosuficiente, pero no lo ha alcanzado. Y, por eso, su existencia genera indefectiblemente izquierda anticapitalista.
Esa es la determinación objetiva de la actual izquierda orgánica, su función inexcusable, su destino; nació para ello. A esa función orgánica cada grupo añadirá su subjetividad, su rabia, su desesperación, su sueño; unos pensarán en una estrategia democrática y otros en luchas revolucionarias, unos con la vista puesta en una sociedad socialista y otros anarquista o meramente igualitarista. Esos son los diversos uniformes, las diversas señas de identidad, la diversidad, de las formas de conciencia de esa misma posición política de izquierda actual. Y esta diversidad nos revela, no lo olvidemos, que la izquierda es, en la superficie, subjetividad, pensamiento y voluntad, sentimientos e ilusiones, conocimiento e interés. Y que es todo esto al mismo tiempo que determinación objetiva, al mismo tiempo que efecto; más aún, es todo ese complejo subjetivo porque es una determinación del capital, porque éste impone la dominación y porque no deja más salida que la lucha por su superación.
3.3. Tesis III. “Izquierda” y “derecha”, en una ontología materialista, son categorías que refieren a funciones sociales y no a propiedades ideales de instituciones o cosas; es decir, propiamente no hay individuos, o partidos, o gobiernos… de “izquierda”, por el mero hecho de adhesión a un programa, como si los contenidos de éste fueran esencias determinantes de su valor; la pertenencia a la izquierda, el ser de izquierda, no emana de la voluntad, explicitada en el programa. Las entidades sociales, las instituciones, son de izquierda o de derecha según su función efectiva: en concreto, según su posición y acción se oponga o favorezca objetivamente la valorización del capital.
III1. Con esta tesis trato de dar objetividad a la expresión “ser de izquierdas”. Nadie es de izquierda a tiempo completo; aunque puede ser constante y eterna su voluntad de izquierda; y militar en una organización de izquierda ayuda a ello. Pero la voluntad, la representación de sí mismos, de individuos u organizaciones, no es suficiente; el para-sí no basta. Por otro lado, uno puede ser de izquierdas sin quererlo, inconscientemente, en-sí. Podría haber posiciones de izquierda aunque no hubiera partidos de izquierdas, aunque solo estuviera activa como momentos dispersos de resistencia. Y es así tanto si estas categorías se usan para designar fuerzas materiales (reivindicaciones, luchas, resistencias) como si refieren a formas de conciencia.
En nuestros tiempos de subjetivismo es más relevante evitar caer en el discurso de la “izquierda subjetivizada”, que incurriendo en la falacia sentimentalista (a imagen de la falacia naturalista), suele pasar del quiero al es. La voluntad de izquierda, la subjetividad de izquierda, es importante, sin duda; pero el ensimismamiento, el narcisismo, son riesgos a la vuelta de la esquina. De ahí la importancia de reconocer las armas de la ideología dominante, que hemos simbolizado en el subjetivismo. Hemos de asumir que, aun sintiendo la dominación y rebelándonos frente a ella, en muchas situaciones no es fácil identificar la posición objetiva, efectiva, de izquierda. La queremos, pero no siempre la sabemos. En los casos fáciles no hay duda, todos de acuerdo; pero hay otras situaciones donde estanos tentados a improvisar, y llamamos opción de izquierdas a cualquier ocurrencia, cuanto más novedosa e insólita mejor.
Toda posición que trate de eliminar o disminuir el cubrimiento, la exclusión, la injusticia.... es en sí misma meritoria, sin duda. Querer acabar con el mal en el capitalismo es loable, pero no es suficiente para pertenecer objetivamente a la izquierda orgánica, actual, inevitablemente anticapitalista, que no solo trata de resistir y paliar el sufrimiento y la exclusión, la desigualdad y la injusticia, sino que aspira a eliminar las condiciones sociales que inevitablemente producen y reproducen esa condición. Pero incluso esta voluntad anticapitalista se queda en mera determinación subjetivista si no va unida a una posición y una acción objetivamente anticapitalista, lo que requiere conciencia de izquierda, imposible sin conocer la realidad en la que surge, que marca su destino y define su ser.
La conciencia no se consigue fácilmente. No es fruto del azar, ni de la necesidad objetiva, ni de la voluntad subjetiva. Recordemos las infinitas batallas por definir la conciencia revolucionaria, indisociablemente unidas a los intentos de imponer la propia visión de la misma, todas arraigadas en el mismo error: suponer que la posición de izquierda responde a un modelo fijo, eterno, tal que cualquier desviación es deserción. Hay muchas situaciones que nos interpelan, nos exigen respuesta; y ésta, podríamos decir, es en sí misma defendible, aunque sea espontánea, si va al favor de los débiles y contra los poderosos. Correcto, pero ¿es esa la condición suficiente para ser de izquierda? Creo que no, ni aunque tuviéramos un catálogo de valores debidamente jerarquizados; la cualidad de una posición para ser de izquierda orgánica ha de estar en relación con la posición anticapitalista. El canon de medida es si protege ante el capitalismo, o si debilita su voracidad de valorización.
III2. No es nada fácil clarificar el ser de izquierda (de un individuo, una organización o una política) recurriendo a la objetividad, pero no podemos renunciar a esta pretensión. Tomar consciencia de la dificultad ya es un paso en ese camino. Por ejemplo, hemos dicho que cuanto se oponga a la valorización del capital es justamente calificable de posición de izquierda. Reivindicar mejores condiciones de trabajo, de vida, etc., desde este criterio debe ser considerado genéricamente de izquierda. Pero, por un lado, esto puede ser defendido desde posiciones ajenas al anti-capitalismo (recordemos que entre las clases defensoras del capitalismo también caben posiciones de izquierda); o sea, la lucha por las mejoras de las condiciones de existencia no identifica a la izquierda orgánica. Y, por otro lado, ¿cómo calificar a las formaciones socialistas y a sus políticas progresistas y de sensibilidad social cuando está en el gobierno? En tanto que contribuyen a paliar los efectos de la dominación del capital, y a recortar su ritmo de valorización, deberían ser consideradas de izquierda; pero en tanto estando en el gobierno, con cuotas de poder político, y no van más allá de unas reformas que el capital no sólo desiste, sino que le consolida (recordemos que las décadas de estado de bienestar han sido también las de mayor desarrollo y hegemonía del capitalismo), difícilmente podrían e considerada de izquierda. Es decir, afrontamos la paradoja de que determinados objetivos y reivindicaciones son de izquierda cuando se hacen desde la oposición y no así cuando se ejercen desde el gobierno.
No nos enredaremos en esta vieja polémica, pues sólo pretendo ilustrar la complejidad de definir en concreto y objetivamente los caracteres de la posición de izquierda. Tal vez tendríamos que recurrir a valorar esas políticas “socialdemócratas” desde el proyecto de las fuerzas políticas que lo implementa, si realmente consideran las reformas un objetivo en sí mismo, si sólo buscan un capitalismo humanizado, o si las interpretan como pasos realistas en una estrategia hacia la superación del capitalismo llevándolo a sus límites. O tal vez deberíamos afrontar con valentía que la izquierda es ontológicamente una determinación de oposición, nace como reacción y en esa función agita su sentido. Ya sé que duele renunciar a organizar la ciudad; no en vano los hombres lúcidos del Renacimiento y la Ilustración, al imaginar a Dios, o sea, al imaginarse a sí mismos venciendo su propia finitud, se lo representaron como “Gran Arquitecto del Universo”. Nada más profundo que el deseo de ser demiurgo, al menos de la ciudad, que es considerada obra humana por excelencia. Sí, duele renunciar a ese ideal; pero una izquierda consciente tal vez debería asumir que las ciudades las hacen los hombres como pueden, y que su función como izquierda es la que es: rebelarse contra cualquier forma de dominación, allí donde aparezca. Tal vez en lugar de erigirse en poder constituyente, que está condenado a devenir poder constituido, debería asumir que lo suyo es actuar como resistencia a las formas de dominación intrínsecas a toda formación social.
