SOBRE UN LIBRO DE J.L.TASSET





La reflexión filosófica sobre la obra humeana suele cruzar dos perspectivas, que se muestran como inseparables, pero que generan obstáculos cuando no se las distingue y usa conscientemente. Una de ellas, con mayor arraigo historiográfico, enfoca a Hume como filósofo y trata de definir su posición ontológica, epistemológica, ética o política del escocés; la otra, más afín al post-analiticismo contemporáneo, enfoca la obra del escocés como un discurso sobre la filosofía, desde fuera, anticipando el camino que, mediatizado por Marx, Nietzsche y Freud, desembocará en la crisis postheideggeriana de la racionalidad , con Rorty como figura cierre del trayecto, sin duda el más humeano de los pensadores actuales. Las diversas interpretaciones de Hume responden al desplazamiento hacia una u otra así como a la articulación de ambas en el proceso analítico o reconstructivo.

Desde esta tipología historiográfica el libro de J.L. Tasset, La ética y las pasiones (1999), no escapa a esas coordenadas y se sitúa de forma explícita en la perspectiva del Hume filósofo (llamaremos a la otra perspectiva del Hume postfilósofo). Eso sí, lo hace con lucidez, dejando de lado conscientemente la sospecha humeana sobre la filosofía y, en particular, la problemática del escepticismo humeano y su especificidad. No es necesario decir que hoy la elección de la perspectiva o posición hermenéutica es uno de los derechos de la cuarta generación más indiscutibles. Nada que objetar, por tanto, al profesor Tasset; al contrario, es obligado el reconocimiento y elogio por hacerlo abierta y tajantemente.

Eso no obstante, hemos de reconocer que siempre que se elige un camino se cierra el paso a otro; escribe un libro y silencia otro. Y si bien estoy seguro de que siempre se elige el camino que se quiere elegir, no lo estoy tanto de que al final se escriba el libro que se quiere escribir. Este es, a mi entender, el caso de J.J. Tasset en este libro; y me apresuro a decir que, en este caso, no hay que lamentar el resultado, tanto por la consistencia y rigor del texto como por la presencia de lo silenciado. Quiero decir que, a mi entender y para felicidad del lector, Tasset no logra liberarse de aquello que silencia, que lo clausurado domina el escenario de su reflexión, aportando al texto profundidad y pasión. Lo ausente se deja sentir incluso en la rotundidez misma con la que Tasset intenta reducirlo: "el objetivo primario de este trabajo es proporcionar una interpretación unitaria y coherente de la filosofía moral y política de Hume que haga posible que su influencia en los planteamientos contemporáneos de esta disciplina sean aún mayor". La profesión de fe de unidad y coherencia, de "unidad intrasistemática", intenta en vano cerrar la puerta a la paradoja y la contingencia, que curiosamente es lo que más presente está hoy del pensamiento humeano.Tasset parece haber elegido a Hume para tomar posición frente al presente, frente a la crisis de la racionalidad y, en especial, los asaltos a la razón práctica, cosa que proporciona al libro una dimensión trágica oculta tras su decir seguro.

Tasset sabe, porque ya Hume lo había expuesto magistralmente, que la lucha entre la razón dogmática y la razón escéptica, entre las fuerzas afirmativa y negativa de la razón, entre la creencia y la duda, entre la fe y la crítica, es una lucha eterna e indecidible, ante la cual sólo cabe tomar posición filosófica. Y Tasset lo hace: entiende que apostar por la racionalidad, por la filosofía, exige partir de la clausura de la problemática de escepticismo (pues enfrentarse a ella equivaldría a optar por escribir otro libro). Y lo hace con decisión: puesto que entiende que la corriente historiográfica que cuestiona la posibilidad de una fundamentación legítima de la moral es deudora de la "interpretación escéptica radical" de la filosofía de Hume, las cosas se facilitan si se rompe con ella; desde una interpretación epistemológica y metafísicamente no escéptica del escocés, nos dice, "podemos intentar defender una visión no escéptica de la fundamentación moral". El escepticismo es, al parecer, el gran obstáculo para un Hume filósofo de la moral y de la política; clausurado, las perspectivas se aclaran: "La primera tesis interpretativa que debemos tener en cuenta es el rechazo de todas las interpretaciones de Hume como un escéptico radical". Omitida esa vía de reflexión, la vereda queda transitable: "En concreto, intentaremos argumentar que en Hume se encuentra una elaborada posición empirista, naturalista […] y utilitarista con respecto al tema de la fundamentación moral, que se desarrollará y elaborará aún más en su filosofía social y política". Por tanto, toma de posición nítida; opción práctica que no queda subordinada a los resultados de la ontoepistemología, sino que determina la elección de ésta: para que haya en Hume un filósofo de la moral y de la política debemos negar su escepticismo, silenciar sus sospechas sobre el sujeto, sobre la sustancia, sobre Dios, sobre la razón. Comparto con Tasset esta primacía de la filosofía política (no ya de la política) sobre la ontología y la epistemología; este es el orden del discurso apropiado tras la crisis de la fundamentación en filosofía, y Hume es uno de sus más brillantes pioneros.

