LA MÁQUINA EN LOS GRUNDRISSE




III. EL GENERAL INTELLECT


7. Producir riqueza, producir valor.

Así llegamos al texto que centra el debate sobre el “Fragmento” y, me atrevería a decir, sobre los Grundrisse. Son apenas tres páginas [1], un brevísimo apartado que versa sobre la “Contradicción entre la base de la producción burguesa (medida del valor) y su mismo desarrollo”. Un apartado que recomiendo leer de una tirada, sin pausas, para captar el hilo argumental y el esbozo de la idea; después podrá y deberá releerse detenidamente, analíticamente, pero creo imprescindible esta inmersión en la totalidad del argumento.


7.1. En este apartado es determinante el título: se aborda una contradicción interna a la producción capitalista, entre su base y su propio desarrollo, entre su sentido y su lógica. Nada sorprendente, pues el capitalismo es “contradicción en movimiento”, nos dirá luego. En rigor, en la ontología marxiana la contradicción es interna a la realidad y se refleja en la teoría positiva de la misma, en la ricardiana economía política burguesa. En este caso aparece al poner en la base la “medida del valor”, al asumir la teoría del valor-trabajo, que mide el valor de lo producido por el tiempo de trabajo individual inmediato. Esta concepción básica entra en contradicción con la representación del trabajo adecuada al capitalismo industrial maquinista, por la irrupción de la potencia productiva de la máquina, que parece disputar la creación de valor al individuo. Y la contradicción se muestra, aparece, en forma de problemas teóricos repletos de implicaciones prácticas.

De momento quedémonos con esta idea: el apartado de referencia que ahora leemos trata de analizar, descifrar y valorar una contradicción, presuntamente generada en torno a la medida del valor de lo producido en función del trabajo individual inmediato, criterio que parecía adecuado en el capitalismo de la herramienta, pero que parece extraño y ajeno en el de la máquina.

La lectura unitaria de este apartado permite constatar que se asienta en la reconstrucción que Marx ha venido haciendo de la génesis del capital. El problema que plantea corresponde a un momento de ese desarrollo; en concreto, la contradicción que señala, y que se manifiesta de forma general como oposición entre capital y trabajo, corresponde y se revela en el momento de aparición de la máquina instrumento. Y es curioso que este momento, en el contexto descrito como momento de la constitución del capitalismo en sentido estricto, -que en otros lugares califica como momento genuinamente capitalista o de la subsunción real-, sea considerado por Marx como el “desarrollo último de la relación de valor”:

“El intercambio de trabajo vivo por trabajo objetivado, es decir el poner el trabajo social bajo la forma de la antítesis entre el capital y el trabajo, es el último desarrollo de la relación de valor y de la producción fundada en el valor” [2].

¿Qué significa aquí “último desarrollo”? Leamos detenidamente la cita, que explicita que hay un momento del desarrollo del capital en el que éste se reproduce y crece bajo su figura de capital fijo, mediante la asimilación del trabajo vivo y su transformación en trabajo objetivado; es decir, un momento en que la forma capital, interviniendo sobre el trabajo general, sobre el trabajo social, genera en el seno de éste la distinción entre trabajo vivo y trabajo objetivado, al tiempo que la contraposición entre ambos al identificar este último con el capital. De este modo el proceso aparece como una relación de contraposición entre trabajo y capital, en la cual éste se apropia de aquél. Esta contraposición, interna al trabajo, generada por la forma capital, por su identificación con uno de los términos de la escisión, es ni más ni menos el mecanismo maduro, desarrollado, de apropiación del trabajo por el capital (del trabajo vivo por el capital fijo).

Pues bien, Marx dice que esta contraposición es, por un lado, “el último desarrollo de la relación de valor”, su última metamorfosis, y por otro, es también el último desarrollo “de la producción fundada en el valor” [3]. Tesis que, tan sincréticamente formulada, parece enunciar el fin de la producción fundada en el valor y el fin de la teoría del valor-trabajo que la representa, en definitiva, el fin del capitalismo en el orden económico y en la conciencia, en la práctica económica y en la teoría. Un anuncio del fin del capitalismo que resuena más poderoso al situarse su origen precisamente en su cénit, en el mismo momento en que alcanza su cima, o sea, cuando precisamente se constituye conforme a su concepto. Esta perspectiva no debiéramos perderla en nuestra aventura hermenéutica por el interior del apartado.

Es comprensible que, en la perspectiva genealógica que arrastraba de los aparatados anteriores de esta obra de los Grundrisse, aquí deba continuar describiendo este momento especial en que la relación de valor, y la producción que descansa en ella, llegan a su máximo desarrollo. Por eso enfatiza que una característica importante de la maquinaria, momento del capitalismo desarrollado, es que pone el capital social bajo la forma de antítesis entre capital y trabajo, que es la última figura de la relación de valor. En este momento último, dice Marx, la producción mantiene el mismo supuesto de siempre, a saber, que “la magnitud de tiempo inmediato de trabajo, el cuanto de trabajo empleado… (es) el factor decisivo en la producción de la riqueza” [4]. Es el supuesto de la teoría, de la ciencia económica capitalista, y Marx no parece de momento cuestionar este supuesto, sino que lo asume y defiende su inevitabilidad al pensarlo como intrínseco al capitalismo. Y lo hace a pesar de que está relatando y enfatizando todos aquellos cambios que, al menos en apariencia, parecen apuntar en contra, parecen exigir una revisión de la teoría. Mantiene el presupuesto como intrínseco al capitalismo, aunque sea contradictorio, porque el capitalismo no puede prescindir de ese supuesto, no puede escapar a su contradicción. Por eso Marx puede ver en ese momento el “último desarrollo”; por eso Marx puede ver en el cuerpo del capital fijo, que como figura del capital encierra la contradicción, la base material de la emancipación.