3.4. Tesis IV. “La izquierda y la derecha, se piensen como realidades sociológicas, como formas de conciencia, o como meras categoría analíticas o hermenéuticas, están siempre subsumidas en una sociedad, en nuestro caso la sociedad capitalista; o sea, subsumidas bajo la forma del capital. Y todo elemento subsumido tiene por definición dos rasgos ontológicos comunes a todos los elementos del sistema: por un lado, funciona al servicio del movimiento de la totalidad, al servicio del capital; por otro, ofrece resistencia a la sumisión, se resiste a esa dominación. Y ese doble rol, que por un lado contribuye a la reproducción y valorización del capital y, por otro, actúa de resistencia y obstáculo al mismo, se juega tanto en la objetividad, como fuerza material, cuanto en la subjetividad, en la conciencia. La autoconciencia, conviene recordarlo, es una fuerza que interviene poderosamente en la intensidad relativa de uno y otro rol”.
IV1. No puedo detenerme en explicar esta ontología de la subsunción, pero tampoco puedo silenciarla, pues a mi entender apunta a una vía de conocimiento de la realidad social y de autoconciencia sin las cuales no escaparemos al subjetivismo. La teoría de la subsunción está en estado práctico en la obra madura de Marx, básicamente en El Capital. Pero nunca llegó a tematizarla, excepto en el famoso Capítulo VI Inédito, que fue segregado del texto y quedó fuera del mismo, no conociéndose hasta 1933 que lo publica en edición bilingüe el IMEL de Moscú. Para mí la teoría de la subsunción, o mejor, la concepción de la historia desde la perspectiva de la subsunción, es como la mirada cercana del materialismo histórico. La perspectiva aérea es la ontología materialista y dialéctica, que ayuda en ese nivel de análisis muy general y abstracto, pero que simplifica la representación cuando se pretende que sea algo más que eso, algo más que una mirada aérea. La subsunción, en cambio, nos permite análisis más concretos, comprender el movimiento de elementos que desde el materialismo histórico se confunden en el magma de una identidad abstracta.
Diría más, la perspectiva del materialismo histórico facilita –no digo que promueva- la caída en el discurso subjetivista: la lucha de clases como enfrentamiento de dos realidades exteriores la una a la otra, incontaminadas, puras, que van ocupando la totalidad…; en cambio, la perspectiva de la subsunción obliga a ver estas fuerzas en una red de contraposiciones, de conflictos, de formas diversas de dominación, influyendo unas en las otras. Por eso la lucha entre la derecha y la izquierda es más compleja y sutil que el enfrentamiento de clase. Hay más figuras y juegan en más tableros y más complejos.
Por ejemplo, derecha e izquierda son elementos de la historia que quedan invisibilizados en la dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción, o entre base económica y las sobreestructuras político-jurídicas e ideológicas. En cambio, en la perspectiva de esta ontología de la subsunción, izquierda y derecha son formas de la acción social que concretan esas dialécticas, esas confrontaciones, esas luchas. Siempre estaremos en un plano bastante general y abstracto, pero no tanto: en la perspectiva de la subsunción no solo vemos la distinción aérea tierra-mar, o bosque-llanura, sino que distinguimos en ellos ciudades, pinos, cultivos…, que adquieren presencia como cuando un avión va descendiendo en su aterrizaje.
¿Por qué es importante esta perspectiva hoy? Entre otras cosas, por esa insoslayable necesidad de escapar al subjetivismo, a la tendencia a pensar la “voluntad política” como decisiones morales de sujetos libres. La subsunción nos obliga a pensar la derecha y la izquierda como realidades, como fuerzas, inevitablemente sometidas al orden del capital y en relación conflictiva con el mismo. Sí, incluso la derecha, en tanto subsumida, tiene sus contradicciones y resistencias respecto al capital. Esa es la gracia.
4. El ser de la izquierda y ser-de-izquierda.
Estas cuatro tesis onto-epistemológicas, que configuran el concepto, nos permiten ya enfocar más de cerca el problema que nos ocupa: un acercamiento al ser de la izquierda, y al ser-de-izquierda, en nuestro tiempo y en nuestra situación. Es decir, a lo que la izquierda es objetivamente, como determinación de la formación social en que es, en que está subsumida, y a su conciencia de sí, a su subjetividad, que también sufre la determinación de la totalidad en que existe.
Como he señalado, mi pretensión aquí es doble: hacer una caracterización de la condición actual de la izquierda y, después, sugerir vías de superación. En cuanto a la primera tarea me propongo mostrar: a] que su existencia, su ser en el mundo, es la de una izquierda derrotada, pues incluso la reactivada consciencia de resurgimiento presenta, bajo su retórica y sus gestos subjetivistas, las cicatrices de esa profunda derrota; b] que ha sido derrotada pero no vencida, pues, pensada como determinación ontológica, la derrota es para la izquierda su modo propio de existir y por lo mismo no puede ser vencida, no puede desaparecer definitivamente, ya que si mueren unas figuras, nacerán otras mientras haya una u otra forma de dominación; y c] que la profundidad y gravedad de esa derrota se manifiesta en la pérdida de su conciencia de sí -que se advierte en esa retórica infinita por autodefinirse-, que amenaza con ser mortal en tanto que vive en la inconsciencia o la busca en su subjetividad, inevitablemente dañada y contaminada, y no en el conocimiento de la totalidad capitalista en que está subsumida y de su lugar en ella. Para describir esta condición de la izquierda usaré la misma metodología de exposición, exponiéndola en varias tesis.
4.1. Tesis V . “La izquierda ha sido derrotada fundamentalmente en el espacio económico, su lugar natural; perdió su rumbo en ese enorme desierto de las relaciones de producción, que quiso cruzar guiándose por las coordenadas confrontadas de reforma-revolución. Hoy la izquierda vaga, deambula, entre las dunas, resistiendo la sed, sí, pero solo resistiendo, sin avanzar, sin saber hacia dónde avanzar, sometida a mil espejismos”.
V1. La derrota en el espacio económico, por radical y por esencial, por ser aquí donde se determina el concepto de izquierda en el capitalismo, amenaza con ser indefinida. Buena parte de los sentimientos y de la legitimación de la izquierda anticapitalista estuvo enraizada en el espacio económico, en el trabajo. Allí está el mal fundamental, la explotación, y el origen de los demás males: la opresión, la desigualdad, la injusticia; y allí está su razón de ser, su doble fuente de sentido: por un lado, paliar provisional y parcialmente la miseria, el sufrimiento y la exclusión; y, por otro, alumbrar un nuevo orden socioeconómico en el que los males sociales quedaran reducidos a la irrelevancia.
Por tanto, la doble derrota en este espacio amenaza su existencia. La izquierda no ha logrado vencer en su función de resistencia y protección, pues a fecha de hoy siguen pendientes las conquistas de una vivienda digna, la eliminación de la pobreza, el derecho efectivo al trabajo… en un escenario capitalista de la opulencia y el derroche; y lo conseguido, los derechos sociales reconocidos, manifiestan su finitud, debilidad y reversibilidad.
Efímeros, inestables e insuficientes, no pueden negarse ciertos logros socioeconómicos; pero donde su derrota se manifiesta más radical es en su función de alternativa emancipadora, que incluso parece haber desaparecido de su horizonte, hasta el punto de que solo figuras de la izquierda revolucionaria, muy minoritarias, manifiestan su voluntad de alternativa al capitalismo. Además, esta derrota está en la base de su pérdida de consciencia de sí, de que ignore su origen y su destino.