A partir de aquí Tasset nos ofrece un recorrido brillante por los grandes temas de la filosofía humeana, con gran erudición, con sobrias referencias a los textos y con escrupulosas categorizaciones analíticas. A partir de aquí encontramos un gran libro de un buen profesor, que conoce los temas polémicos de la obra humeana, que sabe elegir y detenerse en los problemas, redescribirlos con fluidez, dialogar con firmeza y potencia con los intérpretes rivales, en fin, ordenar y esclarecer los numerosos huecos del pensador escocés. Un libro que tiene el inestimable mérito de forzarnos a repensar nuestras redescripciones humeanas y nuestra posición en el presente.Honestamente, creo que es un magnífico texto para introducirse en la problemática humeana, con el añadido de estar hecho con pasión, finura analítica, precisión en la formulación de las tesis mantenidas y claridad en los objetivos teóricos perseguidos.

Pero esta opción implica dos tipos de efectos, en lo que se dice y en lo que se silencia, algunos de los cuales quiero señalar. En cuanto a los primeros, creo que el rechazo de afrontar abiertamente la problemática del escepticismo humeano lleva a la indecisión en el tratamiento de algunos problemas teóricos claves del pensamiento de Hume. Así, cuando en el capítulo IV, sobre "La filosofía moral de David Hume", aborda el clásico problema del "Slave Passage", el de la relación entre la razón y las pasiones, hay momentos en que la fidelidad exegética de los textos acentúa implícitamente el irracionalismo del escocés, al tiempo que el posicionamiento filosófico político insiste alternativamente en reivindicar el papel notable que Hume atribuye a la razón. Creemos que, a pesar de la finura del análisis de Tasset, los argumentos aportados no son definitivos; y no lo son porque no pueden serlo, porque el discurso humeano al tiempo que filosófico es un discurso sobre la filosofía. Los argumentos de Tasset, difíciles de cuestionar en el escenario que se sitúan, no son suficientes en tanto que están presos por ese escenario de reflexión: establecer la relación entre razón y pasión, necesaria para que tenga sentido una filosofía moral e imposible desde una ontología que define a la razón inerte. En ese marco, la reflexión se condena a apostar por formas indirectas, mediatizadas y de difícil cualificación (pasiones razonables o razones apasionadas). Para salir de la jaula hay que redefinir el escepticismo humeano y, en especial, su posicionamiento exterior a la filosofía. La provocativa sentencia del escocés declarando la razón esclava de las pasiones no es sino una metáfora de la idea hobbesiana según la cual cuantas veces la razón se enfrenta a la naturaleza humana, otras tantas ésta se rebela contra la razón. Una metáfora que clama contra las ingenuidades del racionalismo moral, pero que no sirve de refugio a las interpretaciones sentimentalistas (subjetivismo o emotivismo) del escocés. Es decir, más que una tesis es la señal de un problema y la indicación en negativo del camino de su solución.

Algo semejante ocurre al abordar en extenso la "falacia naturalista" y la problemática de la utilidad. En ambos casos Tasset se ve forzado a documentar la verdadera posición de Hume frente a otras interpretaciones con similares pretensiones de verdad; y en ambos casos el rigor y la documentación sobreabundante no logran la victoria definitiva. Es indiferente, al respecto, que la exégesis de Tasset sea extensa y profunda y la argumentación consistente; aunque las de sus rivales tuvieran menor potencia, no pierden del todo su verosimilitud. El problema, a mi entender, es que una vez se acepta el escenario filosófico como marco de discusión la reflexión se ve arrastrada a una tarea imposible: reducir a unidad y coherencia un discurso que incluye la sospecha sobre sí mismo. Y las indicaciones para salir de la jaula las encontramos en el propio Hume, cuando con con lucidez revela la paradoja del antiescepticismo. Vale la pena recordar el texto. El argumento en cuestión queda así descrito por Hume: "Si los razonamientos escépticos son fuertes, dicen, eso constituye una prueba de que la razón puede tener alguna fuerza de autoridad; si débiles, no podrán serlo tanto que invaliden todas las conclusiones de nuestro entendimiento" (TNH, 186). Es decir, en el escenario de la filosofía, el escepticismo es una filosofía y, por tanto, contradictoria: toda la fuerza de su argumentación contra la razón aparece como existencialmente inconsistente.