Pero vayamos por pasos. Marx reconoce, por ejemplo, que con el desarrollo de la gran industria la “creación de la riqueza real deviene menos dependiente del tiempo de trabajo”. Lo dice en un pasaje hartamente citado y recitado, que a mi entender debe releerse con detenimiento y perspectiva. Nos dice al respecto:

“Sin embargo, en la medida en que la industria se desarrolla, la creación de la riqueza real deviene cada vez menos dependiente del tiempo de trabajo y de la cantidad de trabajo utilizado que del poder de agentes que son puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, y cuya poderosa efectividad no está en relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta la producción, sino que depende más bien del nivel general del desarrollo de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción” [5].

Esta es la paradoja y aquí hiberna la contradicción, pues ese criterio de medir el trabajo por el tiempo, válido ayer, parece obsoleto hoy en que nuevos elementos parecen haber volado esa base material. El trabajo inmediato, el del obrero individual, parece contar poco, y mantenerlo como referente del valor resulta paradójico y tal vez contradictorio. He subrayado conscientemente el carácter de apariencia de este proceso, pero no se trata en absoluto de conciencia falsa o imaginaria; todo eso “parece” así porque en el fenómeno aparece así en realidad, es lo que se ve, se nota, se mide, se sufre. Fenoménicamente es lo real, la realidad empírica, pero no es toda la realidad; sin llegar a decir que no es la realidad, podemos al menos asumir que no la agota, dejando la relación entre la percepción fenoménica y la percepción conceptual como una open question.

Tal vez sería preferible caracterizar esta situación del capitalismo que describe Marx de “paradójica” en vez de “contradictoria”, pues si bien se pone en evidencia que en ella el concepto aparece desbordado por el fenómeno, ¿puede llamarse a esto realmente contradictorio? Nótese que, literalmente, Marx habla de la “creación de la riqueza real”, y que simplemente la considera más dependiente de la productividad, y en el fondo, de la composición del capital, que de la cantidad de la fuerza de trabajo usada. Esto no es nada novedoso, pues está inscrito en la búsqueda de plusvalor relativo: al reducir el tiempo de trabajo necesario, en cuyo resultado juega un papel relevante la composición del capital, en concreto, el fuerte incremente relativo del capital fijo, la masa de plusvalor -y no necesariamente la tasa de plusvalor- que se produce puede crecer aun bajando el variable, aunque sea la fuerza de trabajo la única fuente del mismo. Pero esa tendencia a crecer sólo se mantiene hasta cierto límite; la función de crecimiento es discontinua, tiene un punto de inflexión. Y las coordenadas de ese punto vienen establecidas por la variable v, que representa precisamente el capital variable. Hay un recorrido de la misma en que, para un mismo capital, al decrecer el variable crece el fijo y con ello la productividad y la masa de plusvalor, pero a partir del punto de inflexión en ese recorrido el decrecimiento del capital variable afecta muy negativamente a la tasa de plusvalor y, por su mediación, a la masa de plusvalor, con efectos perversos. Pero esto ya lo sabemos.


7.2. Ahora lo que nos interesa es constatar que, dentro de ciertos límites, la irrupción del saber en la producción, la incorporación de la ciencia a la máquina, en definitiva, la tecnología, contribuye poderosamente a rebajar los tiempos de trabajo necesarios. Marx señala, entre paréntesis, que el desarrollo de las ciencias en general, y en especial las ciencias de la naturaleza, mantiene una estrecha relación con “el desarrollo de la producción material”, favoreciendo la bajada de los tiempos de producción, que es otra manera de enunciar el crecimiento de la productividad. Y así, de este modo, la producción capitalista toma la apariencia de que la riqueza en el fenómeno, o el valor en la esencia, tiene su fuente en el capital fijo, en la tecnología, y no en la fuerza o capacidad de trabajo del obrero.

El hecho más “chocante” en esa producción de riquezas se nos manifiesta en forma de doble desproporción: desproporción cuantitativa, entre el volumen de trabajo (de fuerza de trabajo) utilizado y la masa del producto, es decir, la enorme productividad del trabajo; y desproporción cualitativa, a saber, la existente entre la reducida cantidad de fuerza de trabajo (capital variable) y la ingente magnitud de la tecnología (capital fijo). Si queremos expresarlo de otra manera, la enorme desproporción entre la debilidad del trabajo individual, no sólo económica sino funcional, reducido a “una pura abstracción”, pasando de la producción al control, frente al inquietante poder del proceso técnico de la producción que dicho trabajo vigila.

Marx así lo destaca, mostrando su sorpresa, aunque sin duda lo hace en forma retórica, para enfatizar la fuerza del proceso, no para manifestarnos su asombro ante una nueva paradoja. A estas alturas de su análisis no es nada extraño ni novedoso que, en la insaciable búsqueda de plusvalor, el capitalismo lograra incrementar poderosamente la productividad, ni que ese incremento pasara por la máquina y por la ciencia; al fin es lo que se desprende de su teoría y de lo que hace constar en sus observaciones. De todas formas, es interesante el énfasis que pone en destacar el cambio cualitativo del trabajo:

“El trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el hombre se comporta como supervisor y regulador con respecto al proceso de producción mismo… El trabajador ya no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio, entre la cosa y sí mismo, sino que inserta el proceso natural, al que transforma en industrial, como medio entre sí mismo y la naturaleza inorgánica, a la que domina. Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal” [6].