O sea, sus éxitos innegables en su función de resistencia, de protección de los débiles, no pueden ocultar su fracaso tanto en su función de hegemonía, en la vía de emancipación, como en su conquista de la relativa autonomía que, sin dejar de ser fuerza subsumida, garantiza la iniciativa en su lucha por debilitar al capital y neutralizar su reproducción. Pues, al fin, una tarea meramente redistributiva -como la que aparece como desiderata en los programas, los cuales toleran mayores audacias ideales- que no afecte sensiblemente a la valorización del capital deviene una función que acaba por reforzar la vida de éste.
La pérdida de conciencias de sí, la falta de concepto, tiene otro efecto perverso: lleva a ciertas figuras nuevas de la izquierda a vivir como esperanza –vivir de su muerte- la derrota de las fuerzas políticas de izquierda clásicas, nacidas en el capitalismo nacional y productivo y muy neutralizadas en el capitalismo de consumo. Efectivamente, éstas son las figuras derrotadas, y la profundidad de la herida no hay que verla en las curvas de los votos, sino en la difuminación de la militancia, que expresaba su conciencia. Los sindicatos y los partidos de clase han sido derrotados, o sea, han pasado a una fase de casi “subsunción real”, en el concepto marxiano. Pero eso quiere decir que el capitalismo ha avanzado y se ha consolidado, solo eso. Quienes ven ahí un espacio liberado y pendiente de ocupar caen en la trampa de pensar según la lógica del mercado: tras una crisis, cierran empresas y en sus huecos, darwinianamente, florecen otras, las más dotadas.
No debiéramos engañarnos. Las izquierdas post-capitalistas son otras figuras de izquierda, que corresponden a otras formas de exclusión y dominación del capital; pero solo serán objetivamente anticapitalistas si afectan a la valorización. Y no lo afectarán por muy radical que sea el programa de redistribución o por muy bella que sea la retórica del gobierno de las gentes.
V2. La izquierda anticapitalista, desde sus orígenes, se constituyó sobre la escisión y contraposición de las dos funciones que le son intrínsecas. Mucho se ha escrito sobre ello, pero el hecho es que no pudo articularlas y acabó debilitándola y fragmentándola en una pluralidad de izquierdas, que unas a otras se negaban el título, el reconocimiento. El esquema de esta larga batalla lo sintetiza el enfrentamiento entre socialdemocracia y revolución; y el debate podemos simbolizarlo en Rosa Luxemburg vs. Eduard Bernstein, con sus obras Las premisas del socialismo y las tareas de la democracia (1899) y Reformas o revolución (1900), respectivamente.
La izquierda quedó enredada en ese debate, y en el mismo la cuestión de la estrategia, de las formas de lucha, acabó desplazando al contenido. La historia fue la que fue, y no vale la pena lamentarnos. Hoy sabemos que ambas vías tenían razón en su crítica a la otra; hoy sabemos que ambas vías fracasaron. Como he dicho en otro lugar, ambas fueron parciales y sectarias; pero ambas fueron figuras de la izquierda y, como también he dicho, ambas existieron en la subsunción, o sea, soportando la subordinación. La vía reformista, inspirada en Bernstein, tenía razón al pensar que al socialismo se llegaba por mediación del capitalismo, subsumiendo los elementos productivos, políticos e ideológicos en una forma nueva que eliminara la forma capital; pensaba con razón que el socialismo no podía construirse ex nihilo tras la aniquilación del capitalismo. Pero la socialdemocracia calculó mal los inexorables riesgos de esa estrategia, la enorme probabilidad de perderse en el camino, de desorientarse y quedar en el bucle del capital. Y se quedó en su red, pasó objetivamente a estar a su servicio, y devino izquierda capitalista. Como no conocía la dialéctica de la subsunción, acabó víctima de ella: acabó literal y absolutamente subsumida en el orden del capital, mera variante del desarrollo de éste.
Tampoco las experiencias luxemburguista y leninista fueron lo que eran. Pongamos un caso paradigmático, el de Cuba, de especial interés para nosotros. Tomaron el poder por las armas, desmantelaron el capitalismo, aportando una “prueba empírica” de la validez de esa vía (de esa estrategia de conquista del poder), e intentaron crear un nuevo orden socioeconómico sin contagio del capital. La historia fue la que fue y hoy se ven forzados a reconstruir un camino que, a toro pasado, es cierto, se nos revela que nunca debieron saltarse: la lección es que la manera de “destruir” el capital es aniquilando su “forma”, no su “materia”, no los elementos que tiene subsumidos, dominados, en sí mismos naturales, y que por tanto funcionan en la reproducción del capital pero ejerciendo al mismo tiempo resistencia al mismo; elementos sometidos al capital, pero sin formar parte de su esencia. Tampoco entendieron la dialéctica de la subsunción, y su voluntad de revolución se estrelló contra la objetividad. No entendieron que la destrucción del becerro de oro no implicaba tirar el oro.
Resultado de este doble fracaso histórico de la izquierda: el capital se apoderó del espacio económico de forma que amenaza ser definitiva. Hoy la izquierda no sabe ni puede contraponer otro modo de producción al capitalismo; se limita a luchar contra sus efectos más inhumanos y a reivindicar un rostro humano, o sea, a defender objetivamente el ideal del orden capitalista. No es poco, pero no es suficiente; sirve para proteger a las clases populares, pero no para fijar esas protecciones y mucho menos para avanzar hacia una sociedad emancipada.
Derrotada la izquierda orgánica, incluso ha calado la idea de que, para hacer lo que hay que hacer (crear trabajo, crecimiento, bienestar…) lo hace mejor el capitalista. El capital ha logrado legitimarse como única forma económica pensable, reduciendo las alternativas de izquierda a los márgenes. Su hegemonía en este espacio es total: comparad, nos dice, el bienestar de los países capitalistas con los otros; comparad la eficiencia de los servicios privados con la de los públicos. Incluso la corrupción llega a parecer propia de lo público, ignorando que el capitalismo actual tiene poco de neoliberal y mucho de capitalismo subvencionado y parásito de lo público, pues el gran capital en gran medida vive de los contratos públicos y en otra buena parte de gestionar empresas y entes públicos.
Ni la socialdemocracia ni la izquierda leninista habían comprendido bien el mundo del capital; no es extraño, pues la comprensión del mundo histórico casi siempre tiene lugar al atardecer. Creo que en esa alternativa la izquierda se perdió; y que entre otros factores de esa derrota hay que contar su conocimiento abstracto y superficial del movimiento del capital. Desde luego no contemplaron la dialéctica de la subsunción, que les habría proporcionado representaciones más concretas que la visión del largo horizonte de la dialéctica histórica.
V3. Y hoy, ¿cómo nos encontramos? Lo paradójico es que sigue el debate, uniforme y aburrido, apenas coloreado por la aparición de figuras de izquierda tan ávidas de novedad que han de verse a sí mismas en el espejo encantado de su propio discurso. “Nuevas” izquierdas con “nuevos” espacios gracias a la “nueva” retórica. Pero me temo que, aunque realmente estuvieran repletas de novedad, sería del tipo I+D+I, del innovar o morir, que carcome hasta la investigación universitaria.