Pues bien, Hume dice que esta manera de argumentar no es correcta; y no lo es porque es reversible, es decir, puede aplicarse al racionalismo: si la razón es potente para afirmar, ha de serlo igualmente para dudar. Porque dudar, en buen cartesiano, es también razonar; porque la negación, en buen moderno, forma parte del método y de la racionalidad: "Hay un primer momento -dice Hume- en que la razón parece estar en posesión del trono: prescribe leyes e impone máximas con absoluto poder y autoridad. Por tanto, sus enemigos se ven obligados a ampararse bajo su protección, utilizando argumentos racionales para probar precisamente la falacia y necedad de la razón, con lo que en cierto modo consiguen un privilegio real firmado por la propia razón. Este privilegio posee al principio una autoridad proporcional a la autoridad presente e inmediata de la razón, de donde se ha derivado. Pero como se supone que contradice a la razón, hace disminuir gradualmente la fuerza del poder rector de ésta, y al mismo tiempo du propia fuerza, hasta que al final ambos se quedan en nada, en virtud de esa disminución regular y precisa. La razón escéptica y la dogmática son de la misma clase, aunque contrarias en sus operaciones y tendencias, de modo que cuando la última es poderosa se encuentra con un enemigo de igual fuerza en la primera; y lo mismo que sus fuerzas son en el primer momento iguales, continúan siéndolo mientras cualquiera de ellas subsista: ninguna pierde fuerza alguna en la contienda que no la vuelva a tomar de su antagonista" (TNH, 186-187). Texto crucial, que muestra la indecibilidad racional de las batallas filosóficas y la llamada a pensar la filosofía desde fuera de ella; texto que nos reclama no esperar victorias filosóficas definitivas; texto, no obstante, que legitima la filosofía como lucha entre opciones alternativas y que abre la ventana a esa prioridad de la opción práctica. La gran lección de Hume sólo se nos revela si la subordinación de la razón a las pasiones se desantropologiza y se entiende como prioridad de la razón práctica, como uso de la filosofía al servicio de la política. ¿No es eso lo que ha redescubierto Rorty?

El segundo tipo de efectos refiere más directamente a lo que se silencia. Para quienes nos sentimos más tentados por el otro Hume, cada paso del recorrido humeano del profesor Tasset nos genera cierta intranquilidad, al exigirnos una escisión incómoda: por un lado, compartimos, matices aparte, sus tesis, esa reivindicación de un Hume preocupado esencialmente por la moral y la política, su racionalismo de fondo, sus mal disimuladas pretensiones fundamentadoras, sus pretensiones de verdad enmascaradas bajo la renuncia a la misma a favor de la fuerza práctica de las creencias, en fin, su aspiración a un reino humano, si no de valores, al menos de virtudes. Ese Hume filósofo que Tasset reconstruye con pasión y tono polémico nos es cercano, reconocido, está en los textos, y el profesor Tasset se encarga con sobrado dominio de los mismos de mostrarlo de forma convincente. Pero, por otro lado, está igualmente presente en los textos, aunque sea de forma más fragmentaria y difusa, el otro Hume, el postmetafísico. Unas veces aparece con su fascinante máscara de escepticismo proteico,en la que unos ven los tonos radicales del escepticismo pirrónico, otros los menos disonantes del escepticismo mitigado, y no falta quien simplemente aprecia los acentos tónicos del escepticismo metodológico; máscara multiforme que unas veces cubre sólo el espacio de la metafísica y otras, con audacia, proyecta sus sombras de forma inquietante al escenario de la moral y la política.