El texto sintetiza tan bien el proceso de evolución del capitalismo a su forma contemporánea que, aunque no aporte mucho contenido teórico nuevo, merece un par de comentarios. El primer párrafo es claro, y apenas necesita ser enfatizado. Marx señala que el trabajador ha pasado de productor, de actor, de sujeto, de elemento interno al proceso productivo inmediato, a “supervisor y regulador” del proceso, lo que le permite -como dice al final- ponerse al lado en lugar de ser “agente principal”. De todos modos, estos cambios funcionales, dada su formulación abstracta, a simple vista no parecen afectar a la fuente del valor; como regulador o supervisor, con trabajos duros o intelectuales, todo es fuerza de trabajo gastada, todo es tiempo de trabajo invertido. Por tanto, a simple vista y en abstracto, no afecta al problema que aquí nos ocupa.

Más relevante y explícito, por ser mucho más concreto, es el segundo párrafo, en que se describe que el trabajador ya no usa la herramienta (“objeto natural modificado”), producida por el trabajador, a su medida, como medio de trabajo, como mediación en su relación activa con la naturaleza (“entre la cosa en sí y sí mismo”), sino que, ahora, saliéndose fuera del proceso industrial, situándose en el exterior del funcionamiento mecánico de la máquina, aparece como controlador de ese proceso, de ese sistema-máquina, que usa como medios de dominación y apropiación de la naturaleza. Sin duda en el texto Marx enfatiza esta exterioridad de la fuerza de trabajo respecto al proceso de producción, en concreto, del trabajador respecto a la máquina tecnológica, para dar relieve al protagonismo relativo que ha adquirido la máquina, o sea, el capital fijo, a costa del obrero. Pero, bajo la afectación retórica, nos deja pensar que el trabajador sigue ahí, pegado al instrumento, ahora como controlador de la máquina. Y está ahí no sólo porque el trabajo sigue siendo trabajo, actividad humana de sobrevivencia, sino porque más que nunca se revela como trabajo capitalista, y por tanto como mecanismo de extracción de plusvalor, de explotación de la fuerza de trabajo. Aunque ahora aparezca en el centro, como figura principal, sino que “se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal”, sigue ahí necesariamente.

Debemos enfatizar que el proceso histórico del capitalismo lleva irremisiblemente al trabajador al sufrimiento de esta nueva enajenación, consistente en dejar de ser autor y pasar a ser mero vigilante y regulador de un proceso que ya no protagoniza, ni siquiera no controla. En la producción maquinista el trabajador no es un individuo que interpone un instrumento de trabajo que él maneja y domina entre él y la naturaleza, no es un sujeto que usa un medio conforme a su voluntad, fines, sensibilidad…; al contrario, en esta forma desarrollada de la producción capitalista es el proceso de producción el que inserta al trabajador en su seno, como parte o elemento del sistema mecanizado, para que medie entre la voluntad ciega del capital y la naturaleza. El trabajador deja de ser autor, e incluso actor principal, para devenir y funcionar como simple actor de reparto, como simple corifante o sirviente del proceso. El resultado es claro: el trabajo inmediato y el tiempo de trabajo, claves en la manufactura, dejan de ser la piedra angular de la producción de la riqueza en la producción tecnológica; pero ello ocurre no porque haya cambiado la fuente del valor, -si así fuera, ¿para qué mantener al trabajador? -, sino porque en ese triunfo de la máquina está implicada la maquinización del trabajo humano, o sea, la inmersión del mismo en un trabajador social:

“En esta transformación lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma a través de su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social” [7].

Una vez más pueden sentirse defraudados quienes esperan que Marx culmine su reflexión diciendo lo que parece estar anunciándonos continuamente, en esta descripción del capitalismo, a saber, que el individuo es sustituido por la máquina en la tarea de crear valor; una vez más aplaza esa “revelación”, se nos sale por la tangente y nos dice que la clave de la maquinaria es la sustitución del individuo por el “individuo social”, por el trabajador colectivo que, como vimos, es ya unidad mecanizada (cooperación y división del trabajo) e inevitablemente maquinizada, es decir, subsumida en la máquina. Por tanto, la pérdida de presencia del trabajo individual inmediato en el capitalismo tecnológico va acompañada, y tal vez provocada, por la aparición del trabajador colectivo, que tiende a generalizarse y coincidir con la población. No es la máquina técnica, sino ese “individuo social” del que la máquina instrumento es su cuerpo, el que “amenaza” al trabajo inmediato; si se prefiere, no es la máquina-instrumento sino la forma-máquina la que está en el origen del desplazamiento del trabajador individual. Una forma máquina que, como toda forma subsuntiva, expresa un alma concreta (aquí la capitalista), siempre contingente, y por tanto con la posibilidad abierta de ser sustituida. Así puede comprenderse, al menos eso espero, la ambigüedad que señalábamos en la consideración marxiana de este momento como la culminación y fin del trayecto del desarrollo capitalista.