No veo que lo nuevo surja por la vía de comprender la necesidad del fracaso de las figuras clásicas de la izquierda anticapitalista; cuesta menos esfuerzo condenarlas al infierno por sus errores subjetivos. Tampoco veo que se busque la autoconciencia por medio del análisis y conocimiento del actual momento del capital, de donde la izquierda actual procede. No veo que se constituya desde el análisis de las figuras del capital subvencionado, parásito de lo público, ni del capital apátrida, insolidario con la formación social, incluso con las otras figuras del capital nacional. Y no veo que se constituya desde el análisis del capitalismo de consumo, y de la esquizofrenia a que nos condena al exigirnos orden y racionalidad de día, momento de la producción, y espontaneidad y seducción de noche, momento del consumo. Y, en cambio, veo la contaminación subjetivista, la ideología dominante, incluso en los programas de construcción artificiosa de las figuras de la izquierda y de los líderes políticos, donde la inmediatez irreflexiva, la ductilidad sin principios, la improvisación “creadora” rayana en mera ocurrencia o la escenografía de la sociedad del espectáculo expresan las determinaciones que el capital impone hoy a todas las prácticas sociales, de la investigación al sexo.
No, no la izquierda de hoy, especialmente las figuras más extendidas, con presencia parlamentaria, han desertado del conocimiento del capital, manteniéndose es los tópicos; y mucho menos conocen las nuevas figuras del mismo que van apareciendo. Y sin conocer el capital actual no puede haber concepto de izquierda en sentido riguroso; y sin concepto no hay autoconciencia, y así no podemos tener la izquierda necesaria para resistir y enfrentarse al capitalismo de nuestro tiempo, que ha sabido mutar para reproducirse.
4.2. Tesis VI . “La izquierda, desplazada del espacio económico, encontró en el espacio político un ilusorio lugar natural. Perdidos en el desierto del capital, éste entretiene a la izquierda con sucesivos “espejismos”, que constituyen el espacio político. En esos espacios de ilusión la izquierda busca el mapa y las fuerzas para moverse, superar y vencer al desierto, pero se pierde en su opacidad, en su impenetrabilidad, incapaz de volverlo transparente en tanto está subsumida en el espejismo; los ocasionales y contingentes oasis conseguidos, solo sirven para mantener la esperanza de la ilusión”.
VI1. Vimos que la política era el espacio propio de la izquierda burguesa, y de otras figuras coexistentes en el capitalismo. Estas izquierdas fueron y son esencialmente políticas y se definían por su mayor o menor radicalismo en la defensa de los derechos políticos de los pueblos, de las minorías, de las naciones, etc.; pero no ejercían de anticapitalistas. En cambio, la izquierda socialista, anticapitalista, presenta una enigmática paradoja. Por un lado, no se constituye prima facie frente a una forma político-jurídica de Estado, sino frente a un modo de producción; pero, por otro, y a diferencia de la clase, la izquierda es una subjetividad objetiva determinada por lo político, por la dominación, y para la intervención política, contra esa dominación. Todas sus intervenciones, en cualquier ámbito de las relaciones y las prácticas sociales, cuando son conscientes, en-sí y para-sí, se articulan en torno al eje político de la dominación.
Esta aparente paradoja merece una reflexión más detenida que la que aquí podemos llevar a cabo. Digamos, al menos, que es una paradoja “aparente”, y que ello se revela si entendemos que las formas de dominación en el capitalismo también son objetiva, necesarias, nacen de su inevitable tendencia a reproducirse y para ello se generan los más diversos mecanismos (económicos, jurídicos, ideológicos, antropológicos…). Pero todos ellos tienen un mismo fin, están subsumidos bajo la misma forma, sirven al mismo amo: valorización del capital. Por eso pueden variar; por eso, como nos enseñó Foucault, pudo sustituir el castigo por la vigilancia. Y por eso pasó de gestionar la muerte y no preocuparse de la vida de la población a dejar la muerte en libertad y gestionar la vida, hacer vivir, máxima de la cada vez más intensa biopolítica.
Recuperemos la argumentación: la izquierda anticapitalista, generada en y frente al capital, conforme a su concepto es una formación subjetiva de intervención política; o sea, su lucha es política pero apunta al ámbito económico. Por eso durante décadas los líderes del movimiento obrero fueron, sintiendo en sus carnes la forma más inmediata y directa de dominación, la explotación en el trabajo, fueron muy reacios a participar en el la lucha política institucional… Intuían que ese no era su lugar. Y tardaron en comprender que la vía democrática al socialismo podía ser también una forma de revolución. Y la historia daría la razón a Engels cuando dijo en su “Introducción” a la edición de 1895 de Las luchas de clase en Francia de1847 a 1850, que llegaría el día en que serían los trabajadores los que tendrían que salir a defender la democracia que la burguesía había constituido para ejercer su dominación.
La izquierda anticapitalista entró en la lucha política para conseguir un objetivo exterior a lo político; era un uso instrumental de la política, el típico uso leninista de la misma. Pero calculó mal, sin duda por su deficiente representación del capital. Y aunque no renunciara a su objetivo económico, acabaría postergándolo, desplazándolo al mundo de los sueños, mientras su día a día imponía el cierre de los límites políticos a su lucha. La izquierda socialista, por ejemplo, devino la defensora radical y consecuente de la democracia y los derechos humanos.
Admitamos que es una paradoja: la doctrina de los derechos, como dijera Marx, era nada más y nada menos que la filosofía del estado burgués; es decir, el ideal del estado capitalista. Y como era y solo podía ser eso, ideal, eternamente pendiente de realización, la izquierda anticapitalista lo haría suyo, se reconvertiría a una fuerza que lucha por realizar el ideal del estado del capital. ¿No es paradoja?
No digo, ni mucho menos, que sea un error; la defensa de los débiles frente a los efectos sociales del capitalismo es una determinación constituyente de la izquierda; no es error, pero es una paradoja que haya de realizar los ideales de la antigua burguesía. Pues ahí quedaría enredada: la sociedad capitalista es una máquina de engendrar derechos, cada vez más, ampliando y embelleciendo así su ideal, y forzando a la izquierda a que lucha por su realización. ¿Qué izquierda se atrevería hoy a renunciar o cuestionar esa lucha por los derechos? Sería un suicidio y una traición a los suyos. Y así queda enredada en la tupida red del estado de derecho y de los derechos.
VI2. Pero la democracia ha tenido otro efecto perverso en la izquierda. Por un lado, la perspectiva democrática impone el compromiso de renunciar a cualquier forma de lucha política que no se haga en el marco de las instituciones democráticas. Y en los propios ámbitos de izquierda se asume que, fuera del orden institucional, la política queda marginada y nihilizada. Resultado: la izquierda fuera del orden institucional se siente perdida, desvalida, neutralizada.
Un ejemplo reciente. Ustedes han asistido, de cerca o a media distancia, al nacimiento, desarrollo y defunción del movimiento de los indignados, surgido en la atmósfera de sospecha universal de la política; y seguro que les han llegado los ecos de sus debates en torno a si debía o no hacer política institucional. No entramos en los argumentos, solo en el resultado (provisional, pues en la historia hay cosas anacrónicas, no históricas, cosas contingentes u ocasionales, que quedan en la cuneta, pero que pueden un día volver como nuevas, renacer con las aguas de mayo). Pues bien, el resultado es que aquel movimiento de indignados hoy ha dado paso a un partido político que juega el juego de las instituciones democrático-liberales. Aceptamos que sean vírgenes, que estén limpios y sean incontaminables; pero la inocencia es la cualidad de los niños, como nos recuerda Nietzsche; y se pierde pronto. Los hombres hemos de constituirnos en la virtud, que también se pierde casi tan rápido como la inocencia, pero que tiene el consuelo de la posible reposición. Suele decirse que la virtud política por excelencia es la phrónesis. Tal vez sí, pero yo admiro más la sofrosine, ese control de la hybris, ese autocontrol del propio eros, que nos impide caer en la tentación de la dominación del otro, aunque sea con la retórica
Pues bien, los ayer fieles y acríticos seguidores de los líderes del “Potere Operaio” (Negri, Virno, Lazzarato…) parecen haber olvidado la gran sospecha de aquellos, que Negri aprendió de Spinoza; que la natura naturata, creada por la natura naturans, acaba negando a su madre. Es lo que pasa. En cuanto Dios creo el mundo no tuvo más remedio que apechugar con él como creación suya; y entonces, ¿cómo reconocer su error? Recordad los esfuerzos de los teólogos para justificar el mal en un mundo creado por Dios. Pobre Dios, ¿cómo había de saber el destino de su creación sin vaciarla de libertad?. Desgraciadamente, no contaba con mediadores, con paletas a quienes cargar las carencias de los arquitectos. Tuvo que hacerlo de forma inmediata, y ya se sabe, las cosas salen como salen, incluso a los dioses.