Tasset no ignora la amenaza de la presencia de esos rostros;reconoce, incluso, que por los textos del escocés deambula otra figura inquietante, la del "ironista", que ni siquiera se deja reducir a variante del escepticismo (siendo éste, como el escocés reveló con finura, una figura interior a la filosofía), que se sitúa fuera de la filosofía -"postfilosofía" diríamos hoy-, sin voluntad de verdad, sin voluntad pirrónica, asumiendo el juego del decir sobre el mundo, la vida, la verdad y el valor … sin fundamento pero con sentido; una posición que juega a dejarse tentar por el nihilismo. Tasset es consciente de esta complejidad de Hume. Por tanto, ¿por qué opta por la clausura de estos rostros como exigencia para salvar al filósofo? Aunque, como vengo insinuando, tal vez toda clausura sea imaginaria, sea sólo otra forma de presencia.

Confieso que en mi primera lectura del libro de Tasset, hecha tal vez con el prejuicio de quien, como he dicho, siente especial atractivo por el discurso arqueológico y deconstructivista, la ausencia del metafilósofo me pareció un recurso, aunque legítimo, excesivamente cómodo y académico. La relectura, en cambio, me ha llevado a modificar mi juicio. ¿Por qué? Porque antes interpretaba el libro de Tasset como un diálogo con el gremio humeano, intentando rescatar la verdadera figura del filósofo de la maraña de rostros yuxtapuestos por la historiografía; ahora el escenario giratorio deja ver su otro oculto. Ahora la representación muestra a Tasset y Hume frente a frente y enfrentados. Tasset viene a decir a Hume: "Puesto que nos ofreciste una fundamentación razonable y plausible de la moral y de la políticas, ¿por qué nos complicaste la vida con toda esa deriva pseudoescéptica que ahora usan los enemigos de la razón y del progreso para cultivar el nihilismo, terreno apto para el dominio de los poderosos?". Y Tasset relata a Hume mil usos fraudulentos de sus textos, del “Is-Ought Passage" al "Slave Passage", del empirismo que disuelve la sustancia y la causalidad al utilitarismo que amenaza travestirse en mero hedonismo; recrimina al escocés que con sus veleidades haya generado tanta confusión y pone ante sus narices el espejo donde contemplar el rostro puro, desmaquillado, libre de lo inesencial y lo inauténtico. Parece decir: "Si eras una persona razonable y un pensador sano, defensor de la racionalidad, de las pasiones nobles, de los sentimientos elevados…, en fin, si eras un burgués lúcido, sereno y ecléctico, ¿por qué escribiste el primer libro del Tratado, especialmente aquél maldito "Apéndice"? ¿Por qué contaminaste tu verdad, racional, sistemática y agradable, con esas piruetas que permiten a los oportunistas convertirte en equilibrista y traficar contigo en mercados de ocasión?"

Ahora sé que el Hume ausente es en realidad el interlocutor de Tasset; que el escenario oculto es donde tiene lugar el debate filosófico, mientras en el público se representa la versión oficial y académica. Ahora puedo sumar las cualidades de las dos representaciones: en la de la presencia, un texto exquisitamente académico, donde la estructura analítica y el orden del discurso parecen destinados a alumnos, donde el tono y la argumentación se dirigen a la comunidad filosófica; en el escenario arqueológico, un debate filosófico existencial, de tonos humeanos, interno al autor, entre su pasión y su razón, entre su profesión de fe humeana y su intrínseca actitud racional; una lucha existencial, un combate entre el ser y el deber ser, entre el texto y el ideal. En este nuevo escenario el enfrentamiento de Tasset con Hume, intentando reducirlo a unidad y coherencia, es la forma simbólica del autor enfrentado a su mundo, a nuestro mundo, tentando de amor a la fragilidad, la inconsistencia y la contingencia.

Desde esta relectura, sólo puedo hacer una crítica al autor, y apunta a un hecho casi inevitable: que en su forcejeo con Hume, y puesto que es él quien tiene la llave de sus silencios, no haya igualado la presencia de las diversas figuras. Pero es una crítica menor y provisional, pues si mi interpretación es válida habríamos de concluir que el guión acabado no interrumpe la representación, que habrá un segundo libro, que llegará el día en que Tasset se verá obligado a hablar con esos otros rostros humeanos en el escenario público de la presencia. Y será así porque Tasset, como buen humeano, hay que usar con el mismo empeño las ganas de creer y las de dudar, la razón afirmativa y la negativa. Esperamos, pues, con impaciencia un nuevo libro sobre el Hume paradójico, asistemático, indeterminista e ironista. Y así seguirá la filosofía.


J.M.Bermudo (2000)