La idea del individuo social o de trabajador colectivo, recordémoslo, juega en el pensamiento marxiano una doble función. Por un lado, por incrementar la producción mediante la división del trabajo y la cooperación, deviene “fuerza de trabajo no pagada”; por otro, se relaciona con la idea marxiana del tiempo de producción, Marx corrigió la propuesta clásica ricardiana del valor-trabajo, sustituyendo el tiempo de trabajo individual de producción de una mercancía por el tiempo socialmente necesario para producirla. Y en esta corrección estaban presentes dos elementos muy relevantes en este problema teórico que nos ocupa: primero, la necesidad de adoptar la perspectiva del trabajo social frente al individual; y segundo, la necesidad de tener en cuenta el efecto en el tiempo de producción de la presencia de la tecnología.

Pues bien, con estas consideraciones dibujamos una perspectiva desde la que se puede matizar el sentido habitual que se da a una de las citas más afortunadas y sincréticas en los tiempos recientes, la que enuncia el concepto de “base miserable”. El contexto de este enunciado es el que acabamos de ver, ese momento de capitalismo jánico, que culmina su destino, tal que el apogeo y la decadencia se disputan su futuro; o sea, el momento en que se revela de forma definitiva su contradicción. Dice así:

“El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma” [8].

Resaltemos de nuevo el “aparece”, que al menos nos obliga a poner tensión en la interpretación, pues nos remite al fenómeno, y aunque en la ontología marxiana el fenómeno es manifestación de la esencia, tal que nada existe si no aparece (por ejemplo, no hay valor en la mercancía si no aparece en el intercambio como valor de cambio), el fenómeno no es ni puede ser la esencia, no agota su ser, es mera manifestación parcial y, por tanto, enmascaradora. ¿Qué significa que la explotación, “el robo de tiempo de trabajo”, sobre la que se funda la riqueza actual, aparece como “una base miserable” comparada con esa otra base, que llamaré “base opulenta”, con fundamento recién desarrollado “creado por la gran industria? ¿Habla Marx del capitalismo de ayer y de hoy, de la miseria y la abundancia, ayer basando la riqueza en el robo del trabajo inmediato y hoy en la sobreproducción tecnológica? ¿O habla del capitalismo de ayer y de hoy, por un lado, y de la aparición virtual de otra sociedad sobre otra base material, donde el robo, la explotación no está presente y donde hemos llegado al “final de la utopía”, que decía Marcuse?

Conforme a la primera perspectiva, habríamos de leer la descripción como un cambio de escenario interno al capitalismo, desde el capitalismo de ayer, que reinaba en la época de Marx y que en la nuestra perdura disperso, fragmentado y a veces residual, al capitalismo de hoy, que Marx intuía más que veía y que nosotros sufrimos como segunda naturaleza. Dos momentos del capitalismo, el de ayer, de la austeridad y la miseria, que sobrevivía del “robo de tiempo de trabajo ajeno”, en esa usurpación basaba su riqueza; y el de hoy, cuya producción y riqueza aparece ligada a la máquina, “creado por la gran industria misma”, dice Marx, que parece sustentarse en la tecnociencia, en el instrumento que ha incorporado a su cuerpo el alma del saber. Así, visto el ayer desde hoy, el capitalismo de entonces “aparece” en el fenómeno “como una base miserable”: miseria que alude a la cantidad de la riqueza acumulada, relativamente escasa; y alude también a la forma de conseguirla, mediante el robo del tiempo de trabajo individual. Esa “base miserable” aparece tal desde la base actual, tanto materialmente, en su enorme capacidad productiva de riqueza; como formalmente, al presentarse como producida por la máquina y no por el esfuerzo humano; y, en fin, como moralmente, al sentirse el capital exento de culpa, presentándose como ajeno a la apropiación del trabajo.

Esta hermenéutica tiene su peso, pero también sus agujeros. Ante la infinita potencia reproductora del capitalismo tecnológico contemporáneo, aquella vieja escena de “robo” sangrante del tiempo de trabajo a obreros indigentes resulta ciertamente “miserable”, tanto económica como moralmente. Pero esas mismas metáforas dicen y ocultan lo real, pues mientras no se demuestre lo contrario en esta nueva base del sistema-máquina, que denominamos base opulenta, se sigue dando el robo de plustrabajo, cuyo efecto tal vez sea materialmente menos sangrante, pero sin duda formalmente no menos injurioso a juzgar por la mayor tasa de plusvalor secuestrada.

Por tanto, en la perspectiva de los dos escenarios, de un cambio interno en el instrumento -la base material- al capitalismo, el tránsito de la herramienta a la tecnología, la descripción es persuasiva en el dominio de la producción de riqueza, y no tanto o nada en la producción de valor. Mientras no quede demostrado que la máquina crea valor, y esa tesis casa mal con los escritos y los conceptos marxianos, la base sigue siendo miserable, económica o moralmente miserable. Ahora bien, aunque hay buenas razones para asumir que es éste el escenario que Marx tiene presente, no podemos descartar la otra perspectiva, la que pone en juego el inicio de otro modo de producción, aunque apoyado en esa nueva base de la tecnología. Pero, de momento, hemos de seguir con la primera, en la que Marx parece situarse.