Es la seductora teoría del poder constituyente, que al bajar de los cielos a la tierra ha de asumir su finitud: para ser constituyente ha de constituir algo, pero en cuanto lo hace su obra es un poder constituido, y ya estamos en el bucle. El sueño de un poder constituyente virginal, que nunca es culpable de su creación porque siempre está activo, recreando constantemente el tejado antes que aparezcan las goteras… es eso, un sueño de dioses impotentes. Es, literalmente, la esencia sin existencia, sin tiempo, sin identidad, sin entidad.
Creo, con todo, que esa ontología inmanentista, lúcida pero contaminada de excesivo subjetivismo, puede tapar su agujero: la natura naturans no tiene la necesidad de la recreación constante de su creación para que así lo constituido no deviniera su límite, no deviniera una cosa fuera de sí que negara su poder; podemos pensar, como los viejos filósofos nos enseñaron, que la sabia natura naturans ya había puesto la negación en el ser de las cosas creadas, al condenarlas a que se negaran unas a las otras, más aún, a que se negaran a sí mismas al negar a las otras, pues el ser de cada una le viene dado por su relación con las otras en la totalidad en que todas están subsumidas. Es la negación en el origen del ser, que Hegel comprendiera como nadie, pues por algo le cupo el privilegio de contemplar lo absoluto. Pero este privilegio no se extiende a quienes piensan como sujetos creadores, a quienes, como el niño nietzscheano, están más allá del bien y del mal. Este privilegio exige el ritual de pérdida de la inocencia y su sustitución por virtudes como la sofrosine.
4.3. Tesis VII. “Desarmada en el espacio económico, y enredada en el político, la izquierda parece haber sido confinada al espacio social. Derrotada en el espacio económico y maniatada en el político, la izquierda ha buscado su sentido en la defensa de lo que eufemísticamente llama “minorías”, como si cualquier particular no fuera acreedor de ese nombre”.
VII1. Dejo esta tesis simplemente formulada, sin comentarla, llamando la atención sobre la tendencia de la izquierda, derrotada en el espacio económico y enredada en el político, a desplazarse hacia la defensa de las minorías; siendo el mundo del trabajo y el de los derechos sin duda de máxima universalidad, este desplazamiento hacia la particularidad merece ser analizado. No cuestiono la legitimidad, pues he definido la posición de izquierda como rechazo en cualquier lugar que se produzca la dominación. Pero ese refugio en las minorías lo interpreto, aunque no pueda argumentarlo aquí, como un síntoma de la impotencia de la izquierda anticapitalista para afrontar una lucha más universal, en una visión de conjunto que debería subsumir la defensa de los grupos particulares. Claro que hay muchos tipos de “minorías”, de distinto rango ontológico y grado de universalidad, de las mujeres a los discapacitados, de los jóvenes a los “sin papeles”. Por eso precisamente se requiere un análisis detallado, y hacerlo al menos bajo la siguiente sospecha: este regreso a luchas particulares, que va en paralelo con la tendencia del poder político a conceder derechos-privilegios a grupos contingentes, ¿responde realmente a una batalla anticapitalista?
4.4. Tesis VIII . “Perdida la eficacia y el sentido de su intervención en la esfera económica, enredada en la ilusión de la red política, perdida en la inesencialidad de las particularidades sociales, la izquierda deriva hacia el “mundo cultural”, que se le aparece como propio y apropiado, pues ahí los cambios son posibles, la libertad se desprende de los controles, las ideas pueden ser realizadas y la negación es fértil en alternativas. En el mundo de la cultura la izquierda deja de estar a la defensiva y se siente al fin demiurgo, creadora de su mundo. Pero en esa deriva a los márgenes se disipan los límites, y la izquierda se confunde con otras “izquierdas” nada anticapitalistas, con la “izquierda liberal”, la “izquierda libertariana”, la “izquierda nacionalista”, etc., y con todas esas “izquierdas post” que viven su existencia en la cultura como existencia apropiada, pues nacieron en la cultura y para la cultura. Confundida con todas ellas como “izquierda cultural”, no solo se aleja de su esencia anticapitalista sino que tiende a convertirse en forma de intervención funcional que requiere el capital, incluso en fuerza innovadora del capital. Es así un buen ejemplo de lo que Marx llamaba “subsunción real””.
VIII1. Solo un breve comentario, a una tesis que también merecería páginas. Creo que el campo de la cultura es hoy el territorio de exilio de la izquierda. No ignoro que en determinadas condiciones históricas la lucha cultural tenga todo su sentido en la política de izquierda. A pesar de su fracaso, y a pesar de las sombras y demonios que puso en marcha, la revolución cultural de Mao tenía sentido, estaba encuadrada en la lucha política del PCCh y directa e inmediatamente enfocada a revolucionar las estructuras económicas y las formas de vida de la sociedad. Sin duda fracasó. Más aún, sin duda tuvo efectos monstruosos. Pero respondía a una posición de izquierda y a una estrategia consciente de izquierda.
Más dudas me crea la revolución cultural de los estudiantes de Berkeley, o el mayo francés, en los años sesenta, o la revolución ontológica y de la sensibilidad de Marcuse, aunque en su momento fuéramos contaminados por las propuestas: La imaginación al poder, Prohibido prohibir, El aburrimiento es contrarrevolucionario, La cultura es la inversión de la vida, Sed realistas, exigid lo imposible, Olvida lo aprendido, comienza a soñar, Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo. Las vivimos como consignas revolucionaras, que desafiaban al poder, que se rebelaban contra la dominación en todos sus lugares, formas y matices. Contra la “represión innecesaria”, parecía ser la máxima hegemónica.
Pero hay mucho de fetichismo en el culto a estas máximas; y poco análisis de su significado político. Incluso teniendo en cuenta que el sujeto que vivía en ellas su emancipación era confuso, incluso atribuyéndoselas a la izquierda política, en cuyo seno la izquierda anticapitalista era muy minoritaria aunque con gran capacidad de dirección de aquellas luchas, hay buenas razones para valorarlas como expresión de una conciencia de izquierda en estampida. Recordad como acabó, recordad qué siguió, recordad la deriva posterior de mucho de sus lúcidos protagonistas.
Si tuviéramos la valentía de hacer una interpretación sosegada de la revolución cultural china, en lugar de ver su mal en la monstruosidad de “la banda de los cuatro”, tal vez nos fijaríamos en la paradoja de que una fuerza en el poder encabece una revolución cultual. ¿No es sorprendente? Las revoluciones son cosas de la oposición, ¿o no? Tal vez la conquista del gobierno, aun siendo por vía revolucionaria, no supone tener el poder, la capacidad de subsumir la sociedad bajo una nueva forma. Y si, de modo semejante, analizáramos el mayo francés, tal vez veríamos que sí, que fue de izquierda, incluso que fue revolucionario, pero protagonizado por clases y sectores sociales en gran medida sostenedores del régimen, que iniciaron la transformación de las estructuras sociales y culturales de unas formaciones políticas que ya habían hecho la correspondiente trasformación económica y social. Una izquierda, pues, genéricamente revolucionaria, pero no anticapitalista (aunque subjetivamente muchos lo fueran); su revolución consistió objetivamente en profundos cambios sobreestructurales que, podíamos pensar, el capitalismo necesitaba en su fase de consumo.
Pero, entonces, ¿cómo valorar el papel en ese movimiento de las fuerzas de izquierda anticapitalista, que sin duda estaban presentes? Unos pensaban que las propuestas pertenecían a la sociedad emancipada, y que daba igual avanzar hacia ella en lo económico o en lo cultural; e incluso teorizaban que esta vía era la vanguardia que facilitaría cambiar la conciencia de clase… Otros, más ortodoxos, valoraron que había que lanzar contra el capitalismo a todos los sectores descontentos con él y con todas sus armas. Pero muy pocos, aunque en el PCF se sospechaba del carácter pequeño burgués de la revuelta, comprendieron que aquella movida cultural anticonservadora era solo eso, anticonservadora, pero en modo alguno anticapitalista; pocos fueron conscientes de que se trataba de una punta de lanza en la transformación pendiente del capitalismo, que ya necesitaba liberarse de su camisa productivista, austera y ascética, rasgos todos de la clase burguesa que hasta ahora había sido hegemónica y que ya lanzaba el grito de su desaparición, a las puertas de un capitalismo de consumo que exigía liberarse de la figura del camello nietzscheana, que exigía liberarse del “burgués”.
Analizad las anteriores y otras máximas de esa revolución cultural: no encontrareis una que combata el consumismo, y sí muchas la moral de la austeridad. No sería errado, creo, caracterizar ese movimiento triunfante –no olvidemos que triunfó- como la catarsis necesaria para entrar en una etapa de transgresión de los valores: una etapa en la que un capitalismo más grosero y sin alma pasaba a dominar sin la necesidad de represión física y emocional innecesarias; pasaba del castigar al vigilar; del “hacer morir o dejar vivir” al “hacer vivir o dejar morir”. Se estaba pidiendo al poder capitalista que cuidara de nuestros cuerpos, que nos hiciera felices y que nos dejara hacer con ellos lo que quisiéramos, nos dejara morir en paz. La máxima de aquel movimiento, aunque no la escribieran en las paredes, era la que ya hemos citado: contra la represión innecesaria. Fue el exitoso mensaje de Marcuse. ¿Era emancipador? Era antirepresivo, radicalmente antidominación. ¿Anticapitalista? Sigamos reflexionando.
5. Derrotados y desarmados
De la anterior descripción de la condición de la izquierda orgánica saco una conclusión: lo peor de una derrota es el desarme, que amenaza con prolongarla indefinidamente. Y la izquierda, en general, ha perdido organización, poder de acción; y ha perdido ideología, esa ideología orgánica ligada a su experiencia del sufrimiento y la exclusión, esa ideología enraizada en su conocimiento teórico y práctico de los mecanismos del capital. Esta es la sensación que tengo, que nos han desarmado, nos han robado las armas con las que podríamos un día renacer.
¿Quién es el culpable? Sin duda, el orden capitalista. Podemos buscar errores estratégicos, vicios en lar organizaciones o en sus dirigentes…, pero eso es accidental y secundario; incluso esos “errores” deberíamos valorarlos como efectos del poder del enemigo. El concepto de izquierda que hemos articulado exige ver la causa última de su derrota siempre fuera. Hemos de asumir, como principio metodológico flexible, que la izquierda actual es lo que puede ser, sin juzgarla por sus pecados, que no son suyos. Y en esta perspectiva, creo muy conveniente que reflexionemos sobre la especial intensidad y cualidad de la subsunción en que hoy se mueve, de los radicales, diversos y sutiles efectos de la dominación a que está sometida. Lo sintetizaré, de forma muy esquemática, también en unas cuantas tesis.
5.1. Tesis IX . “Nos han robado la ideología. Una izquierda derrotada es una izquierda desarmada: y su arma más esencial es la ideología, esa fuerza que nace en la necesidad y se mueve con la voluntad. La izquierda está derrotada en la medida en que está desiodeologizada. Su fracaso en el espacio económico y su ineficiencia en la lucha política acabó en la cesión del espacio ideológico, asumiendo así la tesis de la derecha que había declarado la vaciedad y esterilidad de los grandes relatos”.
IX1. La crítica de Marx a la economía política, a la que dedicó incansable su vida, pivotaba sobre la desmitificación del positivismo; Adorno y la escuela de Frankfurt, igualmente, hicieron del combate contra el positivismo la razón de ser de su filosofía. Pues bien, a partir de los 60 la izquierda iría ignorando esa función. Nada es hoy más universalmente aceptado que los partidos están al servicio de las necesidades de la gente, necesidades que subrepticiamente se identifican con sus deseos; ninguna razón es hoy en nuestras ágoras más poderosa en política que “hacer real en la ley lo que es real en la calle”. Nada hay más sagrado que “convertir el derecho el deseo del pueblo”, evocación con pseudo-aureola ética de otra más universal: “darle al cuerpo lo que es del cuerpo”.
El positivos es el rostro oculto del subjetivismo: aparenta un culto a lo real existente para legitimar en su nombre la particularidad. Hay gente que ocupa pisos, legitimémoslo; hay prostitución, legalicémosla. ¿Son políticas de izquierda? Lo que sé es que el argumento positivista no lo es. Si no, deberíamos seguir: hay pobreza en las calles, pues una ley la legitime constitucionalmente; hay robos, hay violencia machista, luego…. Hay desigualdad obscena, es un hecho, protejámosla con nuevas leyes, por si se debilitan las existentes. No, ese argumento no es de izquierda; aunque en algún caso se usara para un objetivo justo. Necesitamos una ideología de izquierda coherente y bien articulada, que nos permita vivir y responder en esas situaciones, espontáneamente, sin necesidad de continuas exégesis. La ideología sirve para eso, para vivir de forma inmediata la existencia, sin necesidad de arduos análisis reductivos a la estrategia. Pero para ello es necesario que esa ideología se constituya desde esa reflexión seria, autoconsciente.
Toda clase o grupo social necesita de una ideología desde la que vivir la realidad y enfrentarse a ella; como tota sociedad necesita de una ideología dominante que haga posible la reproducción del sistema. Pero las grandes ideologías son más necesarias para la negación que para la conservación. Al fin el capital puede sobrevivir, y hacerlo bien, sin mirar a los cielos; pero la izquierda necesita cierta trascendencia. Horkheimer, en sus últimos días, tras una vida defendiendo la inmanencia y terriblemente angustiado ante la idea que se iba apoderándolo de él de que la revolución no llegaba por esa vía, confesará que, si llega esa hora de la derrota del pensamiento, será preferible dar entrada a la trascendencia y así seguir creyendo que desertar, que asumir la derrota final. Debería hacernos pensar.
IX2. Donde mejor se aprecia la desideologización de la izquierda es en el destino que han tenido las figuras clásicas, el comunismo y el socialismo [también el anarquismo, pero ésta ha sabido metamorfosearse y estar presente en otras figuras contemporáneas]. Si yo dijera ahora que la desaparición del comunismo, o su clandestinidad voluntaria, es la manifestación más obvia de la terrible crisis de la izquierda, muy pocos me creerían y, por el contrario, me dirían, tal vez con razón, que se me ha parado el reloj. En cambio, es la consecuencia directa de las tesis que he expuesto, desde las cuales la izquierda genuina del capitalismo, la izquierda orgánica, es necesariamente anticapitalista, y dentro de las diversas figuras el comunismo era –y así fue en su momento histórico- la más radical y consecuentemente anticapitalista.