7.3. Como he insistido varias veces, el eslabón más débil de la teoría de los dos escenarios capitalistas gira en torno a la idea de “producción de riqueza”, que Marx usa constantemente, silenciando la idea de producción de valor. Indudablemente Marx dice que con la aparición del sistema-máquina el trabajo inmediato ha dejado de ser “la gran fuente" creadora de la riqueza; pero no niega que sea aún fuente, aunque pequeña, y en absoluto afirma o insinúa que el trabajo inmediato haya dejado de ser el creador del valor. En rigor dice:

“Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida; y, en consecuencia, el valor de cambio tiene que dejar de ser la medida del valor de uso” [9].

Texto bastante enigmático, afectado por la ambigüedad del concepto de riqueza, con sentido indeterminado entre “valores de uso” y “valor”. Literalmente dice que la gran fuente de la riqueza es la máquina, por la productividad que introduce, y que en consecuencia “el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida”. Está claro que de forma inmediata y directa se refiere a la medida de la riqueza; en el texto no se menciona o se alude en ningún momento al valor, aunque de forma mediata e implícita nos parezca presente, aflore a nuestra representación, tal vez por una curiosa ilusión mental o efecto de inercia del pensamiento. Es comprensible que al mencionar el tiempo de trabajo como “medida” se dispare el dispositivo asociativo que nos lleva a unir el tiempo al valor como su referente, a interpretarlo como media del valor, que al fin es su uso habitual, introduciendo así la ambigüedad y la confusión. Pero a estas alturas de la evolución teórica de Marx es un hecho incuestionable que ya tenía clara la diferencia entre riqueza y valor, y nosotros no debiéramos confundir ambos conceptos, sino conceder algún sentido a uso de uno u otro término

Más confusión aún añade el párrafo final, al afirmar que “el valor de cambio tiene que dejar de ser la medida del valor de uso”. Es cierto que en los Grundrisse aún no están definitivamente diferenciados y fijados los conceptos de valor de cambio y de valor, aunque ya aparezcan los inicios de su distinción [10]. En todo caso, la confusión tiene otros orígenes. ¿Es que alguna vez el valor de cambio ha sido medida del valor de uso? ¿No son entre sí intraducibles? Incluso si se toma “valor de cambio" como función de utilidad, ¿no son los valores de uso entre sí inconmensurables? Por tanto, dejando al margen que el valor de cambio juega un papel muy marginal en la teoría del valor-trabajo, limitándose su función a la de correlato empírico del valor como tiempo de producción social necesario, su puesta en relación con el valor de uso no hace sino aumentar la confusión del texto.

Sigamos con la lectura minuciosa, a ver si conseguimos aclarar la idea que Marx nos ofrece de modo poco transparente. Encontramos enseguida un desplazamiento conceptual que nos abre alguna puerta, ofreciéndonos una nueva descripción del movimiento en la producción capitalista de la que extrae unas conclusiones sugestivas y un tanto sorprendentes. Nos dice:

“El plustrabajo de las masas ha cesado de ser la condición del desarrollo de la riqueza general, así como también el no-trabajo de unos pocos ha dejado de ser condición para el desarrollo de las fuerzas generales de la mente humana. Con ello, la producción basada en el valor de cambio se derrumba y el proceso de producción material inmediato pierde la forma de la miseria y del antagonismo” [11].

¿Cómo entender este texto? De entrada, en una lectura rápida de su descripción del momento premaquinista del capitalismo, nos habla del “plustrabajo de las masas”. Creo que no debemos entenderlo como “obrero colectivo”, sino como conjunto de obreros individuales, como los obreros, la multitud de obreros. Y nos señala que ese plustrabajo de las masas ha dejado de ser “condición del desarrollo de la riqueza general”. Nada nuevo, pues, ya que sigue refiriéndose a la riqueza, no al valor; es una manera descriptiva y coloquial de expresar que antes el desarrollo social descansaba sobre el trabajo excedente del obrero y ahora, con la máquina, ya no es así. Y remata esta descripción usual remarcando que “también el no-trabajo de unos pocos”, es decir, su dedicación al conocimiento y la ciencia, al saber en general, al desarrollo de la mente humana; el trabajo intelectual ha perdido ese privilegio de ser “condición para el desarrollo de las fuerzas generales de la mente humana”.

Dicho grosso modo, antes el trabajo manual producía los bienes materiales de vida y el trabajo intelectual los bienes del saber y la cultura, en una división del trabajo tópica; en cambio, en el capitalismo tecnológico, esa situación ha cambiado. Y el efecto contundente que extrae Marx es el siguiente, recordémoslo: “Con ello, la producción basada en el valor de cambio se derrumba y el proceso de producción material inmediato pierde la forma de la miseria y del antagonismo”. ¿Cómo interpretar ese anunciado derrumbe de la producción “basada en el valor de cambio”? Y si bien podemos comprender la “desaparición” de la miseria ¿cómo interpretar la anunciada desaparición del “antagonismo”? ¿Cómo leer estas dos enigmáticas conclusiones?