Sin embargo, la dominación del capital también se mueve, está viva, y sea porque la izquierda comunista, y la socialista clásica, fueron severamente derrotadas, sea porque se han puesto a la orden del día otras formas de explotación y dominación, o por ambas cosas a la vez, hoy las izquierdas comunista y socialista clásicas han pasado a ser irrelevantes en nuestro mundo occidental. Y eso apenas en medio siglo, pues la resistencia a la barbarie fascista, que también fue una forma de estado del capitalismo, fue protagonizada de forma eminente y sacrificadas por esas figuras de la izquierda. Hoy han aparecido otras nuevas, metamorfosis de las de ayer o productos I+D+I de laboratorio; pero las más radical y genuinamente capitalistas, me temo que han sido heridas de muerte.
Insisto, en absoluto trato de menospreciar las izquierdas actuales; es lo que hay, y en cualidad e intensidad he de pensarlas proporcionales a la forma y contenido de la dominación del capital. Son rigurosamente actuales, de nuestro tiempo. O diré de forma provocativa: el concepto de izquierda excluye el vicio; si éste afecta a la izquierda empírica, es como efecto, herida de la lucha. Como diría Spinoza: como pasión, como algo que padece. Pero debemos visualizar y analizar sus pasiones, sus heridas de guerra, que sólo se curan con autoconsciencia. Además, hemos de tener presente que ese concepto nos exige pensar la izquierda como realdad histórica.
A un post-capitalismo parece corresponderle una post-izquierda. Reconozco que a veces esta izquierda me parece excéntrica, retórica, diseminada y precaria, pero sé que debo aparcar la nostalgia y reconocer que esos son signos de nuestro tiempo; que la de ayer no sirve para hoy, pero que la de hoy no sirve simplemente por ser de hoy; servirá si es como puede ser, si en el espacio de subordinación en que se haya logra la autonomía operativa y la autoconsciencia posibles. Cada tiempo tiene sus formas de dominación y sus izquierdas correspondientes, según las tesis que he defendido; la imaginación productiva, imprescindible, apenas nos permite adelantarnos unos pasos en el recorrido de la historia; quien salte lejos hará un hermoso vuelo, pero en solitario y a lo meramente ilusorio.
Éstos son tiempos de un capitalismo victorioso, a los que corresponde de forma natural una izquierda fuertemente subordinada y dependiente; un capitalismo dominante en todos los espacios de la vida, permitiendo izquierdas de audaces retóricas, de bellos tonos rebeldes, con pintorescas sobreactuaciones llenas de poesía y épica. Recordemos que ya a Marcuse le parecía insignificante una revolución como la de Marx, limitada a lo económico; y la de Lenin, que la extendía a la política [la política al puesto de mando]; y la de Mao, que la amplió a los espacios de la cultura. Marcuse proponía una revolución ontológica, centrada en la revolución de las formas antologías de percepción… Algunos recordaréis cuando los arquitectos con su diseño y los cineastas con sus cámaras emprendían convencidos la tarea de acabar con la burguesía de la manera más radical y definitiva; cambiando su forma de percibir el mundo.
Como digo, trato de comprender las izquierdas de hoy, no menospreciarla; mi posición ontológica no me permite juzgarlas, solo me obliga a comprenderlas. Y en esa perspectiva no puedo evitar sugeriros que os hagáis preguntas como ésta: ¿por qué Benjamín es hoy un autor sagrado para la izquierda y en cambio Adorno está siendo sepultado en un silencio cada vez más denso?
5.2. Tesis X. “Junto con la ideología nos han robado el futuro. La izquierda está determinada a vivir en el futuro y del futuro; necesita del tiempo abierto y prolongado donde encontrar momentos de emancipación, caminos infinitos que permitan pensar el fin de la historia, de la indigencia, de la explotación y la injusticia. Pero el capitalismo, en cambio, vive del y para el presente; su envejecimiento le circunscribe más y más intensamente al presente, a la pura inmediatez. Su existencia es contra el tiempo, el de Kronos y el Kairós; necesita comerse el futuro, cada vez más se come nuestro futuro”.
X1. No es extraño que haya seguido esta evolución. Pertenece a la esencia del capitalismo luchar contra el tiempo, reducir el tiempo: tiempos de circulación, tiempos de rotación, tiempos muertos…. Esta es su paradoja: vive, se alimenta del tiempo, pues el plusvalor es tiempo de trabajo no pagado; su “plusvalía absoluta” es tiempo, se mide con el tiempo; y en paralelo, la maximización de la extracción del plusvalor, el incremento de la plusvalía relativa, le lleva a acortar los tiempos.
Esta lucha contra el tiempo tiene dos dimensiones. Es sin duda una lucha contra Kronos y su tiempo mecánico, pura cantidad, lucha contra el reloj; pero también es lucha contra Kairós, el tiempo cualitativo, la sustancia del ser. Podemos apreciarlo hoy de manera evidente: se disuelve la diferencia día-noche en los turnos de trabajo, se disuelve el sentido de los festivos, ya meros tiempos de reposición de fuerza de trabajo. En el espacio agrícola, el más visible por ser más tradicional, porque ya existía y el capitalismo lo ha transformado, los tiempos de Kairós (las estaciones, la meteorología, tiempos de lluvia, tiempos de cosecha…, los colores en el calendario) van siendo sistemáticamente reducidos a tiempos uniformes de Kronos. Y, a la vez, crecientemente reducidos en su cantidad. Si en la antigüedad Kronos estaba subsumido en Kairós, el capitalismo invierte la subsunción, lo uniformiza todo para que todo funcione al servicio del cronometro, y así emprender su paradójica marcha. Solo el tiempo de Kronos es traducible a trabajo abstracto, a valor; y solo reduciendo el tiempo de trabajo, reduciendo el valor de las mercancías, el capital se valoriza.
Hoy le toca a la misma vida del trabajador: ya ha decidido cuando es trabajador y cuando ya no es su tiempo. Y, paradójicamente, cada vez más acorta el tiempo de vida del trabajador, lanzándolo al paro eterno.
X2. Sí, el capitalismo vive venciendo al tiempo. Vive venciendo al futuro, sometiéndolo. Cada vez más necesita asegurar su futuro garantizando la presencia en el mismo de los elementos que necesita para su reproducción: energía, fuerza de trabajo, materias primas, naturaleza…. Pero, al mismo tiempo, cada vez más necesita consumir hoy ese futuro. Pondré un ejemplo: el endeudamiento. ¿Qué otra cosa es sino que un pueblo, una empresa, o un ciudadano, está consumiendo lo que producirá a lo largo de los futuros años? Pero esto no es un accidente, es una ley general cada vez más irresistible; es la ley del capital que nos condena a vivir en el presente inmediato comiéndonos nuestro futuro.
Una existencia así no es apropiada para la izquierda. Ésta necesita de la esperanza, incluso de momentos de utopía. El fin de las ideologías, o de los grandes relatos… es eso: la derrota de Kairós. Y no se recupera la ideología, la ideología de izquierda, si no es recuperando cierto culto a los tiempos.
5.3. Tesis XI. “Nos han robado el lenguaje. El manifiesto podemita es un claro ejemplo de esa propensión al lenguaje retórico, a la sobreactualización teatral, a la escenificación del “agonismo épico” que sustituye y oculta las más prosaicas narraciones del antagonismo”.