8. El enigmático General Intellect.

A veces, ya se sabe, los árboles no dejan ver el bosque, y la lectura analítica, fraccionando el discurso y seleccionando sus partes bellas obstaculiza la comprensión de su sentido general. Por eso recomendé que hicierais una primera lectura de estas páginas de los Grundrisse de corrido, sin deteneros en meticulosidades, dejando éstas para lecturas posteriores [12]. El apartado en que aparecen estas reflexiones, como ya sabemos, versa sobre la contradicción, en el seno de la producción burguesa, entre su base o fundamento y su “mismo desarrollo”. Por tanto, está en la línea del objetivo marxiano de mostrar las contradicciones del capitalismo y, particularmente, de describir cómo esas contradicciones van forzándolo a sus metamorfosis, que apuntan a su transformación, a su superación. En esta perspectiva, el contenido de estas páginas no es tanto el de la descripción de la esencia del capitalismo en la era de la máquina cuanto la descripción de unos procesos de autotransformación o autonegación, que generan relaciones y funciones nuevas entre sus elementos. De ahí que en algunos momentos lleguemos a tener la impresión de que Marx está describiendo una sociedad alternativa, que tiende a abrirse paso a través del capitalismo, y que por tanto ya está de algún modo presente. Ahí debemos situar su descripción de la nueva función del trabajo, del trabajador social, del general intellect, etc.


8.1. Recordemos, por tanto, que Marx se ha remontado a los orígenes del capital y, a marchas forzadas, ha ido describiendo sus mutaciones. Si seguimos de cerca la lectura llegamos a un momento de una ruptura relevante, diferenciadora. Nos aparece cuando Marx culmina esa descripción ideal, esa anticipación en idea de la culminación del proceso, afirmando el final de una época (“con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo”) y el comienzo de otra (“desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos”). Si nos quedamos ahí, el capitalismo aparece como lugar de emancipación, bien sea que interpretemos la descripción marxiana como la última fase del capitalismo, donde se crean las condiciones para su superación, bien sea que la interpretemos como inmanente negación y autosubstitución del mismo, como natura naturans que se autotransforma y recrea y a partir de sus propias creaciones, de su existencia como natura naturata. Pero ¿cómo decidir entre los dos referentes, que grosso modo nos remiten a la vieja alternativa política entre revolución o reforma?

No queda más remedio que aplazar las preguntas y seguir leyendo. Porque inmediatamente Marx nos revela el sentido preciso de su reflexión al decirnos que “el capitalismo es la contradicción en proceso”. Esta es la clave: los dos referentes, el capitalismo del sistema-máquina-ciencia y su negación o alternativa están unidos en la contradicción. El capitalismo es la contradicción en movimiento, pues “tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”; porque “Disminuye, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario para aumentarlo en la forma del trabajo excedente”; porque “pone en medida creciente el trabajo excedente como condición -question de vie et de mort- del necesario”; porque

“Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio social, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor” [13].

El capitalismo es contradicción en proceso, y no puede ir más allá de estas contradicciones sin negarse a sí mismo. No puede dejar de considerar “las fuerzas productivas y las relaciones sociales como medios”, no puede considerarlas como aspectos del desarrollo del individuo social; no puede dejar de pensar la riqueza como capital, como valor acumulado, y por tanto ha de seguir apropiándose del trabajo excedente. No puede pensar, con el panfleto sobre “The Source and Remedy of the National Difficulties”, que la riqueza de una nación se mide por la amplitud del tiempo libre, se mide por el grado de emancipación humana.

Recuperamos el hilo de la lectura de esa “transformación” en el capitalismo que Marx tiene interés en describir y valorar, en la que la tecnología “aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza”; trasformación que pasa, en negativo, por el desplazando al “trabajo inmediato ejecutado por el hombre” como la fuente principal de producción de la riqueza (¿del valor?) y al tiempo de trabajo como medida de esa riqueza que éste trabaja; y, en positivo, la trasformación pasa por “la apropiación de su propia fuerza productiva general”, fuerza que lleva incorporada el saber, tanto en su dimensión de “comprensión de la naturaleza” como en la de su “dominio de la misma”; o sea, apropiación de una fuerza de trabajo colectiva, que incorpora el saber y el poder, el conocimiento y la capacidad técnica; apropiación del “cuerpo social” con todas sus potencialidades, posible por la sustitución en la producción de los trabajadores individuales por el “desarrollo del individuo social”.

Esta es, en síntesis, la descripción fenoménica, sobre la cual Marx ha montado la ya conocida tesis del cambio de base material, la sustitución de aquella “base miserable” de la producción capitalista que fundada su riqueza en el “robo de tiempo de trabajo ajeno” por esa otra que hemos llamado “base opulenta” engendrada por el desarrollo de la “gran industria misma”. Nueva base que conlleva que “el trabajo en su forma inmediata” haya cesado de ser tanto la gran fuente de la riqueza como su medida; y que, al mismo tiempo, el valor de cambio haya dejado de ser la medida del valor de uso.

Y en esa gran transformación, sigue insistiendo Marx, acumulando matizaciones, el “plustrabajo de la masa”, que en el capitalismo de base miserable era la “condición para el desarrollo de la riqueza social” -lo que nos induce a pensar en su propia lógica que también era condición para el desarrollo del valor-, en el de base opulenta ha perdido ese privilegio. El plustrabajo, difícilmente pensable sin su efecto, el plusvalor, que antes era la fuente indiscutible de la riqueza y, sobre todo, del plusvalor, ahora pierde ese estatus. Si antes intentábamos distinguir ente riqueza y plusvalor, ahora Marx no nos deja salidas, no hay ventanas abiertas, parece anunciar que la máquina sea fuente de valor, aunque nunca lo enuncie, aunque en numerosas ocasiones lo niegue.

Y Marx formula este diagnóstico contundente en un momento preciso, al describir la radical, absoluta e irreversible transformación de una a otra base material, del capitalismo de la herramienta al de la máquina. En el mismo momento en que el plustrabajo manual queda degradado como fuente productiva (de valores de uso y de valor), ese mismo momento coincide, va de la mano, como su otro rostro, con la degradación del trabajo intelectual, con la irrelevancia del no trabajador, con la pérdida de estatus de ese “no-trabajo de unos pocos”, que según Marx ha cesado de ser relevante para “el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano”. Ni el manual, ni el intelectual, el trabajo es la víctima de la gran transformación introducida en el capitalismo por la tecnología.

El cambio es tan profundo que el lector, sin que Marx no afirme, parece inducido a pensar que no se da en el seno del capitalismo sino que estamos en un salto fuera del mismo, un a nuncio de su fin; ese efecto es hoy más potente por la hegemonía que en nuestra cultura ejercen hoy la familia de conceptos “post”, genuinamente ambiguos, que no anuncian algo así como una negación sin superación, o una superación sin transcendencia, sin salir de lo mismo; incluso, si se prefiere, una salida imaginaria, un simulacro o guiño de salto histórico, una real ficción, en definitiva, un desplazamiento simbólico, del relato, que nos satisface en la medida y proporción en que hemos vaciado la substancia de conciencia, entregando ésta a las musas o las erinias. Esa hegemonía de lo post, que aporta ficción de sentido, que sacraliza al híbrido entre los mismo y lo otro, que fetichiza la nada hasta hacer evidente que nadea, nos permite habitar sin desgarros en el cambio radical que describe Marx traduciéndolo a post-capitalismo, que no es ni lo mismo ni lo otro, sucedáneo de aquella Aufhebung hegeliana que travestía la negación de la negación, siempre dialécticamente incómoda, en mera síntesis transubstanciadora.

Pero Marx no lo cuenta así, su relato no ofrece tregua no consenso. Nos dice que con estos cambios “se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo” [14]. Descripción que de inmediato parece anunciarnos el fin del capital, efectistamente caracterizado como hundimiento de la producción basada en el valor de cambio, que en hueco parece anunciar el florecimiento de otra que cabalgara sobre el valor de uso; descripción de una transformación social que gana densidad cuando enuncia la desaparición de “la necesidad apremiante y el antagonismo”, que fácilmente se interpreta como final de la historia, -final de la utopía, diría Marcuse- y en consecuencia final de la lucha de clases De este modo, unas reflexión en que Marx pretendía describir una gran transformación en el seno del capitalismo, el salto a su momento tecnológico, parece haberse convertido en un anuncio de la revolución, en una exhortación a la toma de consciencia de que ya se han dado las condiciones objetivas para la emancipación. Se aprecia mejor en la siguiente cita, en la que se recrea, aunque muy de pasada, en contarnos una vida mejor:

“Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos” [15].

Pero el hechizo es breve y Marx, poco dado a ensoñaciones, vuelve a lo suyo y nos despierta de la huida literaria con una de sus tesis más rotundas, que debiéramos considerar como criterio metodológico: “el capital IIes la contradicción en movimiento”. Que equivale aquí a una advertencia, la de no tomar las cosas como aparecen, la de mirar al otro lado del espejo, la de no aislar los elementos y, en la abstracción, otorgarles un sentido, sino situarlos y valorarlos en sus relaciones recíprocas y efectos con juntos. Sí, el capitalismo es una contradicción viviente, como se ve en su tendencia a “reducir a un mínimo el tiempo de trabajo” al mismo tiempo que “pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”. Si saca el valor de la fuerza de trabajo del obrero, ¿por qué substituir a éstos por la máquina, que no produce valor? Es la contradicción en movimiento, la contradicción en proceso, el proceso contradictorio en su esencia. Pero hay que entender esa contradicción. No es una mera irracionalidad prescindible. Desde el punto de vista general de la sociedad sí, es irracional y hay que aspirar a la racionalidad; a la sociedad esa irracionalidad le duele. Pero para el capital la contradicción es su hábitat, es su condición de posibilidad, es su lógica, y hay que comprenderla. La contradicción es obvia:

“Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente; pone por tanto, en medida creciente, el trabajo excedente como condición -question de vie et de mort- del necesario” [16].

El capital busca valor, y sabe buscarlo, sabe encontrarlo. Sabe que la jornada de trabajo tiene siempre su límite histórico, y que la regla de oro de la valoración es disminuir en l tiempo de trabajo necesario, para que el plustrabajo excedente haga su función de valorización. La máquina es el recurso incuestionable; un recurso arriesgado, a la larga tal vez suicida, pero es cuestión de vida o muerte; vivir es eso, arriesgarse a morir. Contradictorio, sí, como la vida misma.

“Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio social, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact, empero, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires” [17].

Vivir en la contradicción es su destino, es el destino de toda realidad histórica; y ha de explotar esa contradicción, hasta que ella le explote a él. Pero Marx ya nos ha dado las claves: el capitalismo no sale de su “mezquina base”, de su base miserable, aunque haya creado otra que la vuelva socialmente innecesaria; el capital está indisolublemente unido al “robo de plustrabajo”.