XI1. Deberíamos rebelarnos contra el lenguaje que borra las diferencias, contra los discursos que disuelven las oposiciones y reducen los conflictos a anomalías frutos del error o la contingencia. Pero también la apuesta en escena de narrativas de batallas épicas, miológicas; si algo nos ha enseñado la historia es que los seres humanos han superado a los dioses en su capacidad para generar tragedias y barbaries; lo sublime no es propio del Olimpo, ni siquiera del teatro humano; al menos en sus rostros más negros los hombres son duchos en engendrarlo.
Hemos de recuperar la dimensión dialéctica de la ontología, donde la contraposición está en el ser, en la realidad, en ese juego vida/muerte, justo/injusto, patrón/obrero, capital/trabajo, izquierda/derecha… Sí, hemos de recuperar la perspectiva del antagonismo, de ese amigo-enemigo schmittiano (otro casi-nazi, pero que también pensaba) que tanto inquieta cuando es pensado por las musas, pero que en su existencia vulgar es simplemente real como la vida. Si no recuperamos el “viejo” lenguaje anticapitalista, no recuperaremos esa forma de conciencia, esa forma de izquierda.
Hace unos días, movido por la sospecha tras la lectura del programa de Podemos “Un País para la gente. Bases políticas para un gobierno estable y con garantías”, hice unos sondeos estadísticos del texto, que no solo confirmaron mis primeras impresiones, sino que me alarmaron poderosamente. Os lo resumo, podéis comprobarlo vosotros mismos por si he cometido algún error [20]. Lo digo sin ira, solo con nostalgia. Con ese vocabulario ¿se puede hacer un análisis de nuestra sociedad y unas propuestas de transformación de izquierda? Notad que se ha castrado el vocabulario, que no es ni siquiera el que habitualmente usan muchos de sus militantes. ¿Por qué?
5.4. Tesis XII . “Nos han robado el pensamiento insubordinado, que no es solo estética rebelde, que también, sino liberado de toda instrumentalización. El pensamiento no instrumental, el que no se orienta y adecúa a la acción, el que solo persigue comprender el mundo”.
XII1. La vida en el capitalismo está orientada a la acción; incluso a la mera acción por la acción, como entrenamiento constante. Si os preguntan qué habéis hecho estas vacaciones (fijaos bien: qué habéis hecho ) podréis responder con cualquier acción (viajar, ver exposiciones, jugar el tenis, incluso escuchar música…). Cualquier actividad tiene sentido. Pero si contestáis: me he dedicado a pensar: esta no-actividad, que es lo otro del hacer, causaría sorpresa y pensarían que algo os falla en vuestra cabeza o en vuestra vida. Conclusión: lo importante es la acción, no el pensamiento.
En nuestra sociedad domina la acción, que tiende a ocuparlo todo. ¿No se piensa realmente, o es un tópico? La verdad es que en cierto modo sí, nunca se ha pensado más: pero es un pensamiento para la acción, para hacer algo. Para ser médico o aprobar unas oposiciones; para producir cosas; para innovar. Un pensamiento subordinado a la producción, instrumental: es el triunfo de la razón instrumental que enunciara Horkheimer; es el triunfo de la técnica que enunciara Heidegger. Pero pensar simplemente para comprender…, poco y cada vez menos. Eso “no se necesita para nada”. Y es verdad, en nuestro tiempo para actuar no se necesita comprender. Nos vamos acostumbrando a actuar sin sentido, sin necesitar sentido alguno.
La consciencia de izquierda cayó en esa trampa, interpretando mal a Marx. Hemos de liberarnos de la interpretación pragmática de la Tesis XI sobre Feuerbach, y reivindicar vivir [a ratos] de espaldas a la acción; sería la forma de resistir esa dominación que tiende a reducirnos a la figura del Homo Faber.
Una existencia en la inmediatez, hábitat idóneo del buen consumidor, no necesita, sino que excluye, la reflexión. El ciudadano era una figura que, al menos idealmente, pensaba por sí mismo; el consumidor es una figura que, en su ideal, no pasa por la reflexión, sino que la excluye. La vida como degustación es eso, una vida en la superficie, en los sentimientos y emociones, inmediata y efímera. Ese es su atractivo, ciertamente no escaso. Pero esa ausencia de pensamiento, que se compensa con la intensidad emocional, casa mal con la posición de izquierda, que se enfrenta a toda forma de dominación. Y, como ya he dicho, creo que hoy el éxito del capitalismo se basa en haber desarmado a la izquierda: y una manera de hacerlo es liquidando la figura de ciudadano y sustituyéndola por la del consumidor. Un consumidor rebelde, descontento, insatisfecho… es la mejor garantía de reproducción del capital.
5.5. Tesis XIII . “Nos han robado incluso el saber, sin duda el saber técnico, saber-conocimiento, que ahora está inscrito en las máquinas, convirtiéndonos en auxiliares de la técnica; pero me temo que también el saber-pensamiento, esa función intelectual que ya D´Alembert Diderot, en su Discurso Preliminar a la Enciclopedia, al igual que las belles arts , consideraban perteneciente a esa esfera propiamente humana, esfera de la libertad, a la que los pueblos acceden cuando y en la medida en que han conseguido consolidar y superar el saber-conocimiento, instrumental, exigido en la esfera de la necesidad”.
XIII1. Nos han robado muchas cosas. Fijaos, hasta han privado al trabajador del saber, que ahora está inscrito en las máquinas. Éstas, a diferencia de las del capitalismo productivo, no se mueven por la habilidad, destreza y conocimientos del trabajador; al contrario, es éste quien ha de adaptar sus movimientos a la “sabiduría” inscrita en unas máquinas que no conoce. Por eso nuestros programas de grado de Filosofía, que ni siquiera contemplan la investigación como uno de sus pilares, confiesan que el objetivo es que el alumno consiga las “capacidades, habilidades y destrezas” adecuadas. ¿Adecuadas a qué? ¡Qué lejos de aquel ideal antes citado de Diderot de formar hombres avec tête et coeur!
Y todo ¿a cambio de qué? A cambio de habernos convertido en simulacros de sujetos de derechos. Sí, consumidores de derechos. La defensa y ampliación de los derechos se ha convertido en el último y único horizonte de la izquierda. Pero incluso en la defensa de este imprescindible territorio se aprecia que la izquierda ha perdido su consciencia, pues al ignorar el funcionamiento del capital, y los derechos están subsumidos en el mismo, no puede comprender que su sacralización forma parte de su enajenación. Pero este tema es muy complejo, necesita más tiempo del que aquí disponemos; lo dejamos para otra ocasión.
Hemos de cerrar. Y hemos de hacerlo sin apenas decir nada de lo que debería ser el punto de partida de una terapia para la crisis de la izquierda: el conocimiento de las nuevas formas del capital en nuestro tiempo, el capital que neoliberal ha pasado a subvencionado, el capital parásito de las grandes inversiones del Estado, el capital que renuncia a la propiedad para valorizarse como gestor de empresas y entes públicos, el capital de propiedad difusa o de los gerentes, el capital apátrida o nómada… Solo conociendo estas figuras podemos vislumbrar el desierto en que nos estamos adentrando; sólo conociéndolas podemos conocer lo que estamos llegando a ser; sólo así la izquierda puede acercarse a su consciencia, a saber realmente lo que mañana será; sólo así, en definitiva, la izquierda orgánica será izquierda, sabrá lo que sí se puede y debe hacer. Estas cosas tendremos que dejarlas para otra ocasión, pero con el compromiso de seguir pensándolas. Como decía Spinoza, aunque nos roben, silencien o prohíban la palabra, no conseguirán robarnos el pensamiento en silencio. Defendamos, pues, lo que nos queda, aunque sólo fuera el silencio del pensamiento.
Gracias por vuestra atención.