Algunos autores han puesto en el punto de mira de su crítica una contradicción capitalista -como si el capitalismo no fuera la contradicción en movimiento- señalada por Marx en esta cita, a saber, la que resulta de poner en juego, “despertar a la vida”, todos los recursos a su alcance para producir riqueza, “todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio social”, para que dicha riqueza no dependa del tiempo de trabajo inmediato empleado en ella, al mismo tiempo que intenta “medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor”. Y un tanto ingenuamente sitúan en esta contradicción sus esperanzas revolucionarias. Aunque este problema exige un tratamiento más pormenorizado y concreto quisiera recordar una idea marxiana a la que siempre fue fiel, y la que, a mi entender, sigue siendo válida, a saber, que el capitalismo vive bien en la contradicción, se alimenta de ella, y ninguna contradicción acabará con él. Como afirma la anterior cita, “In fact”, las contradicciones crean sólo condiciones de posibilidad, que el capital intentará gestionar para su sobrevivencia; la esperanza hay que buscarla en las fuerzas subsumidas, en su resistencia, y en su capacidad para aprovechar esas situaciones. Porque el capitalismo, por sí mismo, puede llegar a salir de sí y prolongarse en una existencia post, es decir, a una ficción de transcendencia, si la resistencia en su exterior no lo saca de sí. Pero este es otro tema.

Lo cierto es que la naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, ni drones; todo ello es producto del trabajo humano, todo es material natural transformado en medios de acción del hombre sobre la naturaleza. “Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento” [18]. Y lo cierto es que hoy el trabajo inmediato fundamental es el conocimiento, el “knowledge social general”, que se ha convertido en “fuerza productiva inmediata”. Lo que nos lleva a la necesidad de mirar el proceso de existencia social controlado por el “general intellect”. Perspectiva que, a mi entender, nos invita a que pensemos la realidad social, en su desarrollo histórico, como un proceso de vida, en el que la fuerza dominante es la existencia humana en su lucha natural por la sobrevivencia; y que en la misma se constituyen formas o modos de producción hegemónicos, que usufructúan la potencia productiva creciente. En particular, nuestro modo no lo creó el capital ex novo y ex nihilo; el capital apareció en él, llegó a ser dominante y subsumirlo, y lo gestionó a su servicio de valorización. Pero su sobrevivencia le exigió, contradictoramente para él, seguir desarrollando la riqueza. Hoy el “intelecto general” no es la mente capitalista, aunque la hegemonía del capital lo tenga a su servicio; hoy más que nunca se hace transparente esta realidad de la subsunción. Porque, al fin, hoy más que nunca se percibe la mayoría de edad de la riqueza, cuyo concepto fuera anticipado por Charles Wentworth Dilkeen en una bella cita recogida por Marx: "Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6” [19]


J.M.Bermudo (2014)




[1] Grundrisse, vol. II, 90-92/227-230. Como en las dos entregas anteriores, seguimos referenciando las citas a las ediciones ya citadas (el vols. II en ambos casos) de M. Sacristán y P. Scaron. Igualmente, la edición alemana de la Dietz Verlag de referencia (Berlín 1953, 592-594). Recomiendo la lectura completa, de corrido, de estas páginas, antes de pasar a una lectura analítica.

[2] Ibid., 90/227.

[3] Ibid., 90/227.

[4] Ibid., 90/227.

[5] Ibid., 90/227

[6] Ibid., 90/228.

[7] Ibid., 90/228.

[8] Ibid., 90/228.

[9] Ibid., 91/228.

[10] Lamentablemente la confusión sigue reproduciéndose por la ambigüedad de uso entre los estudiosos, que se acentúa cuando el texto de referencia es el de los Grundrisse. Todos sabemos que el valor de una mercancía se define como tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en la producción de la misma. La determinación cuantitativa instantánea sería prácticamente imposible, aunque la economía empírica pueda a ver aproximaciones. La ontología marxiana permite otra forma de fijar ese valor, que aflorará, se manifestará fenoménicamente, en el momento del intercambio; no lo hará de forma transparente, pues ese valor de cambio aparece como valor efectivo de compraventa, afectado por las contingencias, pero sí como determinación fuerte del valor. En unas mismas circunstancias de mercado las mercancías del mismo valor de uso con tiempos de producción empírico superiores al valor habrán de ajustarse a éste. El valor de cambio, pues, es la medida del valor, que sólo aflora y se deja ver por mediación del valor de cambio.

[11] G.II, 91/228-229.

[12] Por si no lo habéis hecho debido a no disponer de inmediato del texto, os proporciono una selección del pasaje más interesante del apartado “Contradicción entre el fundamento de la producción burguesa (medida del valor) y su mismo desarrollo, Máquinas etc.” (G., II, 90-92/227-230), donde se aprecia el cambio de registro: “En esta transformación lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos. El capital mismo es la contradicción en proceso, [por el hecho de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente; pone, por tanto, en medida creciente, el trabajo excedente como condición -question de vie et de mort- del necesario. Por un lado, despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio social, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact, empero, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires. "Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6. Riqueza no es disposición de tiempo de plustrabajo” (riqueza efectiva) sino “disposable time, aparte del usado en la producción inmediata, para cada individuo y toda la sociedad” G., II, 90-91/228-229) [La cita es de un panfleto de 1821, de Charles Wentworth Dilke: “The Source and Remedy of the National Difficulties, Deduced from Principles of Political Economy, in a Letter to Lord John Russell”].

[13] G., II, 91/229.

[14] Ibid., 91/229.

[15] Ibid., 91/229.

[16] Ibid., 91/229.

[17] Ibid., 91/229.

[18] Ibid., 92/230.

[19] Un comentario más extenso y libre de este tópico del General Intellect puede encontrarse en el ensayo Máquinas y Ciencias. A vueltas con el “Fragmento”, en esta Web.